El mundo sigue esperando desde hace semanas la invasión rusa de Ucrania, en Europa ya empezó el jueves 17 y, contradiciendo las certezas de Washington, el día miércoles no se produjo el tan anunciado y esperado día D, aunque bien visto el conflicto ucraniano podría parecer una tabla de salvación para muchos náufragos políticos que por salvar sus puestos están dispuestos a incendiar Europa.
Por su parte, Putin se ha obstinado en no seguir la hoja de ruta trazada por el Pentágono y, como suele hacerlo, juega la personal ignorando a Biden, que tan necesitado se encuentra del exabrupto ruso para cubrir de alguna forma su resquebrajado frente interno en el que ha jugado seriamente su trágica decisión de faltar a los acuerdos de Doha con los talibanes postergando su salida del primero de mayo al 11 de septiembre buscando un simbolismo ramplón y casi de mal gusto. Lo que precipitó una ofensiva histórica de los muyahidines, obligando una vez más al ejército de los Estados Unidos a una salida que muy cerca estuvo de ser deshonrosa quedando a un pelín de repetir las imágenes del 1975 en Saigón. Aunque a lo que se vivió por mediados de agosto del 2021 en el aeropuerto de Kabul no le faltó dramatismo, repitiéndose las mismas imágenes de terror y espanto reflejadas en las caras de los colaboracionistas que en esta oportunidad en vez de vietnamitas eran afganos.
Esa imprevisión de Biden, sin duda, será el sino de su presidencia y en este caso sí, único responsable de esa nueva humillación norteamérica. Intentando ocultar ese error Biden ha concentrado toda su política exterior en la frontera occidental de Rusia, pretendiendo involucrar al presidente Vladimir Putin en un conflicto que podría ser definitivo no solo para Moscú, sino para la mayoría de las naciones europeas y más allá también si la guerra alcanzara niveles nucleares.
Es difícil creer que Biden no comprenda la consecuencia de una escalada militar de gran intensidad con Rusia, entonces solo queda preguntarse por qué razón se ha metido en ella comprometiendo no solo la paz mundial, sino la continuación de la vida misma sobre el planeta. Aunque apostamos a que más allá de la decrepitud psíquica del actual inquilino de la Casa Blanca existen infinitos aros de seguridad hacia el interior del Gobierno norteamericano que le impedirán tomar una decisión que podría ser la última. Aunque con Washington nunca se sabe.
La historia está plagada de acciones exteriores de los Estados Unidos con el solo fin de disimular conflictos internos, debilidades políticas o económicas. Y en este caso esas debilidades son muchas, más cuando si bien Biden transita apenas su segundo año de Gobierno, lo hace desde prácticamente el primer día de su asunción con 78 años y con suma debilidad, ya que además de ser el presidente más anciano en la historia de su país, ya en su campaña dijo que era un presidente de transición. Por lo que sin duda, más allá de su voluntad o no, no tendrá un segundo mandato.
Desgastado por los seguidores de Donald Trump, que han puesto al país en un estado inédito de revulsión interna que quizás supere las grandes protestas por los derechos de la comunidad negra y las marchas antibelicistas. Los supremacistas que asaltaron y saquearon el Capitolio pocos días antes de la llegada de Biden (Ver Estados Unidos, el aullido de Pedro Picapiedra), ahora frente a la pasividad de las autoridades locales recorren armados como para ir a una guerra extraplanetaria el interior profundo de los Estados Unidos buscando posicionar su movimiento ultrarreaccionario, mientras esperan que su jefe Donald Trump retorne a la Casa Blanca y saque de los fondillos al actual presidente.
Aunque para Biden hoy los supremacistas no son su gran problema, sino los frutos de la Pandemia, no los muertos, sino la inflación que registra los más altos niveles desde 1982, afectando como siempre los sectores más deprimidos de la sociedad, donde justamente se concentran los votantes de Trump que, de no equivocarse mucho, en enero del 2025 lo veremos entrar nuevamente a la Casa Blanca más arrogante que nunca.
Por lo expuesto entendemos que a lo largo de su presidencia Biden gobernará como pato rengo, como se llama en Estados Unidos a los presidentes sin posibilidad de reelección, dado que la Constitución impide más de dos mandatos seguidos, como fueron los casos de Obama, Bush y tantísimos otros.
Más allá del parloteo arrogante de Biden amenazando a Putin, si el Kremlin se decidiera a invadir Ucrania, lo que hasta ahora es improbable, ningún beneficio interno le producirá al geronte, ya que sus torpezas económicas lo han catapultado al fondo de la consideración pública. Millones de americanos están tan agotados por la escalada inflacionaria y de ver sus impuestos quemados en guerras contra países que en enorme mayoría el americano medio no podría ubicar en un mapa mudo.
El martes 15 Rusia anunció que había iniciado el repliegue de las tropas cercanas a la frontera con Ucrania como un gesto importante de distensión, lo que desde Occidente en vez de corroborarlo se han dedicado a denostar el gesto y asegurar que solo es una trampa más de Rusia, a lo que el Kremlim, en un comunicado oficial contestó con sorna.
