El bombardeo sobre la población somalí ha supuesto un nuevo paso más de la estrategia intervencionista y unilateral que Washington ha venido desplegando por todo el mundo en los últimos años. Nuevamente adornaran la matanza de civiles bajo el manto argumental de supuestos objetivos militares y «terroristas», y otra vez más este rumbo de la […]
El bombardeo sobre la población somalí ha supuesto un nuevo paso más de la estrategia intervencionista y unilateral que Washington ha venido desplegando por todo el mundo en los últimos años. Nuevamente adornaran la matanza de civiles bajo el manto argumental de supuestos objetivos militares y «terroristas», y otra vez más este rumbo de la política exterior norteamericana acabará convirtiéndose en la mejor baza para los mismos que Estados Unidos dice combatir.
A primera vista se puede hacer una doble lectura sobra las intenciones de los neoconservadores tras realizar ese ataque. Por un lado estaría la clave interna, con una acción militar que sirve como base a todo el entramado ideológico que en torno a las agencias norteamericanas se ha venido desarrollando en el pasado, el cual además mostraría su disposición a mantener esa línea política en vísperas de la esperada intervención de Bush sobre Iraq. Además es un paso más en el pulso que mantienen esos neoconservadores con otras corrientes (ahí estarían los mal llamados realistas, los demócratas, los moderados.) dentro de los aparatos de seguridad, defensa e información de estados Unidos.
Además nos encontramos también con la lectura en clave externa, esta aderezada de un discurso a tono con la llamada «guerra contra el terror» que es el soporte de buena parte de las intervenciones norteamericanas de los últimos años. El temor estadounidense a que en el Cuerno de África acabe instalándose un régimen de estilo al de los talibanes en Afganistán es un socorrido recurso para aquellos que no quieren ver más allá de lo que plantean los políticos de la Casa Blanca. Sin embargo, en Somalia se vuelven a repetir los errores de bulto que ya se sucedieron en Iraq, y que sirvieron también como argumentos para justificar el ataque, la invasión y posterior ocupación del país, con la catástrofe que ello ha supuesto para el conjunto de la población de aquel país.
En Somalia se ha querido inflar la supuesta presencia de militantes jihadistas extranjeros, presuntos aliados de la Unión de Tribunales Islámicos (UTI), y las fuentes de información de las que se ha servido Washington buscaban la intervención estadounidenses en consonancia de sus propios intereses. Así, el Gobierno Federal Transitorio (GFT), desechado en su momento por todos, pero que ha sido el último clavo al que se ha agarrado EEUU, deseaba recuperar los favores de Bush y compañía, consciente de que esa es la única vía para mantener ciertas parcelas de poder en el caótico panorama somalí.
Por su parte el gobierno de Etiopía, y en clave interna, leía con preocupación el ascenso islamista en Somalia, pues podría suponer un modelo a imitar en su país, así que también se lanzó a la carrera por convertir en información «clasificada» la presencia islamista extranjera en el vecino país. Gracias a ello, los sectores más neoconservadores de EEUU, han concedido apoyo técnico y militar a Etiopía, para que llevase a cabo la invasión de Somalia y le hiciese el trabajo sucio, mantener en un primer momento las tropas de tierra ocupantes, al tiempo que asumen las bajas que ello conlleva.
Y otras vez más los ideólogos norteamericanos se han vuelto a equivocar. No es tan sólo las matanzas indiscriminadas de civiles somalíes, presentados dentro de poco y cínicamente como víctimas colaterales de la acción militar estadounidenses, sino que el efecto deseado puede volverse cuan efecto boomerang contra EEUU. La población somalí no ha olvidado la última presencia militar de los militares estadounidenses en el país, que acabó tras el llamado «Malinti Rangers» (el día de los Rangers), nombre como se conoce en Somalia el 3 de octubre de 1993, cuando las tropas de EEUU tras perder dos helicópteros masacraron a los civiles de la capital, Mogadiscio. A ello se añade la presencia de un odiado ejército de ocupación etiope, y todos ellos apostando por un gobierno que es una mera marioneta de esos actores extranjeros. En este sentido son significativas las declaraciones del presidente interino de Somalia, Abdullahi Yusuf, que ha manifestado que «EEUU tiene el derecho a bombardear a los sospechosos de atacar sus embajadas en Kenya y Tanzania», una verdadera muestra de la subordinación del GFT a los designios de Washington.
Lo que en un principio se nos presenta como una intervención dirigida a evitar la presencia de militantes jihadistas en la región, ha contribuido en realidad a aupar a los sectores más radicalizados de la Unión de Tribunales Islámicos a primera línea. Además les ha servido en bandeja a los ideólogos de al-Qaeda una nueva oportunidad para lanzar su mensaje proselitista en una región de gran importancia geoestratégica, y con miles de personas enojadas por las matanzas estadounidenses y dispuestas a responder militarmente también eses tipo de agresiones. Una vez más, la política exterior norteamericana nos quiere hacer comulgar con la cuadratura del círculo, haciéndonos creer que lo mejor para apagar el fuego es echar más gasolina, y así les va, y también así nos va al resto del planeta.
Txente Rekondo.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)