He aquí una cita de la policía. Estaba yo en Oslo cuando recibí en mi teléfono celular un mensaje de texto de la Fuerzas Internas de Seguridad, el FIS libanés. «Querido ciudadano», comenzaba. Debo admitir que me gustó que asumieran que tengo la ciudadanía libanesa. «A partir del 15 de marzo, las Fuerzas Internas de […]
He aquí una cita de la policía. Estaba yo en Oslo cuando recibí en mi teléfono celular un mensaje de texto de la Fuerzas Internas de Seguridad, el FIS libanés. «Querido ciudadano», comenzaba. Debo admitir que me gustó que asumieran que tengo la ciudadanía libanesa. «A partir del 15 de marzo, las Fuerzas Internas de Seguridad se dedicarán estrictamente a atender las violaciones a las normas de tráfico. Por su seguridad, coopere con las FIS».
Supongo que eso de «por su seguridad» pretendía ser sólo una figura idiomática; yo estaría más seguro en mi auto si usara el cinturón de seguridad, ¿no es cierto? ¿Será por eso que Abed, mi chofer, llegó por mí al aeropuerto firmemente sujeto por el cinturón de seguridad que usaba por primera vez? ¿O se trató más bien de una amenaza? ¿Querrán decir que la forma de estar «seguro» es «cooperar»?
De cualquier modo, me agradan los policías. Ellos saben lo que los periodistas queremos saber (sospecho que la mentalidad de los policías tiene mucho en común con la de los criminales, y también con la de los reporteros).
Pero estos últimos días, en Líbano, hemos aprendido mucho sobre lo que saben -o sabían- del pasado los policías, por ejemplo, quién mató al líder druso Kemal Jumblatt.
Jumblatt padre -a diferencia de su aún vivo hijo Walid, quien está bajo amenaza constante de un asesinato por parte de Siria- fue muerto el 16 de marzo de 1977; le dispararon cuando conducía su auto cerca de su hogar, en las montañas Chouf. Todos sospechamos entonces que los sirios estaban involucrados. Kemal había rechazado una invitación para visitar al hoy difunto presidente sirio, Hafez el Assad, en Damasco para discutir la guerra civil libanesa. Entonces, este desaire era como negarle un divorcio a Enrique XVIII.
Pero ahora decide soltar la sopa mi viejo amigo, el general Issam Abu Zaki, ex jefe de la policía judicial de Líbano. El general es un hombre tan generoso que alguna vez le regaló a una amiga mía su muy querido rosario musulmán, sólo porque ella tuvo a bien admirar sus cuentas. Pues resulta que él fue uno de los policías encargados de investigar el asesinato de Jumblatt.
En 1977 fue descubierto en el puerto de Beirut un auto estadunidense que contenía drogas, según reveló el general en el diario capitalino An Nahar. Tras franquear las rejas del puerto, el vehículo fue detenido en un puesto de control del ejército sirio. La policía judicial libanesa confirmó más tarde que un oficial de la inteligencia siria con base en el suburbio de Beirut de Sin el Fil admitió por escrito que él estaba en posesión del auto.
Abu Zaki escribió: «Poco después, el auto apareció en Chouf, esperando a Kemal Jumblatt cuando éste se dirigía a (un lugar no identificado) para asistir a una reunión de su partido político. Cuando Jumblatt pasó junto al auto estadunidense, éste arrancó y empezó a seguirlo de cerca. El auto que perseguía llevaba a cuatro personas: dos vestidas de civil y dos de uniforme militar. Tras salir del poblado de Baaqleen, el vehículo estadunidense sospechoso interceptó al auto de Jumblatt.
«Los guardaespaldas de Jumblatt fueron obligados a abordar el auto estadunidense y dos de los que lo perseguían ingresaron al vehículo de líder druso… ambos coches apenas habían avanzado unos 900 metros cuando algo ocurrió, que evidentemente tomó a los secuestradores por sorpresa, pues frenaron repentinamente, como demuestran las marcas de llanta que dejó el auto de Jumblatt. El frenado repentino hizo que el auto estadunidense chocara contra el de Jumblatt. Y fue en este momento cuando el horrible crimen tuvo lugar.»