Si bien la guerra, como hemos dicho resulta improbable, de especular en torno a un conflicto armado que no pasase a niveles nucleares, es difícil creer que las fuerzas armadas de Occidente, que acaban de ser vencidas por los talibanes sin que los guerrilleros recibieran el apoyo de un conglomerado de naciones encabezadas por los Estados Unidos como sucedió con los soviéticos entre 1979-1989, y al tiempo que la OTAN se ve en figurillas para contener a las khatibas fundamentalistas que operan en el Sahel y otros sectores de África, por ejemplo Francia acaba de anunciar su retiro de Malí tras su fracaso de ocho años en esa lucha. Es difícil de creer que les pudiera ir mejor en una guerra abierta y clásica con un ejército altamente sofisticado como son las nuevas fuerzas armadas rusas. Sin contar la reacción de la ciudadanía europea si la guerra llegara a amenazar sus ciudades, lo que sin duda más allá de la jactancia, ningún gobierno europeo, a excepción de los que han pertenecido a la esfera soviética donde el odio a Moscú esta acendrado desde los tiempos de los zares, estará dispuesto a tolerar. Además de que ningún gobierno de la Unión Europea cuenta con las espaldas lo suficientemente anchas para llevar una guerra a su territorio sin caer de manera automática.
A ningún ciudadano europeo le importa la situación de Ucrania ni está dispuesto a sacrificar nada, ni por que se incorpore a la OTAN, ni por que mantenga su integridad territorial, ni por hacer un favor a Biden.
Un convidado de piedra
De manera sorpresiva y sin declaración de guerra, el domingo 22 de junio de 1941 a las 3:15 de la madrugada, bajo el nombre de Operación Barbarroja, Adolf Hitler invadió Rusia. El Führer estaba convencido de manera absoluta de los mil años que le esperaban al Tercer Reich. Sus generales le habían asegurado que en catorce días habría caído Moscú. Hitler, más cauto, consideraba que sus hombres tomarían la capital soviética en cuatro meses. La realidad fue otra, solo la batalla de Stalingrado, en la que fue derrotado de manera palmaria, le llevó 200 días, además de casi un millón de hombres, y la certeza de que Rusia no era un bocado sencillo. En eso no se equivocó, tres años después de la derrota en Stalingrado, Hitler se pegaba un tiro en su búnker berlinés sabiendo que los soviéticos estaban a sólo 500 de él. Aquella victoria para la Unión Soviética fue casi pírrica, 27 millones de muertos, el territorio y su economía devastados, que traerían hambrunas que iban a dejar tantos muertos como la misma guerra, pero el sacrificio valió la pena, la primera versión del nazismo había sido derrotada.
Desde hace meses, como si todo aquello no hubiera sucedido, una nueva Operación Barbarroja fue puesta en marcha, ya no contra la Unión Soviética sino contra la Federación de Rusia, a la que quieren retrotraer a junio del 1941 y hacerla reaccionar iniciando una guerra que ya ha quedado claro el presidente ruso Vladimir Putin no tiene ningún interés en comenzar, aunque tampoco está dispuesto a renunciar a los reclamos que iniciaron la actual escalada, la incorporación de Ucrania a la OTAN, hecho que para Moscú sería la concreción de un cerco de corte netamente hostil, ya que Estonia, Letonia, Lituania y Polonia, naciones manifiestamente antirrusas, gobernadas por partidos de la ultraderecha y son miembros de la organización atlantista, al igual que Turquía por el sur, lo que significaría una constante amenaza a la seguridad de toda Rusia, violando los acuerdos entre Ronald Reagan y Mijaíl Gorbachov de 1986 y faltando al compromiso verbal del exsecretario de estado del presidente George Bush padre, James Baker, que dijo en 1990 que la OTAN no se expandiría “ni una pulgada” hacia el este.
La torpe jugada de Biden sin duda pretendía que los rusos tomen Kiev, una operación que no llevaría más de 48 horas pero con un altísimo costo de vidas civiles, lo que Putin no se permitiría de no ser que la situación escalara al punto de no retorno.
Mientras la crisis de Ucrania está tan lejos de la guerra como de la solución diplomática, algunos la están utilizando para salvar su ropa, como es el caso de Boris Johnson, que apuesta a la profundización del conflicto enviando tropas a los países del Báltico, tomando con sorna el anuncio ruso de la retirada de tropas de la frontera ucraniana y anunciando una gira por Bélgica y Polonia intentado imprimir dinamismo a su gestión en el momento en que peligra su continuidad en el cargo tras los escándalos de las fiestas privadas.
Por su parte Emmanuel Macron, con un ojo puesto en las presidenciales de abril, viaja a Moscú, se encuentra con Putin y se muestra cauto y reflexivo, intentando atraer el voto de centro y centro izquierda, ya que a la derecha francesa le sobran candidatos.
Al tiempo que el presidente ucraniano Volodímir Zelenski, en las últimas horas ha decidido reactivar en frente de guerra bombardeando las repúblicas populares de Donetsk y Lugansk, las dos regiones prorrusas del este de Ucrania que desde 2014 luchan a un costo de más de 12.000 muertos por independizarse de Kiev, para de alguna manera hacer un gesto que lo ponga en el centro de la escena, ya que hasta ahora ha sido un convidado de piedra en el conflicto que se dirime entre Washington y Moscú dejando a Kiev lejos de las discusiones, incluso detrás de actores secundarios como Londres o París.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.
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