Recomiendo:
0

Cultura de masas, intelectuales, pseudointelectuales, sumisión y rebeldía: respuesta a Carlos Alonso Romero

Retrato del descreído que, sin saberlo, era un hombre de fe

Fuentes: Rebelión

Living is easy with eyes closedMisunderstanding all you see [1]. John Lennon Introducción: cultura de masas, apocalípticos e integrados En su comentario al libro de Frances Stonor Saunders Who Paid the Piper: The CIA and the Cultural Cold War [Quién pagó: La CIA y la guerra fría cultural] (Granta Books, London 1999), el sociólogo marxista […]

Living is easy with eyes closed
Misunderstanding all you see [1].

John Lennon

Introducción: cultura de masas, apocalípticos e integrados

En su comentario al libro de Frances Stonor Saunders Who Paid the Piper: The CIA and the Cultural Cold War [Quién pagó: La CIA y la guerra fría cultural] (Granta Books, London 1999), el sociólogo marxista estadounidense James Petras señala que durante las décadas de la guerra fría «la CIA jugó un papel decisivo en la financiación del Congreso por la Libertad de la Cultura, una especie de OTAN cultural que agrupó a toda clase de izquierdistas y derechistas «antiestalinistas». Tenían plena libertad para defender los valores culturales y políticos occidentales, atacar al «totalitarismo estalinista» y andaban con mucho cuidado cuando se trataba del racismo o el imperialismo de los EEUU. Ocasionalmente, los periódicos subvencionados por la CIA publicaban una opinión marginalmente crítica de la cultura de masas[2].» Entre los intelectuales financiados y ascendidos por la CIA se encontraban Irving Kristol, Melvian Lasky, Isaiah Berlin, Stephen Spender, Sydney Hook, Daniel Bell, Dwight MacDonald, Robert Lowell, Hannah Arendt, Mary McCarthy. Fue justamente Dwight MacDonald quien popularizó el concepto de cultura de masas en su influyente ensayo de 1963 «Masscult and Midcult» [3], donde se situaba en la estela del filósofo español Ortega y Gasset con su concepción aristocrática de la cultura, que consideraba a las masas como destructoras de la civilización y a las elites como las guardianas del templo.

Dos años después, ya en 1965, en el prólogo de su hoy legendaria recopilación de ensayos Apocalípticos e integrados (1965) [4], el semiótico italiano Umberto Eco afrontó con humor el análisis de estos dos tipos de personajes en su relación con la cultura de masas. Si la cultura, dice Eco, es un hecho aristocrático y refinado que se opone a la vulgaridad de la muchedumbre, la mera idea de la cultura compartida por todos, y elaborada a la medida de todos, es un contrasentido monstruoso. Pero la cultura de masas, continúa, nace en el momento en que la presencia de las masas en la vida social se convierte en el fenómeno más evidente de un contexto histórico y, por ello, no es un signo de una aberración transitoria y limitada, sino el de una caída irrecuperable ante la que el hombre de cultura, último superviviente de la prehistoria, no puede más que expresarse en términos de Apocalipsis.

Frente a ese ser apocalíptico, que observa con pavor cómo se termina el mundo en que ejercía de privilegiado cultural, se situaría el integrado. Para él, puesto que los medios globales ponen hoy los bienes culturales a disposición de todos y hacen amable y liviana su absorción, estaríamos viviendo el florecimiento de una auténtica cultura popular. Por supuesto -sigue Eco-, el hecho de que esa cultura surja de lo bajo o sea confeccionada desde arriba para consumidores indefensos es un problema que el integrado no se plantea. Por decirlo en pocas palabras, ante la difusión de la cultura de masas los apocalípticos serían quienes disienten y los integrados quienes no disienten. Sin embargo, apostilla Eco a continuación como para rebajar tales certezas, ¿hasta qué punto los textos apocalípticos no representan el producto más sofisticado que se ofrece al consumo de masas y la fórmula «apocalípticos e integrados» no sería sino la predicación de dos adjetivos complementarios, es decir, ambas caras de una misma moneda?

Dejo aquí al semiótico boloñés, pues para la argumentación de este trabajo me basta con el resumen de aquí arriba, y ello incluso si él añade en su prólogo bastantes matices más. Todo lo anterior viene a cuento de un texto que Rebelión publicó el pasado 27 de febrero, «La caída del imperio: ¿algo más que un deseo?» [5], en el que Carlos Alonso Romero rebatía mi ensayo «Visiones del Apocalipsis» [6] y le achacaba diversas insuficiencias, básicamente debidas a mi fe en la economía, a mi fe en el Apocalipsis y a mi pensamiento ideológicamente orientado: «Lo que Talens desea, lo que tiene ganas de que suceda, se convierte -por esta pura condición de «deseado»- en probable y futuro».

Heme aquí, a mi pesar, convertido en apocalíptico macdonaldiano. Dado el carácter paternalista y ambiguo que adopta la crítica de Alonso Romero, aparecida originalmente el 25 de febrero en su blog personal «la patata de la libertad» [sic] [7], y dado que no suelo rehusar la sana polémica que puedan suscitar mis opiniones (de hecho, las considero propuestas de discusión que lanzo como una botella al mar, no sermones ex cáthedra), las líneas que siguen me servirán, a mi vez, para criticar al crítico y tratar de demostrarle no ya que se equivoca, puesto que yo no parto de posiciones dogmáticas y admito de antemano que puedo estar en el error, sino más bien que ambos disparamos desde trincheras diferentes, y ello por mucho que los dos podamos definirnos como ciudadanos de izquierda. Al fin y al cabo, de tanto manipular el lenguaje hay palabras que ya no significan nada e izquierda es una de ellas.

En honor a la verdad, debo aclarar que buena parte de los conceptos incluidos en «Visiones del Apocalipsis» procedían de mi amigo Pedro Prieto, que es el editor del sitio www.crisisenergetica.org y que me abrió hace tiempo el camino del conocimiento en asuntos energéticos. De la misma manera que suelo darle a leer todos mis textos periodísticos que se ocupan de la energía antes de publicarlos, puesto que confío en su competencia, he consensuado con Prieto los aspectos técnicos de esta respuesta y si él no firma aquí como coautor se debe a la siguiente razón: por pura urbanidad, uno debe abstenerse siempre de intervenir oficialmente en las discrepancias ajenas. Tras esto, la patata caliente de la diferencia de opiniones entre Carlos Alonso Romero y yo se encuentra ahora entre las manos del creador de la patata de la libertad. Es curioso cómo el destino reduce a veces los asuntos más serios -éste del posible batacazo del Imperio lo es- a una simple cuestión de patatas.

Fe, economía y pensamiento ideológico

Empezaré por impugnar mi supuesta fe en el Apocalipsis. El hecho de utilizar como recurso retórico el texto y la simbología de San Juan -en especial la famosa cifra 666 de la Bestia- no significa de ninguna manera que yo crea en el pensamiento mágico de los relatos bíblicos y sí en cambio que los considero tan fundamentales desde los puntos de vista literario y sociocultural -son la base de nuestra civilización judeocristiana, e incluso del capitalismo, como he tratado de demostrar a través de la ficción en mi última novela, todavía inédita- que los utilizo con suma frecuencia en mis escritos a modo de referente. La ironía del azar hace que hoy me vea obligado a la extraña tarea de negar una fe que, dios me libre, no poseo, y todo porque alguien que no me ha leído mucho, poco o nada me acaba de colgar el muerto. La religión, ya lo dijo don Karl en su introducción a la crítica de la filosofía hegeliana del Derecho, es el opio del pueblo y yo no tengo más que añadir, a lo sumo quitarme el sombrero ante su sabiduría. En cambio, acepto gustoso que se me endilgue una fe en la economía y un pensamiento ideológicamente orientado, a condición de que tengamos claro lo que significa la palabra fe. El marxismo es el análisis científico de la política como edificio que se alza sobre una base económica. Mi fe en la economía no es más que la convicción materialista de que Marx dio en el clavo y mi pensamiento ideológicamente orientado es una consecuencia de dicha convicción. Lo curioso es que Carlos Alonso Romero, izquierdista confeso, me lo lance a modo de reproche, lo cual permite ya vislumbrar por qué, como muy bien podría decir la compañera Belén Gopegui, hay izquierdas e izquierdas. Se me viene a la memoria en este momento una columna de Eduardo Haro Tecglen (que por desgracia ahora no he podido localizar) en la que contaba que Felipe González le echó en cara una vez que era muy radical. Los socialdemócratas tienen eso, tras haber tirado a Marx a la basura lo siguiente que se les ocurre es criticar que quienes no se apearon del carro tengan ideología, como si ellos viviesen en estado de gracia, impolutos y neutrales en este perro mundo. Y puesto que hemos llegado a la economía, que parece ser la asignatura fuerte de Carlos Alonso Romero, ya va siendo hora de analizar sus ideas.

