Parece estar agotándosele el tiempo a Islamabad para resolver de una vez la cuestión de Baluchistán; la provincia occidental es la más extensa y rica en recursos naturales del Pakistán y a la vez la menos poblada y la más olvidada a la hora de la distribución de beneficios del Gobierno central.
Esta realidad se produce desde el momento de su anexión forzada en 1948 al recién fundado Pakistán, tras la partición de India en 1947, después de la retirada británica, que había imperado en la región por tres siglos y medios.
Los planteamientos políticos y las acciones cada vez más contundentes de la insurgencia armada de grupos como el Ejército de Liberación de Baluchistán (BLA), el Ejército Republicano de Baloch (BRA) o el Frente de Liberación de Baluchistán (BLF) se hacen insostenibles para el Gobierno del Primer Ministro Shehbaz Sharif, que no encuentra más respuesta que una represión tan salvaje contra todo lo que se acerque a lo que se conoce como el naraaz baloch (fanatismo baluch).
Además, el actual Gobierno federal, que el pasado día 3 de marzo cumplió un año en el cargo tras haberse impuesto en unas elecciones amañadas por Washington, el ejército y el establishment político y económico del país, se encuentra cercado por una problemática que persigue al país en el tiempo y que no solo no se resuelve, sino que se agrava, arrastrando a los casi 250 millones de pakistaníes a una debacle que, cuando estalle, repercutirá mucho más allá de sus fronteras.
Los mismos tres sectores que han colocado a Sharif en el poder son los responsables de haber derrocado, en abril de 2022, al entonces Primer Ministro, Imran Khan, la figura más popular del país en los últimos treinta años, más allá de su condición de exestrella mundial del cricket.
Durante su mandato 2018-2022, Khan intentó terminar con las políticas marcadas históricamente por el Departamento de Estado norteamericano para su país. Iniciando un importante acercamiento a China y Rusia, quitándole poder al ejército, un verdadero Estado dentro del Estado, y contener la injerencia de la “embajada” en cuestiones que atañen al Estado pakistaní.
El resultado entonces fue el previsible: una moción de censura parlamentaria lo sacó de su cargo y un proceso judicial, digitado por la troika un año después de su destitución, lo condenarían a catorce años de prisión, al igual que a su mujer.
A pesar de que con esta pena Khan ha sido prácticamente borrado del escenario político, cada una de sus declaraciones conmueve los cimientos del poder.
Entre muchas de las políticas abortadas tras la caída de Khan, también quedó de costado la cuestión de Baluchistán, a donde había viajado en varias oportunidades para generar proyectos del desarrollo económico para la provincia.
En recientes declaraciones, Khan se refirió al gobierno provincial como ilegítimo, que triunfó en las elecciones del año pasado, digitadas desde Islamabad, temiendo, dijo, que se repitan los errores de 1971, cuando en el marco de la guerra independentista de Pakistán Oriental (actual Bangladesh), los separatistas baluchis se alzaron contra el Gobierno central, lo que terminó con entre diez mil y treinta mil muertos y el establecimiento de un Estado represivo en la provincia, que prácticamente se mantiene hasta hoy.
Además, Khan ha denunciado el uso de munición real contra manifestantes, detenciones y desapariciones forzosas. A esta lista habría que agregar las denuncias de torturas por ejecuciones extrajudiciales.
Si bien de alguna manera Shehbaz Sharif y los suyos han conseguido, al menos por ahora, neutralizar a Khan y mantener en caja a Baluchistán solo a fuerza de políticas represivas, el panorama de dificultades a las que se enfrenta lo convierten en un Gobierno vulnerable, supeditado principalmente a los mandatos de los Estados Unidos y a consensuar cualquier medida trascendente con los mandos del ejército.
La grave crisis económica ha convertido a Pakistán en el cuarto mayor deudor mundial del FMI. En mayo llegará al país una delegación del Fondo para un nuevo préstamo de mil millones de dólares. Tampoco el Gobierno ha podido revertir su situación, a pesar de las multimillonarias inversiones chinas en infraestructura, como el puerto de Gwadar, sobre el mar Arábigo, justamente en Beluchistán, además de la construcción de carreteras y líneas ferroviarias, en el contexto del Corredor Económico China-Pakistán (CPEC).
