Traducido del inglés para Rebelión por Carlos Riba García
El costo de la violencia – Los amos de la humanidad*
En resumen, los mazazos de la Guerra Global contra el Terror (GWOT, por sus siglas en inglés) han extendido el terror yihadista desde un remoto rincón de Afganistán a la mayor parte del planeta, desde África y Levante hasta el sur y el sureste de Asia. Han provocado también ataques terroristas en Europa y Estados Unidos. La invasión de Iraq contribuyó sustancialmente a este empeoramiento de las cosas, como muchas de las agencias de inteligencia lo habían pronosticado. Los especialistas en terrorismo Peter Bergen y Paul Cruickshank estiman que la Guerra de Iraq «ha dado lugar a una asombrosa multiplicación por siete de la tasa anual de ataques yihadistas con víctimas fatales, llegándose literalmente a cientos de nuevos ataques y miles de civiles muertos; aunque incluso se excluya el terrorismo en Iraq y Afganistán, los ataques mortales en el resto del mundo han aumentado en más de un 33 por ciento». Otras expresiones del terrorismo han sido tan productivas como las mencionadas.
Un grupo de las mayores organizaciones de lucha por los derechos humanos -Médicos con Responsabilidad Social (de EEUU), Médicos por la Supervivencia Global (de Canadá) y Médicos del Mundo por la Prevención de la Guerra Nuclear (de Alemania)- realizó un estudio que trataba de «aportar un estimación tan real como fuese posible del total de cadáveres contados en las tres principales zonas de guerra [Iraq, Afganistán y Pakistán] durante los 12 años de ‘guerra contra el terrorismo'», incluyendo un minucioso escrutinio «de las principales publicaciones y datos aparecidos en relación con el número de víctimas en esos países», además de información extra sobre acciones militares. La «cautelosa estimación» de ese grupo es que 1,3 millones de personas murieron en esas guerras, un recuento que «incluso podría superar los dos millones». Una base de datos examinada por el investigador independiente David Peterson unos días después de la publicación del informe comprobó que prácticamente nadie hacía mención de él. ¿A quién le importa?
Más en general, unos estudios llevados adelante por el Instituto Oslo de Investigación sobre la Paz muestran que dos tercios de las muertes en las zonas de conflicto se produjeron en diferendos de origen interno en los que la solución fue impuesta por elementos ajenos al diferendo. En ese tipo de conflictos, el 98 por ciento de las muertes se produjeron solo después de que algunos extraños entraran con su poderío militar en la disputa local. En Siria, el número de muertes en conflictos más que se triplicó después de que los occidentales iniciaran ataques aéreos contra el Daesh y la CIA empezara su velada interferencia militar en la guerra, una interferencia que parece haber atraído a los rusos cuando los avanzados misiles antitanque diezmaron a las fuerzas de su aliado Bashar al-Assad. Los primeros indicios señalan que los bombardeos rusos están teniendo las acostumbradas consecuencias.
Las pruebas analizadas por el politólogo Tivo Kivimäki señalan que las «guerras de protección [combatidas por ‘coaliciones de voluntades’] se han convertido en la principal fuente de violencia en el mundo, contribuyendo ocasionalmente con más de la mitad de las víctimas del conflicto». Incluso más; en muchos de esos casos, entre ellos Siria, como él pudo comprobar, hubo posibilidades de arreglo diplomático que fueron ignoradas; entre otras en los Balcanes a principios de los noventa, en la primera Guerra del Golfo y, por supuesto, en las guerras de Indochina, el peor crimen desde el final de la Segunda Guerra Mundial. En el caso de Iraq, esta cuestión ni siquiera se plantea. Con toda seguridad, aquí hay algunas lecciones.
Las consecuencias generales de recurrir al uso del mazazo contra sociedades vulnerables sorprende bien poco. El cuidadoso estudio de la insurgencias de William Polk, Violent Politics, debería ser una lectura obligatoria para quienes quieren entender los conflictos actuales; también, con toda seguridad, para quienes los planifican, suponiendo que les importa las consecuencias humanitarias y no solo el poder y la dominación. Polk muestra una pauta de conducta que se ha repetido una y otra vez. Naturalmente, a los invasores -animados quizá por los más benévolos propósitos- les desagrada que la población no les obedezca, al principio moderadamente, provocando una respuesta más contundente que a su vez aumenta la oposición y el apoyo a la resistencia. El ciclo de violencia se intensifica hasta que el invasor se retira o consigue sus objetivos mediante algo que se aproxima al genocidio.
