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Recalibrando los ODS

Fuentes: Rebelión

Desde que en septiembre de 2015 la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobara por unanimidad y con el respaldo de todos los mandatarios mundiales una ambiciosa propuesta compartida de paz y prosperidad bajo el nombre de Agenda 2030, recogida en los llamados Objetivos de Desarrollo Sostenibles (ODS), la propaganda y la fanfarria no han parado.

A lo largo de estos cinco años de vigencia, la complejidad de estos acuerdos, su problemática arquitectura metodológica y las enormes dificultades para su medición han quedado ahogadas por la publicidad hueca y las frases superficiales que, de la mano de campañas promocionales vacías, se han desplegado de manera indiscriminada.

No es algo nuevo. Ya sucedió con sus antecesores, los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), en vigor desde el año 2000 hasta 2015. Quienes venimos trabajando a fondo con estos complicados acuerdos internacionales sabemos que lo primero que hay que hacer es dedicar mucho tiempo y esfuerzo a conocerlos y comprenderlos, estudiando y analizando informes, documentos, estudios e investigaciones internacionales nada sencillos. Justo lo que no se hace.

Creo que acumulo suficiente trabajo e investigación para hacer una llamada de atención frente a la frivolidad que se ha desplegado a nuestro alrededor en torno a la Agenda 2030 y los ODS, basándome en importantes informes y estudios internacionales que se están conociendo. Son diferentes y prestigiosos los centros de investigación internacionales que están apelando a la necesidad de abandonar el optimismo casi mesiánico y dedicar esfuerzos a evaluar honestamente los pobres resultados obtenidos hasta la fecha, junto a los nuevos e importantes desafíos que han dado la vuelta a una parte importante de estos objetivos, de la mano de una pandemia de dimensiones colosales.

De la misma forma que las plantas no crecen más rápido porque fijemos plazos para su evolución, sino porque tengan las condiciones óptimas, los grandes problemas que tiene la humanidad no van a eliminarse de un plumazo porque les pongamos como fecha límite el año 2030, sino porque se produzcan los profundos cambios políticos, económicos, sociales, ecológicos y sistémicos que se necesitan, algo muy lejano hoy en día.

Recientemente, el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas ha publicado un importante informe en el que se examina la situación de los ODS. En este estudio, se analiza con detalle la falta de adecuación e impacto de la Agenda 2030 en objetivos capitales. Así, se señala como el ODS 1, que dice poner fin a la pobreza en todas sus formas en el mundo, no se corresponde con las propias metas establecidas para el mismo objetivo, consideradas como “claramente inadecuadas”, al proponerse simplemente reducirla a la mitad. Con el Índice de Pobreza Multidimensional (IPM), que analiza a 101 países en desarrollo y a más de 5.000 millones de personas, la tasa de pobreza se situaría en el 23%. Además, el coronavirus ha empujado hasta la fecha a 250 millones de personas más al borde de la inanición y a otros 175 millones por debajo de la línea de pobreza, de manera que nos alejamos cada vez más de este objetivo esencial de la Agenda 2030.

Algo parecido sucede con el ODS 10, dirigido a reducir la desigualdad en los países y entre ellos, con unos indicadores tan débiles y mal diseñados que eluden aspectos clave sobre redistribución de riqueza, captura de ganancias por las élites y políticas fiscales inequitativas. Como ejemplo, se señala cómo la brecha de género que los ODS pronostican que se logrará eliminar en el año 2030, Naciones Unidas establecen que, con el ritmo actual, se tardará no menos de 275 años en conseguirse.

Mucho más pesimistas son las valoraciones de la Agenda 2030 sobre el cambio climático y sus impactos, hasta el punto que el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, ha señalado que la comunidad internacional se ha alejado gravemente del cumplimiento de los Acuerdos de París, sin olvidar que los objetivos fijados ya para el año 2020 en esta Agenda, encaminados a evitar la destrucción de la biodiversidad, se han incumplido al producirse una alarmante degradación de la naturaleza que pone en riesgo la salud y la estabilidad mundial.

Otros centros de investigación apuntan al mal diseño de unos ODS que no contienen una sola referencia a las tecnologías digitales o a los derechos civiles y políticos, mostrando los derechos humanos como algo marginal. Si añadimos la recesión global impulsada por el covid19, el aumento gigantesco de la deuda, las guerras comerciales y el avance imparable del cambio climático, el panorama no puede ser más sombrío. Mención aparte exige el enorme problema derivado de la ausencia de datos y estadísticas desglosadas y actualizadas en aspectos económicos, sociales y sanitarios claves.

Por ello, desde diferentes instituciones, incluyendo Naciones Unidas, se ha puesto sobre la mesa la necesidad de impulsar una revisión a fondo de la Agenda 2030 que incorpore estos y otros muchos aspectos para hacer avanzar a la humanidad, evitando que los ODS languidezcan aplastados por una propaganda tan alejada de la realidad.

Carlos Gómez Gil es profesor titular en la Universidad de Alicante, donde imparte cooperación al desarrollo.

Blog del autor: www.carlosgomezgil.com