Si bien los insurgentes acordaron con Islamabad un alto el fuego en junio último, finalmente se canceló el pasado 28 de noviembre, dada la cantidad de violaciones que tuvo de ambos lados, por lo que el TTP ordenó a sus militantes recomenzar los ataques en todo Pakistán.
Las acciones terroristas del Tehreek-e-Taliban Pakistan (TTP), que nunca se detuvieron, fueron particularmente virulentas en una docena de distritos de la provincia de Khyber Pakhtunkhwa (KP) y se han incrementado en los últimos meses, donde se han reportado 118 atentados desde mediados de agosto hasta fin de noviembre, en los que al menos 38 hombres de las fuerzas de seguridad y 17 civiles murieron.
En el marco de estas acciones, el pasado domingo 18 un militante que estaba siendo interrogado en dependencias del Departamento de Lucha contra el Terrorismo (CTD) de la ciudad Bannu, en la provincia de KP, a 350 kilómetros al oeste de Islamabad, consiguió arrebatar un fusil AK-47 a unos de sus guardias y tras abrir fuego mató matar a uno de ellos, reducir a otros dos y liberar a todos sus “hermanos” quienes tomaron una cantidad no especificada de rehenes. Aunque más tarde se pudo confirmar que eran seis los retenidos por los terroristas, cuatro miembros del ejército y dos oficiales antiterroristas, y que uno de ellos había muerto en el inicio de la crisis. Los terroristas detenidos en el CTD se encontraban allí desde enero de 2022, lo que está en contra de las leyes, que prohíben que este tipo de departamentos puedan tener detenidos.
A partir de ese momento las autoridades lanzaron una serie de acciones para recuperar el CTD, evitar la fuga de los muyahidines y rescatar con vida a los policías retenidos, para lo que se estableció un cinturón de seguridad en torno al edificio tomado, para evitar la fuga de los militantes e impedir que recibieran ayuda desde el exterior.
Además, las autoridades que enviaron a la zona efectivos militares y fuerzas policiales especiales, ordenaron a los vecinos que no salieran a las calles, el cierre de todas las escuelas y universidades del distrito, suspender el transporte público, el tránsito de cualquier vehículo por rutas cercanas y se estableció un bloqueo informativo interrumpiendo el acceso internet y la trasmisión televisiva. Al tiempo que los hospitales han sido puestos en alerta máxima y fuerzas de seguridad peinaban el área para neutralizar cualquier acción terrorista.
En un primer momento de las negociaciones en Kabul entre los terroristas y las autoridades pakistaníes, acompañadas por una jirga (asamblea de consenso) de 16 miembros compuesta por clérigos eminentes, ancianos locales y comerciantes, corrió la versión de que el TTP exigía un corredor seguro para llegar a la frontera con Afganistán, a menos de 40 kilómetros de Bannu, a cambio de la vida de los rehenes. Aunque más tarde la misma organización insurgente aclaró que los captores querían ser trasladados a áreas tribales en el norte o el sur de Waziristán y que el Gobierno no había respondido a lo solicitado. Esas dos provincias conforman una vasta región tribal, fronteriza con Afganistán, que ha sido históricamente, dada su escarpada geografía, un santuario para los combatientes de ambos lados de la frontera.
Más allá de la pretensión de los muyahidines, el primer punto planteado impidió el avance de otros aspectos de la negociación, a pesar de la presión de la jirga, que es quien lleva la voz de los familiares y ancianos tribales, una autoridad de hecho en las comunidades rurales, de donde provienen la mayoría de los milicianos.
Al tiempo que se estaban llevando a cabo las negociaciones, se conocía que unos 50 muyahidines asaltaron una estación de policía en la ciudad de Wanna, en el distrito de Waziristán del Sur, a unos 200 kilómetros al sur de Bannu, durante la mañana del martes. El personal policial fue reducido por los milicianos y se rindió, por lo que los asaltantes pudieron saquear el arsenal y escapar con varios vehículos policiales.