Jugando el juego que al-Qaeda propone
La campaña de asesinatos mediante drones de Obama, una notable innovación del terrorismo global, muestra las mismas pautas. Para muchos observadores, esta campaña está creando terroristas más rápidamente que los sospechosos que asesina, unos sospechosos de que un día intentarán hacernos daño. Es esta una extraordinaria contribución realizada por un abogado constitucional en el 800º aniversario de la Magna Carta**, que establecía las bases del principio de presunción de inocencia, piedra fundamental del derecho civilizado.
Otro rasgo característico de estas intervenciones militares es la creencia de que la insurgencia será vencida cuando se elimine a sus jefes. Pero lo habitual es que cuando una acción consigue ese éxito, el jefe vilipendiado es reemplazado por alguien más joven, más resuelto, más brutal y más eficaz. Polk brinda muchos ejemplos. El historiador militar Andrew Cockburn ha estudiado las campañas estadounidenses para matar a figuras importantes del narcotráfico y del terrorismo realizadas durante un largo periodo. Plasmó los resultados en su ensayo Kill Chain [Cadena mortal]; los resultados fueron similares. La expectativa es que este esquema continúe.
No hay duda de que ahora mismo los estrategas de Estados Unidos están tratando de encontrar la forma de asesinar al «Califa del Daesh», Abu Bakr al-Baghdadi, implacable rival del líder de al-Qaeda, Ayman al-Zawahiri. El posible resultado de este logro es pronosticado por el destacado académico y estudioso del terrorismo Bruce Hoffman, integrante del Centro de Combate contra el Terrorismo de la Academia Militar de Estados Unidos (USMACTC, por sus siglas en inglés). Él presagia que «es probable que la muerte de al-Baghdadi allane el camino para un acercamiento [con al-Qaeda], dando lugar a una fuerza terrorista combinada sin precedentes en cuanto alcance, tamaño, ambición y recursos».
Polk menciona un tratado sobre la guerra escrito por Henry Jomini, que estaba influido por la derrota de Napoleón a manos de la guerrilla española y que se convirtió en un libro de texto para generaciones de cadetes de la academia militar de West Point. Jomini observó que es típico que esas intervenciones llevadas a cabo por importantes potencias resulten en «guerras de opinión» y casi siempre en «guerras nacionales»; si no lo habían sido al principio, después pasan a serlo en el curso de la lucha, por la dinámica descrita por Polk. Jomini llega a la conclusión de que los «comandantes de los ejércitos regulares están mal asesorados cuando se implican en ese tipo de guerras y las pierden; incluso un aparente éxito termina siendo de corta vida.
Minuciosos estudios de al-Qaeda y el Daesh han demostrado que Estados Unidos y sus aliados están siguiendo sus planes con bastante precisión. El objetivo de esas organizaciones es «arrastrar a Occidente a un atolladero tan profunda y activamente como se pueda» e «implicar a Estados Unidos y todo Occidente en una serie interminable de operaciones en el extranjero para debilitarlos» y de ese modo desautorizarlos ante sus respectivas sociedades, obligarlos a dilapidar sus recursos y aumentar el nivel de violencia, poniendo en marcha la dinámica expuesta por Polk.
Scott Atran, uno de los investigadores más perspicaces de los movimientos yihadistas, calcula que ejecutar los ataques del 11-S costó entre 400.000 y 500.000 dólares, mientras que la respuesta militar y de seguridad de Estados Unidos y sus aliados multiplicó esos guarismos por 10 millones. Sobre la base de una estricta relación costo/beneficio, esta acción violenta ha sido extremadamente exitosa, mucho más allá incluso de lo que Bin Laden pudo haber imaginado, y esto es cada vez más así. Aquí se muestra en toda su dimensión el estilo jujitsu de la guerra asimétrica. Después de todo, ¿quién podría decir que estamos mejor que antes o que el peligro total está disminuyendo?
Si continuamos blandiendo la maza, siguiendo tácitamente el guión yihadista, las consecuencias probables son un yihadismo aún más violento y una atracción todavía más amplia. Lo que sabemos, aconseja Atran, «debería propiciar un cambio radical en nuestra estrategia contra el terror».
