Una falta de responsabilidad es la marca de fábrica de la presidencia de George W. Bush. Esta es una administración que ha conferido honores a proveedores de inteligencia falsa y a arquitectos de políticas fracasadas. Ha nombrado a politiqueros de pacotilla para dirigir importantes agencias gubernamentales y fanáticos ideológicos para supervisar las primeras etapas de […]
Una falta de responsabilidad es la marca de fábrica de la presidencia de George W. Bush. Esta es una administración que ha conferido honores a proveedores de inteligencia falsa y a arquitectos de políticas fracasadas. Ha nombrado a politiqueros de pacotilla para dirigir importantes agencias gubernamentales y fanáticos ideológicos para supervisar las primeras etapas de la reconstrucción iraquí. Se burló de la Convención de Ginebra, buscó maneras de sortear las leyes internacionales y norteamericanas que prohíben la tortura y el abuso, y violó las limitaciones a la autoridad ejecutiva contenidas en la propia Constitución.
Los resultados han sido desastrosos hasta llegar al punto de la tragedia para Irak, para los norteamericanos y para las relaciones de Estados Unidos con el resto del mundo. Sin embargo, nadie ha pagado por nada de esto, y el presidente hasta continúa apoyando al Secretario de Defensa Donald Rumsfeld, quien ha presidido sobre la debacle de Irak.
Sin embargo, la no rendición de cuentas en el Washington de George Bush no está confinada a la administración, ni siquiera a los tres poderes del gobierno. Se extiende mucho más allá para incluir el trabajo de algunos expertos prominente de los principales tanques pensantes -centros supuestamente liberales para la investigación y el análisis- que han participado en presentar los hechos de forma que ayudan a justificar las políticas oficiales.
Tomemos el caso de Kenneth M. Pollack. Mientras la administración Bush estaba improvisando argumentos para ir a la guerra en Irak, Pollack, por entonces miembro principal y Subdirector de Estudios de Seguridad Nacional en el Consejo de Relaciones Exteriores, se ocupó de suministrar municiones intelectuales para vender la aventura al pueblo norteamericano. En septiembre de 2002, Pollack publicó La tormenta amenazante: las razones para invadir Irak. El libro, según Publisher’s Weekly, «conformó el debate acerca de la inminente invasión y ayudó a persuadir a apoyar la guerra a muchos renuentes decisores demócratas de políticas». Anteriormente en ese mismo año, Pollack había publicado un artículo («¿Próxima parada Bagdad?») en Foreign Affaire, la revista del influyente Consejo de Relaciones Exteriores, en el que presentaba su argumento para atacar a Irak. Lo que sigue es un resumen de ese artículo.
¿Qué debe hacer Estados Unidos acerca de Irak? Los halcones se equivocan al pensar que el problema es desesperadamente urgente o que está vinculado al terrorismo, pero tienen la razón al ver que la perspectiva de un Saddam Hussein con armas nucleares es lo suficientemente preocupante como para realizar acciones drásticas. Las palomas tienen razón acerca de que Irak no es un buen candidato para una guerra al estilo afgano, pero se equivocan al creer que las inspecciones y la disuasión por sí solas pueden contener a Saddam. Estados Unidos no tiene opción sino la de invadir Irak y eliminar el actual régimen.
Pollack se posicionó astutamente como un centrista capaz de dudar de ambas premisas, tanto de palomas como de halcones, para así enmarcar mejor una propuesta de política extrema como la más razonable e inevitable conclusión de un análisis sobrio y racional.
La pregunta ahora es: ¿podría haberse equivocado de manera más desastrosa? Y, ¿pudieron haber sido más devastadoras las consecuencias de su análisis errado? Ahora sabemos que Irak había abandonado su programa nuclear y que las inspecciones habían desempeñado un papel clave en ese resultado. No había argumentos para invadir Irak, y menos sobre la base de una amenaza nuclear. Muchas personas se equivocaron acerca de Irak, pero solo una tuvo la audacia o la oportunidad de escribir un libro pidiendo una invasión justamente en el momento en que se decidía hacerlo o no.