Un día antes de la toma del CTD, que es parte de una base militar permanente del ejército, por lo que además de armamento y otros insumos contenía información muy sensible para que cayese en manos de los terroristas, el TTP se había adjudicado el asesinato cuatro policías tras la toma de la comisaria de Bargai en el área de Lakki Marwat, un distrito próximo a Bannu en la noche del lunes cuando se realizaban las negociaciones en Kabul, Afganistán. Esa noche del lunes un shahid (mártir) atacó un convoy de seguridad en Waziristán del Norte, matando al menos a dos civiles y un soldado. Mientras el mismo lunes, en otro ataque en la ciudad suroccidental de Khuzdar, en la provincia de Baluchistán, 13 personas resultaron heridas tras un atentado en un importante mercado de la ciudad baluch.
En un comunicado del lunes, los talibanes pakistaníes confirmaron que habían tomado de rehenes a varios oficiales del ejército y personal penitenciario del departamento antiterrorista. Mientras, el vocero del Gobierno de Khyber Pakhtunkhwa dijo que la instalación estaba rodeada y que una operación para recuperar el control del edificio “se completaría pronto”.
Buscar y matar
Tras el atascamiento de las conversaciones de Kabul, el martes comandos del Grupo de Servicios Especiales (SSG) penetraron en el CTD matando a los militantes detenidos, tras lo que el Ministro de Defensa, Khawaja Asif, declaró ante el Parlamento que todos los rehenes fueron liberados por el ejército en la operación, en la que murieron dos comandos y varios soldados, incluido un oficial, resultaron heridos mientras 33 de los muyahidines resultaron muertos, sin especificar si había sobrevivientes entre ellos, ya que siempre se habló de que eran 50 los detenidos en Bannu.
Sin duda esta matanza expone al país centroasiático a una profundización del conflicto con el TTP, que desde su fundación en 2007 produjo unos 70.000 muertos, a pesar de que su fuerza sufrió una merma importante cuando en 2014 Islamabad lanzó una campaña para su neutralización.
Más allá de la coincidencia en la denominación, el Tehreek-e-Taliban Pakistan formalmente nada tiene que ver con sus vecinos afganos más allá de su mirada fundamentalista sobre el islam y su interpretación del Corán, y mucho más ahora, cuando el Gobierno del Emirato Islámico de Afganistán, tras la toma del poder en agosto del año pasado, debe respetar no solo los acuerdos con Estados Unidos, que apuntan a su relación con grupos terroristas, sino que saben que están siendo observados por la comunidad internacional, de la que tanto necesitan ahora para el desarrollo de los 37 millones de afganos.
El TTP, en sí mismo, es una “confederación” de grupos terroristas que operaban en Pakistán creados a imagen y semejanza de sus “hermanos” del norte, con quienes colaboraron durante el largo periodo de la invasión norteamericana (2001-2021).
Más allá del terrorismo, el Gobierno del Primer Ministro Shehbaz Sharif, llegado al poder tras un golpe institucional contra Imran Khan en abril pasado, se encuentra cada vez más jaqueado por la multiplicidad de problemas que vive el país. Entre los más urgentes resolver los daños dejados por las grandes inundaciones, producidas por el cambio climático, que provocaron que en varias provincias las lluvias sean ocho veces superiores a la media anual, arruinando sembradíos e infraestructuras y que borraron o afectaron gravemente a infinidad de aldeas, rutas, caminos instalaciones sanitarias y un etcétera demasiado extenso para la endeble posición económica del país con su deuda externa, incremento de la inflación y desocupación, así como con los grupos separatistas de Baluchistán, la campaña opositora de Khan que sigue acumulando fuerzas como para poder borrar al Gobierno en las próximas elecciones y mucho más tras el atentado de noviembre (Ver: Pakistán los muertos que vos matáis…).
Al tiempo que en el plano internacional no solo debe seguir lidiando con India, un enemigo jurado desde la partición de 1947, sino con la ambivalente relación con Afganistán y los mullahs, que no dejan de percibir a sus vecinos como un ariete de los Estados Unidos. Además, y fundamentalmente, replantear su relación con China, ahora que Washington se ha vuelto a apoltronar en Islamabad y presiona para romper la alianza estratégica con Beijing, la nueva ruta de la seda mediante, que significa la fuente de divisas más importante para los 220 millones de pakistaníes.
Un paisaje mucho más aterrador que la toma del Departamento de Lucha contra el Terrorismo.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.
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