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Ochenta años del final de la Segunda Guerra Mundial

Fuentes: Rebelión

Un artículo sobre el ochenta aniversario de la segunda Guerra Mundial, que oficialmente se celebra el 2 de septiembre, requeriría muchas páginas, pero aquí nos limitaremos a recordar algunos hechos especialmente relevantes y otros igualmente importantes pero seguramente menos conocidos.

Como es bien sabido, uno de los bandos fue el constituido por las Potencias del Eje, que agrupaba a la Alemania de Hitler, la Italia de Mussolini y el Japón del emperador Hirohito. Pero que tenía alianzas diversas con la Hungría de Miklós Horthy, la Rumanía de Ion Antonescu, la Bulgaria de Boris III, la Croacia de Ante Pavelić o la Eslovaquia de Monseñor Josef Tiso (estos dos últimos, regímenes títeres de Alemania). Y en menor medida, también la Finlandia de Rysto Ryti y Gustav Mannerheim, la Francia de Pétain o la España de Franco. Todos ellos, salvo Finlandia, con regímenes autoritarios o directamente fascistas. Por el bando llamado de los Aliados, los principales contendientes serían, como también es bien conocido, el Reino Unido, Francia (excepto durante el período de ocupación y el régimen de Vichy), los Estados Unidos, la Unión Soviética y China, pero también Polonia, Canadá, Australia, entre muchos otros países. Como en el caso de Francia, pero por motivos distintos, no todos los aliados de uno u otro bando lo fueron desde el primer momento ni durante toda la guerra.

Si nos referimos a Europa, el primer episodio destacable relacionado con el conflicto es, sin duda, la ocupación pacífica de Austria por las tropas alemanas y su anexión al Tercer Reich, en marzo de 1938, conocido en ambos países como la Anschluss. En segundo lugar, el llamado Pacto de Múnich entre el primer ministro británico Neville Chamberlain, el presidente del gobierno francés, Édouard Daladier, el führer Adolf Hitler y el duce Benito Mussolini. Firmado a finales de septiembre de 1938, con él los cuatro gobiernos aceptaban formalmente que el territorio checoslovaco de los Sudetes pasara a dominio alemán, con la esperanza británica y francesa, muy poco fundamentada, de mantener la paz en Europa. En marzo de 1939 las tropas germánicas (la Wehrmacht), ocuparon el resto de Checoslovaquia, rompiendo así unilateralmente el acuerdo de Múnich, sin que Francia ni Gran Bretaña reaccionaran. La negativa de Chamberlain a hablar con Hitler influyó en el pacto Molotov-Ribberdrop de agosto de 1939 entre la URSS y Alemania, por el que ambos países se repartían las esferas de influencia en los países del entorno.

En septiembre del mismo año, el ejército alemán inició la invasión de Polonia, lo que se considera, en una habitual visión claramente eurocentrista, (pues la guerra en Asia llevaba ya dos años en curso), el inicio oficial de la Segunda Guerra Mundial, y que supuso, finalmente, que Gran Bretaña y Francia declararan la guerra a Hitler. Casi de forma simultánea, la URSS ocupaba la zona oriental del estado polaco y, poco después, el sur y el este de Finlandia, en la llamada Guerra de Invierno. Hitler ocupó también Dinamarca, Países Bajos y Bélgica durante la primavera de 1940, así como algunos territorios del norte de África unos meses más tarde. En junio de 1941, las tropas germánicas iniciaban por sorpresa la invasión de la URSS, sin previa declaración de guerra y a pesar del pacto de no agresión firmado entre ambas potencias. En la operación,  colaboraron con la Wehrmacht buena parte de sus aliados, entre ellos los falangistas de la División Azul. Allí tendría lugar alguna de las más sangrientas batallas de la guerra en Europa, como fue la de Stalingrado. En abril de 1941 Yugoslavia y Grecia serían igualmente invadidas por las tropas nazis.