El incrédulo que terminó confesando su fe

Desde su posición de descreído, el improvisado crítico de la patata de la libertad inicia su ataque con una larga cita de «Visiones del Apocalipsis»:

…dado que el sistema capitalista en que vivimos se basa en el crédito de capital ficticio, bajo la premisa de que el crecimiento económico continuado generará plusvalía para que todo deudor devuelva los préstamos con sus intereses y que, a su vez, dicho crecimiento continuado se fundamenta por completo en la energía obtenida de los combustibles fósiles, la caída del petróleo -si antes no ha llegado el Apocalipsis, como veremos más abajo- significará en primer lugar el fin del crecimiento, luego el crecimiento negativo, el desempleo generalizado, las quiebras espectaculares, la volatilización del papel moneda y, consecuencia lógica, la desaparición pura y simple de la afluencia cotidiana de capital exterior que ahora sostiene la economía estadounidense.

Pero nuestro bloguero, lejos de considerar que lo anterior eran sólo conclusiones económicas materiales deducidas de una cadena de hechos objetivos, las rebaja de un plumazo a consideraciones espirituales, es decir, a un puro deseo por mi parte. Y como necesita un arma para combatir mi supuesta fe, en vez de echar mano de la dialéctica busca en el cajón de su sapiencia otros ejemplos de fe, según él tan inconsistentes como la mía, pero que sirven para mantener en pie el capitalismo. Así, de regreso al pensamiento mágico, como si Marx no hubiera existido, para mi crítico todo se reduciría a una cuestión de fes de distinto signo, salvo que la que yo profeso (?) es más débil y, por lo tanto, perdedora. Sin embargo, nada más iniciar su lista de ejemplos se le atascan las neuronas:

Nuestra moneda de cambio no es sólo la representación del dinero sino la fe misma en que ese papel encarna algo, algo canjeable por materia útil (bienes, comida, energía); y los que me argumenten sobre su convertibilidad física -como una supuesta reserva de oro escondida bajo diez mil pies de tierra en Iowa-, también deberían considerar que esta equiparación se sustenta sólo en la fe de que un material amarillo brillante sea algo valioso por su belleza y por su escasez, lo cual no deja de ser un dogma fácilmente desmontable, sobre todo si se argumenta como un marxista con la teoría del valor como arma discursiva. (La cursiva es mía)
La realidad es que existe una diferencia fundamental entre el papel moneda y el oro, que este hombre no acierta a discriminar, quizá porque conoce el marxismo sólo de oídas. El marxismo valora el trabajo como fuente de transformación de la naturaleza y creación de bienes. En otras palabras, lo que convierte a los hombres en sociedad colectiva y grupal es el intercambio de trabajo en cooperación: yo fabrico una silla y ello me toma siete horas de trabajo; tú fabricas unos zapatos y ello te toma siete horas también; si yo te doy la silla y tú me das los zapatos, lo que estamos intercambiando es el sudor de nuestras frentes de una forma justa. Dado que el sudor de que hablo resulta difícil de contabilizar en bienes materiales diversos, el dinero surgió entre los hombres como metáfora objetiva del trabajo para agilizar el trueque y la forma más racional que encontraron de hacerlo fue a través de un metal que era apetitoso a la vista, objeto de regalo y escaso en la naturaleza. Además, y esto es fundamental, el esfuerzo humano necesario para obtener un solo gramo de ese metal equivalía a muchas horas de labor con vistas a que, en su calidad de elemento de mediación en intercambios voluminosos o distantes, fuera fácil de transportar. Me estoy refiriendo, claro está, al oro: un gramo de oro pueden ser varios caballos o mesas de madera o paredes de adobe en «equivalente» de esfuerzo humano; un kilo de oro, de incalculable valor en bienes materiales, se puede llevar en los bolsillos. No se trata de fe, sino de pura materia palpable y valiosa, duradera y resistente a la corrosión. Estas cosas, en mis tiempos, las aprendíamos en la escuela, y eso que yo estudié con los maristas, que eran gente más bien reaccionaria. Pero se ve que a algunos les cuesta entenderlas por muy elementales que sean.

El papel, sin embargo, sí que es fe, pues se trata de una metáfora de segunda categoría: la metáfora subjetiva de aquella otra metáfora objetiva que era el oro. Inventado por los chinos y traído por Marco Polo a Occidente, el papel moneda es la fe en la palabra de quien firma y asegura que existe algo material en su poder -oro contante y sonante- que equivale a lo que está escrito en un pequeño paralelogramo de celulosa. En términos cristianos, es un dogma tan etéreo como el de la Santísima Trinidad. El oro no, el oro es puro trueque ventajoso y concentrado. Pero es que, además, a partir de la Conferencia de Bretton Woods [8] la cosa es aún peor, un doble acto de fe, porque el billete verde del In God We Trust (…that all others pay cash, dicen algunos con sorna) es una pura entelequia que ni siquiera está respaldada por nada físico equivalente al trabajo humano concentrado en ningún sitio lejano, diga lo que diga el papel. Y así nos va desde entonces. La fe no empieza con el oro, amigo mío, sino con el papel.

El «incrédulo» Carlos Alonso Romero continúa apuntalando su verborrea sobre la fe con otro ejemplo:

Y sigamos con la fe, dirigiendo nuestra mirada hacia el occidente más «progresado»: ¿no puede considerarse como la consagración definitiva de la economía en la fe el reciente traslado del grueso de la economía de sector primario y secundario hacia el sector terciario? El sector terciario (servicios), a grandes rasgos, está basado en la creación de necesidades ficticias y no se asienta sobre ninguna utilidad necesaria para la supervivencia. Lo único que regula este sector es el propio mercado y el flujo financiero, que son a su vez, otras «fes».

Me pregunto en qué demonios contradice esto de aquí arriba lo que yo expuse en «Visiones del Apocalipsis». ¿Acaso no es precisamente el espectacular desarrollo del sector terciario, sobre todo en los países con alta generación de excedentes por acumulación capitalista, lo que demuestra que el sistema se basa exclusivamente en una fe sin base física y con la sola creencia en el desarrollo ilimitado para posibilitar el cobro del crédito con el engorde del futuro?

Pero este crítico improvisado, deseoso de llevar el agua a su molino, añade a la lista otros dogmas que también podrían derrumbarse y, sin embargo, según él, no lo hacen gracias a la fe: los ciudadanos que siguen soportando instituciones arcaicas como la monarquía, las masas que no atacan a unos pocos policías represores, los consumidores que no dejan de consumir cosas innecesarias, los bancos que prestan un dinero que no les pertenece… y concluye:

Y siendo estas «fes» tan débiles y tan evidentes ¿por qué debe derrumbarse primero la fe en el dólar y no cualquiera de estas otras que persisten en nuestro eterno día a día?

Tal como yo lo veo, la principal debilidad de estos ejemplos es que no se postulan de manera diferente a la que propuse en mi ensayo, con lo cual se convierten en una suerte de perorata innecesaria. Sin embargo, lo que sorprende es la conclusión que de ellos saca el inquilino de la patata de la libertad, conclusión que contradice por completo su supuesta incredulidad inicial y descubre su verdadero rostro de hombre de fe inquebrantable en el dólar. Yo ofrecía un análisis materialista de posibilismo económico y él lo niega con argumentos de fe. ¿Cómo negar sin rubor que los ciudadanos no se oponen y a veces derrumban instituciones arcaicas u opresivas? A lo largo de los últimos siglos ¿qué fueron la Revolución Francesa, la de los soviets, la cubana, la sandinista, la lucha del Vietcong -por citar sólo unos pocos ejemplos-, sino actos de rebeldía contra la fe en el poder establecido? ¿Qué son hoy los zapatistas, la intifada palestina o la resistencia del pueblo iraquí contra su obsceno invasor? ¿Quién ha dicho que las masas no atacan a las fuerzas represoras de la policía, si sólo basta con ver en el telediario las manifestaciones antiglobales para comprobar que no es así? ¿Quién que los consumidores no dejan de consumir? Hay cientos de miles de personas en el mundo que desde hace años, de forma voluntaria, no han pisado un MacDonald’s, no han bebido una coca-cola ni compran ninguna de las idioteces que les ofrece el capitalismo. El hecho de que sean minoría frente a la gran masa de adictos no significa que no existan ni que en un futuro no puedan ser mayoría, sobre todo si ocurriese un acontecimiento espectacular, como la caída del dólar. Porque el dólar, no lo olvidemos, es apenas una moneda fiat o de referencia. ¿Cómo negar que los bancos no se derrumban a veces? En Argentina cayeron en sólo 24 horas, y ello por falta de fe. Pero, a pesar de todo, la auténtica santabárbara del entramado financiero mundial no es ni siquiera el Bank of America o el mayor banco japonés que pueda andar con el agua al cuello; es el dólar, la referencia mundial de cambio y de transacción. Cuando su pólvora estalle, el barco se hundirá.

