La última semana de junio el noticiario de la BBC se hizo eco de una serie de disturbios ocurridos en Turfan, un remoto distrito de la región de Sinkiang, en el oeste de la República Popular China, situado en el corazón de la antigua «Ruta de la Seda». Según la BBC -que reconoce dificultades para […]
La última semana de junio el noticiario de la BBC se hizo eco de una serie de disturbios ocurridos en Turfan, un remoto distrito de la región de Sinkiang, en el oeste de la República Popular China, situado en el corazón de la antigua «Ruta de la Seda». Según la BBC -que reconoce dificultades para poder verificar y contrastar la noticia- se produjeron 27 muertos en enfrentamientos entre civiles, armados con piedras y cuchillos, y fuerzas policiales cuando los primeros intentaron asaltar instalaciones oficiales, sin que hayan transcendido más datos ni se conozca cuál fue el origen de los incidentes. La agencia oficial china, Xinhua, señaló la existencia de nueve miembros del personal de seguridad entre las víctimas, otras ocho serían civiles atacados por los alborotadores y el resto manifestantes, sin precisar tampoco ningún tipo de información sobre la adscripción étnica de víctimas o alborotadores.
La realidad es que noticias semejantes aparecen de forma esporádica en los medios, haciéndose eco de la tensión existente desde hace años en esa región autónoma situada en el extremo occidental del país. Sin ir más lejos, en otra noticia de la BBC del pasado abril, se habló de 21 muertos en Kashgar cuando, según fuentes gubernamentales, la policía descubrió un alijo de armas perteneciente a un grupo terrorista. Posteriormente se filtraron datos que presentaban una versión diferente de los hechos, señalando como protagonista de los mismos a una familia enfrentada a las instituciones que exigían la desaparición de ciertos hábitos de carácter religioso de la familia, como el uso de barba en el patriarca y el velo entre las mujeres.
Aunque todo parece indicar que estos hechos se han convertido en relativamente frecuentes y algunos organismos humanitarios internacionales denuncian la existencia de una dura represión oficial, es difícil obtener informaciones fidedignas de lo que puede estar ocurriendo en la zona debido a las restricciones oficiales existentes para viajar y obtener informaciones directas. Hay que unir la serie de datos dispersos que logran romper el aislamiento existente para llegar a hacerse una idea de la situación que parece marcada por la tensión entre la población local uyghur, turcófonos musulmanes, y los colonos chinos que acceden a la zona atraídos por la política oficial que viene impulsando proyectos de desarrollo económico en la región para explotar los importantes recursos naturales existentes. Desde los años noventa del pasado siglo han sido abundantes los enfrentamientos que se han producido por toda la zona (Yinning en la frontera con Kazajstan, Urumqi, la capital, en Kashgar en la región de Pamir, cerca de la frontera con Pakistán y Afganistán y ahora en Turfan, un oasis cerca del desierto de Takla-Makan). La cercanía de acontecimientos con proyección internacional como los pasados Juegos Olímpicos, permiten ofrecer una ventana para que algunas noticias tengan cierta repercusión internacional pero, en todo caso, prevalece la política de silencio oficial impuesta por las autoridades pese a las numerosas denuncias hechas desde el exterior por la diáspora uyghur desde Turquía, Alemania, Estados Unidos o Kazajstan.
Una región estratégica
La Región Autónoma de Xinjiang- Uyghur, (XUAR) en terminología oficial, se sitúa en la parte más occidental de China, adentrándose hacia las profundidades de Asia Central. Se trata de un área extensa, tres veces mayor que el Estado español, que cuenta con veinte millones de habitantes. Cuando se produjo la incorporación a la República Popular de China, en 1949- 1950, contaba con 76% de población uyghur que en la actualidad se ha reducido a un 45%, un dato que permite intuir los profundos cambios que se han producido en la región desde entonces. En la actualidad existen seis millones de uyghures, musulmanes, a los que habría que añadir un millón de kazakos y minorías menos numerosas de kirguises, uzbekos o tadjikos. Se trata de poblaciones musulmanas, turcófonas en su mayoría, que vinculan al territorio de Sinkiang con la zona de influencia soviética en Asia Central durante la época de la Unión Soviética. Poco se conoce sobre los proyectos políticos y la realidad social existente en la zona salvo por las informaciones difundidas desde la diáspora exterior. En todo caso hay que observar la existencia de un deseo común de independencia que no oculta diferencias entre quienes aspiran a una república uyghur (Uyghuristan) y quienes tienen una posición menos esencialista y promueven un Turquestán Oriental, a lo que habría que añadir la propuesta islamista desarrollada en los últimos años.
Sin embargo, todos ellos tienen que hacer frente a un gobierno chino que considera que esa región tiene una importancia estratégica para su futuro, ya que Sinkiang posee importantes yacimientos de petróleo y gas, depósitos minerales así como el centro de pruebas nucleares instalado en el desierto de Takla-Makan, además de ser la puerta hacia Asia Central donde se concentran numerosos intereses económicos y comerciales. La prueba de este interés es la activa participación de la RPCh en el llamado Grupo de Sanghai (OCS), que agrupa a China, Rusia y las ex repúblicas soviéticas de Asia central, donde se debaten temas relacionados con el comercio y la seguridad en la zona. En este sentido, la disposición geográfica de Sinkiang es fundamental ya que posee fronteras con todos los demás países centroasiáticos. Una hipotética pérdida de Sinkiang significaría para la RPCh el alejamiento definitivo de esa región.
Difícil aspiración
El impulso del ideal independentista estalló en la década de los noventa coincidiendo con el final de la URSS y la proclamación de la independencia de las repúblicas centroasiáticas. Surgió la idea a partir de un mimetismo que tiene pocas posibilidades de llegar a realizarse. En todo caso, hay datos que permiten intuir que otros aspectos como la guerra de Afganistán o la apertura de Beijing hacia las minorías también han tenido una influencia significativa.
Alejado a miles de kilómetros de la capital, Sinkiang mira sobre todo hacia el oeste, hacia el mundo de la turcofonía conformado ahora por repúblicas independientes. Para favorecer el desarrollo económico se abrieron las fronteras con la idea de incrementar los intercambios comerciales, incluido Pakistán a través de la carreta del Karakorum que atraviesa Pamir y une Kashgar con el subcontinente indio. Esto permitió renovar los contactos con la diáspora presente en la zona desde la época anterior a la revolución soviética. Sin embargo la influencia oficial china en el OCS ha perjudicado el ascenso social de los comerciantes uyghures en detrimento de los han chinos, un hecho considerado como un agravio que se achaca a la carencia de una entidad estatal capaz de defender sus intereses económicos. En efecto, la RPCh ha venido presionando para que se controlen las actividades de los grupos conformados en la diáspora condicionando los diversos acuerdos a ese objetivo. La aparición de grupos islamistas ha sido, para Beijing, el pretexto que le ha permitido reforzar su posición política ya que todas esas repúblicas temen un posible efecto contagio del fenómeno islamista de Afganistán y Pakistán.
Por otro lado, el desarrollo de la guerra afgana también ha dejado huellas en la situación. Hay que recordar que cuando se produjo la invasión soviética de Afganistán en 1979 en China estaba vigente la Teoría de los Tres Mundos que presentaba a la URSS como el enemigo principal, por lo que se dieron facilidades para que grupos de mujaidines se organizaran y usaran el territorio chino. Esto acabó generando un cierto contagio que dio lugar en 1990 a una primera sublevación en Baren, área de Kashgar de la que no se disponen de muchos datos, aunque está confirmado que obligó al Ejército chino a usar bombardeos aéreos.
Desde entonces, de forma esporádica , han salido a la luz informaciones sobre incidentes y revueltas en diversas zonas del territorio que han provocado un número importante de muertos y detenciones. Además, existe constancia de la aplicación de numerosas penas de muerte entre los acusados de las revueltas. En la mayoría de los casos, se trata de incidentes iniciados a partir de manifestaciones seguidas de fuertes enfrentamientos, pero también hay datos sobre actividades terroristas como bombas en autobuses que han llegado a producirse incluso en Beijing a miles de kilómetros. El temor a un enraizamiento del peligro islamista ha llevado a la RPCh a insistir en incluir a los grupos islámicos como el ETIM (Movimiento Islámico del Turquestán Oriental) en la lista de grupos terroristas internacionales, acusándolos de ser un producto de Al Qaeda.
Frente a todo esto, la respuesta oficial ha pasado por un incremento de la represión hasta niveles difíciles de concretar. Se sabe de la existencia de numerosas medidas que pretenden controlar las actividades de los grupos religiosos y que dificultan el desarrollo de sus actividades: la oración de los viernes en las mezquitas es de media hora, jóvenes menores de 18 años no pueden acceder solos a las mezquitas, prohibición de difundir materiales de carácter religioso que inciten a la yihad, castigo a quienes organicen una peregrinación a La Meca fuera de los canales oficiales, prohibición del proselitismo sin permiso oficial, prohibición de donaciones extranjeras con fines religiosos, etc
Al mismo tiempo se ha fomentado una serie de inversiones que tienen como objetivo incrementar la explotación de recursos económicos así como el desarrollo de la región incluida la red de carreteras y ferrocarril. Esto ha supuesto un proceso de inmigración de población han a la zona atraída por las posibilidades que todo esto supone, algo similar a la que viene ocurriendo el Tibet, la otra región autónoma conflictiva. Desde la perspectiva uyghur se trata de un proceso de asimilación que tiene como fin último diluir la mayoría uyghur en un conjunto más amplio en el que los han lleguen a ser mayoritarios y, además, ocupen los puestos más importantes en la escala social. Para la población autóctona es difícil negar determinados beneficios pero señalan que son relativos puesto que la lógica con la que se produce el proceso de modernización se hace siempre en función de los intereses globales de China y no de la región y sus pobladores.
La identidad uyghur en peligro
La población uyghur apenas tiene puntos de contacto con la cultura oficial china. De lengua turca y religión musulmana, ha forjado su identidad durante varios siglos en los que se produjeron cambios fundamentales en Asia central sin que China estuviera presente en la región. En tres ocasiones China contó con una presencia real en la zona: en el siglo II antes de JC, con la dinastía Tang en el siglo VIII y ya en el siglo XVIII tras la conquista manchú que se mantiene hasta hoy. Sin embargo, pese a la pomposidad concedida a la región, Sinkiang significa Nuevos Dominios, la realidad es que ejerció un control indirecto de la región hasta la última gran revuelta que acabó en 1878. Desde entonces China ha intentado desarrollar un aparato de Estado capaz de garantizar un gobierno efectivo. Aún así la inserción en el ámbito chino era muy débil y los inicios de lo que podría denominarse «modernización» se hicieron al calor del desarrollo del movimiento panturquista que se produjo dentro del imperio zarista. Revistas como Tercuman, que se editaban en Crimea y que tenían como objetivo crear una patria turca a partir de un proceso de convergencia cultural del mundo turcófono circulaban por lo que se conocía como el Turquestán chino u oriental en oposición al Turquestán occidental o ruso.
Las referencias políticas innovadores vinieron del movimiento de los jadidis, musulmanes rusos ilustrados que jugaron un papel importante en la aparición de grupos como la Joven Bujara que durante los años de la revolución rusa impulsaron su propia revolución, más vinculada al modelo de los Jóvenes Turcos que al proyecto marxista. Fue Stalin quien dividió a la población musulmana centroasiática según criterios lingüísticos que originaron las actuales repúblicas y alejó así el riesgo de un Turquestán que podría significar un evidente peligro para la hegemonía rusa en la zona e incluso en la región del Volga y el Ural. Fueron también los soviéticos quienes acuñaron el etnónimo de uyghur para hacer referencia a la población del Turquestán oriental a partir de la existencia de un reino medieval Uyghur anterior a la islamización.
Tras la proclamación de la república en China, en 1911, la situación en Sinkiang se hizo muy inestable con enfrentamientos múltiples y cruzados entre las componentes de las diversas etnias de la región, entre rusos blancos y rojos, entre rusos y chinos y entre chinos nacionalistas y comunistas. En medio de todo esto se produjeron varios levantamientos que proclamaron efímeras repúblicas que no pudieron consolidarse, bien porque el carácter islámico suponía un peligro para la URSS o bien porque, tras el triunfo de Mao, se imponía un reconocimiento del dominio chino en la región. Sin embargo, de estas experiencias surgieron anhelos convertidos en mitos políticos que llegan hasta hoy de una forma semejante a lo que supuso para los kurdos la república de Mahabad o para los azerís de Iran la república de Tabriz tras la II Guerra Mundial. Del mismo modo se creó en 1944 una república del Turquestán Oriental auspiciada por los soviéticos que se vio forzada a unirse a China tras la proclamación de la PRCh. El hecho de que todos los cuadros dirigentes murieran en un misterioso accidente aéreo cuando se dirigían a ratificar esa integración en Beijing se convertido en el mito fundacional de las actuales aspiraciones nacionalistas.
Sin embargo, a diferencia de la URSS, la RPCh no es un Estado federal, lo que significa que no existe ninguna cesión de soberanía, siquiera parcial hacia las regiones autónomas. De este modo aunque existe un reconocimiento de derechos culturales, fomento de ediciones y estudios sobre culturas autóctonas e incluso la no aplicación de la política de hijo único entre algunas etnias minoritarias, lo cierto es que a nivel político el control que se ejerce desde el gobierno central es muy rígido. Esto se concreta en las dificultades para la promoción de cuadros de origen uyghur en el seno del Partido, en el caso de Sinkiang o en la concentración de la pobreza entre los miembros de las minorías nacionales. Los datos económicos indican que el 44% de la población pobre en China se concentra entre las minorías nacionales. Los niveles de renta en las zonas rurales se sitúan según datos oficiales en 1.200 yuans pero se reducen a 935 en Sinkiang y a 555 en el caso de Tibet. Frente a esta situación la necesidad de contar con un instrumento político que permita revertir estas estadísticas parece clara, pero tropieza con la visión unitaria de un estado central que no está dispuesto a ceder ningún espacio político a las minorías. Todos los estudios señalan que una de las principales fuentes de legitimidad del PCCh procede de su política para mantener unido al país evitando el peligro de los separatismos, lo que se convierte un dato muy adverso para las aspiraciones nacionales de los grupos minoritarios.
Esta situación, en el caso de Sinkiang, significa un muro difícil de salvar para la población uyghur que denuncia el riesgo serio de asimilación y desaparición si continúa aplicándose la actual política china. La independencia, mimética a la de las otras repúblicas centroasiáticas, se convierte en un imposible que aparece como la fuente de todas las frustraciones que pueden desencadenar un proceso de radicalización al que la RPCh tendrá que seguir haciendo frente.
Tino Brugos forma parte de la redacción de la web de VIENTO SUR