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Rumbo y tiempo en el proceso chino

Fuentes: Rebelión

Es poco habitual advertir en muchos análisis sobre China centrados en la coyuntura una observación contextualizadora que resalte la doble perspectiva en que debe siempre insertarse su proceso: la permanencia o no en el rumbo trazado ab initio y la dimensión evolutiva.

Esto es especialmente crucial en un momento como el actual en que el proceso chino encara retos mayúsculos en todos los planos y cuya resolución efectiva es clave para lograr la modernización no solo en el plano material sino también en el orden de la gobernanza y de la ideología. El PCCh está habilitando una nueva legitimidad, alejada tanto del hecho revolucionario como del éxito económico.

Y ello en el marco de crecientes tensiones externas azuzadas por los temores que suscita en poderosos actores internacionales esa otra doble perspectiva: el cambio de rumbo en la sociedad internacional y la imparable evolución hacia otro modelo de gobernanza global estimulado por el auge de China, con fuerte impacto internacional, en lo que parece ser solo cuestión de tiempo.

La cuestión del rumbo

Respecto al rumbo general del proceso chino, el hecho circunstancial de realzar la importancia del avance tecnológico o la nueva ola de reformas en curso con la mirada puesta en facilitar una mayor vertebración del mercado o de procurar un mayor espacio a la iniciativa privada, no debiera inducir al error de considerar que ello implica un cambio sustancial en los fundamentos ideológicos y sistémicos.

Es precisamente en ese contexto que, en paralelo, se multiplican las invectivas internas respecto al liderazgo del PCCh y a fortalecer su raíz ideológica. El xiísmo, en este sentido, ha sabido “caminar con las dos piernas”, de forma que los impulsos de apertura en ámbitos cruciales han coexistido de forma plausible y deliberada con una atención muy pronunciada al cultivo teórico en una perspectiva que está bien lejos de desentenderse del marco ideológico fundacional. Pero los principios básicos, alejados de cualquier dogmatismo, no devienen en impedimentos.

Esto no quiere decir que no enfrente resistencias y contradicciones que deben ser resueltas en una perspectiva nueva y original, que preserve la estabilidad y la armonía, pero también que persevere en la inalterabilidad sustancial del modelo. Esto es especialmente exigible en aquellos ámbitos que refuerzan el sentido social del proyecto. No basta con cantar alabanzas a la erradicación de la pobreza extrema, por muy trascendental que haya sido este logro, sino también multiplicar las políticas públicas para amortiguar los aun muy altos índices de desigualdad. Por fortuna, es este un principio asumido para elevar con urgencia los niveles de inmunidad sistémica frente a la presión exterior.

Esta actitud vigilante del PCCh que atiende al trazo grueso del proceso de reforma en curso tanto postula la eficacia a la hora de resolver los desafíos como también apela al mantenimiento del sentido general de una transición cuyos fundamentos solo pueden ser salvaguardados por un mandarinato muy sólidamente asentado en aquel ideario inspirador llamado a blindar las soluciones propias. Estas, muy comprometidas con una modernización que excluye la sumisión dependiente, tanto deben atender a las peculiaridades ideológicas sin renuncias como a los factores culturales y civilizatorios, muy efectivos, quizá más, a la hora de blindar el proceso chino.

El factor tiempo

Pero todo ello suscita subprocesos (deterioro ambiental, desigualdades sociales, etc.) que a menudo afean el sentido general del trazo grueso; no obstante, encararlos sin voluntarismos requiere de tiempo e ingenio, más aun en un país de la escala de China. Dar forma social a la prosperidad compartida y a la vez asegurar el avance de las reformas diferenciando la jerarquía de objetivos que provea del poder global necesario para multiplicar la influencia del país es una ecuación nada fácil de cuadrar. Las autoridades chinas así lo reconocen; en Occidente se problematiza aun más apelando incluso a las cíclicas teorías del colapso, o también exhibiendo el dedo acusatorio sobre un cambio de tendencia que robustecería la impronta capitalista y hasta imperialista.

A medida que el proceso avance, la cuestión del rumbo puede complicarse. No es que el modelo liberal exhiba su mejor momento y poco apetecible puede resultar cualquier emulación, pero no siempre será fácil en China establecer los límites infranqueables para perseverar en el mantenimiento de la naturaleza sistémica. Lo que China está demostrando es que su modelo es, cuando menos, equiparable en capacidad transformadora al occidental. Distinguir lo que se debe actualizar y lo que no en un contexto de cambio tan pronunciado y de aceleración de las transformaciones internas y globales no será tarea baladí y exigirá también un esfuerzo reflexivo y teórico de alto nivel.

Lo demorado del proceso cuya finitud no asoma ni mucho menos en el horizonte frente a la consistencia sistémica del modelo liberal aun con altibajos políticos, económicos y sociales bien conocidos, sugiere que el efectismo de los éxitos de China en su desarrollo no deben ser considerados ni definitivos ni irreversibles. Al contrario, exige seguir tirando del carro habilitando los amplios consensos que aseguren la vigencia del trazo grueso. En 2049 se culminará, según lo planeado, la modernización pero nadie puede afirmar que entonces se habrá culminado aquello que Deng Xiaoping imaginaba como la “etapa primaria” y que exigiría, al menos, cien años.

Pensar en horizontes temporales tan dilatados puede sonar a subterfugio. Y quizá lo acabe siendo. En la China Antigua, la medición del tiempo ocupaba una posición secundaria con respecto a otros menesteres -como la observación astronómica- en los que logró alcanzar un refinamiento y precisión instrumental sin parangón. Aplicada hoy al sistema, esa actitud se antoja la garantía de acierto en una gestión que necesita combinar lo acupuntural y lo contextual.

Lo que sabemos a día de hoy es que los intentos de acelerar el paso ofrecen un balance trágico. Por tanto, ni hay plazos ni tampoco modelos acabados ni universales. Ese rumbo y ese tiempo, teóricamente establecido e incluso fundamentado en experiencias anteriores, si algo ha enseñado es que no es el camino. Por el momento, la única certeza es que la reforma en China debe seguir, persistiendo en las cohabitaciones estratégicas que, en paralelo, no afecten a las claves motivacionales profundas aunque sí pueda hacerlo a las pragmáticas superficiales para abrir paso no a un modelo concebido para dominar el mundo sino para configurar y transformar el modelo desde dentro de forma que pueda servir de referencia global.

Xulio Ríos es asesor emérito del Observatorio de la Política China. Acaba de publicar “Marx&China. La sinización del marxismo” (Akal).

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.