El conjunto Al-Qaeda/Daesh está ayudado por los estadounidenses que obedecen sus directivas: por ejemplo, Ted «hagámoslo polvo» Cruz, un importante candidato presidencial republicano. O, en el otro extremo del espectro dominante, el columnista estrella del New York Times en cuestiones de Oriente Medio e internacionales, Thomas Friedman, que en 2003 ofreció a Washington su asesoramiento para luchar en Iraq; fue en su show Charlie Rose: «Aquí tenemos lo que yo llamaría la burbuja del terrorismo… Lo que necesitamos hacer es ir a ese lugar del mundo y reventar esa burbuja. Es fundamental que vayamos allí, al corazón de ese mundo, y… bueno… cojamos un garrote bien grande y reventemos esa burbuja. Y no hay más que una forma de hacerlo… Lo que ellos necesitan ver es unos muchachos y muchachas estadounidenses yendo casa por casa desde Basra a Bagdad y preguntando sobre todo ‘¿qué parte de esta frase no entienden? Vosotros pensáis que no nos importa nuestra sociedad abierta, ¿creéis acaso que por esta fantasía de la burbuja nosotros nos vamos a marchar? Bueno, chúpate esta’. Muy bien. De eso, Charlie, se trata esta guerra».
Todo es un show.
Esperando el futuro
Generalmente, Atran y otros observadores cercanos están de acuerdo en la receta. Deberíamos empezar reconociendo lo que muestra irrefutablemente una cuidadosa investigación: quienes son atraídos por la yihad «añoran algo en su historia, en sus tradiciones, algo relacionado con sus héroes y su moral; el Daesh, con todo lo brutal y repugnante que tiene para nosotros e incluso para la mayoría de la gente del mundo arabo-musulmán, habla directamente de lo añorado por ellos… Lo que motiva a los más letales agresores de este momento no es tanto el Corán sino una emocionante causa y un llamamiento a la acción que promete gloria y estima a los ojos de los amigos». De hecho, pocos -si acaso alguno- yihadistas conocen los textos coránicos o la teología islámica.
La mejor estrategia, sugiere Polk, sería «un programa multinacional orientado al bienestar social y psicológicamente satisfactorio… que haría que el odiado Daesh confiara en algo menos virulento. Los aspectos de este programa ya han sido identificados por nosotros: necesidades comunitarias, compensaciones por trasgresiones pasadas y un llamamiento aun nuevo comienzo». Polk agrega, «Un cuidadosamente formulado pedido de disculpas por las ofensas pasadas costaría poco y haría mucho». Un proyecto como este debería ponerse en marcha en campos de refugiados o en los «deprimentes conjuntos habitacionales de tugurios de las banlieues parisinas», donde, como escribe Atran, su equipo de investigación «encuentra una bastante difundida tolerancia o apoyo a los valores del Daesh». Incluso podría hacerse más mediante una dedicación auténtica a la diplomacia y la negociación en lugar del irreflexivo recurso a la violencia.
No menos significativo sería una respuesta honrosa a la «crisis de los refugiados» que, aunque se tomó su tiempo para llegar, hasta 2015 no adquirió importancia en Europa. Eso significaría, en última instancia, un aumento sustancial de la ayuda humanitaria en los campos de refugiados de Líbano, Jordania y Turquía, donde los desmoralizados refugiados llegados de Siria apenas logran sobrevivir. Pero la problemática es todavía mucho mayor, y proporciona una imagen de los que se llaman a sí mismos «estados progresistas» que está muy lejos de ser atractiva y debería ser un estímulo para la acción.
Hay países que debido a una vasta violencia interna producen refugiados, como Estados Unidos y, en segundo lugar, Gran Bretaña y Francia. Después, hay países que aceptan importantes números de refugiados, incluyendo aquellos que escapan de la violencia, como Líbano (sin duda, el campeón, si se cuenta la relación per capita), Jordania y Siria antes de que colapsara, entre otros de Oriente Medio. Coincidiendo en parte con los mencionados, hay países que al mismo tiempo que crean refugiados rechazan recibirlos, no solo los provenientes de Oriente Medio sino también los del «patio trasero» de Estados Unidos, al sur de su frontera. Un panorama extraño, cuya contemplación resulta dolorosa.
