Entre los días 9 y 11 de enero Estados Unidos ha llevado a cabo al menos cuatro bombardeos sobre territorio somalí. Aviones AC-130 dotados de artillería y apoyados desde el mar por el portaviones Eisenhower han atacado lo que Washington considera «bases de Al Qaeda» en territorio somalí. Murieron más de 30 civiles. Buscaban a […]
Entre los días 9 y 11 de enero Estados Unidos ha llevado a cabo al menos cuatro bombardeos sobre territorio somalí. Aviones AC-130 dotados de artillería y apoyados desde el mar por el portaviones Eisenhower han atacado lo que Washington considera «bases de Al Qaeda» en territorio somalí. Murieron más de 30 civiles. Buscaban a Hazul Abdullah Mohammed, dirigente de la red terrorista y acusado de ser uno de los dos cerebros de los atentados contra las embajadas estadounidenses de Tanzania y Kenia en 1998, que causaron más de 250 muertos. Después de confirmar su muerte Estados Unidos lo ha desmentido.
En cualquier caso, la Administración Bush ha vuelto a Somalia después del desastre televisado, marines muertos incluidos, de la Operación ‘Restaurar la esperanza’ en 1993. Y lo ha hecho por algo.
Una historia de violencia
Somalia es un país mísero, paradigma de estado fallido, que ha sufrido 15 años de guerra y desgobierno, dominado unas veces por dictadores (Siyad Barré, entre 1969 y 1991), otras por señores de la guerra y desde junio hasta finales de diciembre por los temibles tribunales islámicos.
Fue el 28 de este mes cuando tropas etíopes entraron en la capital para ‘reinstaurar’ el gobierno legítimo del presidente, Abdulai Yusuf Ahmed, y el primer ministro, Ali Mohamed Ghedi. Aunque, en realidad, hasta el 8 de enero estos señores no habían pisado la capital, Mogadiscio, y estaban recluidos en Kenia y la región de Baidoa. Su gobierno fue elegido en el exilio, donde mantenía el apoyo internacional a la espera de la derrota de los islamistas, los últimos que han pescado en el río revuelto que ha sido siempre este seco y alargado país del Cuerno de África.
La Junta de Tribunales Islámicos que gobernó Somalia hasta el 28 de diciembre es la puesta en marcha de un régimen islamista. Armados y apoyados por Siria, Irán, Eritrea y la milicia libanesa chií Hezbollah, según un informe de expertos de la ONU, los islamistas instauraron las lapidaciones, los juicios sumarios y las ejecuciones públicas en estadios repletos de gente. Terror talibán en plena África.
Sin embargo, en un país devastado por la violencia y el terror, los islamistas representaban cierto orden que no fue mal recibido. Ahora se han replegado al sur y a zonas recónditas.
Presencia militar de Estados Unidos
La preocupación de Estados Unidos por la región ha existido siempre, pero se ha acentuado en los últimos tiempos y, especialmente, desde la llegada de los islamistas. Joe Carpenter, portavoz del Departamento de Defensa, ha asegurado recientemente que se trata de «evitar un nuevo Afganistán», sin que sepamos muy bien si se refiere al terror talibán o al desastre posterior.
En 2002 los estadounidenses crearon la ‘Fuerza Combinada para el Cuerno de África’, que ha recibido una importante inyección económica en los últimos meses. Situada en Camp Lemoine (Yibuti), cuenta en la actualidad con más de 1.500 soldados y el apoyo de otros países. Entre ellos, Francia, que, curiosamente, se olvida en este caso de la guerra que mantiene con Estados Unidos por el control del continente. ¿Razón? Yibuti tiene la llave de acceso al puerto de Bab el- Mandab, el acceso meridional al Mar Rojo, es decir, el lugar por el que transita la cuarta parte de la producción mundial de petróleo.
Además, la administración Bush ha aumentado su apoyo económico a Yemen, Eritrea, Etiopía y Kenia, tradicionales aliados en la zona. Resultados: el general John Abizaid, jefe del comando central estadounidense, llegó a principios de diciembre a Addis- Abbeba, capital etíope, para reunirse con el presidente, Meles Zenawi, ex marxista y actual fanático del mercado libre y el poder. Dos semanas después Etiopía entró en Somalia.
¿Otro Afganistán?
Aunque nos lo han vendido como tal, el gobierno que ha llegado a Somalia está lejos de ser ideal y de garantizar la estabilidad. Es más legítimo que las hordas islamistas, eso es fácil, y tiene el apoyo de la ONU y de la llamada comunidad internacional. Pero presenta ciertos problemas de difícil solución. No tiene autoridad sobre el terreno, su legitimidad está mermada por la presencia en sus filas de importantes señores de la guerra y ha llegado al poder de la mano del enemigo histórico: Etiopía. Su presencia ha provocado ya importantes manifestaciones en la capital y ha dado a estos últimos un nuevo leit motiv. La falta de fuerza sobre el terreno se ha traducido, ya, en un aplazamiento sine die del desarme forzoso de las distintas milicias del país. Al tiempo que predica este desarme, el ministro somalí de Interior, Hussein Ardid, de 44 años e hijo de los principales señores de la guerra, declara al diario francés Le Monde que necesitan «nuevas armas automáticas (…) preferentemente francesas o belgas».
No es la única paradoja del nuevo gobierno, tampoco la única presencia de los señores de la guerra en el ejecutivo. El presidente del Parlamento, Cherif Hassan Cheik Aden, es un temido señor de la guerra que, como otros, se pasó al lado del gobierno federal de transición en 2004, cuando fue creado en Nairobi (Kenia). Entonces el presidente Hamed, autoritario líder de la región de Puntland, integró en el gobierno a distintos terratenientes y señores de la guerra. Se retiraron de la capital porque había dejado de ser rentable patrullar por sus dominios en coches acorazados y camionetas con baterías antiaéreas. Ahora vuelven con la bandera de la legitimidad internacional.
Ocurrió en Afganistán, donde asesinos como Rachid Dostum o Ismail Kahn, de la Alianza del Norte, pasaron a ser héroes antitalibanes para la prensa occidental y los gobiernos de la UE y Estados Unidos. Luego se ha visto que tenían pocos intereses más allá del pillaje y el poder. De gobernar, poco o nada, de ser alternativa viable a la barbarie islamista, nada de nada.
Ayman Al-Zawahiri, número dos de Al Qaeda en el mundo, ha llamado «a todos los musulmanes a la yihad en Somalia», porque «la verdadera guerra empieza ahora». Mientras, la comunidad internacional discute la composición de una fuerza de paz que no llega (por el momento sólo Uganda ha ofrecido soldados). La ONU, a través de su nuevo secretario general, Ban Ki- moon, ha expresado su «preocupación», mientras que la UE llama al «diálogo». El país continúa lleno de milicias, señores de la guerra (dentro o fuera del gobierno) e islamistas al acecho. Y sólo Estados Unidos se preocupa por Somalia. A su manera, claro.