El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, y el canciller de Alemania, Olaf Scholz, acaban de sostener una reunión en Washington con la intención aparente de enviar a Rusia y China en mensaje de “alianza confiable” en el caso de Ucrania.
El encuentro fue muy importante, no tanto por lo que ambos gobernantes declararon a la prensa -que puede diferir de lo que en realidad hagan o piensen-, sino porque se realiza unos pocos días después de otra de mucho mayor envergadura en Beijing entre los líderes chino Xi Jimping, y ruso Vladimir Putin.
También, en medio de declaraciones bastante contrapuestas de otros líderes europeos como Enmanuel Macron, presidente de Francia, y voces menores en este concierto como las de los gobernantes de Gran Bretaña, Italia, y algunos países del antiguo bloque socialista europeo. Hay, en los hechos, una ronda de negociaciones inéditas, con la característica de que los planetas no están alineados y por el momento giran dentro de órbitas muy específicas alrededor de Ucrania, dando la falsa apariencia de que es el centro del sistema de esa rotación cuando solamente es el punto que la motiva.
Términos de un equilibrio estratégico
Lo que se debate en torno a Ucrania son los términos de un equilibrio estratégico en Europa que atañe al mundo entero y que involucra un nudo de contradicciones entre lo nuevo que surge y los viejo que fenece. Lo trascendente es que, aunque son posiciones antagónicas, es posible buscar la forma de que no sean irreconciliables para intentar impedir llegar a extremos sin marcha atrás.
El asunto no es si Rusia invade a Ucrania, algo que aparece, mentirosamente, como un leiv motiv recurrente cuando la evolución de los acontecimientos se sale de los carriles prestablecidos por un nuevo comercio internacional entre corporaciones transnacionales que desplaza inexorablemente al antiguo, tutelado por sus respectivos estados para dominar a los más débiles.
¿Una réplica de Yalta 1945?
Al analizar los mensajes de las reuniones de Biden y Scholz, por un lado, y los de Xi y Putin, por otro, da la impresión que regresamos a Yalta en 1945 cuando los estertores del fascismo hitleriano aconsejaron una reunión de los tres grandes para decidir el futuro de Europa y el mundo.
Lo triste de aquel memorable momento fue que casi ninguno de los acuerdos entre Josef Stalin, Franklin Delano Roosevelt y Winston Churchill se cumplieron y, en los hechos, así dio comienzo la guerra fría. Yalta, como se sabe, tuvo en buena medida un final muy cercano a lo que tramaron Roosevelt y Churchill dos días antes, el 2 de febrero de 1945, en La Valeta, capital de Malta, , para rechazar las posibles peticiones de Stalin una vez que cayera el III Reich.
Esto quedó confirmado pocos meses después cuando los líderes se reunieron en Potsdam, Alemania, del 17 de julio al 2 de agosto de 1945 y de los tres protagonistas de Yalta solo quedaba Stalin, pues Roosevelt ya había muerto y ocupó su lugar Harry S. Truman, el criminal de Hiroshima y Nagasaki, y Churchill había caído frente a Clement Attlee.
En ella quedó patente que la mayoría de los acuerdos a los que se había llegado en Yalta no se cumplieron porque, como reveló después James F. Byrnes, secretario de Estado (1945-1947), “en aquella reunión no se trataba de lo que Estados Unidos y Gran Bretaña dejarían hacer a los rusos, sino de lo que podían conseguir que hicieran los rusos».
La situación estaba clara para Washington y Londres: en Yalta, Stalin partía con ventaja respecto a Roosevelt y Churchill, puesto que el Ejército Rojo estaba a solo 70 kilómetros de Berlín, y ocupaba casi toda Europa Oriental. En cambio, los aliados occidentales retrasaron su avance hacia el Este tras la batalla de las Ardenas, que tuvo lugar entre diciembre de 1944 y enero de 1945.
El filósofo griego Heráclito de Éfeso decía que nadie se puede bañar dos veces en la misma agua de un río, pero nada tan parecido a Yalta 1945 que Washington 2022 con la reunión de Biden y Scholz, el aliado confiable del jefe de la Casa Blanca, semejando a la de Churchill y Roosevelt en La Valeta.
