Un artículo reciente señalaba que una buena cantidad de acontecimientos políticos ocurridos a finales de 2010 contribuían a aumentar las posibilidades de un ataque militar israelí a las instalaciones nucleares iraníes. Entre ellos se mencionaban: los resultados de las elecciones parlamentarias de mitad de mandato en Estados Unidos que fortalecieron a los republicanos que apoyan […]
Un artículo reciente señalaba que una buena cantidad de acontecimientos políticos ocurridos a finales de 2010 contribuían a aumentar las posibilidades de un ataque militar israelí a las instalaciones nucleares iraníes. Entre ellos se mencionaban: los resultados de las elecciones parlamentarias de mitad de mandato en Estados Unidos que fortalecieron a los republicanos que apoyan incondicionalmente a Israel y estarán en condiciones de limitar la capacidad del gobierno de Barack Obama para condenar el eventual ataque, y la creciente preocupación israelí por los desarrollos de misiles de Irán y por su presunto programa de fabricación de armas nucleares. Los acontecimientos que se sucedieron después, entre ellos la información contenida en la última tanda de documentos publicados el 28 de noviembre pasado por Wikileaks, fortalecen sensiblemente este argumento.
El nuevo material difundido por Wikileaks revela el inmenso tesoro de las comunicaciones diplomáticas secretas de las embajadas estadounidenses del mundo entero con el Departamento de Estado. Entre los temas más salientes de la cobertura que ofrecieron los medios se destaca el informe de algunos diplomáticos a propósito de la antipatía que sienten varios líderes árabes por Irán; el ejemplo más llamativo es la declaración del rey Abdullah de Arabia Saudí en la que exhorta a Washington a «cortarle la cabeza a la serpiente».
Esta revelación puede ser interesante más por lo explícito de los comentarios que por el sentimiento mismo, que no es ninguna novedad. Pero mucho menos publicitada -hasta que fue recogido por el Weekly Standard, el periódico más destacado de los neoconservadores de Washington- fue una afirmación saudí según la cual Irán estaba albergando a una red de miembros de al-Qaida, entre ellos a uno de los hijos menos conocidos de Osama bin Laden, Ibrahim. Este detalle alimenta un punto de vista más amplio que está ganando adeptos en Washington, que sostiene que Irán representa cada vez más un peligro aún mayor de lo que se suponía.
Cualquier conexión entre Irán y los responsables de los atentados del 11 de setiembre -por remota que parezca- es bienvenida por aquéllos que en Estados Unidos (sobre todo, pero no exclusivamente, de la derecha republicana) que ya se adhieren a la creencia de que las ambiciones nucleares de Irán no son más que el último ejemplo de una perfidia consumada, ejemplo que ofrecería una justificación adicional para atacar al régimen iraní o, al menos, para apoyar una operación similar por parte de Israel. La lógica salta a la vista: Irán apoya a al-Qaida y está desarrollando armas nucleares, un proceso que terminará con al-Qaida dotada de armas nucleares y un ataque aún más catastrófico a Estados Unidos.
La mentalidad
La divulgación política de este argumento en el Weekly Standard, con la consiguiente popularidad que ha alcanzado, resulta reforzada por dos acontecimientos actuales. El primero es el atentado simultáneo perpetrado en Teherán el 29 de noviembre pasado contra dos científicos nucleares iraníes: Majad Shahriari (que resultó muerto) y Fereydoon Abbasi (herido). Los dos fueron atacados de la misma manera: cuando iban en sus respectivos autos hacia su trabajo, mediante bombas lapa colocadas en las ventanillas por desconocidos que circulaban en motocicleta. El 12 de enero de 2010 Masoud Ali Mohammadi, un especialista en mecánica cuántica, fue asesinado en Teherán por una bomba trampa colocada en una motocicleta, un caso opacado por la sugerencia de que Mohammadi simpatizaba con el movimiento verde de oposición al régimen iraní. Hasta ahora, los asesinos no han sido identificados. Pero también puede ser significativo el hecho de que durante 2010 algunas de las instalaciones nucleares de Irán hayan sido objeto de intentos de sabotaje. Tal vez el más grave fue, por ejemplo, un sostenido ataque informático que es probable que haya afectado a la planta de enriquecimiento de uranio localizada en Natanz.
El segundo acontecimiento es el acuerdo al que llegaron Irán y la comunidad internacional para iniciar una nueva ronda de conversaciones sobre la cuestión nuclear, que se llevará a cabo en Ginebra, el 6 y 7 de diciembre: son las primeras discusiones de alto nivel entre las partes desde octubre de 2009. La delegación iraní estará presidida por el principal negociador nuclear de Irán, Sabed Jalili, en tanto que Catherine Ashton, la alta representante de la Unión Europea para la política exterior y de seguridad será quien encabece la delegación de los «3 + 3» (Inglaterra, Francia, Alemania, China, Rusia, Estados Unidos).
La reactivación del estancado diálogo entre la Unión Europea e Irán bien podría leerse en términos de un bienvenido aflojamiento de las tensiones. Pero también podría verse como un indicador de cierta debilidad del lado iraní, tanto si fuera un resultado del impacto de la actual ronda de sanciones económicas como si se hubieran presentado dificultades en el programa nuclear civil de Irán, o bien por ambas cosas.