Confesaré que, por el momento, no entiendo a este hombre, cuya fe en el dólar y en la fortaleza del sistema capitalista, malgré lui, supera a la de los propios capitalistas, que sí andan asustados ante lo que se les viene encima [9]. Con gente así no hay manera de avanzar, porque de entrada izan la bandera blanca y admiten la derrota.

El hombre que habla a través del sombrero

Y esta fe, desde su sacrosanta certeza, le autoriza al crítico a imaginar la eternidad del capitalismo:

En definitiva, y siendo pesimista dentro de este atuendo de crítico que llevo puesto: ¿no puede pensarse en que el capitalismo nos sorprenda con un nuevo viraje haciendo gala de su capacidad de adaptación? ¿No puede ser que se creen nuevas parcelas de negocio -ámbitos de producción y consumo- que no tengan relación directa con la producción y distribución de la energía? ¿No puede reducirse el consumo de combustibles fósiles evitando las actividades pesadas de transformación mediante un incremento del sector terciario basado en la venta de bienes inmateriales: espacio, aire, diversión, fe, futuribles? ¿No se podrá -y ahora me sitúo con un ejemplo en un Apocalipsis cercano- terminar de privatizar todo el suelo y convertir, por ejemplo, los «huertos urbanos» en lo más nuevo, lo más último y, por lo tanto, lo más caro (y propiedad en su mayoría de Horting Co., sita en Massachussets)?

Pues no, eso es teorizar en el vacío. El problema que muchos «expertos» en economía se niegan a ver es que, además del trabajo humano en sí mismo o ayudado por animales (el hombre no deja de ser una máquina de una potencia promedio de apenas 100 vatios) como fuente de valor de todas las cosas (las cosas están en la naturaleza, pero sólo tienen valor cuando el hombre las transforma en útiles con su trabajo, es decir, gastando energía), únicamente existe el trabajo humano amplificado por las máquinas, que se han convertido en los principales dispositivos de transformación de la naturaleza y son responsables del agotamiento de sus recursos fósiles en apenas un siglo y medio (desde 1850, más o menos), con absoluto desprecio del importante y ecológico papel que habían representado los animales de tiro durante los últimos 7.000 años, pues no dañaban el medio ambiente, si bien apenas amplificaban el trabajo humano desde 100 a entre 300 y 1000 vatios.

En siglo y medio, el homo industrialis pasó de los 100 vatios de los cazadores recolectores durante los últimos dos millones de años y de los 300-1000 vatios del hombre agrícola primitivo o avanzado, a ser un organismo de una potencia transformadora (creativa y sobre todo, destructiva) de entre 3.000 vatios en la Alemania del XIX y los 12.000 vatios de los estadounidenses de hoy en día [10]. Un cambio tan descomunal sólo ha sido posible por la intensa utilización y desgaste de las reservas de hidrocarburos del mundo. Los hidrocarburos -la energía fósil- no son por lo tanto un bien de consumo más, tal como siguen pensando los denominados economistas de la tierra plana [11]. Son el «prerrequisito ineludible» para que existan todos los demás bienes de consumo. La adaptación de la raza humana durante estos últimos ciento cincuenta años al aumento continuado del consumo de combustibles fósiles y la aparición de sociedades opulentas ha permitido, sin ningún género de dudas, que el patrón de multiplicación exponencial de la reproducción se haya podido materializar, con lo cual en ese tiempo hemos crecido de mil a más de seis mil millones de personas. Dicho crecimiento ha corrido parejas con el incremento de combustibles fósiles. Por eso, el hombre actual es el homo hidrocarburus.

Por supuesto, el día no tan lejano en que falte el petróleo la existencia del hombre no correrá peligro. En cambio, el futuro del Imperio y de su capitalismo made in USA es más impredecible. Por supuesto, también, tras la debacle seguirá habiendo listos, tontos, aprovechados y explotados. Pero no habrá seis mil millones de personas, lo cual disminuirá la capacidad de quien mande en ese entonces para explotar a la gente. El doctor David Pimentel, profesor de entomología de la neoyorquina Cornell University y especialista mundial en alimentos relacionados con la energía, afirma que de cada diez calorías que un estadounidense ingiere hoy en forma de comida nueve provienen de la utilización de combustibles fósiles y apenas una del sol, de la fotosíntesis. En Europa, la cifra es de una de cada siete [12]. Ése es el mundo que hemos creado. Pimentel asegura que, sin petróleo, este planeta no podrá alimentar a más de mil o mil quinientos millones de personas. Si se acaba la energía fósil, se acaba la fiesta (The Party’s Over, tal es el título del recomendable libro del profesor californiano Richard Heinberg [13]). Y no será posible decir, tal como pretende este crítico de pacotilla: pues ahora que no hay petróleo, comercio con galletas o con aire o con huertecitos en el balcón. No. Así no se alimenta a seis mil millones de personas. No hay más que preguntárselo a los cubanos, que se convirtieron a la fuerza en expertos mundiales en huertos urbanos cuando la antigua URSS dejó de suministrarles, de la noche a la mañana, la mitad del petróleo que consumían. A pesar de que siguieron contando con la otra mitad de producción propia, lo pasaron muy mal. Los coreanos del norte, con un problema similar, han caído en mortandades masivas e incluso han practicado la antropofagia [14]. Otra cosa, muy distinta, es utilizar el petróleo actual con sentido común, no en plan despilfarro, lo cual permitiría alargar su existencia. El caso de Cuba es ejemplar: los cien millones de barriles del yacimiento que acaban de descubrir frente a sus costas y que en Estados Unidos servirían apenas para alimentar al monstruo durante cinco días, al gobierno cubano le durarán varios años, quizá una década, y ello a pesar de que su población sólo es veinticinco veces menor, pues en vez de utilizarlo para ir en coche privado u otros menesteres capitalistas, Cuba dedica más de la mitad de su petróleo a la producción exclusiva de electricidad, que llega a más del 95% de la población, algo inédito en la mayor parte de América Latina. En épocas de escasez, quienes se han acostumbrado a las privaciones son los únicos que sobreviven.

Y, ahora, otra perla:

Y aún más, Talens afirma que el capitalismo se sostiene bajo un «crecimiento económico continuado». Siendo esto cierto en la situación actual, bajo la forma más perfeccionada de capitalismo voraz -o, como lo llama Edgar Luttwack, «turbocapitalismo»-, no siempre ha sido así ni, por consiguiente, debe serlo siempre. (La cursiva es mía)

¿Ah, sí? ¿Cómo es eso de que el capitalismo no se ha basado siempre en el crecimiento económico continuado, si su máxima principal es la acumulación sin límites? Veamos lo que dicen Marx y Engels al respecto: «La existencia y el predominio de la clase burguesa tienen por condición esencial la concentración de la riqueza en manos de unos cuantos individuos, la formación e incremento constante del capital» (la cursiva es mía) [15]. Quedo ansiosamente a la espera de un ejemplo demostrativo, por parte de Carlos Alonso Romero, de su asombrosa aseveración posmarxista. Pero hay más:

Sin que el capitalismo deje de ser capitalismo, puede encogerse. Y aunque decreciendo no pueda sostenerse mucho tiempo -y en este punto me muestro otra vez de acuerdo con Talens-, estoy convencido de que puede resistir mientras se readapta a la nueva circunstancia… ¿cómo? Pues como hace siempre: (1) cambiando los viejos bienes de consumo por otros nuevos «producibles» a gran escala, (lo que puede ser fabricado, distribuido y vendido en cantidades que soporten masificación y crecimiento) y (2) reeducando a los consumidores y productores. (La cursiva es mía)

 

Esa convicción quasi religiosa en la capacidad de resistencia del capitalismo se basa en un grave error de concepto: el de pensar que, sin energía, se puede seguir jugando a los capitalistas con otros nuevos bienes «producibles» a gran escala. El hombre de la patata de la libertad se ha olvidado de constatar que hay bienes que no son sólo bienes de consumo, sino el requisito previo e indispensable para que existan todos los demás bienes de consumo. Un petardo, sin pólvora, ni es un auténtico petardo ni estallará nunca. Los antiguos de la sociedad preindustrial, en su admirable intuición, solían decir: «Para las cuestas arriba te quiero, burro, que las cuestas abajo yo me las subo». En cambio, los economistas de la tierra plana viven en ese laberinto ficticio de la escalera de falsa perspectiva, en la que siempre es posible bajar sin esfuerzo como en el grabado de Escher [16]. Para ellos, no hay problema. Puesto que desprecian los límites de la Física y de la Termodinámica, creen que siempre habrá un burro a su disposición, que siempre van a poder elegir el camino de bajada para ir de un punto a otro y que, cuando tengan que volver subiendo al punto de partida, también lo podrán hacer bajando.

