El 60 aniversario de la fundación de la ONU da muy poco para celebrar. La gran reforma promovida por Kofi Annan ha sido el enésimo fracaso. Un fracaso bajo la bandera de Estados Unidos, que tiene de rehén a la comunidad internacional. Gennaro Carotenuto desde Roma Censura, sabotaje, atropello. Detrás de los discursos vacíos de […]
El 60 aniversario de la fundación de la ONU da muy poco para celebrar. La gran reforma promovida por Kofi Annan ha sido el enésimo fracaso. Un fracaso bajo la bandera de Estados Unidos, que tiene de rehén a la comunidad internacional.
Gennaro Carotenuto desde Roma
Censura, sabotaje, atropello. Detrás de los discursos vacíos de una cumbre ritual, esto es lo que quedará del enésimo intento de reformar las Naciones Unidas 60 años después de su fundación. El documento que un panel de 16 sabios, reunidos por el secretario general de la organización, Kofi Annan, había presentado para refundar la ONU ya no existe. Así el secretario, cuestionado por el caso de corrupción conectado al bloqueo contra el Irak de Saddam Hussein, está presidiendo una celebración que pretende reunir en Nueva York más jefes de Estado y de gobiernos que cualquier otra cumbre de la historia, y que sin embargo no es otra cosa que un conjunto de palabras vacías que dejan a la organización en crisis, y es imposible esconder el fracaso.
El documento original no era el fruto de propuestas extremistas. Más bien dejaba en pie los más conflictivos nudos de la convivencia adentro de las Naciones Unidas. No tocaba a los cinco miembros permanentes (Estados Unidos, China, Rusia, Francia y Gran Bretaña) ni su incuestionado derecho de veto que paraliza la actividad de la ONU. Tampoco tocaba la estructura centralista y jerárquica ni otorgaba nuevos poderes a la Asamblea General, que hoy tiene poco más que un papel simbólico. Sin embargo intentaba plantear soluciones a algunos problemas concretos. El texto fue barrido por más de 700 enmiendas presentadas por el conflictivo embajador estadounidense John Bolton, elegido por el presidente George W Bush por considerarlo enemigo de la institución. La frialdad con que fue acogido el discurso de Bush del miércoles revela que su embajador puede celebrar el éxito de su misión más aun que el presidente en Irak. La reforma de la ONU queda postergada sine die. Ninguna respuesta sobre reducción de armamentos, proliferación nuclear, sobre la lucha contra el hambre y la pobreza, sobre temas ambientales, la paz y la guerra. El nuevo documento, reducido y limpiado de todo lo incómodo para Estados Unidos y para otros miembros con derecho de veto, es una retórica declaración de principios. Hasta el viejo compromiso formal de los países ricos de destinar el 0,7 por ciento de su pbi a la cooperación -respetado sólo por los escandinavos- ha sido rebajado a la más cómoda categoría de «recomendación». Así nadie puede acusarlos de haberse «comprometido» sin cumplir.
UN DESASTRE CON CULPABLES. La de la ONU es una lenta agonía que no culminará con la muerte del enfermo sino con el total vaciamiento de sus razones de ser. Lo único que realmente parece interesar a los reunidos en Nueva York es el papel del Consejo de Seguridad. Una docena de países aspiran a modificar su estatus y ser miembros permanentes o semipermanentes.
Brasil, Japón, Alemania e India, los cuatro países más autorizados para alcanzar esta meta, están teniendo una actitud servil y contraproducente para ser admitidos. Se conforman con obtener un escaño permanente en el Consejo de Seguridad, ni siquiera intentan modificar el sistema del derecho de veto que paraliza a la organización. No exigen el derecho de veto pero renuncian a criticarlo. Así países como Alemania o Japón, 60 años después de la derrota militar, siguen aceptando una condición de minoridad frente a Francia y Gran Bretaña, que ganaron la guerra pero en el mundo actual tienen un peso específico mucho menor. Para alcanzar el estatus de «grandes de segunda» prometen, contratan, compran y venden. Italia denunció -lo hizo a pedido de Estados Unidos- que Alemania compra votos de países africanos. Japón, que nunca recuperó una verdadera política exterior desde 1945, tiene el apoyo de Estados Unidos pero el veto de China. Pakistán -otra vez con el apoyo de Estados Unidos- pretende entrar si entra India, ya que también es potencia nuclear. También Sudáfrica tiene ambiciones y entonces el Consejo, que hoy es de 15 miembros, se estira y se reduce según la codicia de los participantes. Otros piden un escaño para la Unión Europea, que ni Francia ni Gran Bretaña ni Alemania toman en cuenta. El iraní Mahamoud Ahmadinejad pretende un escaño para el mundo islámico. Todo esto en un contexto donde nadie, empezando por Estados Unidos que es el principal deudor, paga los gastos comunes de un condominio en ruinas.
