La guerra contra la insurgencia en Afganistán es vital para la seguridad de los propios estados combatientes, sostiene el comando de la OTAN en ese país. Pero parece que es más importante para salvar la existencia de la propia alianza militar. La OTAN (Organización del Tratado de la Alianza del Norte) desempeñó un papel central […]
La guerra contra la insurgencia en Afganistán es vital para la seguridad de los propios estados combatientes, sostiene el comando de la OTAN en ese país. Pero parece que es más importante para salvar la existencia de la propia alianza militar.
La OTAN (Organización del Tratado de la Alianza del Norte) desempeñó un papel central en Afganistán debido a la influencia de funcionarios de Estados Unidos en su estructura, según una fuente militar estadounidense que no quiso dar su nombre. «Su papel en Afganistán tiene más que ver con la alianza militar que la situación en ese país de Asia central, dijo la fuente a IPS.
La OTAN tiene actualmente 140.000 efectivos desplegados en Afganistán, 100.000 estadounidenses y el resto de algunos de los 26 países europeos y Canadá que completan la alianza militar. Su destacada participación se debe a que el gobierno de George W. Bush (2001-2009) no quería tener efectivos en allí que pudieran interferir con sus planes de controlar a Iraq.
El general James Jones, Comandante Aliado Supremo de 2003 a 2005, insistió mucho para que la OTAN tuviera el principal papel en materia de seguridad en Afganistán, según el funcionario. «Jones le vendió al entonces secretario (ministro) de Defensa, Donald Rumsfeld, la entrega de Afganistán a la OTAN», apuntó, y añadió que lo hizo con todo el apoyo de funcionario del Pentágono con responsabilidades en la estructura de la alianza.
Jones reconoció en entrevista con el servicio de prensa de las fuerzas estadounidenses en octubre de 2005 que la OTAN se esforzaba por no volverse irrelevante tras la disolución de la Unión Soviética y el Pacto de Varsovia, que reunió a los países del ex bloque del este para contrarrestar a la alianza militar de Occidente. Los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 contra Nueva York y Washington le dieron a la OTAN una nueva oportunidad para demostrar su relevancia.
Los aliados se opusieron a la guerra de Iraq, pero querían demostrar su apoyo a la estabilización y reconstrucción de Afganistán.
Jones instó a los miembros de la alianza a que enviarán efectivos a Afganistán. Su postura coincidió con los intereses de las autoridades civiles y militares de la OTAN y con la cúpula castrense de los países miembro. Pero el problema es que la opinión pública en los estados integrantes de la OTAN estaba cada vez más en contra de involucrarse en Afganistán.
Para que los países miembro accedieran a enviar efectivos a ese país entre 2003 y 2005, Jones les aseguró que sólo actuarían después de que Estados Unidos hubiera derrotado al movimiento islamista Talibán. «No hay ni que pensar que habrá una insurrección como la de Iraq. Simplemente no ocurrirá», aseguró Jones en agosto de 2004, tras una visita a Afganistán.
Con las garantías de Washington y Jones, en septiembre de 2005, los ministros de Defensa de la OTAN acordaron formalmente que la alianza asumiera el comando sur de Afganistán al año siguiente. Pero de inmediato hubo discrepancias entre Estados Unidos y los países de la OTAN. Alemania, Canadá, Gran Bretaña y Holanda vendieron la misión en el país asiático a sus ciudadanos como de «mantenimiento de la paz» o «reconstrucción» y no como de contrainsurgencia. Cuando el gobierno de Bush quiso mezclar los comandos de Estados Unidos y de la OTAN en Afganistán, algunos aliados clave rechazaron la propuesta debido a que sus misiones eran diferentes.
Francia, por su parte, estaba convencida de que el gobierno de Bush utilizaba a los efectivos de la OTAN para llenar el vacío dejado por los soldados de Estados Unidos trasladados de Afganistán a Iraq, una guerra a la que se oponían los aliados. Los miembros de la OTAN fueron aprobando uno tras otros «salvedades» que restringían severamente la actuación de sus efectivos en combate en Afganistán. Pero la inteligencia estadounidense informó que la insurgencia aumentaría y se intensificaría en la primavera de 2006.
Los debates públicos sobre la participación de efectivos de la OTAN sugieren «la existencia de una debilidad política de» la alianza, advirtieron el general Karl Eikenberry y el embajador Ronald E. Neumann. En 2005, Eikenberry fue comandante de todos los efectivos de Estados Unidos en Afganistán. Neumann publicó en 2009 sus memorias sobre la misión en ese país asiático. Eikenberry reconoció también que las tácticas más ofensivas del Talibán eran «una señal de debilidad», pese a haber asegurado que la insurgencia estaba bajo control. No hay señales de que la situación en Afganistán se torne como la de Iraq, indicó Eikenberry al ser consultado sobre esa posibilidad.
Pero unas semanas después, el Talibán lanzó la mayor ofensiva desde su expulsión en 2001, apoderándose de las provincias de Helmand, Kandahar y varias otras del sur. Claramente bajo las órdenes de Rumsfeld, Eikenberry mantuvo la política de entregar el sur de Afganistán a la OTAN a mediados de 2006. Al año siguiente fue compensado y enviado a Bruselas como vicepresidente del comité militar de la alianza. Eikenberry reconoció en febrero de 2007 ante el Congreso legislativo que la política de delegar Afganistán a la OTAN sólo era en beneficio de la propia alianza.
El funcionario arguyó que el fracaso de Afganistán podía «quebrar» a la OTAN, en tanto calificó su nuevo papel en ese país como uno que podía salvarla. «La campaña de Afganistán es una forma de continuar la transformación de la OTAN», sostuvo. La misión en ese país «puede significar el comienzo de los esfuerzos sostenidos de la OTAN para poner a punto prácticas operativas en todos los ámbitos», señaló Eikenberry. Además, indicó que la alianza podía aprovechar el despliegue de efectivos en Afganistán para urgir a los miembros de hacer una «modernización militar».
La OTAN fue un desastre absoluto en Afganistán, escribió el general canadiense Rick Hillier, quien comandó las fuerzas de la alianza en ese país, de febrero a agosto de 2004, en sus memorias «A Soldier First» (un soldado primero), publicadas en 2009. Además señaló que cuando aceptó formalmente la responsabilidad de Afganistán en 2003, la OTAN «no tenía estrategia ni articulación clara de lo que quería lograr» y que su actuación era «desastrosa».
La situación se «mantuvo sin cambios» tras varios años de presencia en Afganistán, indicó Hillier, quien fue jefe de Estado Mayor de las Fuerzas Armadas canadienses entre 2005 y 2008. La OTAN había «tomado un rumbo que destruyó gran parte de su credibilidad y terminó por erosionar el apoyo popular en cada uno de los estados miembro», apuntó. «Afganistán mostró que la OTAN llegó al punto de ser un cuerpo en descomposición», indicó Hiller.
Gareth Porter es un historiador y periodista de investigación especializado en la política de seguridad nacional de Estados Unidos. Su último libro, «Perils of Dominance: Imbalance of Power and the Road to War in Vietnam» (Peligros del dominio: Desequilibrio de poder y el camino hacia la guerra en Vietnam), se editó en 2006.