El problema es que el otro actor clave de este drama multilateral, la elite gobernante y de seguridad israelí, considera a Irán desde una óptica completamente diferente. Israel interpreta cualquier iniciativa diplomática de Irán como una táctica evasiva y de dilación que le permitiría avanzar en su desarrollo de un arsenal nuclear. Una mera fachada. Irán es simplemente un peligro y es necesario enfrentarlo.
La amenaza
La profundidad de las sospechas que despierta Irán en la dirigencia política y militar de Israel -que muchos en Washington comparten- está bien expresada en un análisis publicado el 15 de noviembre pasado por un destacado profesor israelí en Defense News, la respetada revista estadounidense dedicada a temas de defensa. Las credenciales del profesor Efraim Inbar en el establishment son irreprochables: es director del Centro de Estudios Estratégicos Begin-Sadat de la Universidad Bar-Ilan, imparte clases en varias de las universidades más importantes de Estados Unidos e Inglaterra y actualmente es el presidente de la Asociación Israelí de Estudios Internacionales. Un prestigio que confiere a sus puntos de vista una indiscutible influencia y repercusión entre los principales políticos israelíes.
La evaluación general de Efraim Inbar es descarnada: «Lamentablemente, la diplomacia ha hecho lo de siempre y las sanciones económicas, en general, son inútiles. Sólo una acción militar puede poner fin a la carrera de Irán en su búsqueda de armas nucleares». Esta idea está respaldada por el conocido argumento según el cual un Irán pertrechado con armas nucleares se convertirá en una amenaza a la estabilidad regional en general, y a la de Israel en particular, aparte de alentar a Turquía, Egipto y Arabia Saudí a a desarrollar su propio armamento nuclear. Pero un Irán pertrechado con armas nucleares también será mucho más audaz a la hora de tratar de desestabilizar a Turquía y Egipto, dice Inbar, que además rechaza enfáticamente la idea de que la nuclearización regional pueda asegurar una disuasión estable.
El hecho de que Irán cuente con armas nucleares implica otros peligros, afirma Inbar. En principio, Occidente perderá influencia en los Estados de Asia central más ricos en reservas de petróleo y gas, que se sentirán atraídos hacia un Irán nuclear o intentarán anudar nuevos y más estrechos lazos de seguridad con Rusia o China; Pakistán, por su parte, «adaptará su postura nuclear» en respuesta a la nueva realidad que inauguraría la existencia de un vecino con poderío nuclear, e India a su vez hará lo mismo, con lo que «podría crear un equilibrio nuclear aún más delicado».
Además, las repercusiones de un Irán dotado de armas nucleares incluyen dos amenazas directas a la estabilidad en Europa: «Irán es aliado de Siria, otro Estado fundamentalista antiestadounidense, y trata de crear un corredor chií fundamentalista que iría desde Irán hasta el Mediterráneo a través del sur de Irak, Siria y el Líbano. Ese corredor le facilitará a Irán la posibilidad de proyectar su poder en los Balcanes, donde cuenta con una presencia en Bosnia, Albania y Kosovo, los tres Estados musulmanes de la región. Un Irán nuclear también podría alentar la radicalización de los musulmanes que viven en Europa».
También hay que tener en cuenta el impacto que el desarrollo exitoso de un arma nuclear en Irán tendría en una serie de organizaciones terroristas de la región que cuentan con el apoyo iraní, como Hamás, Hizbulá y la Yihad Islámica. Inbar sostiene que estas organizaciones «se sentirán más seguras y confiadas sabiendo que cuentan con el respaldo de un Irán nuclear».
Publicado en una de las más importantes revistas sobre temas de defensa de Estados Unidos, el artículo de Inbar, que caracteriza al desafío nuclear iraní como una amenaza muy importante para toda la región, para Europa occidental y también para Israel, resulta muy útil para comprender el pensamiento de la elite israelí. La nota que apareció después en el Weekly Standard, que llega a relacionar a Irán directamente con el 11 de septiembre, con al-Qaida y con el peligro permanente de ataques contra Estados Unidos (que ahora también podrían ser nucleares), se complementa muy bien con lo expuesto por Inbar.
El precedente
Cuando Efraim Inbar plantea que «en esta última etapa, sólo una acción militar puede evitar que el Gran Oriente Medio se degrade hasta convertirse en una región decididamente salvaje», el atractivo que ejerce su punto de vista -especialmente entre aquellos que estarían en condiciones de hacer caso a sus recomendaciones-, es considerable. Después de todo, un análisis de este tipo tiene un precedente nada desdeñable. La opción de un ataque militar contra Irak para poner fin al régimen de Saddam Hussein había sido planteada en Washington al menos cuatro años antes de que se adoptara, de manera que no debería resultar sorprendente que el 11 de septiembre se convirtiera en un pretexto para «incriminar» casi instantáneamente a Irak, vecino de los talibanes de Afganistán, donde se refugiaba la dirigencia de al-Qaida.
Los ecos de aquel precedente, ahora con Irán en lugar de Irak, resuenan con fuerza. Es cierto que llevará mucho más tiempo persuadir a un gobierno de Estados Unidos presidido por Barack Obama de que debe comprometerse en una acción militar directa contra el principal adversario de Estados Unidos en Oriente Medio. Pero la dirigencia de Israel está sopesando las opciones, planeando las perspectivas, calculando los beneficios y evaluando las consecuencias. Esta vez habrá muchas menos excusas para mostrarse sorprendidos.
Fuente: http://www.revistadebate.com.ar/2010/12/17/3449.php
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