Fracasa así la vía «reformista» de la recuperación de la ONU como cámara de compensación de los conflictos y diferencias internacionales. Queda ahora una lejana vía «revolucionaria» con el retiro del Sur del mundo de la organización para construir otra ONU más equilibrada. Algunos soñadores la imaginan con sede en una Jerusalén internacionalizada y transformada en ciudad de la paz. Una utopía, pero linda.
UN BALANCE TRÁGICO. Encima de este lamentable espectáculo está el hecho real de que en todo el siglo corto identificado por el historiador Eric Hobsbawn, la historia de todas las organizaciones internacionales ha estado permanentemente condicionada por el Consenso de Washington. Así nació al final de la Primera Guerra Mundial la Sociedad de Naciones, por voluntad de Woodrow Wilson. A pesar de haberla fundado, Estados Unidos no participó, y cuando en 1935 Benito Mussolini agredió Etiopía -un Estado soberano y miembro de la organización- la respuesta fue débil. Cuando Polonia y Checoslovaquia fueron agredidas por Hitler el papel de la Sociedad fue intrascendente. También las Naciones Unidas nacen con Estados Unidos como socio mayoritario. Quien estudió los papeles de la época sabe que tanto las Naciones Unidas como el Fondo Monetario Internacional se construyeron con el rezongo de Winston Churchill, la bronca de Stalin y la voluntad del ganador Harry Truman. Si en las primeras dos décadas el derecho de veto fue utilizado principalmente por la Unión Soviética, en los últimos 40 años ha sido cada vez más monopolio de Estados Unidos. En dos materias este país sigue totalmente aislado: la defensa de Israel y la agresión continuada a Cuba donde tanto el bloqueo económico como la ocupación ilegal de Guantánamo son unánimemente condenados por la Asamblea. Las duras resoluciones de ésta son sistemáticamente vetadas en el Consejo.
La ONU, a causa de la experiencia de la Sociedad de Naciones, nace haciendo una fuerte condena de las guerras preventivas y, en un mundo que iba superando el colonialismo clásico, hace un fuerte reconocimiento del concepto de soberanía nacional. Son principios que resultaron útiles durante la guerra de Corea, cuando ofrecieron el marco legal para la intervención estadounidense y que sin embargo quedaron inoperantes poco después, cuando la Unión Soviética agredió a Hungría y Checoslovaquia, y Estados Unidos a Vietnam. Tampoco fueron operativos en los casos de violaciones de derechos humanos, en las dictaduras en América Latina y en Indonesia. Cuando uno de los cinco tuvo intereses de por medio, la ONU fue inoperante. Entonces regía el principio de la no injerencia en asuntos internos de los países miembros.
La ONU funcionó -por lo menos mecánicamente- en la primera Guerra del Golfo cuando la intervención originada por la invasión a Kuwait por Saddam Hussein se produjo bajo el auspicio de las Naciones Unidas. Una década después, para la segunda guerra contra Irak, ya la lucha contra el terrorismo superaba el concepto de legalidad internacional. La «no injerencia», que salvó a tantos dictadores, ya no podía ser invocada. La «injerencia humanitaria» vino bien para Kosovo pero no sirvió para Ruanda. La guerra preventiva es la nueva justificación, la misma guerra preventiva que el estatuto de la ONU había rechazado con fuerza en su fundación vista la experiencia con el fascismo y el nazismo. En lugar de invocar la legalidad internacional, tanto Colin Powell como Tony Blair prefirieron cubrirse de vergüenza con una falsa ampollita de armas bacteriológicas e inventando falsas pruebas sobre las armas de destrucción masiva. Como con Hitler y Mussolini, con la guerra preventiva la historia se repite y la legalidad internacional, como la comunidad de naciones, son conceptos superados en 2005.