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Un tratado inmenso

Fuentes: Diario Ara

Una pregunta para usted. Si fuera parlamentario o parlamentaria, de izquierdas o de derechas, no importa, ¿rebajaría las normativas alimentarias para dar permiso a que en nuestros mercados se puedan vender pollos que saliendo del matadero han estado bañados, digo sumergidos, en cloro, o carne de vaca y cerdo tratada con ácido láctico? ¿Daría su […]

Una pregunta para usted. Si fuera parlamentario o parlamentaria, de izquierdas o de derechas, no importa, ¿rebajaría las normativas alimentarias para dar permiso a que en nuestros mercados se puedan vender pollos que saliendo del matadero han estado bañados, digo sumergidos, en cloro, o carne de vaca y cerdo tratada con ácido láctico? ¿Daría su voto favorable a retroceder unos años y que en las granjas el uso de hormonas y antibióticos campe a sus anchas? ¿Tendría problemas éticos en hacer más flexible el uso de pesticidas en nuestros campos aceptando aquellos que se demuestran son responsables de la muerte de millones de abejas? ¿O de permitir dosis más altas de aquellos que en combinación con tantos otros que ya están presentes, acaban combinados en nuestra sangre -como quien hace un cocktail- sin saber qué efecto puede tener esta mezcla? ¿Se dejaría convencer para que las etiquetas que informan de lo que contienen lo que compramos no tuvieran que llevar tantos datos, que en fin, total, nadie se las lee? ¿Aceptaría todo tipo de transgénicos en nuestros platos? O, y disculpe tantas preguntas, ¿daría un paso atrás en aquellas normativas que han venido a ‘humanizar’ un poco el trato y el bienestar de los animales de granja? Pues mire, parece ser que la respuesta general es que no, que un parlamento en su sano juicio, donde la precaución estuviera presente, no aceptaría este tipo de cambios en las normativas higiénico-alimentarias.

Desde hace más de un año, y por el ya demasiado habitual sistema de filtraciones, tanto la sociedad civil europea ¡como el propio Parlamento Europeo!, hemos conocido que lo descrito podría suceder si salen airosas las negociaciones secretas que entre la Comisión Europea y los EEUU están llevando adelante para firmar un tratado que liberalice aún más las relaciones comerciales entre las dos orillas del Atlántico. Las reacciones están siendo sustanciales pues numerosas organizaciones de todos los países europeos estamos trabajando coordinadamente para impedir esta firma y, lógicamente, en el Parlamento Europeo tanto por la presión ciudadana en el cogote, tanto por responsabilidad pública o por haberse sentido ninguneados, no reina el clima propicio para aceptarlo. Entonces, ¿nos podemos quedar tranquilos? Las multinacionales que esperaban redoblar sus ganancias en estas operaciones soñadas ¿se han rendido?

Pues no, claro que no. Como cita el informe ‘Exborrando Derechos’ de VSF-Justicia Alimentaria Global, solo el mencionado sector de aves de corral, calcula que si a través de la firma de la ‘Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión (TTIP)’, que así se llama el tratado, se eliminaran las barreras normativas que impiden que desde 1997 tengamos en Europa pollos hormonados, con sobredosis de antibióticos y un baño de cloro para que reluzcan, podrían estar comercializando más de 500 millones anuales de US $ a la UE. Y como esto es solo un ejemplo del mucho dinero que sueñan embolsar, ya pueden ustedes imaginarse que los lobbies de la agroindustria están desde sus despachos orquestando una nueva estrategia.

Nueva pero vieja. Como decía es obvio que será muy complicado que, con secretos o no, se apruebe en Europa una regulación, o una desregulación, que abre la puerta a más transgénicos, a más pesticidas y todo sin etiquetar, así que están optando por esperar al momento adecuado, cuando los focos se apaguen. Ya tenemos experiencias similares.

En concreto el diseño de acuerdo que promueven estos lobbies y que la Comisión Europea está aceptando, consiste en incluir entre los puntos del Tratado la figura de un ‘Consejo de Cooperación Regulatoria’. Con el argumento de disponer de un espacio permanente y dinámico para abordar aquellas diferencias que ‘de salida’ ya existen, como aquellas que puedan ir apareciendo, y así ir encontrando una armonización de normativas, se pone en marcha un aparato fuera del control ciudadano e incluso político donde se capacita a un grupo de técnicos a ir tomando las decisiones que consideren. Las bonitas noches de verano, cuando la gente baila en las verbenas populares, será cuando por multiconferencia se decidirá lo que comeremos, quien lo producirá y cómo lo producirán. Una bomba nocturna a la soberanía alimentaria de nuestros pueblos.

El citado informe explica muy bien como en uno de los últimos documentos filtrados, la propia Comisión Europea propone un funcionamiento para este Consejo de Cooperación Regulatoria que, sospechosamente cual correa de trasmisión, recoge a la perfección lo deseado por los grupos de presión. Sintetizando, se propone que (1) para tomar decisiones la directriz principal sea sus resultados desde el punto de vista del comercio, vamos que lo que les mueve es que se venda más a costa de cualquier otra cosa; (2) que para tomar decisiones se han de contar con las aportaciones de las partes interesadas, léase, las corporaciones; y (3) que quienes negociarán y decidirán serán organismos técnicos que muchas veces ya han sido denunciados porque su composición, después de que las puertas hayan girado y girado, son de personas muy próximas a las propias empresas interesadas.

En estas rutas de la neoliberalización hay una lógica aplastante. Cuanto más grande es el mercado y más abierto está, las leyes de la competencia hacen que ganen aquellas que se han hecho grandes a base de explotar al personal, al medio ambiente y fagocitar a las más pequeñas. Eso decía, una lógica que aplasta.

¿Nos dejaremos aplastar por un tratado tan inmenso?

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.