La crisis derivada de las elecciones en Ucrania, con Rusia a un lado y la OTAN (EEUU y la UE) por otro, retrotrae a los duros tiempos de la Guerra Fría. Según dicen, el candidato ganador, Yanukovitch, es prorruso, y el perdedor, Yushchenko, prooccidental. Cada bando defiende a su candidato, no por filias graciosas, sino […]
La crisis derivada de las elecciones en Ucrania, con Rusia a un lado y la OTAN (EEUU y la UE) por otro, retrotrae a los duros tiempos de la Guerra Fría. Según dicen, el candidato ganador, Yanukovitch, es prorruso, y el perdedor, Yushchenko, prooccidental. Cada bando defiende a su candidato, no por filias graciosas, sino por razones geopolíticas de fondo, con la democracia como juego pirotécnico que oculta los intereses en juego.
Para Occidente, con EEUU a la cabeza, se trata de llevar a la presidencia de Ucrania a un político que, según sus cálculos, se distanciará de Rusia y favorecerá los intereses occidentales en el país más estratégico para Moscú. Yushchenko aparece como la persona idónea para situar a Ucrania en la órbita atlantista, propinando un golpe demoledor a las aspiraciones rusas de salvaguardar su área histórica de influencia. Un ingreso ucraniano en la OTAN devolvería a Rusia a los límites que tenía en el siglo XVI y dejaría a EEUU y sus aliados en una posición ideal para amenazar y desestabilizar Rusia, que entre otros puntos vitales podría perder la esencial base de Sebastopol, sede de la flota del Mar Negro.
Para entender el juego, debe recordarse que, desde el derrumbe de la URSS, la OTAN no ha cesado de avanzar hacia la frontera rusa. En abril de 1999, a raíz del 50 aniversario de la OTAN, la organización se arrogó incluso el derecho de actuar en toda la zona euroatlántica, entendiendo por ésta la que va de Lisboa a Vladivostok, sin requerir permiso del Consejo de Seguridad, lo que le permitiría burlar a Rusia. Aquella declaración de la OTAN fue seguida de la guerra contra Yugoslavia, que Rusia resintió agudamente.
En una maniobra de tenaza dirigida a arrinconar a Moscú, la OTAN avanza desde Europa (lo último fue el ingreso en la OTAN de los tres países bálticos) y EEUU lo hace en el Cáucaso y Asia Central, con bases militares en Georgia, Uzbekistán y Kirguizistán. Rusia ha respondido fortaleciendo su presencia militar ahí (tres nuevas bases en Asia desde 2002) y ofreciendo ayuda económica a las ex repúblicas soviéticas. La pugna continua sin tregua y, presionado por la agresividad de EEUU, Putin, que no es Yeltsin, ha decidido reforzar el poder nuclear ruso, dotándolo de un tipo de misiles que no posee ningún país.
No debe extrañar que Rusia maniobre para preservar el vínculo ruso-ucraniano, como comprensible se vería que EEUU considerara casus belli todo intento de colocar a un gobierno antinorteamericano en México. A nadie sensato en Europa puede interesarle que Rusia se sienta arrinconado y rodeada de países hostiles. La seguridad y el futuro de la UE necesitan de una Rusia cooperadora, estable y sin temor a enemigos externos. De otra forma, como Rusia no renunciará a su papel de gran potencia, Europa y el mundo se exponen a conflictos de resultados inciertos. Francia, en 1919, quiso una Alemania aislada y derruida. Tarde comprendió Europa las consecuencias de aquella política revanchista. EEUU, hoy, quiere ver a Rusia como Francia a Alemania. Pero Rusia posee 30.000 cabezas nucleares y con un poder de esa magnitud no caben los aventurerismos. En ésta, como en tantas otras cuestiones, los intereses europeos difieren notablemente de los de EEUU.
Augusto Zamora R. es profesor de Derecho Internacional y Relaciones Internacionales en la Universidad Autónoma de Madrid