A partir de aquí, nuestro bloguero se vuelve paternalista:

Bajo la influencia de sus ilusiones… y amparado por el aparente carácter inevitable de lo que él desea, Talens sigue sacando conclusiones a partir de una premisa no muy sólida: que llegará la crisis energética, que EEUU no tendrá tiempo de adaptarse y que entonces caerá el imperio.

En cuanto a la premisa -según mi crítico no muy sólida- de que EEUU no tendrá tiempo de adaptarse a la crisis energética, le recuerdo que lo único que yo hice en «Visiones del Apocalipsis» fue extrapolar las posibles consecuencias de la caída del dólar a manos de quienes hoy en día lo están manteniendo en vida con respiración artificial. Y quien dijo esto último no fui yo, sino Michael C. Ruppert [17]. Pero ya que me da la ocasión, incidiré un poco más en el asunto: no es que al Imperio le vaya a faltar tiempo de adaptarse, sino que, de toda evidencia, no tiene ninguna intención de hacerlo y en vez de ello se está apoderando por métodos guerreros de las reservas de combustibles fósiles que aún quedan en el mundo. De todos modos, para un sistema como ése, basado en el derroche, es prácticamente imposible dar marcha atrás de forma voluntaria.

Desde luego, lo repito, si las previsiones de Ruppert son ciertas, caerá el sistema económico del dólar como moneda ficticia tal como hoy la conocemos, con alcance global; caerá el consumo exacerbado y habrá crisis energética, por supuesto que la habrá. Y lo importante no es si sucederá mañana o dentro de veinte años, sino la seguridad de su llegada, pues todo consumo infinito de bienes en un mundo finito de recursos está condenado a estrellarse en algún momento. No se trata, como me imputa el crítico, de mis deseos de pobre mortal: son constataciones físicas, es decir, materialistas, herederas directas del método científico de Marx (aunque ni el propio Marx pudo predecir la llegada al agotamiento de los recursos finitos).

Y, ahora, el colmo de los colmos: he aquí su argumento para rechazar de plano mis deducciones:

Porque, no nos equivoquemos, EEUU tiene medios para seguir todos los caminos a la vez. Y también es cierto que en ocasiones las agencias de inteligencia de EEUU están detrás de las circunstancias que nos hacen sacar las deducciones que ellos han previsto convenientes para su beneficio. Es así de triste, sacamos conclusiones que creemos críticas a la vez que estamos inmersos en uno de sus experimentos: este sistema es una apropiación total del campo de batalla. (La cursiva es mía)

Los anglófonos le llaman a este tipo de discurso to talk through one’s hat (literalmente, hablar a través del sombrero), es decir, hablar por hablar, sin ton ni son y sin saber de qué se habla. Hasta ahora nadie había insinuado todavía que yo fuese un tonto útil de las agencias imperiales de inteligencia.

Opinar es gratis

Tras haber utilizado la chaqueta de economista, el flamante crítico no duda luego en vestir la de ingeniero experto en energía, pero muy en el estilo de los corresponsales que se comunican con él en su blog de la patata de la libertad [18], ni siquiera se preocupa de estudiar la materia antes de emitir un juicio. A los «integrados» de la sofistería posmoderna les basta con la certeza de que opinar es gratis y de que todas las opiniones valen lo mismo [19]. Veamos:

Siguen mis objeciones: la imprevisibilidad de la fuerza eólica ¿impide calcular su producción media e incorporarla a la producción total? Quiero decir que, aunque insuficiente, ¿no puede combinarse con otras? ¿Su insuficiencia conlleva su inutilidad? Talens no sostiene este extremo, pero al despachar a la energía solar junto con la eólica su argumentación parece hacer tábula rasa, equiparar las dos energías.

En este punto, le cedo la palabra a Pedro Prieto, quien en el foro de www.crisisenergetica.org explicó recientemente, y de forma muy clara, los pormenores económicos de la energía eólica en Alemania, que es el país líder mundial en dicha fuente energética, y luego aplicó la información a España:

Siendo la primera potencia mundial, con más de 13 GW de parque instalado […], apenas genera el 3% de la electricidad alemana. […] Lo que significa lo anterior es que para producir con un origen eólico toda la electricidad que hoy se consume en Alemania, y si se quieren cubrir las contingencias de los periodos de picos máximos de consumo con encalmadas de viento, habría que multiplicar el parque existente unas 100 veces. Esto es, si ahora hay más de 16.000 turbinas, colocadas en los mejores sitios eólicos del país, habría que instalar unas 160.000 nuevas turbinas del mismo tipo y en sitios igualmente favorables. Eso para producir sólo la electricidad que se consume en 2005. […] La producción eléctrica española producida quemando fósiles en 2003 fue de unos 150 TWh, lo que supone la necesidad de un parque generador de unos 18 GW actuando permanentemente, todo el año. Un generador eólico de 2,3 MW supone 180 toneladas de acero y cobre y unas 30 toneladas de fibra de vidrio de las tres palas y funciona, al cabo de todo un año, alrededor del 20% del tiempo total. A eso se le denomina factor de carga y es parecido al de Alemania. Y eso, colocando los generadores en los mejores campos eólicos del país, los de tipo 6, con unos 25 Km/h de vientos promedio a lo largo de todo el año. Cifras similares se dan para Alemania, primer productor eólico mundial.
Los 150 TWh de origen fósil en España se podrían sustituir con unas 12 o 15 centrales como el complejo doble de Almaraz (de cerca de 2 GW), a sabiendas de que funcionan casi todo el año, excepto para recargas. Pero si hay que hacerlo con generadores de 2,3 MW de los mencionados, habría que instalar no sólo cerca de 8.000 nuevos grandes generadores, sino que, debido a su factor de carga del 20%, al menos 5 veces más; es decir, unos 40.000 generadores. Y, aún así, no estarían garantizadas todas las horas punta. Ni siquiera instalando diez veces más garantizarían el 100% del suministro en cualquier momento, que es a lo que estamos acostumbrados. Pero es que 40.000 generadores son más de 7 millones de toneladas de acero y cobre y más de un millón de toneladas de fibra de vidrio. Eso es una industria muy pesada y nada limpia. No se incluyen los millones de metros cúbicos de cemento y hormigón necesarios para anclarlos y otros muchos factores.
Pero, además, el problema sería encontrar campos de clase 6, de los buenos, en toda España. Los productores de energía eólica piden ayudas y empiezan a declarar que los buenos campos se están agotando. Y el peligro grave es que la generación eólica depende en una función cuadrática del tipo P~ 0,15V3. Esto significa que habría que elevar al cubo el número de generadores a instalar por cada orden de magnitud de caída de la velocidad del viento.
España produce 1/66 de la electricidad mundial. Si hubiese que transformar toda la electricidad de origen fósil en eólica, habría que consumir cerca de 500 millones de toneladas de acero; posiblemente más cerca de los mil millones de toneladas de acero. Ésa fue la producción total mundial de acero del año 2004. Y unos 75 millones de toneladas de fibra de vidrio, posiblemente 150 millones de toneladas, aparte de ingentes cantidades de hormigón y muchas otras infraestructuras; por ejemplo, millones de kilómetros de nuevas líneas de alta tensión. Si seguimos con el modelo de crecimiento infinito, creyendo que los generadores eólicos resolverán cualquier problema, en el 2030 nos encontraremos con una necesidad de acero doble que la actual, pues la producción y el consumo de bienes se habrán duplicado para entonces y habría que renovar el parque existente. ¿Es esa la ecología de la energía eólica? Y sólo estamos hablando de sustituir la producción eléctrica de origen fósil.
El consumo de fósiles fue de 8.547 millones de toneladas de petróleo equivalente en 2003. Si hubiese que reemplazar, además, ese consumo de fósiles para usos no eléctricos, mediante generación eólica y la posterior generación de hidrógeno, para la aviación, la flota marítima la flota terrestre, la minería y la agricultura, amén de los usos industriales, comerciales y residenciales, habría que producir unos 38.000 TWh, una tarea unas 250 veces mayor que la de transformar la electricidad de origen fósil en España; posiblemente unas 500 veces mayor. No hay campos de clase 6 en todo el mundo, con seguridad, para llevar a cabo este propósito, ni acero, ni cobre, ni energía para hacer la fibra de vidrio o la de carbono, más moderna, ni el hormigón. Quienes confían en la energía eólica no han hecho jamás cálculos de este tipo. No se han puesto a pensar que una interferencia en los vientos del mundo de este calibre puede ser absolutamente dañina para los flujos habituales, como los vientos alisios y contralisios. No han caído que al poner tantos generadores de este tipo, podrían hacer variar las corrientes habituales a otros sitios (ley del mínimo esfuerzo o fricción del viento) y dejar los generadores parados. No lo han pensado [20].

