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Un nuevo orden mundial

Fuentes: Socialistworker

La guerra Ruso-Georgiana ha revelado un nuevo equilibrio de poder en el mundo, y expone la hipocresía de los políticos estadounidenses y los medios de comunicación quienes censuran al imperialismo que emana de Moscú, pero lo abrazan cuando este proviene de EE.UU. John McCain, por supuesto, se lleva el premio por establecer la doble vara […]

La guerra Ruso-Georgiana ha revelado un nuevo equilibrio de poder en el mundo, y expone la hipocresía de los políticos estadounidenses y los medios de comunicación quienes censuran al imperialismo que emana de Moscú, pero lo abrazan cuando este proviene de EE.UU.

John McCain, por supuesto, se lleva el premio por establecer la doble vara más escandalosa. «En el siglo 21», nos informa, «las naciones no invaden otras naciones». A menos, por supuesto, que estemos hablando de Afganistán o Irak, y el poder invasor pase a ser Estados Unidos. McCain exigió la retirada inmediata de todas las fuerzas rusas de Georgia e insistió en su «integridad territorial»-a pesar de clamar por el derecho de EE.UU. a ocupar Irak por los próximos 100 años.

El supuestamente progresista Barack Obama no sonaba muy diferente. «He condenado la agresión de Rusia, y hoy reitero mi exigencia de que Rusia respete el alto al fuego», dijo. «Rusia debe saber que sus acciones tendrán consecuencias.»

Uno solo puede imaginar cómo respondería un Presidente Obama si el Primer Ministro ruso Vladimir Putin o el Presidente Dimitri Medvedev declarasen que no retirarían inmediatamente todas las tropas de Georgia, sino que dejarían tras de sí una gran fuerza de ocupación con el fin de ser «tan cuidadosos en la retirada de Georgia como cuidadosos fuimos al entrar».

Esa, por supuesto, es la excusa de Obama para mantener hasta 50,000 soldados estadounidenses en Irak como «fuerzas de protección»-la defensa del personal militar americano y las misiones «antiterroristas» -el mismo tipo de pretexto que utiliza Rusia para ir más allá de la disputada región georgiana de Osetia del Sur hasta una verdadera invasión.

Los medios de comunicación han tenido incluso más doble-cara que los políticos. Los mismos programas noticiosos que repitieron como loros el encubrimiento del Pentágono sobre las víctimas civiles del horrendo bombardeo estadounidense en Faluya, Irak, en 2004 o los bombardeos aéreos en fiestas de bodas en Afganistán ahora informan sin descanso sobre las bombas rusas y los proyectiles de artillería que golpean edificios residenciales y mercados.

Para los medios de comunicación estadounidenses, cuando las acciones militares de Washington provocan la muerte de civiles-entre 600,000 y más de 1 millón en Irak, según algunas estimaciones-eso son «daños colaterales», una lamentable pero inevitable parte de la guerra moderna. Sin embargo, cuando un avión ruso lanza una bomba que mata a transeúntes inocentes, eso es un bárbaro desprecio por la vida humana. Uno sólo se pregunta cuánto más impopular sería la guerra de EE.UU. en Irak si los medios de comunicación trabajaran tan duro en exponer las víctimas civiles en ese país como lo han hecho en Georgia.

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Señalar la hipocresía de EE.UU. no minimiza la naturaleza imperial de la más reciente ocupación rusa de Georgia. Georgia pudo haber iniciado el conflicto al intentar aplastar a los separatistas apoyados por Rusia entre la minoría de Osetia-y probablemente lo hizo con luz verde de EE.UU. Sin embargo, Rusia aprovechó la oportunidad para hacer un ejemplo de Georgia a través de su fuerza militar-y no por primera vez.

Los gobernantes zaristas de la vieja Rusia conquistaron Georgia hace más de dos siglos. Después de un breve interludio tras la Revolución Rusa de 1917, Georgia fue de nuevo encarcelada bajo la Unión Soviética de Stalin. El movimiento nacionalista georgiano revivió en la década de 1980, a pesar de la asesina represión del supuesto liberal Mikhail Gorbachev, el último presidente de la URSS.

