Estos días han tomado las calles de Bangkok decenas de miles de ciudadanos tailandeses para exigir la disolución del parlamento y el gobierno del primer ministro Abhisit Vejjajiva y la convocatoria inmediata de nuevas elecciones. Como acciones de protesta, rodearon temporalmente la base militar en la que se habían refugiado el primer ministro y los […]
Estos días han tomado las calles de Bangkok decenas de miles de ciudadanos tailandeses para exigir la disolución del parlamento y el gobierno del primer ministro Abhisit Vejjajiva y la convocatoria inmediata de nuevas elecciones. Como acciones de protesta, rodearon temporalmente la base militar en la que se habían refugiado el primer ministro y los miembros de su gabinete y derramaron decenas de litros de su propia sangre en las puertas de la sede del Gobierno, un acto que ha dado unas imágenes cargadas de un dramatismo algo críptico que han dado la vuelta al mundo y han vuelto a poner de actualidad en los medios extranjeros la crisis política tailandesa.
La «marcha roja», llamada así por el color de las camisetas de los manifestantes, la mayoría de ellos habitantes de las empobrecidas provincias rurales del norte y el noreste del país o inmigrantes procedentes de esas regiones, ha sido convocada por el «Frente Unido a favor de la Democracia y contra la Dictadura» (UDD), grupo de presión creado en 2006 para apoyar al ex primer ministro y magnate Thaksin Shinawatra, dirigido por varios empresarios y políticos afines a éste.
Es más que probable que sea el propio Thaksin quien realmente dirige y financia al UDD, aunque él lo niega rotundamente y sostiene que es un movimiento de apoyo popular espontáneo. Pero el UDD suele fletar decenas de autobuses para transportar a la capital a los manifestantes que viven lejos de ella, Thaksin ha pronunciado discursos por vía telefónica ante grandes congregaciones de «camisas rojas» y esta última marcha se produce pocos días después de que el tribunal supremo tailandés haya decidido confiscar gran parte de su fortuna.
Una vez más, las calles de Bangkok se han convertido en el escenario del enfrentamiento que ha dividido profundamente a la sociedad y a las élites de poder tailandesas al menos desde que hace cuatro años un golpe de estado depusiera a Thaksin Shinawatra, sin duda el político tailandés más influyente de los últimos años, también desde el exilio en el que vive desde 2006 para eludir las graves acusaciones de corrupción que pesan sobre él. El político más influyente, claro está, si no consideramos como tal al rey Bhumibol Adulyadej, quien oficialmente se encuentra «por encima de la política».
Ciudadano Shinawatra
Thaksin Shinawatra fundó su partido, el Thai Rak Thai («los tailandeses aman a los tailandeses») en 1998 con la promesa de levantar económicamente al país un año después de la crisis financiera del Sudeste Asiático que golpeó con especial dureza a Tailandia. En 2001 ganó las elecciones y fue nombrado primer ministro. No sólo es el primer ministro de la historia de Tailandia que ha llegado al final de una legislatura, también es el único que ha sido reelegido para una segunda, en 2005.
El éxito de Thaksin se debe a la recuperación económica que experimentó el país durante su mandato, en el que lo gobernó como si fuera una empresa, implantando una serie de políticas económicas encaminadas a descentralizar la economía y aunar el apoyo a una red clientelar de empresarios afines con las ayudas a los sectores más pobres y numerosos de la población.
Sus políticas orientadas a ayudar a los pobres le proporcionaron el apoyo de la población rural del país, a la que el gobierno central nunca había atendido y que no se había beneficiado del espectacular boom económico del que disfrutó el país la década anterior. Shinawatra no es precisamente un hombre comprometido con la justicia social y su forma de hacer política es más propia de un caudillo populista que la de un demócrata, pero ha sido el primer político en el poder de su país que se ha presentado como un servidor de una parte de la población históricamente olvidada y no la ha tratado como un cacique dispuesto a comprar sus votos para llegar hasta Bangkok y olvidarles por el camino o como una mera receptora pasiva de caridad (como la que le dispensan el rey y la reina a través de sus numerosas fundaciones).
Por otro lado, el historial de violaciones de los derechos humanos de la era Thaksin es estremecedor (lo que no ha cambiado demasiado desde que fuera expulsado del poder): en febrero de 2003 emprendió una guerra contra las drogas en la que la policía asesino a unas 2.800 personas en sólo tres meses. Y sus medidas para solucionar el antiguo conflicto de las provincias separatistas de mayoría malayo-musulmana del sur no hicieron más que exacerbar el problema y sumir esa región prácticamente en un estado de guerra civil: desde 2004 han muerto alrededor de cuatro mil personas a manos de los grupos insurgentes, el ejército, la policía y los grupos paramilitares patrocinados por el gobierno y la corona que proliferan en la región.