Eso es escribir con fundamento, ofreciendo datos, no opiniones de tertuliano radiofónico. Me gustaría que el crítico bloguero, si lo tiene a bien, nos explique en Rebelión de qué manera se pueden reemplazar los casi 9.000 millones de toneladas de petróleo equivalente que quemamos por año, y así sabremos cómo hacer funcionar esta sociedad con molinillos de Gamesa cuando llegue la crisis. Le recuerdo, además, que yo no hice en mi ensayo ninguna tabula rasa. Sé muy bien distinguir entre energía solar fotovoltaica y eólica. Lo que negué -y ahora niego de nuevo- es que ambas, juntas o por separado, puedan reemplazar algún día a todas las energías fósiles que hoy se consumen y, menos aún, que puedan seguir empujando el crecimiento infinito -ni siquiera durante otros 25 años más- de un 3% anual acumulado (con lo cual esos 9.000 millones de toneladas de petróleo equivalente se convertirían en 18.000). Para una mayor información, invito al lector a que lea asimismo el artículo de Prieto «Modernos dioses tecnoecológicos: Helios y Eolo» [21].

Por el momento, sin embargo, Carlos Alonso Romero sólo se ha preocupado de contarnos una historieta fácilmente desmontable:

Y respecto a la escasa producción energética que surge de las placas fotovoltaicas y los cuantiosos subsidios que los estados dirigen a la energía solar, cabría señalar que estas inversiones a fondo perdido vienen condicionadas del todo por el modelo de desarrollo. Son puro maquillaje mientras se termina de consumir los combustibles fósiles. Evidentemente, el perfeccionamiento técnico de los motores de combustión al nivel que admiramos hoy en día ha estado condicionado por el auge de la industria del automóvil… de lo que cabe deducir que la necesidad de convertir las placas solares en negocio (por la falta de alternativas viables), bajo la misma lógica capitalista, también redundaría en una gran mejora técnica de su «productividad» y de su «rentabilidad».

No sabe ni lo que dice, pero lo dice. En primer lugar, los motores de explosión tenían en tiempos de Henry Ford un rendimiento de un 20% a un 25%. Hoy, apenas han subido a un 35% y, los diesel modernos, a un 40%. Si esto es espectacularidad en casi un siglo de «impresionante progreso», que venga dios y lo vea. En el caso de las células fotovoltaicas, el camino del «progreso» y la mejora de la «productividad» y de la «rentabilidad» están igualmente empedrados con los terribles escollos de la Física. De la misma manera que el ciclo de Carnot [22] impide que las máquinas de combustión interna lleguen al 100% y hace casi imposible que suban del 50%, las células fotovoltaicas muy difícilmente podrán pasar del 15% actual (de transformación de la energía solar incidente en eléctrica saliente equivalente) a un 30-35%, y esto a base de aumentar en varios órdenes de magnitud el coste «energético» de fabricación de las modernas obleas y la creciente complejidad de sistema en su conjunto.

Y, para el final de este apartado de opiniones fantasiosas, la apoteosis:

Asimismo, también podríamos preguntar maliciosamente si los estados -tan dichosos promocionando automóvil e infraestructuras adaptadas a éste- no se han estado guardando en la chistera avances significativos en estas y otras formas de energía, avances tales que puedan hacer de la crisis energética un cuento para Nostradamus caseros y analistas científicos ociosos.

Esta «pregunta maliciosa» de un crítico supuestamente serio me recuerda esas conversaciones de bar en las que uno pega la oreja y escucha a cualquier cantamañanas, entre copa y copa, eructo y eructo, afirmar tan tranquilo que ya existen los motores que funcionan con agua, pero que los tienen escondidos, o bien ese otro lugar común, tan típico de los «integrados» descritos por Eco, de que seguro que inventarán algo. Pues eso, que inventen. Hace falta ser atrevido para soltar insensateces así en Rebelión, dichas con el mayor aplomo, sin aportar ningún dato y sin tener un solo precedente de despliegue exitoso a gran escala, siquiera sea en una miserable provincia de un país, de la «gran solución» renovable. Eso sí que es un acto de fe en el enemigo capitalista.

 

La guerra definitiva

En la última parte de su exposición, el crítico de la patata de la libertad se centra en este párrafo mío de «Visiones del Apocalipsis»:

Nadie puede vencer a Estados Unidos haciendo uso de las armas, pues su fuerza es tan descomunal que podría aniquilar en el campo de batalla a todas las naciones reunidas. Pero hay otras maneras de proceder y una de ellas, tan antigua como la espada, consiste en asfixiar económicamente al adversario.

Y, tras calificar mi estilo de Sun Tzu, se pregunta:

¿Por qué semejante certidumbre acerca de la caída del imperio por su déficit comercial? ¿Que China puede vender sus dólares y hacer que las finanzas de EEUU tambaleen? ¡Menuda amenaza!: si consideramos inversión directa e indirecta, las empresas estadounidenses son las primeras inversoras en China, las que ocupan más capital inmovilizado, las que ocupan más producción y más empleo. […] China, una vez integrada en el sistema capitalista, sólo puede desestabilizar a EEUU a riesgo de desestabilizarse a sí misma. Es la principal virtud de este sistema capitalista, todo depende de todo y este último «todo» depende de quien establece las normas del juego, quien tiene más fuerza, más coacción. […] ¿Qué sería de China convertida en una fábrica sin compradores? […] Siento de veras llegar a este punto de incredulidad: no saben cuánto deseo la caída del imperio, de éste y de los venideros. Sin embargo, hace tiempo que dejé de creer en los mitos de los «gigantes con pies de barro». (Las cursivas son mías)

La parrafada anterior se asemeja -con menos altura retórica, claro está- a la típica autosuficiencia analítica de economistas conservadores del pelaje, digamos, del Nobel Milton Friedman [23], que como nunca ha pagado con la cárcel el sufrimiento que causó cuando Reagan puso en práctica sus teorías, se cree más inteligente que nadie y parte de la premisa de que el capitalismo es incuestionable y de que los demás son idiotas.

El hecho de que las empresas estadounidenses sean las primeras inversoras en China y de que hoy le procuren a ese país buena parte de los puestos de trabajo -que en estos momentos se ocupan de surtir a Occidente de bienes de consumo- no significa en modo alguno que la situación sea estable ni que deba seguir siendo siempre así. El sofisma en que se basa este bloguero consiste en creer a pies juntillas -como se cree en la virginidad de la Virgen- que lo que hoy existe existirá mañana, y ello a pesar de que en ese mañana hayan cambiado las condiciones energéticas del planeta, que son la base de la economía capitalista de desarrollo sin fin. Veámoslo ahora desde otro ángulo: si la producción industrial se hunde en un futuro más o menos cercano a causa de la falta de petróleo, ¿para quién van a producir esas empresas extranjeras implantadas en China, puesto que en Occidente habrá un desempleo generalizado y una ausencia absoluta de posibles compradores? ¿Cómo es posible comparar sin rubor vacas gordas -las de hoy- con vacas flacas -las de mañana-, haciendo abstracción de las causas, ya perpetuas, que las habrán enflaquecido?