Hay también otros hechos, no tan conocidos, que el historiador británico Antony Beevor nos recuerda en alguna de sus interesantes obras. Es el caso de cómo, aprovechando la anexión alemana de los Sudetes checos, Polonia ocupó la región checoslovaca de Teschen, que consideraba étnicamente polaca, y avanzó su frontera hasta los Cárpatos. En algún momento el führer había confiado en llegar a una alianza con Gran Bretaña, como paso previo a su objetivo final de atacar a la Unión Soviética, para después cambiar de idea y preferir descartar cualquier influencia británica en el continente. Alemania y Estados Unidos, por su parte, no se declararon la guerra hasta finales de 1941, pocos días después del ataque japonés a Pearl Harbour, aunque EEUU hacía tiempo que enviaba armas al Reino Unido y a la Unión Soviética. Hitler, en cambio, nunca mostró ninguna duda en su profundo odio a los judíos pero, hasta el verano de 1941, su idea no era llegar al exterminio sino presionarles hasta el punto de hacerles la vida insoportable y obligarles a emigrar. (1)

Durante la capitulación de Francia en junio de 1940, sus principales mandos militares dieron la orden de abandonar París en manos de los alemanes, aunque manteniendo un número suficiente de tropas, por miedo a que los comunistas pudieran alcanzar el poder. Tras la rendición francesa, a pesar de que Pétain nunca declaró la guerra al Reino Unido ni a Estados Unidos, se produjeron graves enfrentamiento armados entre la marina británica y estadounidense, por un lado, y la flota francesa del norte de África, por otra, con algunas encarnizadas batallas navales, numerosos barcos hundidos y miles de muertes de los tres contendientes, especialmente entre la armada gala. Hitler también quería dividir Yugoslavia, entregando partes de su territorio a sus aliados húngaros, búlgaros e italianos. Croacia, bajo un régimen fascista, se convirtió en protectorado de Italia, mientras Alemania ocupaba Serbia, donde se produjeron durísimos enfrentamientos con las guerrillas dirigidas por Josip Broz, más conocido como Tito. (2)

Seguramente es discutible valorar si es más correcto hablar de «tropas nazis» o de «tropas alemanas», salvo evidentemente cuando nos referimos a las unidades de las Waffen-SS, más conocidas simplemente como las SS. En todo caso, el nazismo estaba muy extendido por toda Europa y numerosos voluntarios de diferentes países colaboraron con Hitler. Entre los aliados, tampoco era fácil distinguir a quienes querían luchar contra el nazismo y los que, de hecho, lo hacían contra el expansionismo alemán. También hemos de hacer mención a los enormes crímenes de guerra que se cometieron a lo largo del conflicto, y no únicamente por parte de los nazis. El más terrible es, sin lugar a dudas, el Holocausto, el mayor genocidio de la historia de la humanidad, con más de seis millones de judíos y otros “indeseables” asesinados.

Pero no podemos olvidar tampoco otros gravísimos crímenes, como la matanza de las tropas japonesas en Nanking, en China, de finales de 1937 a inicios de 1938 (entre 100.000 y 300.000 muertos), la masacre de Katin, en Polonia, de 1940, por parte de la policía secreta soviética, conocida como la NKVD (con más de 20.000 víctimas), los bombardeos británicos y estadounidenses de 1943 contra la población civil en Hamburgo (más de 35.000 víctimas mortales) y de 1945 en Dresde (más de 22.000 muertes), los bombardeos estadounidenses de Tokio de marzo de 1945 (más de 100.000 víctimas) y, evidentemente, el ataque nuclear de 1945 a Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945 (entre 100.000 y 246.000 víctimas muertes, según diversas fuentes). Como todos sabemos, además del suicidio de Hitler y la ejecución sumarísima de Mussolini, sólo fueron juzgados los crímenes del bando perdedor, con la destacada salvedad del emperador Hirohito y otros miembros de la familia imperial nipona. Ni Stalin, ni Churchill, ni Roosevelt (fallecido durante la guerra, en abril de 1942), ni tampoco su sucesor Truman (responsable máximo del lanzamiento de la bomba atómica), tuvieron que responder nunca ante la justicia por los crímenes cometidos por los ejércitos de sus países.

Notas

1.      Antony Beevor, La segunda guerra mundial, Ediciones de Pasado y Presente, Barcelona, 2012

2.      Antony Beevor, La segunda guerra mundial, Ediciones de Pasado y Presente, Barcelona, 2012

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.