Biden no comprende que Estados Unidos dejó de ser una potencia solitaria
La contienda bélica en territorio irakí cumplió 18 años el 19 de marzo pasado. En una nota reciente publicada en el portal estadounidense Defense One, titulada “El aniversario de la guerra de Irak debería recordarnos que la guerra contra el terrorismo fracasó”, la analista Julia Gledhill presenta escalofriantes resultados.
Enumera allí que Estados Unidos, desde 2001, ha participado en guerras y combates en numerosos teatros. Y especifica que dicho país “tan solo desde 2018 a 2020 estuvo comprometido en actividades militares contraterroristas en 85 países, 44% del mundo. Las guerras antiterroristas posteriores a los ataques a las Torres Gemelas (11/9/2001) han causado la muerte de más de 800.000 personas, de las cuales 335.000 eran civiles. Han también desplazado al menos a 37 millones de personas, en Afganistán, Irak, Siria, Pakistán, Yemen, Somalía y Filipinas”. Y que estas guerras interminables (forever wars) han costado a los contribuyentes –obviamente norteamericanos– “más de u$ 6,4 trillones” (billones en español).
Desde esta desmesurada historia que marca un descontrolado y trágico intervencionismo militar –y sin reparar en el moderado documento inicial dado a conocer ya con Joseph Biden en la presidencia, denominado Nueva Guía Estratégica Provisional de Seguridad Internacional, que apenas menciona a China y a Rusia– el flamante presidente ha pasado velozmente a embestir, como Quijote a la menos uno, a ambos países y a sus líderes.
En un reportaje que brindó a ABC News, a fines de enero pasado, Biden anticipó que había existido una interferencia electoral rusa en la elección en la que él mismo resultó ganador. El 17 de marzo ratificó, en una entrevista televisiva, esa acusación apoyada en un informe de una de las entidades de inteligencia norteamericanas, del que sólo se revelaron unas vagas imputaciones. Y expresó que el presidente ruso, Vladimir Putin, “pagaría un precio” por ello. Preguntado por quien lo entrevistaba cuáles serían las consecuencias, respondió: “Lo verá pronto”. Repreguntado si pensaba que Putin era un asesino, contestó: “Lo pienso”. Todo lo cual expuso una acusación notoriamente grave, insólita entre mandatarios de tan alto rango.
Como era de esperar, el presidente de la Federación Rusa descalificó rápidamente esa acusación. Entre otras cosas dijo que Estados Unidos tenía una lista de vergonzosos episodios en su historia, como el esclavismo y las bombas atómicas arrojadas en Japón. Pero se privó de entrar en el terreno personal. En este plano se limitó a decir, con una pizca de humor, una frase en ruso equivalente a nuestro conocido “el que lo dice lo es”, pero no pasó de allí. Poco después Putin invitó a su par norteamericano a sostener una discusión abierta entre ambos, que Biden desestimó.
El presidente norteamericano y su homólogo chino Xi Jinping mantuvieron el 22 de febrero un primer y largo contacto telefónico. No hubo versiones oficiales sobre lo conversado. Según fuentes norteamericanas, Biden recaló sobre las cuestiones de Hong Kong, Taiwán y la minoría uigur en la región de Xinjian. De la otra parte, según medios chinos, Xi le respondió que se mantuviera alejado de los asuntos referidos a la “soberanía de China y su integridad territorial”. Según la agencia estatal Xinhua, Xi habría agregado que “un enfrentamiento entre China y Estados Unidos será una catástrofe para los dos países y el mundo”. Fue un encuentro tenso en el que primaron los desacuerdos.
Con posterioridad, el 18 y 19 de marzo se llevó a cabo una primera reunión bilateral en Anchorage, Alaska. La delegación norteamericana estuvo presidida por el Secretario de Estado Antony Blinken y la china por su similar Wang Yi. Blinken retomó los temas de Hong Kong, Taiwan y la cuestión uigur. Fue respondido de manera tajante por Yang Jiechi, integrante de la delegación china, responsable de Asuntos Exteriores del Partido Comunista chino, que replicó que su país se opone firmemente “a la injerencia de Estados Unidos”. Y, entre otras cosas, sugirió que se abandonara “la mentalidad de guerra fría”. No hubo un comunicado conjunto final. Pero lo trascendido indica que ocurrió lo mismo que en la conversación entre los presidentes: no hubo coincidencias y cada parte tomó nota de las diferencias.