La hipótesis de un golpe mortal al Imperio que yo planteé -sólo como hipótesis, puesto que aún no me he diplomado en futurología- no es la de una situación capitalista continuada de business as usual, sino la de una guerra a muerte entre dos concepciones opuestas de la vida que, abocadas ante el precipicio, se habrán dado cuenta de que no hay sitio para ambas y de que sólo una de ellas podrá sobrevivir, y a duras penas. Es cierto, China se ha integrado ahora en el sistema de producción occidental, pero no olvidemos que en la cúpula de Pekín sigue estando el Partido Comunista, que no comparte necesariamente la misma ideología del lucro y que, quién sabe, puede también tener pretensiones hegemónicas para un planeta posestadounidense y posindustrial.

Por otro lado, en apoyo a mi «Visiones del Apocalipsis» añado hoy a la bibliografía otro texto aparecido el pasado 4 de marzo de 2005 en la Red Voltaire.net, que dice prácticamente lo mismo [24].

Aparte del lapsus freudiano que a mi crítico se le ha escapado al considerar una «virtud» el hecho de que en el capitalismo todo depende de todo y este último «todo» depende de quien establece las normas del juego, esa verdad de Perogrullo vale hoy, pero no tiene por qué valer el día en que, ante la imposibilidad absoluta de seguir creciendo y vender sus productos (¿a qué clientela?), China y sus aliados puedan decidir que llegó el momento de alterar el statu quo y asumir la pérdida de unas ingentes reservas en dólares que en realidad no valen nada, a cambio de hundir económicamente a Estados Unidos tras sacarlas a la venta; lo cual, por supuesto, acabaría de golpe con la tan cacareada interdependencia actual y conduciría a una guerra final, definitiva, a muerte, en la que el vencedor saldría muy disminuido, pero vencedor al fin y al cabo. ¿Y por qué estoy tan seguro de esa guerra? Pues porque las guerras energéticas son una realidad. Japón, por ejemplo, no atacó Pearl Harbour por gusto, sino porque previamente Estados Unidos le había bloqueado las provisiones de petróleo, que el archipiélago necesitaba para sobrevivir [25].

El lamento casi místico con que Carlos Alonso Romero termina -«no saben cuánto deseo la caída del imperio, de éste y de los venideros. Sin embargo, hace tiempo que dejé de creer en los mitos de los «gigantes con pies de barro»- me recuerda el callejón sin salida en que se ha metido un cierto socialismo al transformarse en socialdemocracia -y ahora ya generalizo, no estoy personalizando-, pues tras aceptar las reglas actuales del juego con el fin de que la derecha histórica le permita ocupar un lugar bajo el sol, por mínimo que sea, se vio forzada a desistir de cambiar el mundo y a iniciar la imposible tarea de humanizar lo inhumanizable: el capitalismo. Y de derrota en derrota hasta la derrota siempre -luctuosa inversión de la máxima guevariana-, la socialdemocracia, esa derecha dulcificada que todavía se autodenomina izquierda en un ejercicio de puro malabarismo verbal, se ha prohibido a sí misma pensar en gigantes de pies de barro, ya que ahora forma parte del sistema, se ha integrado en él y tiene algo muy valioso que perder, la posibilidad de disfrutar el control del poder burgués. Su ambivalente y esquizofrénico servilismo -que le hace al mismo tiempo criticar al Imperio, desear su caída y considerarse su aliado; amar la plusvalía y avergonzarse de ese amor; practicar las trampas de la democracia occidental y dar lecciones de moral a la revolución cubana, a la resistencia iraquí o al presidente Chávez, etcétera, etcétera, etcétera-, es la prueba fidedigna de que sufre un grave trastorno psicológico de identidad, pues mientras conserva en la memoria el recuerdo lejano de lo que fue cuando marchaba con el puño en alto, ha dejado de ser una biela del motor que alimenta la lucha de los parias de la tierra.

John Lennon en el País de los Rolling Stones

El tono de la crítica de Carlos Alonso Romero adolece de una de las características que hoy definen a la cultura de masas más descafeinada y caricaturesca: la del pseudointelectual que pontifica en los medios sobre cualquier cosa, a sabiendas de que sus opiniones no caerán en saco roto, pues serán aceptadas por algunos -igual de desinformados que él-, atacadas por otros -no necesariamente más cultos, pero sí deseosos de incordiar por incordiar-, ignoradas por una mayoría que escucha todo ese ruido como el que oye llover y, en última instancia, pasarán a formar parte del magma warholiano en el que todo el mundo puede hoy acceder a sus quince minutos de gloria. Lo peor es que ni siquiera se trata de un discurso original, sino inducido por la constante propaganda de los medios hegemónicos, digerido, asimilado en el fenotipo del lenguaje y vomitado después bajo forma de certeza. Y, si eso es trágico, lo incomprensible -yo diría que hasta conmovedor- es que este bloguero de subconsciente algo confuso se atreva a meterse en la boca del lobo y publique una ambigua defensa del capitalismo en un periódico alternativo como Rebelión.

En uno de los diálogos más memorables de la historia de Alicia, el engreído profesor de lingüística Don Huevón le dice desdeñoso a la niñita de ojos azules: «Cuando yo empleo una palabra, ésta significa lo que yo quiero que signifique…, ¡ni más ni menos!». A lo cual Alicia le objeta: «La cuestión está en saber si usted puede conseguir que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes». Pero Don Huevón, sin inmutarse, cierra el debate: «La cuestión está en saber quién manda aquí… ¡si ellas o yo!» [26].

Pocas veces ha logrado la literatura expresar con mayor claridad, con tanta brevedad y tanta ironía la estética del poder, que impone arbitrariamente sus significados porque sí, sin preocuparse de aportar la menor justificación en apoyo de lo que reivindica. El discurso del poder es insidioso, pues muestra sólo el rostro amable de su dominio, mientras que oculta su tiranía.

En Memoria del saqueo [27], la última película-documental del cineasta argentino Fernando Solanas, hay una escena en la que se ve a los Rolling Stones ante la puerta de la Casa Rosada, felices y despreocupados junto al entonces poderoso Carlos Menem. Al ver aquella escena se me vino a la mente un improbable cruce mendeliano de libros y canciones: Apocalípticos e integrados, A través del espejo y lo que Alicia encontró allí y Strawberry Fields Forever. Sentado a oscuras en la butaca del cine, y quizá por deformación profesional, Carlos Menem se convirtió ante mis ojos en un Don Huevón encantado de haberse conocido, capaz de forzar a través de las imágenes el falso significado del capitalismo benévolo y triunfante, mientras que los Rolling Stones, quintaesencia del rock convertido en mercancía y amputado por la industria discográfica de cualquier espíritu revolucionario, eran el paradigma de los integrados. Y en aquella escena dentro de la escena que yo estaba creando en paralelo a la que me exhibía Solanas -una mise en abîme privada y mental-, la música y la letra de fondo las ponía John Lennon con los compases de Strawberry Fields Forever: «Vivir es fácil con los ojos cerrados, malinterpretando todo lo que uno ve». En los imaginarios campos infantiles de fresas para siempre, en el otro lado del espejo, en el celuloide dulzón de la Casa Rosada, en el País de los Rolling Stones y en el discurso del bloguero de la patata de la libertad, nada es real, todo es ficción, ojos cerrados, soflama huera fabricada desde arriba.

Ignoro si es correcto tachar de apocalípticos a John Lennon o a Fernando Solanas, pero sí sé que son necesarios muchos como ellos, pues la industria de la cultura de masas está sometida a los condicionamientos del capital, no de los ciudadanos ordinarios, que soportan indefensos el bombardeo de una propaganda contraria a sus intereses. Por ello, según Eco, el silencio -o el derrotismo, añadiría yo- de algunos intelectuales ante la cultura teledirigida de masas no es protesta, sino complicidad, quizá aceptable en el plano místico, pero inaceptable cuando se defiende sobre la base de «categorías pseudomarxistas» [28]. Vale la pena recordar en este punto el amistoso intercambio de opiniones que el año pasado tuvieron aquí Pascual Serrano y Alfonso Sastre a propósito de la implicación política de los intelectuales en el mundo globalizado actual, a la luz del control de la palabra que hoy ejerce la industria de la cultura [29]. A ese respecto, más que nunca antes, hoy es imperativa la intervención de las comunidades culturales -periodistas, narradores, poetas, dramaturgos, cineastas, pintores, gentes que se mueven en el terreno de la cultura- en la esfera de las comunicaciones, para deconstruir imágenes, discursos [30], eslóganes o palabras desde el baluarte de la izquierda heredera de Marx y mostrar el lado oscuro del capital, no su ostentosa fachada de invencibilidad.

