Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Si Cowboys y Aliens -el divertido exitazo estival con Daniel «007» Craig y Harrison «Indiana Jones» Ford- se filmara en Sinkiang, en el Lejano Oeste de China, los vaqueros serían uigures étnicos y los alienígenas el Ejército Popular de Liberación (ELP) chino de la etnia Han. Desde luego, no hablamos de diversión estival, sino de una explosiva tragedia que dura décadas.
Los medios chinos, siguiendo la línea oficial del gobierno de la ciudad de Kashgar, han culpado a un grupo de «extremistas religiosos» dirigidos por «militantes entrenados en campos terroristas en el extranjero» de la reciente conflagración del fin de semana pasado en Sinkiang, que causó seis muertos y 15 heridos.
El «grupo terrorista» es el Movimiento Islámico de Turkestán Oriental (ETIM, por sus siglas en inglés) que apareció a mediados de los años ochenta, considerado ampliamente en China como el más peligroso de los grupos «separatistas» de Turkestán Oriental. La historia oficial es que los militantes «incendiaron un restaurante» y luego, esgrimiendo hoces y cuchillos, comenzaron a «matar civiles al azar».
Las ramificaciones geopolíticas pueden ser terribles. Como el ETIM está basado en las porosas áreas tribales de AfPak, lo que equivale a que China esté acusando directamente a Pakistán de albergarlos. Pekín, así como la ONU, consideran que el ETIM es una organización terrorista. Sin embargo, como las áreas tribales escapan en gran parte al control de Islamabad, incluso el ISI no lleva la cuenta de cuántos uigures están empotrados en las redes de los talibanes paquistaníes y de al-Qaida.
Lo que sorprende, es que Pekín, descrita por el primer ministro paquistaní Yousef Gillani como «la mejor amiga de Pakistán» y vista unánimemente por el establishment en Islamabad como una «amiga en todo momento» haya tolerado la acusación de la ciudad de Kashgar solo un día después que el jefe del ISI, teniente general Ahmed Shuja Pasha, estuvo en China discutiendo exactamente la situación Uigur.
Además, China ahora se une a India y Afganistán en la enérgica protesta contra grupos de la línea dura separatista o yihadistas basados en Pakistán. Lo último que la asediada Islamabad necesita actualmente es que Pekín sospeche que alberga y protege a «terroristas».
Una nueva Revolución Cultural
La reacción en Sinkiang fue dura pero atenuada. Dos uigures sospechosos fueron rápidamente eliminados por la policía local en las afueras de Kashgar mientras el EPL cubría el centro de la ciudad de unidades paramilitares y vehículos antidisturbios, especialmente la conflictiva Plaza del Pueblo, con su característica estatua gigante de Mao Zedong.
Al otro extremo del espectro, la exiliada estrella Rebiah Kadeer, presidenta del Congreso Uigur Mundial basado en Washington (y considerado como una plaga en Pekín), dijo en una declaración por correo electrónico que ella no puede culpar a los uigures «que realizan semejantes ataques porque han sido llevados a la desesperación por las políticas chinas».
Los uigures se han convertido en una minoría en Sinkiang -cerca de un 41% en disminución, debido al ininterrumpido influjo de chinos Han- pero constituyen la mayoría en Kashgar.
Después de la apertura de la Carretera Karakoram entre China y Pakistán, miles de jóvenes uigures estudiaron el Islam en el extranjero hasta mediados de los años noventa, participando en escuelas religiosas en Pakistán, Egipto, Turquía y Arabia Saudí. Unos pocos también fueron a Yemen y Qatar.
El problema, argumentaría China, es que los que retornaron a Sinkiang eran en la mayoría de los casos deobandis, salafistas y wahabíes. Durante los últimos años algunos uigures que regresaron de Asia Central también abrieron células de Hizb-ut Tahrir en Sinkiang. Hizb-ut Tahrir se muestra extremadamente crítico de las políticas de Pekín.
Por lo tanto el infernal mecanismo de los disturbios en Urumqi en julio de 2009 en los que murieron casi 2020 personas parece haber reaparecido.
Incluso si lo que pasó en Kashgar está de lejos de ser una violencia carente de sentido de un puñado de uigures salvajes, o una conspiración extranjera para debilitar la soberanía china y su actual ruta non-stop a la prosperidad, lo que preocupa es que esto no sea solo la línea oficial; la narrativa es compartida por una abrumadora mayoría de la opinión pública china.
Mientras tanto tiene lugar un renacimiento de los Guardias Rojos en China -una Revolución neo-Cultural febrilmente patriótica en la cual grupos al estilo de Twitter y Facebook han reemplazado el Pequeño Libro Rojo de Mao- los intelectuales chinos critican abrumadoramente a Pekín por ser demasiado «blanda» con sus minorías étnicas, y exigen que actúe con más dureza contra los uigures y tibetanos.
¿Ruta de la Seda o carretera de las balas?
Sinkiang, rico en petróleo y gas, tiene 1,6 millones de kilómetros cuadrados, vastos desiertos y fronteras con no menos de 8 países asiáticos. Sinkiang es mucho más que la «primera línea contra el terrorismo» de China. También es el núcleo del sueño de China de ser la estrella de la Nueva Ruta de la Seda.
