Estados Unidos tiene la población más armada del mundo, con 300 millones de armas de fuego en manos privadas.
No quería escribir sobre esto, sobre la muerte que impera en las noticias en este país, sobre los multihomicidios que el presidente dice que se han vuelto rutinarios, mientras él, como comandante en jefe, ordena, y de manera rutinaria, multihomicidios de inocentes en otros países.
A finales de la semana pasada murieron en Oregon nueve inocentes en una balacera masiva -una más de casi mil balaceras masivas que han ocurrido en este país en los últimos tres años-; Obama deploró que tales noticias, incluyendo el pesar oficial, se han vuelto algo rutinario. Pero no hizo más que decir que no podía hacer más, e instó a los votantes a que obliguen a la clase política a cambiar las leyes de control de armas.
Pocas horas después de estas declaraciones, en uno de los ataques aéreos estadunidenses rutinarios de sus guerras infinitas -esta vez en Afganistán- murieron por lo menos 19 civiles, incluidos tres niños; unos 40 o más quedaron heridos. Las víctimas eran doctores, personal médico y pacientes de un hospital de traumatología de Médicos Sin Fronteras. El director internacional de la organización condenó el acto abominable y calificó el ataque de grave violación del derecho internacional humanitario. Encargados de derechos humanos de la ONU apremiaron a realizar una investigación de un acto posiblemente criminal. El Pentágono en un principio sólo dijo que el ataque era contra objetivos enemigos, que estaba investigando el incidente y que aparentemente hubo daños colaterales. El presidente y sus subordinados -de manera aparentemente rutinaria- expresaron sus condolencias a las familias de las víctimas.
Nadie conoce el número de víctimas de los incidentes multihomicidas, o masacres de inocentes en los diversos frentes de guerra de Estados Unidos en otros países, y menos sus nombres y sus historias (seguro algunos se parecen a los de Oregon: estudiantes y profesores). En Irak, el cálculo es de aproximadamente 150 mil desde la invasión de Irak en 2003, en incidentes rutinarios realizados por órdenes de la Casa Blanca.
Aquí en casa, incluida la tragedia de Oregon, ha sucedido en promedio más de un incidente por día de balaceras masivas en lo que va del año; un total de 294 en los 274 días que han corrido de 2015, según Mass Shooting Tracker (hay definiciones técnicas: la del FBI registra como multihomicidio un incidente si mueren tres personas o más; organizaciones independientes registran como balaceras masivas incidentes donde hay cuatro o más personas asesinadas y/o heridas).
Más estadísticas: en lo que va del año, la cifra total de incidentes de violencia de todo tipo con armas de fuego (incluidos homicidios, accidentes y suicidios) alcanzan 39 mil 545, que resultan en 9 mil 958 muertes y 20 mil heridos. Entre las víctimas muertas o heridas hay 551 niños y mil 966 adolescentes, según Gun Violence Archive. Desde la relección de Obama, en 2012, ha habido 994 incidentes de balaceras masivas, de acuerdo con Shootingtracker.com. Según cifras oficiales, en 2013 (el año más reciente del que existen) murieron más de 11 mil por armas de fuego sólo en homicidios. Las armas de fuego, en todo tipo de incidentes, son la causa de muerte de unos 33 mil cada año en este país.
O sea, mueren más estadunidenses en un solo día por violencia de armas de fuego en su país de los que murieron por atentados terroristas en todo 2014, según algunos cálculos.
Vale repetir: este país tiene la población más armada del mundo, con más de 300 millones de armas de fuego en manos privadas.
Por otro lado -siguiendo con el tema de la violencia y la muerte-, la semana pasada había seis personas a punto de ser ejecutadas a manos de gobiernos estatales en un lapso de nueve días. Dos ya tuvieron su cita programada con la muerte, uno se ha postergado y a otro se le conmutó la pena a cadena perpetua. La pena de muerte es la negación final e irreversible de derechos humanos, afirma Amnistía Internacional. Unos 3 mil 19 reos aún esperan ejecución en Estados Unidos.
No deseaba escribir cómo continúan los bombardeos contra niños y sus doctores en otros países, ni del sonido escalofriante e incesante de balas en las calles, en universidades, en primarias de este país, y menos sobre las ejecuciones legales, algo denunciado por el Papa la semana pasada, cuando proclamó que todos aquellos que dicen ser campeones del derecho a la vida (como se denominan las fuerzas antiaborto en este país) tienen que oponerse a la pena de muerte.
Como reporteros tenemos que cubrir las muertes, la violencia, la sangre, algunos con la esperanza de que algún día todos se harten de todo eso. Hemos entrevistado una y otra vez a víctimas de las armas de fuego, a reos horas antes de su muerte programada por las autoridades; ni hablar de los reporteros que siguen cubriendo las guerras más largas de la historia de Estados Unidos. Hay un viejo dicho periodístico en este país: if it bleeds, it leads (si sangra, es (nota) principal).
Ni modo, la muerte violenta, por la fuerza, por la bala, por la bomba, por la acción a veces premeditada, a veces loca, de alguien contra los demás, fue el tema inevitable de esta última semana en Estados Unidos. Como opinó La Jornada en su editorial del viernes pasado sobre la más reciente matanza en Estados Unidos: el problema parece ser más hondo y relacionarse con un Estado que como rasgo histórico ha hecho una exaltación de la violencia y de la muerte como métodos legítimos de acción.
Poco antes de ser asesinado, el reverendo Martin Luther King afirmó que antes de poder hablar contra la violencia de los oprimidos en los guetos, primero tenía que hablar contra el proveedor más grande de violencia en el mundo hoy día, mi propio gobierno.
¿Cuándo se declarará una guerra contra las armas, una guerra contra la guerra?
Sólo así se logrará romper la rutina.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2015/10/05/opinion/029o1mun