Una imagen honesta haría el seguimiento de la producción de refugiados retrocediendo lejos en la historia. El veterano corresponsal Robert Fisk informa de que uno de los primero vídeos filmados por el Daesh «mostraba un bulldozer empujando la arena para deshacer un terraplén que había marcado la frontera entre Iraq y Siria. Mientras la máquina destruía el talud, la cámara se movió para mostrar en cartel escrito a mano que estaba en el suelo de arena. ‘Fin de Sykes-Picot’, decía».
Para los pueblos de la región, el arreglo Sykes-Picot es el paradigma del cinismo y la brutalidad del imperialismo occidental. Conspirando en secreto durante la Primera Guerra Mundial, Mark Sykes -por Gran Bretaña- y Georges Picot -por Francia- se repartieron la región trazando las fronteras de unos países artificiales que satisfarían sus propios objetivos imperiales, en el más absoluto desprecio por los intereses de los pueblos que allí vivían y en violación de las promesas hechas durante la guerra, formuladas para inducir a que los árabes se unieran al esfuerzo bélico aliado. El arreglo reflejaba las prácticas de los países europeos que devastaron África con procedimientos similares. «Transformó lo que habían sido provincias relativamente tranquilas del imperio otomano en algunos de los países más inestables y explosivos del mundo.»
Desde entonces, reiteradas intervenciones occidentales en Oriente Medio y África han agravado las tensiones, los conflictos y los trastornos que han hecho añicos las sociedades locales. El resultado final de todo ello es una «crisis de refugiados» que el inocente Occidente apenas puede soportar. Alemania se ha presentado como la conciencia de Europa, admitiendo al principio (pero no por mucho tiempo) a casi un millón de refugiados, en uno de los países más ricos del mundo y con una población de 80 millones. En comparación, Líbano, un país pobre, absorbió un millón y medio de refugiados -en estos momentos son la cuarta parte de su población- que se agregaron al medio millón de palestinos registrados por la oficina de los refugiados de Naciones Unidas (UNRWA, por sus siglas en inglés), en su mayor parte víctimas de las políticas de Israel.
Europa también se queja por la carga de los refugiados expulsados de los países que ha devastado en África; no sin la ayuda de Estados Unidos, como los congoleños y los angoleños, entre otros, pueden atestiguar. Ahora, Europa está tratando de sobornar a Turquía (que ha recibido a más de dos millones de refugiados sirios) para alejar de las fronteras europeas a quienes escapan de los horrores de Siria, justamente como hace Obama, que presiona a México para que mantenga la frontera de Estados Unidos libre de los infortunados que intentan escapar de las secuelas de la Guerra Global contra el Terror de Reagan y de aquellos que huyen de desastres más recientes, entre ellos un golpe de Estado militar en Honduras que Obama fue casi el único en legitimar, un golpe que ha creado una de las peores cámaras del horror de América Central.
Es muy difícil encontrar las palabras apropiadas para describir la respuesta de Estados Unidos a la crisis de los refugiados sirios; yo, al menos no consigo pensar ninguna.
Regresando a la pregunta formulada al principio de este texto, «¿Quién gobierna el mundo?», quisiéramos plantear otra pregunta: «¿Qué principios, qué valores gobiernan el mundo?». Esta pregunta debería ser la más importante en la mente de los ciudadanos de los países más ricos y poderosos, quienes disfrutan de una extraordinaria herencia de libertad, privilegio y oportunidades gracias a las luchas de sus antecesores y que ahora se enfrentan a opciones aciagas respecto de cómo responder a desafíos de gran trascendencia humana.
Notas:
* Esta es la segunda de dos notas de que consta el trabajo; una selección extraída del nuevo libro de Noam Chomsky, Who Rules the World? (Metropolitan Books, the American Empire Project, 2016). La Parte 1 (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=212351) se publicó en Rebelión el martes 17 de mayo de 2016. (N. del T.)
** El autor se refiere a la cédula que el rey Juan Sin Tierra de Inglaterra otorgó a los nobles ingleses el 15 de junio de 1215. (N. del T.)
Noam Chomsky es profesor emérito en el Departamento de Lingüística y Filosofía del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). Es colaborador habitual de TomDispatch; entre sus libros más recientes están Hegemony or Survival y Failed States. Su sitio web es www.chomsky.info.
Fuente: http://www.tomdispatch.com/post/176138/tomgram%3A_noam_chomsky%2C_what_principles_rule_the_world/
Primera parte: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=212351
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