Conclusión: retrato del intelectual virtual

El intelectual virtual del futuro, tal como lo ha descrito el holandés Geert Lovink [31], no adoptará ya la forma del antiguo intelectual orgánico tan caro a Gramsci, ligado al Partido y capaz de influenciar a las masas con la fuerza de su presencia poderosa o de sus escritos gutenbergianos. Nos guste o no, los intelectuales como Jean-Paul Sartre, Bertrand Russell o Michel Foulcault se han terminado para siempre y los que aún persisten en la exclusiva vía del papel no parecen saber en qué mundo viven, un mundo en el que es posible chatear de continente a continente en tiempo real o redactar hoy un texto -como este que el lector tiene ahora en su pantalla- en cualquier pueblo de Europa, colgarlo mañana en internet y llegar con él sin esfuerzo a Managua, Nueva York o Melbourne; un mundo, en suma, de comunicaciones instantáneas en donde el poder de los libros es casi nulo y la imagen vale todo.

Es en ese resquicio electrónico donde deberán insertarse los intelectuales progresistas, incluso si para ello deben relegar a segundo plano un universo libresco que cada vez tiene menos porvenir. No estoy negando aquí el valor del libro, pero sí su condición de medio comunicativo mayoritario y principal en el siglo XXI. Los paradigmas, al igual que los imperios, nacen, florecen y decaen. La palabra escrita a mano mantuvo su dominio durante miles de años, hasta que Gutenberg inventó la imprenta al final de la Edad Media. Desde entonces, el papel impreso ha venido suplantando a la caligrafía, pero la aparición de internet -con el prodigio de los hipertextos, el correo electrónico, los chats, los blogs, las herramientas word, pdf, html o flash- lo ha relegado ya al papel de segundón. ¿Es esto bueno o malo? Ni bueno ni malo, simplemente distinto. La palabra sigue, es el medio lo que cambia.

En tales condiciones, la vieja relación amorosa de los intelectuales de tipo sartriano con el libro, que consiste en ir a la librería, flâner ante los anaqueles, escrutar tesoros escondidos entre miles de ejemplares, elegir uno, llevarlo a casa, leerlo en la cocina, en el dormitorio, en el baño, anotar sus márgenes, ponerle un marcapáginas, volver a él, acariciarlo… resulta totalmente incomprensible y démodée para esa mayoría de ciudadanos que nacieron en la era digital, tienen hoy menos de treinta años y deberían ser el público natural de la intelectualidad. Editar libros para que los lean los amigos o quienes piensan como nosotros está bien, no digo que sea inútil, pero así no se hace la revolución, ni la de la cultura ni la otra. No es que los libros se hayan terminado como vehículo cultural, sino que son bastante ineficaces desde el punto de vista político, pues la calle lee muy poco, casi nada, y por eso el intelectual gutenbergiano -auténtica antigualla ambulante- se expone a perder el tren de la historia si persiste en esa vía. Los intelectuales han de ser hombres y mujeres de su tiempo, y si su tiempo, hoy, es el de la virtualidad cibernética, ellos deberán ser intelectuales virtuales. El sagaz subcomandante Marcos parece haberlo entendido hace tiempo [32] e incluso está ahora escribiendo una novela a cuatro manos… que aparece por entregas en la red de internet [33].

Los intelectuales, si de verdad quieren incidir sobre la política y sobre la vida que los rodea, deberán tomarse en serio los medios electrónicos de comunicación, manipularlos, inventarles nuevos usos y no sólo utilizarlos como un instrumento neutro, porque la neutralidad no existe. De acuerdo con el grupo de pensadores del Critical Art Ensemble, «los métodos de resistencia pasiva, tales como los piquetes, las manifestaciones y las peticiones, son rituales en gran parte ineficaces y vacíos. Sin rencor ni desdén por lo que aún queda de los métodos tradicionales para poner en entredicho el sistema actual de capitalismo global, sería necesario declarar en público, y lo más claramente posible, que el activismo contemporáneo tiene muy poco impacto sobre la política militar y corporativa» [34]. Una prueba de la exactitud parcial de este diagnóstico la tenemos en que la segunda Guerra de Irak -al igual que la primera- sí tuvo lugar [35], y ello incluso si, por primera vez en la historia, las manifestaciones multitudinarias de oponentes alcanzaron un carácter planetario. Lo más probable, sin embargo, es que durante los próximos años el activismo anticapitalista se desarrolle como una mezcla híbrida de desobediencia civil electrónica -por ejemplo, ataques de hackers a los sitios web imperiales, atascamientos masivos de los buzones electrónicos de las corporaciones- y manifestaciones callejeras [36], que siguen siendo valiosas, tal como un hecho reciente acaba de demostrarlo en Francia [37].

Y, por encima de todo, habrán de ser ellos, los intelectuales virtuales, quienes neutralicen el ruido pseudointelectual que contamina la red -el de este bloguero es un ejemplo típico-, con sumo rigor, datos, estudio pertinaz y mucha paciencia, siempre con el objetivo en mente de alcanzar una auténtica cultura popular y revolucionaria de las masas, ajena a arcaicas posiciones aristocráticas y capaz de sobrepasar ese reflejo condicionado pavloviano que con tanta frecuencia hace que éstas acepten como inevitable y casi divina la preponderancia del mercado capitalista. El intelectual virtual de esa nueva manera de concebir la cultura -democrática, horizontal- ya no será nunca más un ser distinto de la gente ordinaria, porque la gente ordinaria habrá accedido, por fin, a la categoría de intelectual.

Esto que digo, aunque difícil y lejano, no es una utopía inverosímil y la mejor prueba de que es posible alcanzarla se la está dando al mundo esa isla pequeña, rebelde y maravillosa de Cuba, que ha iniciado la recta final que la llevará a convertirse en el país más culto del mundo, pues lejos ya de aquella vieja campaña de alfabetización de los años sesenta, tiene ahora como objetivo la educación universitaria de todos los cubanos… dentro de una economía basada en la solidaridad y en un reparto igualitario de los bienes terrenales [38].

Te dejo aquí, lector. Como diría el subcomandante, vale de nuez.

Dedicado a Pedro Prieto, que no habla a través de su sombrero.

________________________________________________

Manuel Talens es escritor español (www.manueltalens.com).

BIBLIOGRAFÍA ANOTADA -GUTENBERGIANA, FÍLMICA Y CIBERNÉTICA- DE LA QUE ME HE SERVIDO PARA LA REDACCIÓN DE ESTE TRABAJO

[1]. Strawberry Fields Forever (John Lennon-Paul McCartney, © 1967 Northern Songs. All Rights Reserved. International Copyright Secured).

[2]. La CIA y la Guerra fría cultural (James Petras, traducción de Germán Leyens, www.rebelion.org/petras/090101cia.htm, 8 de enero de 2001).

[3]. Masscult and Midcult (in Dwight MacDonald, Against the American Grain, Random House, New York 1963).

[4]. Apocalípticos e integrados (Umberto Eco, Editorial Lumen, Barcelona, 8ª edición, 1985).

[5]. La caída del imperio: ¿algo más que un deseo? (Carlos Alonso Romero, www.rebelion.org/noticia.php?id=11979, 27 de febrero de 2005).

[6]. Visiones del Apocalipsis (Manuel Talens, www.rebelion.org/noticia.php?id=11796, 23 de febrero de 2005).

[7]. Véase www.lapatatadelalibertad.blogspot.com .

[8]. Bretton Woods y la convertibilidad del dólar (Granma digital, www.granma.cubaweb.cu/2004/11/17/interna/articulo09.html, 17 de noviembre de 2004, Año 8, nº 322).

[9]. Wall Street se inquieta por su dependencia financiera de los bancos centrales de Asia (La Vanguardia, www.lavanguardia.es/res/20050223/51177826192.html?urlback=http%3A%2F%2Fwww%2Elavanguardia%2Ees%2Fweb%2F20050223%2F51177826192%2Ehtml, 23 de febrero de 2005).

[10]. Véase www.crisisenergetica.org/forum/viewtopic.php?forum=5&showtopic=2926&show=40&page=2 .

[11]. Denominación acuñada por Colin J. Campbell, fundador de la ASPO, para el que los economistas de la tierra plana son «aquellos que cometen el mismo error de quienes no reconocían la esfericidad de la tierra (la esfericidad es una prueba de la finitud). Hoy, como prueba de la persistencia de la estupidez humana, existe una escuela de economistas que no le reconocen límites al crecimiento económico.» (in Pedro Prieto, ¿Kioto o Uppsala?, http://www.rebelion.org/docs/12194.pdf ).

[12]. The Oil We Eat (Truthout Environment, www.truthout.org/docs_04/080904G.shtml , February 2004).

[13]. Véase www.museletter.com/partys-over.html .