El colapso de la URSS en 1991 vio como las «repúblicas federales» no rusas, incluyendo Georgia, obtuvieron su independencia. Con el imperialismo ruso en crisis, el imperialismo estadounidense estuvo decidido a llenar el vacío, no sólo en los ex estados títeres de Moscú en Europa del Este, sino en los países que anteriormente formaban parte de la URSS.

Georgia, sin embargo, fue inclinándose a EE.UU. de manera lenta. El pro-occidental líder nacionalista georgiano, Zviad Gamsakhurdia, empujó una línea de «Georgia para los georgianos» que asustaba al 30 por ciento de la población que no es georgiana a quienes Gamsakhurdia se refería preocupantemente como «huéspedes». Como primer gobernante no comunista en encabezar Georgia en los días de decadencia de la URSS, Gamsakhurdia pasó a revocar el estatuto de autonomía de Abkhazia y Osetia del Norte, que habían sido consagrados en la constitución de la URSS. La resistencia de los abkhazianos y osetios condujo a la guerra civil y a la depuración étnica, y con la intervención de Rusia, a la independencia de facto de ambas regiones desde 1993.

La situación cambió muy poco bajo el régimen de Eduard Schevardnadze, el ex Ministro de Asuntos Exteriores de la URSS que regresó a su natal Georgia para asumir la presidencia después de que Gamsakhurdia fuera derrocado en un golpe de estado. Durante la década de Schevardnadze en el poder, Rusia y EE.UU. maniobraron para influir en Georgia.

Washington encontró en Schevardnadze a un entusiasta socio de negocios. Éste se mostró a favor de un oleoducto que sorteara Rusia. Había sido también un político de carrera soviético que había encabezado Georgia en la década del 1970 y que se negaba a tomar una consistente línea anti-Moscú. En el 2003, año de elecciones en Georgia, Schevardnadze hizo sonar las campanas de alarma en Washington al hacer un trato con el monopolio ruso de energía eléctrica AES, el mismo vino después de una «asociación estratégica» con la gran empresa rusa de gas Gazprom.

A finales del 2003, entonces todavía en la confiada fase «misión cumplida» de la guerra de Irak, Estados Unidos decidió aumentar su apuesta. Apoyó al abogado educado en EE.UU. Mikheil Saakashvili, líder de la masiva protesta de la «Revolución Rosa» que derrocó a Schevardnadze después de que su partido tratara de amañar los resultados de las elecciones parlamentarias. Modelada en la rebelión que sacó a Slobodan Milosevic del poder de Serbia en el 2000, la Revolución de las Rosas fue sostenida en parte por el dinero de la fundación controlada por el millonario financiero George Soros. Tras la Revolución de las Rosas, la Fundación Soros y otros donantes, así como la United Nations Development Project , hasta pagaron los sueldos de 11,000 empleados civiles como parte de un programa de ayuda de un período de tres años.

Estados Unidos vio al gobierno de Saakashvili como un medio para acelerar sus planes de energía y defensa para Georgia. La inauguración presidencial de Saakashvili en el 2004 fue atendida por el entonces Secretario de Estado Colin Powell, quien anunció $166 millones de dólares en ayuda inmediata, así como en un período de tres años, $500 millones de dólares en ayuda para promover «reformas económicas». Esto fue parte del flujo constante de dólares estadounidenses a un país de sólo 4.6 millones de personas. Según un estudio, Georgia es el segundo mayor receptor per cápita de ayuda estadounidense en el mundo. Mientras tanto, la Unión Europea y el Banco Mundial prometieron otro billón en ayudas para el gobierno de Saakashvili.