La pulseada con Rusia
Aunque intentan no demostrarlo, la impresión es que Biden y Scholz buscan la forma de tratar de obligar o controlar lo que ellos quisieran que Putin haga en Ucrania con la idea de justificar sus planes, sobre todo la expansión al este de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Hasta dónde llegó el compromiso de Scholz con Biden al respecto es una buena pregunta, pues el alemán no se abrió mucho con los periodistas cuando indagaron si compartía el criterio de su anfitrión de destruir el gasoducto Nord Stream 2 en caso de que el Kremlin decida atacar a Ucrania.
Él sabe que un ataque a Ucrania no depende solamente de Moscú ni de Kiev, y allí está en juego lo que desean “que hagan los rusos”. Además, la Alemania de hoy no es la misma que la de hace una o dos décadas atrás y su camino a la autonomía fue bien trazado por Ángela Merkel.
La “confiabilidad” alemana implica, en la mira de Washington, que Berlín suspenda los permisos para el tramo alemán del gasoducto Nord Stream 2 y deje sin suministro de gas a germanos y sus vecinos. «Estamos actuando juntos. Estamos absolutamente unidos y no tomaremos pasos diferentes. Tomaremos los mismos pasos, y serán muy, muy duros para Rusia, y ellos lo entenderán», fue la lacónica y genérica respuesta de Scholz a los periodistas, pero sin mencionar ni el gasoducto ni una acción militar.
Es infantil creer que, si Estados Unidos o la OTAN atentan contra el gasoducto, Alemania saldrá indemne de una respuesta rusa y que Noruega o los Países Bajos no se van a afectar como países de la red que suministra gas a esa parte de Europa. Biden juega con fuego con esa amenaza contra el gasoducto.
Si se observa con esa óptica la reunión Biden-Scholz, conviene hacer un pequeño recorrido por la celebrada en Beijing entre Xi y Putin para dejar en claro las posiciones claves en este momento de mucho más tensión y peligro que la pandemia de Covid-19.
En el comunicado conjunto difundido tras la reunión de Beijing, los mandatarios de China y Rusia, Xi Jinping y Vladimir Putin, se oponen a “ciertos países, que siguen obstinados en promover el unilateralismo”, y “socavan los intereses de otros Estados, además de crear fricciones y enfrentamientos, lo cual frena el desarrollo”. Ese es el summum de la situación creada en torno a Ucrania. El mensaje a Washington y la OTAN es más directo aun: un apoyo recíproco en los temas de máximo interés de cada parte.
China y Rusia con las cartas sobre la mesa
Beijing rechaza cualquier ampliación de la OTAN hacia el Este y Moscú la alianza de Washington, Londres y Canberra en el espacio de Asia-Pacífico (el acuerdo Aukus para crear el bloque militar que puede alterar el equilibrio de fuerzas en la región del Índico y el Pacífico). No hay medias tintas.
Los dos colosos advierten a Estados Unidos y Alemania y a sus aliados su oposición a que sigan obstinados en promover el unilateralismo y en interferir en los asuntos de otros, pues “socavan los intereses de otros Estados, crean fricciones y enfrentamientos, lo cual frena el desarrollo”. Y rematan: La comunidad internacional (léase Rusia y China) “no van a aceptar esto más”.
En consecuencia, les indican a sus adversarios la existencia de un compromiso a profundizar “sin descanso” su “coordinación estratégica” y afrontar juntos las “injerencias externas” y “amenazas a la seguridad regional”. Las cartas están boca arriba. No hay nada oculto, y no debe haber sorpresas ni sorprendidos.
Francia en el complejo contexto
En ese contexto, el presidente francés, Emmanuel Macron, cuyo país ocupa la presidencia rotativa de la Unión Europea (UE), está fungiendo como intermediario en la difícil tarea de convencer a las partes de iniciar una desescalada de la crisis, aunque todos saben que eso solo es posible si cada parte acepta las posiciones de la otra.
«Nuestro continente está hoy en una situación muy crítica, lo que nos obliga a ser extremadamente responsables», dijo Macron en el Kremlin, tal vez calibrando los enormes intereses que se están moviendo alrededor de Ucrania, y enviando al mismo tiempo un mensaje al presidente de ese país, Volodimir Zelenski, a quien no se puede dejar fuera del juego.
No estamos en los lejanos años 60 cuando las potencias nucleares actuaban por encima de los demás actores en los conflictos, y Ucrania, por demás, no es tampoco cualquiera ni, al parecer, busca convertirse en un estado bisagra, sino acomodarse a la situación de tal manera que pueda seguir con sus demandas, pero sin arriesgar mucho.
