La expresión es común y corriente: se gana tiempo para entregar un trabajo atrasado, o calmar a los acreedores, o cumplirle una promesa a la mujer, y para tantas otras cosas. Los estadounidenses, más pragmáticos, dicen «comprar tiempo». Es lo que procura W. Bush y su complaciente comandante en jefe de las tropas en Irak, […]
La expresión es común y corriente: se gana tiempo para entregar un trabajo atrasado, o calmar a los acreedores, o cumplirle una promesa a la mujer, y para tantas otras cosas. Los estadounidenses, más pragmáticos, dicen «comprar tiempo». Es lo que procura W. Bush y su complaciente comandante en jefe de las tropas en Irak, el general David H. Petraeus. En el informe que rindió ante el Senado de EE.UU. el lunes y el martes pasados anunció que hay progresos en Irak, aunque calificó de «compleja, difícil, a veces frustrante» la situación en el país invadido, afirmó que la victoria es posible, aunque «no será rápida ni fácil», y que no puede haber retirada del «aumento» de 30.000 efectivos sumados a los 135.000 ya en el lugar antes de agosto del 2008, con excepción de los 5700 que Bush, cediendo a las presiones, dijo que retiraría en diciembre y que en cualquier momento pueden ser regresados a Irak. El senador republicano Chuck Hagel, veterano de Vietnam, formuló una preguntita al general: «¿Adónde va a parar esto? ¿Seguiremos invirtiendo sangre y dinero norteamericanos para qué? El presidente dice que le dejen comprar tiempo. ¿Comprar tiempo? ¿Para qué?» Tal vez no sea imposible contestarle. La respuesta es Irán.
Los indicios sobran. El presidente Bush ha virado de amenazar a Irán con «un holocausto nuclear» si continúa el enriquecimiento de uranio, a acusarlo de abastecer a la insurgencia iraquí de los llamados «artefactos explosivos improvisados» (IED, por sus siglas en inglés), de manufactura casera. Abundan en la prensa norteamericana trascendidos en la misma dirección: dicen que hay pruebas contundentes, pero nadie las presenta. El general Peter Pace, jefe saliente del Estado Mayor Conjunto, declaró en su momento que no había evidencia alguna en apoyo de esas afirmaciones. No importa demasiado, tampoco la había sobre las armas de destrucción masiva de Saddam Hussein.
Los pasajes más importantes de las declaraciones de Petraeus se refieren a Irán (www.crookksand liars.com, 10-9-07), al que constantemente señala como el culpable de la falta de mayores progresos en Irak. Se precia de haber capturado a los líderes de «los grupos especiales apoyados por Irán, así como a un jefe operativo libanés de Hezbolá que apoya las actividades iraníes en Irak», pero se abstiene de explicar cuáles son esos líderes y quién es el miembro de Hezbolá, nada menos que en una audiencia ante el Senado Y si hay violencia «etnosectaria», dice, se debe en parte a las «perversas acciones de Siria y, especialmente, de Irán». Tampoco aclara en qué consisten dichas acciones. No le molesta inventar: afirma que sus tropas capturaron al subcomandante del «departamento 2008 de Hezbolá», perfectamente ignoto salvo para él, cuyos elementos «han asesinado y secuestrado a dirigentes del gobierno iraquí, matado y herido a nuestros soldados con IED de técnica avanzada proporcionados por Irán». Como asegura una solicitada de la agrupación pacifista Mov.On.org, el general Petraeus «es un militar siempre en guerra con los hechos» (The New York Times, 10-9-07). Y otra preguntita le aguardaba.
El senador John Warner, también republicano, le espetó a Petraeus: «Espero que en el fondo de su corazón sepa usted que con esa estrategia habrá más bajas, se mantendrá el esfuerzo de nuestras tropas, la tensión de sus familias, la tensión de todos los estadounidenses… ¿La continuación del ‘aumento’ hará que EE.UU. gane en seguridad?». La respuesta del general: «Señor, en realidad no, estoy seguro». Algo desconcertante si no se percibe que ese «aumento» tiene a Irán por objetivo. No bastó para secar en seis meses el pantano iraquí y no ha producido mayores variantes en el curso de la guerra. La Casa Blanca insiste en que la violencia ha disminuido y es verdad, sólo que a costa de modificar el significado de la palabra: los militares muertos en las carreteras por el estallido de bombas artesanales ya no cuentan (Los Angeles Times, 4-9-07); las víctimas baleadas en el rostro, tampoco (Washington Post, 6-9-07); mucho menos los que pasan a mejor vida en los enfrentamientos chiítas versus sunnitas (Center for Strategic and International Studies, 6-8-07). W. Bush está «comprando tiempo» para desatar la que algunos comentaristas han bautizado ya «la Cuarta Guerra Mundial».
Una moneda usada -en más de un sentido- para semejante compra es la reaparición de Osama bin Laden en vísperas del sexto aniversario del 11/9. El video que lo muestra con la barba negra y rizada despertó dudas. El senador republicano Norman Coleman preguntó al director de Inteligencia Nacional, Michael McConnell, si esa barba era auténtica, dado que se la veía siempre gris y lacia en los videos anteriores (www.rawstory, 10-9-07). Es que Osama aparece cada vez que Bush lo necesita para atizar fervores bélicos alicaídos. Con ocasión de la «BlackHat conference» que se llevó a cabo en Las Vegas del 1 al 3 de agosto de este año, el experto norteamericano Neal Krawetz demostró acabadamente que la empresa IntelCenter, estrecha colaboradora del Pentágono, manipula esos videos (blog.wired.com). Y luego: ¿cómo se explica que un sistema informático tan avanzado como el estadounidense no pueda localizar a una pequeña agencia terrorista que produce videos tan modestos? Tal vez por el mismo motivo que impide a fuerzas armadas y servicios de inteligencia tan poderosos como los de EE.UU. localizar a Bin Laden.