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Pronto, la Casa Blanca estuvo dispuesta a plantar bandera americana en el corazón del Caucaso Meridional. George W. Bush visitó Tbilisi en mayo de 2005 para «subrayar su apoyo a la democracia, la reforma histórica y la resolución pacífica de conflictos», como la Embajada de EE.UU. en Georgia expresa en un comunicado de prensa. Estas «reformas», según Kakha Bendukidze, el oligarca industrial con base en Rusia convertido en Ministro de Economía georgiano, significan que el estado de Georgia privatizaría «todo lo que se pueda vender, excepto su conciencia».

Con Saakashvili en el poder, Washington se movió agresivamente para crear en Georgia una crucial puerta de entrada de oleoductos y gasoductos que podrían eludir tanto a Rusia por el norte como a Irán por el sur. Fue bajo Saakashvili que el tan anhelado oleoducto de la Bakú-Tbilisi-Ceyhan (BTC) finalmente fue terminado en el 2005, proporcionando un medio para obtener el petróleo de Azerbaijan en el Mar Caspio a través de Georgia por un puerto turco en el Mediterráneo.

EE.UU. tuvo que presionar con mano dura a las compañías petroleras occidentales en la construcción de la BTC-en última instancia, BP [British Petroleum] aceptó asumir la dirección. EE.UU. también tuvo que presionar a la Corporación Financiera Internacional, el brazo de desarrollo privado del Banco Mundial, a prestar $250 millones de dólares para la construcción del oleoducto.

«En el Cáucaso del Sur, los intereses estatales de EE.UU. y Europa están atados a los intereses comerciales de las principales compañías petroleras que forman los principales consorcios energéticos del Caspio», escriben Damien Helly y Giorgi Gogia, dos expertos en la política georgiana. «Para asegurar sus inversiones en la cuenca del Mar Caspio, estas empresas han encontrado aliados entre los geoestrategas estadounidenses que apoyan una fuerte presencia de EE.UU. entre los vecinos de Rusia. Ex-funcionarios de alto nivel como Zbigniew Brzezinski, Brent Scowcroft, John Sununu, James Baker y Richard Cheney (cuando fue jefe de Halliburton) han visitado Bakú [Azerbaiján] y la región del Caspio para presionar a favor de las compañías petroleras. »

Estos proyectos económicos y políticos estadounidenses tenían que ser asegurados militarmente. De esta manera, a raíz del 9/11, EE.UU. comenzó a enviar asesores militares a Georgia. Ese movimiento le dolió a Moscú, quien también acusó a Georgia de hacer muy poco para detener el flujo de armas e insurgentes a través de su frontera con Chechenia, donde los separatistas estaban luchando contra las Fuerzas Armadas rusas.

Para Rusia, Georgia era vista como una línea roja que EE.UU. y la OTAN no podían cruzar. A principios de la década de los noventa, Rusia no tuvo más remedio que permitir la expansión de la OTAN para que incluyera a sus antiguos satélites en Europa del Este y las tres ex repúblicas soviéticas en el Báltico. Pero el empuje estadounidense para incluir a Georgia y Ucrania en el tratado-así como los esfuerzos para colocar sistemas anti-misiles en la República Checa y Polonia-fue demasiado para el Kremlin.

Después de que Saakashvili se hiciera cargo de Tbilisi, las tensiones entre EE.UU. y Rusia por Georgia aumentaron de forma espectacular. En el 2004, la OTAN aprobó para Georgia el «Plan de Acción Individual de la Asociación,» el primer paso hacia su incorporación en la alianza, y estacionó a un oficial de contacto en Tbilisi. En los años transcurridos desde entonces, EE.UU. e Israel enviaron instructores militares para modernizar el ejército de Georgia para los estándares de la OTAN, mientras Saakashvili ha demostrado su lealtad a EE.UU. con el envío de 2,500 tropas georgianas a participar en la ocupación de Irak. En el 2007, las fuerzas armadas de Georgia, anteriormente una raquítica fuerza incapaz de derrotar a las milicias irregulares de Osetia del Sur o Abkhazia , fueron bien entrenadas, ampliamente equipadas y preparadas para la OTAN. EE.UU. presionó para una vía rápida de aceptación en la alianza.