Las reiteradas posturas de Rusia
Para Rusia, los reclamos ucranianos tienen un límite de tolerancia y nunca traspasarán la línea roja trazada por los acuerdos de Minsk de febrero de 2015, aceptados pero incumplidos por la OTAN y Estados Unidos, a quien culpa de alterar el equilibrio estratégico en el mundo. En ese contexto el Kremlin reiteró que Crimea es y será parte de Rusia y si alguien trata de cambiar eso por la vía militar estallaría de modo inevitable una guerra nuclear en la que no habrá ganador.
En consecuencia, Putin advierte que no hay alternativa a los acuerdos de Minsk, que son la única base posible para un arreglo político del conflicto del sureste ucranio, y Macron asimiló las razones de su anfitrión, pero en su posición occidentalista replicó que es imposible pedir que se abandonen principios básicos de la OTAN.
Ese criterio, más el señalamiento a Rusia de incumplir el compromiso de respetar la integridad territorial de Ucrania, alejó la posibilidad real de un entendimiento práctico favorable a una distensión. Francia es parte, junto con Alemania, Rusia y Ucrania, del acuerdo Minsk II que allanó el camino para el fin de la guerra del Donbás.
Desde entonces, Moscú busca garantías de la OTAN de que Ucrania no entrará en ese pacto y exige que el bloque retire a sus fuerzas acantonadas en países del este europeo reclutados por los jefes del tratado noratlántico, en especial del Pentágono. Por supuesto que todos ellos rechazan la exigencia rusa y en sus negociaciones con el Kremlin no van al fondo del problema que es un freno al expansionismo al este de la OTAN, sino que se detienen en asuntos colaterales bien ajenos de las preocupaciones rusas centradas en el cerco militar que propicia Washington.
Estados Unidos y la OTAN encuentran en Ucrania caldo de cultivo para sus apetencias expansionistas pues cuatro poderosos grupos empresariales y una veintena de familias terratenientes, controlan la vida económica y política de un país que los geoestrategas colocan como un centro de equilibrio entre Europa y Eurasia, por su posición geográfica, su historia y su riqueza, como bien señala el catedrático panameño Guillermo Castro.
En esa condición geopolítica radica la importancia de lo que está ocurriendo en Ucrania porque ese pedazo de territorio en disputa es como la cota a conquistar en un campo de batalla convencional sembrado de minas por todas partes y defendido por nichos de ametralladoras y emplazamientos de cañones.
Fiasco de la unipolaridad del mundo
Fracasada la campaña de la unipolaridad apenas una década después de la caída de la Unión Soviética en 1991, Estados Unidos fue incapaz de sostener el nuevo modelo económico que norteamericanizaría al mundo, y sus gobernantes, empresarios y generales no pudieron atajar la creciente multipolarización del sistema mundial por el empuje, sobre todo de China y Rusia, y de otros actores.
El fiasco del neoliberalismo globalizado, considerado un hecho cierto e irreversible hasta por los propios teóricos de Estados Unidos, ejerce una influencia evidente en la Europa de posguerra postrada hasta hace unos años a los pies de Washington. Esto se manifiesta en una creciente autonomía de países como Alemania y Francia, que ayuda a entender la reticencia al interior de la alianza noratlántica a crear una situación de guerra en Ucrania para demostrar en el exterior el liderazgo que la administración Biden no puede mostrar en casa.
Desenlace difícil, mas no imposible
Si algo importante dijo Macron en su entrevista con Putin en el Kremlin es su afirmación de la necesidad de construir un nuevo mecanismo de seguridad para todos en Europa, que considere las preocupaciones rusas y las que tienen los países de la OTAN, así como Ucrania, Georgia o cualquier otro de la región.
Por supuesto que es algo muy difícil, pero no imposible. El mundo requiere de una recomposición de los equilibrios y de los factores de negociación ahora que se ha recuperado la paridad militar y económica perdidas con la desaparición de la Unión Soviética y el campo socialista del este europeo.
Si hay voluntad, pero sobre todo racionalidad, Ucrania puede ser convertida en el centro de la paz por construir y no en el de la guerra para destruir incluso hasta al hombre mismo como especie.
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