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Una réplica, cariñosa pero firme, a José Daniel Fierro

Fuentes: Rebelión

No suelo terciar en los debates que se desarrollan en la red, incluidos aquellos que hacen referencia a mi persona. En buena medida se debe a que, de hacerlo, tendría que sufrir –aún más de lo que me toca– las diatribas de nuestra montaraz derecha. Hago ahora una excepción, sin embargo, para ofrecerle una respuesta […]

No suelo terciar en los debates que se desarrollan en la red, incluidos aquellos que hacen referencia a mi persona. En buena medida se debe a que, de hacerlo, tendría que sufrir –aún más de lo que me toca– las diatribas de nuestra montaraz derecha. Hago ahora una excepción, sin embargo, para ofrecerle una respuesta a José Daniel Fierro (JDF). Y la hago ante todo por dos razones: mi cercanía a rebelion.org y el hecho de que media docena de lectores de esa página me hayan exhortado a no dejar las cosas como estaban.

Dos son, en sustancia, las ideas que quiero transmitirle a JDF. Egoístamente diré que la primera, la que sigue, es la que me parece menos importante. Si lo he entendido bien, JDF sugiere que yo, tan lúcido y respetable en tantos terrenos, padezco una enajenación mental transitoria cuando se trata de hablar de Yugoslavia. Está muy equivocado: mi enajenación nada tiene de transitoria. He escrito, si no mal recuerdo, cuatro libros sobre la desintegración de Yugoslavia y mis posiciones al respecto son firmes. Apenas he tenido, eso sí, la oportunidad de discutir en serio con un puñado de detractores que exhiben una estimulante condición: expertos autoproclamados que ejercen de prominentes todólogos, se citan unos a otros, comparten sesudos preconceptos, consideran –al parecer– que estudiar la literatura académica sobre Yugoslavia es tarea despreciable y prefieren, en fin, mantenerse alejados del país de los hechos, al que, bien es cierto, alguno de nuestros prohombres ha acudido, eso sí, para fiscalizar limpísimas elecciones. Lo común es, en suma, que en algún tramo, discreto, de sus trabajos, confiesen, por si acaso, que en realidad no sienten ninguna simpatía por Slobodan Milosevic…

Que no me malinterprete JDF, a quien no incluyo en el cómputo anterior. Su intento, respetabilísimo, lo es de rescate de una argumentación cuyo meollo son las tesis blandidas por Chossudovsky y relativas al papel desempeñado por el FMI e instancias afines en la desintegración de Yugoslavia. Si alguien me pregunta qué pienso sobre esas tesis diré que –pese a que a menudo se hacen acompañar de una parafernalia conspiratoria que con toda evidencia les sobra– son correctas en lo que hace al papel asumido en Yugoslavia por esos organismos, en sustancia el mismo que han hecho valer en otros muchos escenarios. Aquí acaban mis acuerdos con el espíritu y con la letra de la argumentación de JDF. Y acaban porque conviene perfilar qué relieve tuvieron los hechos descritos por Chossudovsky en lo que hace a la desintegración yugoslava, que es al cabo lo que tenemos entre manos. Empezaré diciendo que quien escribe –rancio marxista a la antigua, a los ojos de algunos– creía saber que el capital internacional pujaba por preservar grandes espacios económicos en los que desarrollar las reglas de ese maravilloso y generoso invento que es el mercado. A tono con esa apuesta general, y por añadidura, curiosamente el FMI y el Banco Mundial, amparados en su principal aliado local, Ante Markovic, pujaron desesperadamente para que Yugoslavia siguiese existiendo, garantía primera, por añadidura, de que sus gobernantes acabarían por restituir los créditos recibidos. No sé si merece, de paso, alguna atención la aseveración –tantas veces formulada, no sin paradoja, por quienes durante decenios echaron pestes de la Yugoslavia titista– de que el modelo resultante configuraba una inquietante excepción que escapaba del control del capital internacional, algo que habría movido las iras de todos los grandes poderes… Pues vaya por dónde que no: desde principios del decenio de 1970 Yugoslavia era un modelo en crisis abierta, significativamente necesitado –según pensaban sus burocratizadas elites dirigentes– de la inestimable ayuda del FMI y demás instancias filantrópicas.

No me cuesta trabajo reconocer que uno puede ordenar de maneras muy dispares los datos relativos a discusiones como las brevemente reseñadas. Pero, y vuelvo a lo mío, me permito señalarle a JDF lo que a años luz es –me temo– lo principal: qué llamativo es que las tesis chossudovskianas no fuesen utilizadas en su provecho por esos gobernantes serbios que, con Milosevic a la cabeza, parecen ser sus principales beneficiarios. Qué llamativo es también que el grueso volumen que recoge discursos y textos desarrollados por Slobodan Milosevic, un impecable materialista histórico, entre 1986 y bien entrado el decenio de 1990, publicado por L’Age d´Homme en Lausana, no haga referencia alguna a esta suerte de argumentación. ¿O será que, llevados por una excelsa intuición, los dirigentes serbios operaron, aun sin saberlo, como freno objetivo de la ignominia capitalista? Francamente no creo que JDF lleve tan lejos su disensión con respecto a mis argumentos como para sugerir que fue el designio de plantar cara al FMI lo que propició el ascenso en Serbia –desde 1986 y 1987: no conviene confundir el acceso material de Milosevic a la dirección de la Liga de los Comunistas con el proceso que nos ocupa, que es anterior– de una modalidad agresiva de nacionalismo ranciamente expresada, que a ese propósito obedeció la creación de ‘regiones autónomas serbias’ en Croacia y en Bosnia, que tan encomiable objetivo vino a explicar la gestación de un régimen de apartheid en Kosova o que, por cerrar una lista que –téngalo por cierto JDF– podría hacer mucho más larga, fue el deseo de poner freno a una tramada agresión capitalista lo que le dio alas a la limpieza étnica de la Krajina y de Eslavonia oriental, en la segunda mitad de 1991.