[14]. Aprendiendo la lección de la experiencia; las crisis agrícolas en Corea del Norte y Cuba (Primera parte: Por qué la clave para resolver los retos del cenit del petróleo está en cambiar la forma en que opera el dinero, www.crisisenergetica.org/staticpages/index.php?page=20031120183925298 ; Segunda parte: Cuba, una esperanza, www.crisisenergetica.org/staticpages/index.php?page=20031208183623922 ).

[15]. Manifiesto del Partido Comunista ( www.ciudadseva.com/textos/otros/manifies.htm ).

[16]. Véase www.cybercolegas.com/photogallery/opticas/escaleras.g.jpg .

[17]. As the World Burns (Michael C. Ruppert, From The Wilderness), 1 de diciembre de 2004: www.fromthewilderness.com/free/ww3/120104_world_burns.shtml [en castellano: Mientras el mundo arde (Crisis Energética, traducción de Ricardo Jiménez y Patricia Terino), 31 de enero de 2005: www.crisisenergetica.org/staticpages/index.php?page=20050131101727841].

[18]. http://lapatatadelalibertad.blogspot.com/2005/02/crisis-energtica-y-fin-del-imperio.html#comments. Una vez establecida en la radio y la televisión occidentales la «pseudocultura» de los tertulianos y de los «expertos», que son gente mediática y pagada para opinar con el mayor descaro de cualquier tema que les planteen -sepan o no sepan de él-, los blogs se han convertido en la nueva moda con la que miles de incompetentes pontifican en la red de internet. Por supuesto, los hay de calidad, pero hay que buscarlos con lupa. Una de las características más negativas de la cultura de masas considerada no como la elevación del nivel de conocimientos de todos -lo cual es el ideal a alcanzar-, sino como la venganza de los ignorantes, que ven en las nuevas tecnologías cibernéticas la posibilidad de meter baza sin hacer esfuerzo intelectual alguno, es que cualquiera se siente en su derecho de proclamar su opinión a través de ellas, por muy absurda que sea, lo cual supone la generalización de la banalidad y de las conjeturas improvisadas. Para ello, basta con tener un ordenador, una conexión ADSL y un poco de conocimientos de informática. En el caso del blog «la patata de la libertad», uno de los corresponsales de Carlos Alonso Romero le comenta, públicamente, con la habitual condescendencia del que cree saberlo todo: «Muy acertadas las puntualizaciones al artículo de Manuel Talens que, por otra parte, adolece de bastante ingenuidad. Y no menciona para nada una de las grandes esperanzas energéticas: la fusión nuclear.»

Veamos ahora esas grandes esperanzas, asimismo mencionadas, como suele ser habitual, a través del sombrero: en 2004, durante unas conferencias en el Instituto Francés en Madrid, una vez que España ya había renunciado a obtener la sede del proyecto sobre la fusión nuclear en Vandellós a favor de Cadarache, en Francia, los responsables español y francés del programa de fusión del ITER se trataban entre sí con gran mimo y respeto. Allí volvieron a anunciar que la fusión tardaría aún unos 50 años en llegar a la vida comercial. Uno de los asistentes del público bromeó entonces con el hecho de que los científicos, que ya hablaban de la fusión en los años cincuenta del pasado siglo XX, también hubieran dicho por aquellas fechas que en 50 años la fusión sería una realidad comercial. En Física se suele trabajar con constantes. Según parece, en lo relativo a la energía de fusión nuclear la única constante que se respeta es la de los 50 años de distancia para su explotación comercial. A los científicos de la mesa, que tan cómodamente van a vivir y engordar durante los próximos 50 años con las subvenciones de esta entelequia, el asunto de esa constante no les sentó nada bien.

[19]. Teoría acrítica. Posmodernismo, intelectuales y la Guerra del Golfo (Christopher Norris, traducción de Manuel Talens, Editorial Cátedra, Madrid 1997).

[20]. Véase www.crisisenergetica.org/forum/viewtopic.php?forum=2&showtopic=8056 .

[21]. Véase www.crisisenergetica.org/staticpages/index.php?page=20031126184416943 .

[22]. Véase www.geocities.com/edug2406/carnot1.html .

[23]. An interview with Milton Friedman (John Hawkins, www.rightwingnews.com/interviews/friedman.php ).

[24]. Dólar: ¿Fin de la hegemonía? ( Wim Dierckxsens, www.redvoltaire.net/article3960.html ).

[25]. Japón y EEUU entran en la guerra (www.artehistoria.com/frames.htm?http://www.artehistoria.com/historia/contextos/3129.htm).

[26]. A través del espejo y lo que Alicia encontró allí (Lewis Carroll, traducción de Ramón Buckley, Anaya, Madrid 1999. Don Huevón -Humpty Dumpty- es uno de los personajes más populares de las canciones infantiles inglesas. Su nombre hace referencia a una persona «pequeña y obesa» o bien a «cualquier objeto que, una vez roto, no puede ser arreglado». Naturalmente, Carroll va más allá, y convierte a este personaje del folclore inglés en un engreído y petulante profesor de lingüística, sin duda un tipo frecuente en la Universidad de Oxford. A estos engreídos intelectuales se les llamaba egg-heads -«cabezas de huevo»-. De aquí la insistencia de Alicia en recordar su forma de huevo. [Nota de Ramón Buckley]).

[27]. Memoria del saqueo (Fernando Solanas, Argentina-Francia-Suiza, 2003).

[28]. Véase la nota 4.

[29]. Véanse Carta a Alfonso Sastre (Pascual Serrano, www.rebelion.org/noticia.php?id=1813, 13 de julio de 2004), la respuesta a dicha carta, Pero, ¿qué pasa con los intelectuales? (Alfonso Sastre, www.rebelion.org/noticia.php?id=2317, 26 de julio de 2004) y, finalmente, la intervención desde México de un tercer compañero, Carta a Alfonso Sastre y a Pascual Serrano (Octavio Rodríguez Araujo, www.rebelion.org/noticia.php?id=2721, 30 de julio de 2004).

[30]. Un ejemplo sencillo de praxis deconstructora de la política derechista adoptada por la socialdemocracia es este de Eduardo Haro Tecglen, aparecido originalmente en el diario El País el pasado 4 de marzo de 2005: www.manueltalens.com/ultima_hora/73tecglen.htm.

[31]. Retrato del intelectual virtual (in Geert Lovink, Fibra oscura. Rastreando la cultura crítica de internet, traducción de Manuel Talens, Tecnos/Alianza Editorial, Madrid, 2004).

[32]. La izquierda, las marionetas y el subcomandante (www.manueltalens.com/articulos/elpais/etapa01/7laizquierda.htm, 24 de marzo de 2001).

[33]. Se trata de Muertos incómodos, escrita en colaboración con Paco Ignacio Taibo II (www.rebelion.org/noticia.php?id=10692).

[34]. Electronic Civil Disobedience (www.critical-art.net/books/ecd/ecd2.pdf, 1996).

[35]. El 11 de enero de 1991, sólo dos días antes de que se iniciase la Guerra del Golfo, el pensador francés Jean Baudrillard afirmó en The Guardian que «la guerra no tendría lugar, puesto que existía únicamente como ficción de los medios de comunicación de masas, como retórica de juegos de guerra o de contingencias imaginarias más allá del mundo real y de cualquier posibilidad de convertirse en hechos». Menos de dos meses después, el 29 de marzo de 1991, publicó en el periódico Libération otro artículo, titulado «La Guerre du Golfe n’a pas eu lieu» [La Guerra del Golfo no ha tenido lugar], en el que remachó sus aseveraciones anteriores a la guerra. Estos dos textos han pasado ya a los anales de la vaciedad retórica inherente a algunos intelectuales posmodernos.

[36]. On Electronic Civil Disobedience (Stefan Wray, www.thing.net/~rdom/ecd/oecd.html, trabajo presentado en la Socialist Scholars Conference, Nueva York, 20, 21 y 22 de marzo de 1998).

[37]. Hace pocas semanas el gobierno derechista de París se vio forzado a renunciar a la reforma del bachillerato a causa de las manifestaciones masivas de estudiantes en todo el país: Face à la mobilisation massive des lycéens, Fillon recule  (http://www.lemonde.fr/cgi-bin/ACHATS/acheter.cgi?offre=ARCHIVES&type_item=ART_ARCH_30J&objet_id=888420, 10 de febrero de 2005).

[38]. Cuba: ¿qué pasa? (Theotonio dos Santos, Alai, www.redvoltaire.net/article3999.html, 26 de febrero de 2005).

Marco1