¿Y qué hace Pollack ahora? Es el director de investigaciones del Centro Saban para Política del Medio Oriente en la Institución Brookings. En otras palabras, ha pasado de un centro de política supuestamente liberal a otro, y por añadidura ha obtenido una aparente promoción. Ha publicado un nuevo libro, El rompecabezas persa: el conflicto entre Irán y Estados Unidos, en el que brinda consejos -por suerte esta vez mucho menos drásticos- acerca de la forma en que Estados Unidos debe manejar a Irán. Argumenta que Estados Unidos debiera usar la disuasión, la misma estrategia que él dijo que no funcionaría con Irak, un país que en 2002 era mucho más débil y mucho más distante de tener una capacidad nuclear que Irán en 2006.
No contento con aceptar sus pérdidas y trasladarse a otra área de conflicto, Pollack continúa escribiendo acerca de lo que Estados Unidos debe hacer en Irak. Su más reciente contribución al debate es un largo artículo escrito en colaboración con Daniel L. Byman, director del Centro para Estudios de Paz y Seguridad de la Universidad Georgetown, que apareció en la primera página de la sección de Opiniones/Editoriales del Washington Post («Irak se Desborda: ¿Y Ahora Qué?», 20 de agosto de 2006.)
¿Y qué dice ahora Pollack acerca de las consecuencias de la guerra que tan ardientemente él defendió? He aquí algunos fragmentos:
El debate ha terminado: por cualquier definición Irak se encuentra en guerra civil. Es más, lo único que queda entre Irak y el descenso a una total devastación al estilo de Bosnia son los 135 000 soldados de Estados Unidos -e incluso ellos puede que solo estén retardando la caída. El conflicto intestino podría convertirse fácilmente en otro que amenace con inestabilidad, agitación y guerra no solo a Irak, sino también a sus vecinos de toda la rica región petrolera del Golfo Pérsico.
Considerando todos los errores que Estados Unidos ha cometido en Irak, cuánto tiempo se ha despilfarrado y cuán difícil es la tarea, hasta un cambio de rumbo por parte de Washington y Bagdad puede que solo posponga lo inevitable.
A la luz de la debacle que él ayudo a provocar, la nueva receta de Pollack es tragicómica:
A pesar de que los norteamericanos quieran creer que Estados Unidos puede simplemente abandonar Irak si la situación se convierte en una guerra civil total, la amenaza de un desborde de tal conflicto por todo el Medio Oriente hace la retirada imposible. En su lugar, Washington tendrá que idear estrategias para manejar el tema de los refugiados, minimizar los ataques terroristas que emanan de Irak, desalentar la indignación causada por el conflicto en las poblaciones vecinas, evitar la fiebre de secesión y hacer que no intervengan los vecinos de Irak. Las probabilidades de éxito son pocas, pero no obstante, tenemos que hacer el esfuerzo.
En otras palabras, ahora que la invasión que Pollack deseaba ha provocado el infierno que los críticos de la guerra predijeron, tenemos que proseguir con pocas probabilidades de éxito a fin de evitar que las cosas se pongan mucho peor.
Una pregunta posible es: ¿por qué a estas alturas alguien debe escuchar a Pollack acerca del tema de Irak? Una pregunta más importante es por qué él continúa teniendo credibilidad ante los ojos de los que dirigen importantes tanques pensantes e influyentes periódicos.
La respuesta puede ser que, en el clima actual de este país, posiblemente sea más importante estar a la derecha que tener razón. La primacía de la ideología sobre el buen análisis y la ausencia de rendición de cuentas parecen extenderse ahora mucho más allá del círculo cercano a Bush y hacia los supuestos bastiones de la «elite liberal de los medios y los intelectuales».
Tal situación tiene importantes implicaciones en cómo Estados Unidos diseña su política exterior, no solo en cuanto al Medio Oriente, sino también para otras regiones. Por ejemplo, ya el nuevo enfoque de Cuba está generando una plétora de análisis equivocados de políticas y en los medios que presagian políticas tan erróneas como las actuales. Esto, sin embargo, será tema de una columna posterior.