Quizás sea esta la razón por la que, a pesar del alineamiento con Washington, Donald Trump haya incrementado sus famosos aranceles a Pakistán en un veintinueve por ciento. Trump, además, olvidó rápidamente la detención por parte de Inter-Services Intelligence (ISI), el omnisciente servicio de inteligencia del ejército pakistaní, de Mohammad Sharifullah, ya extraditado a los Estados Unidos. Sharifullah, uno de los emires del Dáesh Khorasan (ISKP), había sido ubicado en la frontera con Afganistán, en febrero pasado, buscado por ser el estratega del ataque al aeropuerto de Kabul en agosto del 2021, que dejó cerca de doscientos muertos, entre ellos trece militares norteamericanos.
Aunque quizás las problemáticas económicas no sean los escollos principales a los que se enfrenta Shehbaz Sharif, quien además de lidiar con la insurgencia beluchi, se enfrenta al Tehrik-e-Taliban Pakistanies, (TTP) el grupo armado más activo de la más de media docena de organizaciones insurgentes que con distintas causas operan en el país.
Si bien los mullah afganos han repetido hasta el cansancio que el TTP no recibe ningún tipo de ayuda por parte de ellos, Islamabad ha acusado a Afganistán de brindarles respaldo, lo que pareciera estar precipitando a ambas naciones a una guerra abierta. (Ver: Juegos de Guerra sobre la Línea Durad, I, II y III).
Otro de los graves focos de tensión es la región de Cachemira, en disputa con India desde 1947, que a pesar de las tres guerras que han mantenido y la infinidad de choques fronterizos que se producen prácticamente a diario, la cuestión está lejos de ser resuelta por lo que continúa siendo una herida lo suficientemente profunda lo que permite que cualquier enemigo interno tanto de Nueva Delhi como de Islamabad, o alguna necesidad política de los gobiernos de ambas naciones, solo con un par de disparos al aire de uno u otro lado de la Línea de Control (LoC) para encender la frontera.
Baluchistán vela sus armas
Desde 1948 se han producido al menos cinco levantamientos armados de importancia contra Islamabad, y el que se vive en este momento, puede convertirse en el más letal y acciones como la toma del Expreso Jafar el 11 de marzo pasado, por parte del Ejército de Liberación de Baluchistán (BLA) que hace el trayecto Quetta, capital de Beluchistán, y Peshawar, la capital de la provincia de Khyber Pakhtunkhwa con un recorrido de más de mil trescientos kilómetros, apuntalan esa teoría.
Los que se había presentado como una victoria del ejército, tras recuperar el expreso, (Ver: Pakistán, el asalto al Jafar Express), con el paso de las semanas no solo se evidencian las mentiras de la información oficial, sino lo desastrosa que ha sido la operación que se extendió por unas treinta y seis horas. A pesar de que entre los 450 cincuenta pasajeros había por unos doscientos hombres pertenecientes a las fuerzas de seguridad. Habiendo producido más bajas entre los pasajeros y no tantas como se dijo en un primer momento, donde se habló de unos treinta los milicianos del BLA muertos.
Tras la exitosa Operación Bolan, como se ha conocido la toma del tren, por parte del BLA, sus financiadores locales están exigiendo que se sigan intensificando sus acciones para seguir con su apoyo. Ejemplo de los nuevos recursos con que cuenta los milicianos beluchis que décadas atrás, tanto su traza desaliñada y su armamento poco o nada los diferenciaba de una vulgar banda de asaltantes. En la actualidad estas formaciones están equipadas con uniformes de alta calidad, en algunos casos térmicos y equipo militar, miras infrarrojas, teléfonos satelitales, drones, fusiles de alta precisión como el Dragunov y los clásicos AK-47 y AK-74, de última generación.
Esta sustantiva diferencia para muchos está basada en que detrás de los financiadores locales se encuentra nada menos que Nueva Delhi, que como el Inter-Services Intelligence, apoya la insurgencia musulmana en la región de Cachemira, los indios lo hacen con los baluchis, e incluso con el TTP y los talibanes afganos.
Tras el ataque a Expreso Jafar, el Ministro Principal (gobernador) de Baluchistán, Sarfraz Bugti, en declaraciones a la prensa dijo que Pakistán tiene pruebas concretas de la financiación de India en los atentados, aunque no presento las pruebas que dijo tener.
El BLA, se ha hecho fuerte en el inaccesible Paso de Bolan, un valle entre los mil y dos mil metros, en la ruta del Jafar Express en la provincia de Baluchistán, tras haberse recuperado de la Operación Radd-ul-Fasaad (Liquidación de la anarquía) implementada por el ejército en febrero de 2017.
En 2023 una sequía de tres años en la región de Chagai, justamente en el área donde se hicieron las primeras pruebas nucleares, empujó miles de jóvenes al exilio o a incorporarse a la insurgencia baluchi para velar sus armas.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asía Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC
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