Jumblatt murió de un tiro en la cabeza -su masa cerebral se esparció sobre el periódico que había estado leyendo- y sus asesinos huyeron. Con base en unos cuchillos que fueron encontrados en el auto de Jumblatt, Abu Zaki y sus compañeros policías concluyeron que los atacantes tenían la intención de llevar al líder druso a un poblado cristiano cercano para degollarlo e incitar así más atrocidades en Líbano, que ya tenía dos años enfrascado en la guerra civil. Pero Jumblatt luchó contra sus secuestradores, y por eso le dispararon ahí mismo.
Esto es lo que supone Abu Zaki. Walid, el hijo de Jumblatt, me dijo que cree que eso es cierto, al igual que un vendedor de flores llamado Abu Talib, que era informante de Abu Zaki en 1977. Fue éste quien le aseguró que los asesinos sirios se alojaron más tarde en un hotel de la calle Hamra de Beirut. Aparentemente, también creyó en esta teoría el juez libanés Hassan Qawass, quien sobrevivió un intento de secuestro y el ataque de un misil que impactó contra su casa, después de que se negó a cerrar el caso. Pero después una «alta autoridad legal» en Líbano hizo todo por darle carpetazo.
Pero ahora sabemos un poco más sobre el asesinato de 1977, y Abu Zaki se pregunta si alguna vez tendremos la verdad sobre el asesinato, el año pasado, del ex primer ministro Rafiq Hariri, cuya muerte está siendo analizada con muy poca energía por la ONU. Esto levanta preguntas aún mayores.
Por ejemplo: ¿por qué los policías, diplomáticos y estadistas no revelan los hechos a tiempo? ¿Por qué esperan hasta que se jubilan para escupir la verdad? ¿Por qué supimos la verdad sobre Vietnam sólo cuando Robert McNamara se convirtió en el Gran Hombre de las Letras? ¿Por qué tuvimos que esperar décadas para saber que el general Sir Douglas Haig mintió en 1916? ¿Por qué tenemos que esperar hasta 2006 para enterarnos de que torturamos alemanes en 1946?
Nada más miren lo que le pasó a John Evans, el embajador estadunidense en Armenia, quien, estando en su puesto, dijo la verdad sobre el holocausto armenio, el genocidio cometido por los turcos otomanos que mataron a millón y medio de cristianos armenios en 1915.
Antes de ser electo presidente, George W. Bush prometió a los armenios en Estados Unidos que él reconocería este genocidio. Una vez en el puesto, sin embargo, se arrepintió y cobardemente lo llamó una «tragedia» con tal de no quemarse los dedos con ese maravilloso y democrático país aliado en la OTAN -y futuro miembro de la Unión Europea- llamado Turquía.
Pero ahí estaba el senador Evans, el 19 de febrero de este año, diciéndole a los armenios de la bahía de San Francisco que «como alguien que ha estudiado el tema, no hay duda en mi mente de lo ocurrido. Creo que no es favorecedor para nosotros, como estadunidenses, andarnos con juegos de palabras. Creo en llamar a las cosas por su nombre y hoy voy a hablar del genocidio armenio».
Desde entonces, el desafortunado y demasiado sincero embajador ha sido obligado por el Departamento de Estado a matizar y señalar que «pese a que es verdad lo que dije a mi público sobre la política estadunidense en torno a la tragedia (sic) armenia, usé el término ‘genocidio’ a título personal».
¡Fiu! Creo que ya entendí. Si uno quiere soltar la sopa estando en su puesto, se tiene que decir la verdad sólo a «título personal». La violación y el asesinato sistemático de decenas de miles de muchachas armenias en 1915 son algo que sólo puede ser reconocido «a título personal». El asesinato de todo el que fuera armenio en 1915 sólo puede admitirse «a título personal». Y aún así puede uno ser despedido.
Bueno, aquí tengo que hacer un guiño. En octubre debo dar una conferencia en Turquía sobre el genocidio armenio. Lo haré en mi calidad de corresponsal de The Independent para Medio Oriente y como autor de un libro cuya edición en turco incluirá todo un capítulo sobre el holocausto armenio. No tengo que hablar «a título personal», aunque me gustaría tener a mi lado al general Abu Zaki, por aquello que el SIF libanés llamaría «mi seguridad».
© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca