Aquello que para cualquier desavisado resultaría una «mera» guerra comercial, que estalló con una súbita escalada de aranceles de Washington a Beijing en respuesta a la balanza a favor de China, no ofrece duda alguna para analistas como Sergio Rodríguez Gelfenstein (Barómetro Latinoamericano). La esencia radica en que la república popular está logrando determinada «superioridad […]
Aquello que para cualquier desavisado resultaría una «mera» guerra comercial, que estalló con una súbita escalada de aranceles de Washington a Beijing en respuesta a la balanza a favor de China, no ofrece duda alguna para analistas como Sergio Rodríguez Gelfenstein (Barómetro Latinoamericano). La esencia radica en que la república popular está logrando determinada «superioridad hegemónica» respecto a la superpotencia, que la sitúa en inigualable posición para alcanzar en las próximas décadas la vanguardia del globo.
No andan descaminados quienes aseveran que con el choque se solapa la desesperación por el elevado desarrollo científico de la rival, que por primera vez en los últimos 130 años -cálculo del aludido observador- ha colocado al norteño emporio en un puesto secundario en este ámbito. Por eso, el principal conflicto se ha desatado en torno a la nueva generación de comunicación móvil denominada 5G, obtenida por la nación asiática con un adelanto de ocho meses a la Unión, que, pletórica de orgullo (¿soberbia?), había conseguido la primacía en las previas 3G y 4G. Pero ¿por qué tanto reconcomio? Ah, sucede que la 5G conllevará significativas implicaciones en las actividades sociales, geopolíticas, empresariales y militares, «al ser 40 veces más rápida que la 4G y tener una capacidad de transmisión de datos ostensiblemente mayor al poder desarrollar a través de ella la conexión de grandes bases de datos, la expansión de aplicaciones de inteligencia artificial, incluyendo robótica de carácter avanzado y la posibilidad de múltiples conexiones ultrarrápidas de internet entre ciudadanos, organizaciones y cosas como dinero móvil, vehículos sin conductores, cirugías a distancia, enseñanza virtual y […] drones, mucho de lo cual ya está en uso en China».
Por eso la cruzada iniciada por el Tío Sam se justifica con cuestiones de seguridad -evitar el fisgoneo con sofisticados «aparatitos»-. El hecho de que el titán -«simpático» mientras se mantuvo en su condición de fábrica de «baratijas» del orbe- se pueda convertir en especializado a corto plazo y alcance a poner en jaque el tradicional papel yanqui en ese aspecto indujo a la Casa Blanca a prohibir a las compañías estadounidenses del ramo hacer negocios con la Huawei y a presionar a las de otros Estados para que tampoco trasegaran con la «excomulgada». Veto luego derogado en uno de sus habituales malabares por el inefable Donald.
«Es una guerra por la hegemonía tecnológica mundial y esto en el momento actual es lo mismo que tener la hegemonía económica mundial», aseguró a EFE Matilde Mas. La catedrática está convencida de que si los Estados Unidos mantienen el pulso «China contestará», y explica que una «trifulca» de la magnitud con la que amenaza Trump acarreará «consecuencias negativas para todos los países, porque distorsionará el comercio, romperá las cadenas globales de suministro (lo que perjudicará la eficiencia), elevará los precios de importación y profundizará la división del mundo en bloques».
Lo que está ocurriendo se parece a la puja por el liderazgo que tuvo lugar tras la Segunda Guerra Mundial entre EUA y la Unión Soviética, añade. Ahora, si bien representa «algo único» para expertos como Raymond Torres, también español, se perciben similitudes con la liza enmarcada en el sector del automóvil que protagonizaron USA y Japón hace más de dos décadas, cerrada en 1995 con un acuerdo en que el último abría su mercado al oponente. Y caía de rondón en un estancamiento que se ha perpetuado.
Pero ¿gracias a qué precisamente Huawei en el colimador? Recordemos con Enrique Amestoy, articulista de Rebelión, que la mencionada compañía, fundada en 1987 por el exingeniero Ren Zhengfei, juega hoy día en el top cinco de fabricantes de teléfonos inteligentes a nivel internacional. En diciembre de 2018 había avanzado sobre Apple (11,8 por ciento) y, con 13,4 se ubicaba más cerca de Samsung, líder del segmento, con 18,9 por ciento. Anotemos que cuenta con estancia en más de 70 áreas del orbe, una facturación anual de 13 mil millones de dólares y una plantilla que sobrepasa los 70 000 empleados. Estadísticas oreadas en público atestiguan que se encuentra en manos del 61 por ciento de sus trabajadores, agrupados en comités sindicales (¿otro motivo de la «execración»?) Como si no bastara, al entrar a laborar, las personas reciben sus acciones, que no se compran ni se traspasan, y la entidad las readquiere al terminar el vínculo. Se dice que solo el 1,01 por ciento se halla en manos de Ren. (Algo inusitado en Occidente, ¿no?)
Así las cosas, tiene contratos de implementaciones de 3G, 4G y 5G en más de 50 sitios. A finales de abril recibió el visto bueno de la premier Theresa May para la construcción de parte de las 5G en Gran Bretaña. La canciller Angela Merkel ha expresado que se opone a excluirla del desarrollo de las germanas. Territorios como «España, Alemania, Francia o Canadá ya han firmado acuerdos […] para la instalación de antenas 5G. […] Tanto Cuba como Venezuela basan sus redes y puntos de acceso de internet de 3G y 4G en tecnología de Huawei. La mayoría de los países de [América Latina] tienen algún tipo de acuerdo en materia de infraestructura tecnológica con la empresa china».
Evoquemos con Amestoy que las sanciones que le impuso Donald Trump se concretaban en buena medida con la restricción a Google de brindarle actualizaciones de los sistemas operativos Android, utilizado por sus móviles y tabletas. Y bien valen aquí los juegos de palabras: «Suena extraño ver como el imperio del norte pone a una de sus principales firmas de espionaje, Google, como herramienta contra el supuesto espionaje del gigante chino a favor del Gobierno de Pekín».
Entre las embestidas contra la estigmatizada figuran, en 2003, la de Cisco, una de las más importantes empresas de telecomunicaciones, que denunció a su par por supuesto robo de patente, nunca comprobado. Litigio que se resolvió con dinero, la suspensión de determinado software y el consecuente levantamiento de la demanda. Por otro lado, ese mismo año, se difundió la existencia de un documento de 12 mil páginas elaborado por la ONU en el que se le imputaba de vendedora de tecnología castrense a Saddam Hussein, informe sobre el cual, con pertinente ironía, nuestra fuente afirma que probablemente sea tan veraz como el que indicaba la existencia de armas químicas en Irak.
Aunque no son estas las únicas acometidas contra una corporación que se ha visto excluida de concursos en suelo norteamericano, pudo continuar vendiendo servicios e infraestructuras en universidades, hospitales, asociaciones privadas. Incluso, en su momento la Casa Blanca, tras revisar un reporte tendencioso del Congreso, arribó a la conclusión de que no hay evidencias de la presencia en sus equipos de puertas traseras que permitan el acceso de Beijing a información reservada.
El panorama se aclara aún más cuando conocemos que, en enero de 2018, el Consejo de Seguridad Nacional de los Estados Unidos pedía que la administración pública construyese y gestionase las 5G del país. Se justificaba el planteo con el dominio chino del mercado de procesadores y antenas, una amenaza para la Unión. Al detonador en que se erige el pedido de Washington a Canadá de prisión y extradición de Meng Wanzhou, la hija del dueño de Huawei, a fines de 2018, por el motivo fundamental de la negativa a una solicitud de ceder los avances a sus pariguales yanquis, se une el arresto, en 2019, en Polonia, del director de ventas, Wang Weijing, igualmente inculpado de espionaje, mientras los captores… eso mismo: por su lado espiaban a altos ejecutivos «contrarios». ¿El resultado? Más de diez cargos por presumidas infracciones en secretos comerciales e industriales, fraude bancario, entre muchos.
Nada, que, al decir del colaborador de Rebelión, el capitalismo puro y duro beneficiaría a USA, la Unión Europea y otros puntos si se lograra debilitar a Huawei. Porque si otrora alguien entraba en guerra lo primero que debía hacer era desconectar la instalaciones básicas del atacado -puentes, plantas termonucleares, represas, carreteras, aeropuertos; esto mediante artilugios como las bombas-; sin embargo, en la actualidad bastaría con hacerse del interruptor para apagarlo tecnológicamente.
Trump teme que las aborrecidas antenas de 5G ofrezcan a Beijing una inmejorable oportunidad para agredir infraestructuras críticas o comprometer el intercambio de inteligencia con sus aliados clave. Empero, no en vano el «dragón», asevera Piergiorgio M. Sandri en La Vanguardia, sostiene la sartén por el mango. Además de constituir el más importante tenedor de deuda pública del «águila», su baza principal en la pendencia es la posesión del 55 por ciento terráqueo y la producción del 83 por ciento de las llamadas tierras raras, las cuales, en palabras del entendido cataIán Ignacio Navarro, «se encuentran en la mayoría de los objetos que nos rodean, y prácticamente en todo lo relacionado con la electrónica, la generación de energías renovables y la eficiencia energética. Se utilizan en la fabricación de sistemas de iluminación de bajo consumo, pantallas de plasma LCD, altavoces, equipos de resonancia magnética, aerogeneradores, motores y baterías de coches híbridos, smartphones, etcétera». Imprescindibles para móviles y armamentos, EE.UU. importa el 80 por ciento desde el coloso.
Entonces, este dispone de lo que los peritos estiman una suerte de «botón nuclear». Porque si decidiera cortar las exportaciones de esos minerales podría poner en jaque a Norteamérica, que abandonó su explotación hace años, pues le salía más barato comprarlos fuera. ¿Se verán obligados los chinos a cortar el suministro? Bueno, tal proclaman los gringos, todo dependerá de asuntos de seguridad nacional. Mientras tanto, la 5G de Huawei se abre camino en lugares como Rusia, un cofrade formidable, mientras los acusadores siguen con sus gritos estridentes y desacompasados. Aunque a la postre el magnate mandatario se haya desdicho por enésima ocasión.
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