Veo que, pese a todo, JDF permanece completamente insensible a la tesis que manejaba yo en mi artículo de ‘El País’: la reconversión del grueso de la elite dirigente en Serbia –conforme a pautas similares a las registradas en todas las repúblicas yugoslavas, sólo que en nuestro caso con la disposición paralela de una maquinaria militar nada despreciable– en provecho de un discurso nacionalista orientado a defender su trama de privilegios y a fortalecer, como ha sucedido en el conjunto de la Europa central y oriental, una suerte de capitalismo mafioso que no le hizo ascos, pese a lo que relata cierta vulgata entre nosotros, a la inmoral privatización de segmentos enteros de la economía. Porque la discusión que tenemos entre manos trasciende, con mucho, lo que ocurriera con Milosevic y los suyos. Repetiré lo que he dicho un millón de veces: lo que se hundió en el conjunto de la Europa central y oriental en 1989-1991 fue una forma más de capitalismo, y por desgracia los principales beneficiarios, hoy con su apuesta económica en visible destape, no han sido sino segmentos enteros de las viejas clases dirigentes, que se han desprendido de la retórica socializante que antes abrazaban. Pensar que esas gentes luchaban –luchan– por alguna causa justa es, simplemente, darle la espalda a la realidad. ¡Qué pena que rebelion.org estime que tiene algún interés conocer lo que el Partido Comunista de Rusia, ese formidable fiasco neoimperial y criptocapitalista, piensa sobre Slobodan Milosevic¡ Confundir los intereses de la burocracia con las demandas de la población a la que siempre se encargó de reprimir y explotar es errar, y de manera gruesa, en el diagnóstico.

Voy a por la segunda de las ideas, la que a la postre viene a justificar –no me engaño– estas líneas. Si todo lo anterior es susceptible de discusiones, encuentros y desencuentros, las aseveraciones de JDF en relación con lo que yo escribo en ‘El País’ son inequívocamente desafortunadas –guardaré ahora la compostura en el lenguaje– y, sospecho, ganan pocos amigos a quien las formula. Hace unos días un aventajado crítico de mi texto sobre Milosevic afirmaba que yo era muy valiente con éste pero no me atrevería, en cambio, a denostar a George Bush. Muy sagaz… JDF, en tono similar, viene a sostener que yo en ‘El País’ publico trabajos que se adaptan al discurso dominante y que dejo la expresión de ideas contestatarias para recintos marginales. Es un infundio lamentable que le rogaría retirase. JDF afirma que no me he atrevido a escribir en ‘El País’ ni contra la OTAN ni contra el Tribunal de La Haya para la antigua Yugoslavia. Vaya por dónde se equivoca, como lo podrá comprobar de la mano de los artículos titulados ‘La OTAN en su sitio de siempre’ (15 de mayo de 1999) y ‘Sombras sobre un tribunal’ (17 de agosto de 2000). Para completar el panorama, entre las pocas oportunidades que tengo de asomarme a las páginas de ‘El País’ –un par de veces o tres al año– he buscado un hueco para glosar, con gran cariño, la figura del ex presidente croata Tudjman –«Un déspota vanidoso» (14 de diciembre de 1999)– y he debido enfrentarme a José María Mendiluce en un debate –«Mapas mendaces para navegantes» (3 de octubre de 2000)– en el que, qué curioso, elemento principal de disensión era el papel, que yo cuestionaba y él genéricamente aprobaba, de las potencias occidentales en la desintegración de Yugoslavia. Llamativo me resulta de nuevo que un colega de la Universidad que no me tiene en gran aprecio me dijese meses atrás que estaba harto de que aprovechase la mínima en ‘El País’ para lanzarle una pulla a la Alianza Atlántica. Pese a ello, aun hoy hay algún canalla que sostiene que yo defendí los bombardeos de la OTAN sobre Serbia y Montenegro. Por cierto, ¿cuándo alguien se preguntará que hace el teórico mayor del socialismo de cuartel, James Petras, escribiendo en ese ultraizquierdista diario llamado ‘El Mundo’?

Claro que no se trata sólo de eso. JDF afirma que yo he engullido la visión occidental de lo ocurrido en Yugoslavia. Podría pasar por alto semejante afirmación en lo que a mí se refiere, pero no voy a hacerlo en lo que atañe al trabajo de tantos camaradas –los que salimos a la calle, y éramos rotunda mayoría entre los manifestantes, para gritar ‘Ni OTAN ni Milosevic’ en la primavera de 1999– que merecen un poco más de respeto. Durante todos esos años, y como reflejo cabal de nuestro acatamiento de lo que rezaban medios y gobiernos, apoyamos a los movimientos antimilitaristas en Yugoslavia, nos negamos a reírle las gracias a gobernantes corruptos y asesinos, hicimos lo que estaba de nuestra mano para socorrer a las víctimas de éstos, defendimos el derecho de autodeterminación –lo hicimos allí como lo hacemos aquí–, nos opusimos a las intervenciones foráneas y, en suma, nos negamos a confundir el comunismo con su irreconocible perversión burocrática. Lo seguiremos haciendo.