Incluso la secretaria de Estado de EE.UU. Hillary Clinton, en su reciente viaje a Chennai en India, sucumbió ante el encanto. «Trabajemos juntos para crear una nueva Ruta de la Seda», dijo, identificando «una red y circuito de conexiones económicas y de tránsito».
El Departamento de Estado de EE.UU., el Pentágono y think tanks de Washington han sido poseídos por la fiebre de la Ruta de la Seda. Se han producido ambiciosas estrategias para la Nueva Ruta de la Seda, que tratan todas de deconstruir una miríada de factores históricos, sociales, culturales y económicos que puedan combinarse para que surjan Nuevas Rutas de la Seda.
Las rutas, claro está, tienen que ver en última instancia con comercio, desde China, a través de los «estanes» centroasiáticos y el Cáucaso, cruzando Eurasia hacia Europa.
La Ruta de la Seda histórica -en realidad, un laberinto de rutas interconectadas- abarcaba otrora Asia del Sur, Central y del Este y una gran parte de Medio Oriente.
Pero un renacimiento total en el Siglo XXI de la Ruta de la Seda implicaría, como mínimo, (y es una lista muy corta):
- Paz en Afganistán (que incluiría la terminación de la carretera circular de 2.200 kilómetros eternamente en construcción durante los últimos nueve años y financiada sobre todo por EE.UU. y Arabia Saudí).
- No más sanciones de la ONU o de EE.UU. contra Irán.
- No más barreras comerciales de Uzbekistán contra el vecino Tayikistán (un argumento secundario de las guerras del agua, ya que los tayikos planean la construcción de un inmenso proyecto hidroeléctrico y los uzbekos los acusan de «robar» sus aguas).
- El fin del aislamiento de Turkmenistán, donde los viajes para entrar y salir del país siguen siendo una odisea.
- Un Pakistán estable, libre de yihadistas.
- Una solución conjunta India-Pakistán del drama de Cachemira.
- Y en lo que respecta a China, un Sinkiang estable donde se trate por igual a los uigures y los chinos Han.
China no debería subestimarse la solidaridad étnica de Asia Central con los uigures.
En una pista paralela, hay similitudes esclarecedoras entre cómo trata Pekín a Sinkiang, rico en recursos y cómo trata Islamabad a Baluchistán, rico en recursos. Muchos baluchis, indignados por décadas de discriminación y explotación por el gobierno central, sienten un fuego separatista muy similar al de los uigures.
¿Autonomía o yihad?
Luego existe el espectro de la Primavera Árabe. Think tanks chinos han estado trabajando intensamente en la producción de informes extremadamente detallados para la dirigencia colectiva sobre cómo debería reaccionar China ante el impulso de democratización en MENA (Medio Oriente-Norte de África).
El juicio de Hosni Mubarak en Egipto puede haber alborotado las aguas en Pekín. Pero el hecho de que la Casa de Saud desplegó básicamente una implacable estrategia contrarrevolucionaria en toda la región puede haber servido para calmar los temores chinos (esto no deja de tener relación con el simple hecho de que Arabia Saudí sea un proveedor crucial de petróleo para China).
La cuestión candente es qué será necesario para que Pekín ajuste su modelo de modernización tal como se aplica en Sinkiang, considerando finalmente las causas acumulativas a la raíz de la frustración y de la cólera de los uigures.
Pekín lo ve esencialmente como una guerra, como la mayor parte del establishment israelí ve el «problema» palestino. Significativamente, al-Qaida también lo ve como una guerra; ha identificado a China como enemiga y ha llamado a los uigures a lanzar una guerra santa contra el gobierno chino en Sinkiang.
Sin embargo, un abismo étnico y la sed de sangre son contraproducentes – y malos para los negocios. El problema, por cierto, es inmenso: Los uigures no sienten que comparten una historia con China y, movidos por la memoria de antiguos imperios poderosos -que a veces fueron rivales de China- y de un período fallido de independencia con la República de Turkestán Oriental, no ven la integración como una inevitabilidad histórica.
Pero la verdadera autonomía política para los uigures, con mejores perspectivas socio-profesionales, sería una maravilla para los intereses chinos en la Ruta de la Seda con protagonistas clave como Irán, Arabia Saudí y Turquía, y sería un pequeño precio a pagar para que China aproveche plenamente los beneficios de la Nueva Ruta de la Seda.
De otra manera, hay que esperar que legiones de «vaqueros» uigures tomen el camino de la yihad y comiencen volar oleoductos «alienígenos» chinos.
Pepe Escobar es corresponsal itinerante de Asia Times Online y autor de » Globalistan: How the Globalized World is Dissolving into Liquid War » (Nimble Books, 2007) y « Red Zone Blues: a snapshot of Baghdad during the surge «. Su último libro es « Obama does Globalistan » (Nimble Books, 2009). Puede contactarse con él en: [email protected] .
Fuente: http://english.aljazeera.net/
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