Pero no fue ninguna de esas violaciones de los derechos humanos lo que precipitó la caída de Thaksin en 2006 ni por lo que le han juzgado los tribunales. El detonante de los acontecimientos que desembocaron en el golpe de aquel año fue la venta que realizó en enero de aquel año de todas sus acciones del conglomerado de empresas de telecomunicaciones que él mismo había fundado, Shin Corporation, a Temasek Holdings, un fondo de inversión propiedad del estado de Singapur. Con aquella transacción, la familia Shinawatra se embolsó alrededor de 1.500 millones de euros libres de impuestos.
Tras la venta, no se hicieron esperar las acusaciones de que Thaksin se había enriquecido vendiendo su país al extranjero y pronto comenzaron las protestas diarias en las calles de Bangkok organizadas por la «Alianza Popular para la Democracia» (APD), una coalición de diversos grupos de opositores a Thaksin fundada por el magnate de la prensa Sondhi Limthongkul y encabezada por influyentes empresarios, algunos miembros del Partido Demócrata (actualmente en el gobierno), y activistas vinculados al ejército y a la corte. La base popular del APD, cuyos miembros suelen vestir camisas amarillas (color asociado a la monarquía), se encuentra mayoritariamente entre la clase media urbana de la capital.
Tras el derrocamiento de Thaksin, el Thai Rak Thai fue ilegalizado y asumió el poder una junta militar encabezada por el general que había dirigido el golpe, Sondhi Boonyaratglin, con la bendición del rey Bhumibol. Algo habitual hasta hacía unos años en un país en el que la intervención del ejército en la vida política ha sido constante: desde que en 1932 una asonada militar pusiera fin a la monarquía absoluta e instaurase la monarquía constitucional, el país ha sufrido diecisiete golpes de estado. En muchos de ellos, el rey ha desempeñado un papel de vital importancia.
El «segundo golpe» contra Thaksin
En agosto de 2007 se aprobó por referéndum una nueva constitución. En diciembre de ese mismo año se convocaron nuevas elecciones, en las que los dos principales contendientes eran el Partido Demócrata (el partido más antiguo del país) encabezado por Abhisit Vejjajiva y el Partido del Poder del Pueblo (PPP) formado por los partidarios de Thaksin y encabezado por el veterano político ultraconservador Samak Sundaravej. El PPP fue el partido que obtuvo más escaños en el parlamento y, tras formar una coalición con otros partidos, nombró primer ministro a Sundaravej.
Pocos meses después de su llegada al poder, una sentencia del Tribunal Constitucional tailandés expulsó del parlamento a algunos diputados del PPP por corrupción (algo común entre todos los partidos políticos) y después cesó al primer ministro por conflicto de intereses, ya que Sundaravej presentaba un programa culinario de televisión y la constitución prohíbe al primer ministro trabajar para una empresa privada (de poco sirvió que Sundaravej alegara que no estaba contratado por la cadena y que no recibía más dinero que el necesario para pagar los ingredientes de sus recetas y los desplazamientos al plató).
El Partido Demócrata aprovechó la sentencia para atraer a un grupo de parlamentarios del PPP y formar con los tránsfugas una coalición en el Parlamento que otorgó finalmente el cargo de primer ministro a Abhisit Vejjajiva, un político joven, educado en Oxford, que fue elegido por el Partido Demócrata para dar una imagen lo más moderna y moderada posible.
La sentencia llegó después de que los «camisas amarillas» del APD salieran una vez más a las calles de Bangkok durante semanas para protestar contra el gobierno de Sundaravej por su gestión de un conflicto fronterizo con Camboya. El punto culminante de las protestas llegó cuando miles de «camisas amarillas» ocuparon y cerraron el aeropuerto internacional de Bangkok durante varios días, lo que tuvo unas consecuencias desastrosas para una economía tan dependiente del turismo como la tailandesa.
Los «camisas rojas» y algunos analistas calificaron aquello como un «golpe de estado judicial», acusación que no carece de fundamento: la justicia tuvo los ojos bien abiertos y mientras el tribunal supremo hacía caer todo el peso de la ley sobre los diputados del PPP por delitos de los que no está libre ningún partido y la aplicaba escrupulosamente para expulsar a Sundaravej, ningún líder del APD ha sido procesado jamás por graves incidentes como los del aeropuerto, cuyas consecuencias para el país fueron muchísimo más graves que las que pudieran tener las veleidades gastronómicas de un político que, por otra parte, fue responsable de cosas mucho peores que de presentar un programa de televisión, y por las cuales nunca fue juzgado.
El cambio de gobierno que se produjo en 2008 consiguió expulsar del poder a los partidarios de Thaksin, pero no supuso una victoria definitiva de sus contrincantes (tanto Thaksin como los «camisas rojas» siguen siendo una fuerza política importante en el país), ni sirvió para resolver un conflicto cuyo fin parece cada día más lejano.
Carlos Sardiña es licenciado en Periodismo y se dedica a la traducción de libros sobre política internacional.
Fuente: http://elgranjuego.periodismohumano.com/2010/03/22/pulso-en-tailandia-i/