Por supuesto, todo ese moderno armamento ahora es destruido o capturado por el ejército ruso, y las fuerzas armadas destrozadas por la ocupación rusa. Lo que comenzó como el más reciente intento estadounidense de utilizar una pequeña nación como estación del imperio americano ha llegado a su fin con una brutal invasión de un imperio rival, uno decidido a vigilar su propio «patio trasero» como EE.UU. ha hecho en América Latina. A raíz de la guerra Ruso-Georgiana, la rica en petróleo Azerbaijan-que tiene su propia región separatista poblada de personas de etnia armenia aliadas con Rusia-se lo pensarán dos veces antes de cruzar Moscú para firmar con EE.UU. y la OTAN.

Pero las consecuencias de la invasión rusa van mucho más allá de la región del Cáucaso Meridional. La guerra ha expuesto la ampliación de la OTAN como una organización hueca. «Para una organización que ha llegado a depender mucho de las palabras y simbolismos, la OTAN emitió un comunicado desconcertante y evasivo en su reunión de emergencia en Georgia», escribió el periodista Vladimir Socor. «La primera mención de Rusia sólo aparece en el segundo párrafo, y se trata de una mención positiva: la OTAN ‘acoge con satisfacción el [armisticio] acuerdo alcanzado y firmado por Georgia y Rusia’. No se hace referencia a la coacción militar rusa, en virtud de la cual este viciado armisticio fue ‘alcanzado’. El comunicado insta a la aplicación pronta y de buena fe del armisticio, y educadamente hace caso omiso de sus lagunas.

Hasta ahí llegó el jactante principio «uno para todos y todos para uno» de la OTAN. EE.UU. y la OTAN financiaron y armaron una pequeña nación, alentaron o toleraron un ataque militar que estaba obligado a desencadenar una respuesta de una gran potencia vecina-y, cuando ese pequeño país fue invadido y ocupado, EE.UU. se alejó y no hizo nada.

Hasta aquí el sueño neoconservador de un «nuevo orden mundial» bajo la dominación estadounidense, garantizado por la guerra preventiva y el cambio de régimen. Las guerras estadounidenses en Irak y Afganistán tenían la intención de permitirle a Washington consolidar su dominio sobre el Medio Oriente y proyectar su poder en el Cáucaso y Asia Central. En cambio, EE.UU. se encuentra militarmente sobrecargado, incapaz de proteger a su nuevo cliente estado e incapaz hasta de sacar una enérgica resolución de condena de la OTAN hacia Rusia por su invasión a Georgia-por no hablar de la renuencia de los países de la OTAN a enviar tropas a la perdida guerra de Afganistán.

Hay otros ejemplos de la decadente influencia imperial de EE.UU. -la expulsión de Pervez Musharraf como dictador de Pakistán es el ejemplo reciente más serio. Las grietas en el imperio, a su vez, se han ampliado por la actual crisis financiera de EE.UU. que está arrastrando cada vez más hacia abajo a toda la economía mundial. Todo el modelo económico estadounidense-el pro-empresarial programa de libre comercio neoliberal-está siendo desacreditado. El reciente colapso en la última negociación de la Organización Mundial de Comercio es un ejemplo de ello.

El imperialismo estadounidense está lejos de ser una fuerza gastada, por supuesto. El país todavía tiene un enorme poderío militar y recursos económicos, y un presidente Obama probablemente introduzca un equipo en política exterior y militar más competente que los halcones de la administración Bush. Pero no importa quien este a cargo en la Casa Blanca, el cambio en el equilibrio de poder mundial-económico, militar y político-esta obligado a llevar a una mayor inestabilidad y crisis.

* Este artículo fue publicado originalmente en la versión en línea del periódico estadounidense Socialistworker. Traducido por Giovanni Roberto para La Trinchera Obrera.