Todo indica que hubo un por demás fuerte encontronazo entre la gran potencia del norte y Rusia, y una marcada disidencia entre aquella y China. Así las cosas, es evidente que Biden ha decidido arrancar con pies de plomo y extralimitar unas desconcertantes desavenencias que podrían haber sido tramitadas de una manera más diplomática.
El contexto internacional
En la Nueva Guía Estratégica mencionada más arriba se dice que se evitarán costosas carreras armamentísticas, lo cual es sólo un saludo a la bandera de lo políticamente correcto. Un inexplicable descuido estratégico colocó a Estados Unidos en una situación de rezago respecto de Rusia, su principal antagonista en el rubro atómico. Lo que motivó la puesta en marcha de un reequipamiento de los sistemas armamentísticos norteamericanos. En lo que respecta a los mortíferos artefactos nucleares, Donald Trump inició el desarrollo de un nuevo misil balístico intercontinental basado en tierra (en los llamados silos), destinado a reemplazar a los envejecidos Minuteman III. Asimismo, se opera en la modernización de las ojivas nucleares que transportan aquellos vectores. Por otra parte, desde hace bastante tiempo se viene avanzando también en la construcción de los submarinos nucleares Virginia para reemplazar a los viejos Ohio, y más recientemente en el desarrollo de los Columbia. Estos ejemplos no agotan los casos. Hay más iniciativas en marcha, lo que configura una armamentística carrera norteamericana para recuperar terreno.
Rusia, por el contrario, ha tomado una distancia considerable. Ha incorporado a su ya consistente arsenal nuclear, novedades tales como el misil Sarmart, de un corto rango de vuelo que lo pone a cubierto de intercepciones, que porta una variedad de ojivas nucleares, algunas de ellas hipersónicas. O, entre otros, un sistema subacuático no tripulado, de propulsión nuclear, que lleva de una ojiva que puede ser tanto nuclear como convencional.
China, asimismo, ha acelerado el desarrollo de sus capacidades militares que incluyen también sistemas de armas atómicas. Su inevitable necesidad de protección de los Mares de la China del Sur y Oriental la han llevado a incrementar notoriamente su armada, que compite hoy en número –sólo en número– con la norteamericana. Tiene, además, el ejército de tierra más numeroso del mundo, cada vez mejor equipado en el plano convencional.
La agria y peligrosa confrontación de estos tres se despliega también en otras esferas. Un ejemplo de ello es el resurgimiento del Diálogo de Seguridad Cuadrilateral, que integran Estados Unidos, Japón, Australia e India, cuyo propósito central es contrarrestar la influencia china en la región del Indo-Pacífico. Y otro, el crecimiento de la relación entre China y Rusia que se ha expresado en diversas ejercitaciones militares combinadas y en el apoyo a Irán, entre otros campos. Probablemente, el desentendimiento en curso con los Estados Unidos impulsará, también, esos lazos.
Final
Tiene razón China: Taiwán, Hong Kong y Xinjian son cuestiones de soberanía territorial que le atañen con exclusividad. Son parte del territorio chino desde un tiempo inmemorial. Es una grosería intentar convertirlas en temas de discusión de una bilateral, que además es la primera entre ambas partes.
Y se equivoca también el propio Biden cuando acusa públicamente a Putin sin ningún elemento de prueba. Si la información que tiene es secreta no debería ni haberla mencionado, y si no lo era debió mostrarla. Así de sencillo. Aceptar, a secas, que lo considera un asesino es incalificable.
Estados Unidos ha dejado de ser una superpotencia solitaria. Da la impresión de que Biden no comprende aún que las cosas han cambiado y que se ha instalado en el orbe una doble polaridad. Una enfrenta a Estados Unidos y Rusia en el plano militar. Y la otra a Estados Unidos y China en el económico-comercial. Tampoco parece haber digerido que Rusia y China mantienen activos lazos asociativos, como se ha señalado más arriba. Sería conveniente que lo entendiera para no seguir tensando peligrosamente una cuerda entre pares, en un mundo al que las disidencias, las rigideces y las confrontaciones entre ellos podrían ensombrecer aún más que una pandemia.