1El 2005 comenzó con un hecho que provocaría una variedad de pronunciamientos de la «izquierda» política. La acción aventurera, militarista y pequeñoburguesa de Antauro Humala sirvió para que las distintas facciones construyeran una tribuna desde la cual cada una diera su interpretación de lo ocurrido. La izquierda de «tercera vía», el PDD y sus socios […]
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El 2005 comenzó con un hecho que provocaría una variedad de pronunciamientos de la «izquierda» política. La acción aventurera, militarista y pequeñoburguesa de Antauro Humala sirvió para que las distintas facciones construyeran una tribuna desde la cual cada una diera su interpretación de lo ocurrido. La izquierda de «tercera vía», el PDD y sus socios de centroizquierda, financiada por sus ONGs, cerrarían filas ferozmente alrededor de la defensa de la democracia burguesa. Patria Roja y el PCP Unidad deslindarían con la acción tildando de irresponsable a Humala, así como de mesiánico y xenofóbico al etnocacerismo. Más allá del deslinde, afirmarían que el culpable de la inestabilidad es el continuismo neoliberal y la vigencia de la Constitución fujimorista. Patria Roja pediría reconstruir el sistema político teniendo como eje la democracia participativa, cambiar el modelo económico neoliberal y luchar contra la corrupción, sintetizando todo en la lucha por una nueva Constituc ión. El PCP-Unidad invocaría además a la unidad de la izquierda y de las fuerzas progresistas. Por último, aparentemente en el otro extremo, organizaciones aún más marginales, prácticamente membretes, se solidarizarían con el movimiento humalista y demandarían la inmediata renuncia de Toledo. Una posición que se repetiría en varios de estos pronunciamientos se refería a que la transformación del país solo será posible con las masas organizadas.
De esta forma todos estos movimientos, críticos de una u otra forma a Humala, coincidirían con él sin embargo en las demandas de su levantamiento: Asamblea Constituyente y la renuncia de Toledo (banderas de ese fracaso llamado paro del 14 de Julio). Coincidirían también en lo referente a los vicios de los que lo acusarían: el del aventurerismo y el de actuar la margen de las masas. Coincidirían, pues la vieja izquierda adolece de los mismos vicios. Aventurerismo electoral, que no es risible puesto que más allá de su insignificancia, refuerza al sistema democrático burgués en las presentes condiciones. Alejamiento de las masas, que es consecuencia de la derrota estratégica de los proyectos revolucionarios, derrota en la que tuvieron el papel de ser los principales culpables de la desarticulación del radicalizado movimiento popular de fines de la década de 1970. La vieja izquierda, completamente desvergonzada, levantaba su dedo acusador ante un espejo, mas allá de que el ref lejo tenga uniforme militar o utilice un discurso ultranacionalista.
Este comienzo de año nos dio simplemente una muestra del desparpajo de esta izquierda oportunista que se desespera por las migajas del banquete estatal. Participar de un congreso burgués o de un gobierno local del caduco Estado es su objetivo final pues sólo así se explica que ignore la crisis del movimiento popular, la preferencia del pueblo por los proyectos demagógicos de la derecha, el alejamiento de las masas de cualquier propuesta revolucionaria. Que en estas circunstancias de derrota urge reconstruir las organizaciones populares, su conciencia de clase y su dirección conciente, su vanguardia política. Sin embargo nada de eso importa si la ilusión de sentarse en el sillón parlamentario y de gozar del dinero público echa al traste la realidad. Es por eso que con el fin de «constituir un proyecto político unitario, progresista, democrático y popular», las viejas estructuras partidarias, encabezadas por Patria Roja y seguidas por moribundos o fantasmales grupúsculos (FOCE P, UPP, PSR, Pueblo Unido, PANACA), convocaron a una «Convención Nacional Unitaria» en febrero. Como si se tratase del delirio que causa una terrible enfermedad, creen retroceder en el tiempo. De pronto despertar en Huampaní, en el Congreso de Izquierda Unida de finales de los ochenta, cuando todavía existían sólidas organizaciones populares, aunque ya inmersas en el reformismo electorero por los intereses de sus dirigencias partidarias. Mas no hay delirio alguno. Porque ahora reparamos en que ya no utilizan el mismo lenguaje incendiario de antaño, y que en su final «declaración de la izquierda peruana» no dicen nada sobre la construcción de una patria socialista. Y queda en evidencia toda su abdicación, todo su vergonzoso oportunismo.
2 La derrota estratégica de la izquierda revolucionaria tiene serias implicancias pero sobre todo su aceptación no significa en lo absoluto una actitud derrotista. Reconocer una derrota de estas características constituye además la responsabilidad de emprender la tarea de gestar una nueva estrategia contra la burguesía y por la erradicación del modo de producción capitalista. Nada más auténticamente revolucionario. Nada más comprometido con el Socialismo. Negar, sin embargo, la derrota es ingenuo e irresponsable. Es olvidar como el pueblo se ha alejado de los proyectos socialistas y no concibe otro mundo más allá del capitalista. Es cerrar los ojos a la degradación y la abdicación de lo que ahora se hace llamar izquierda. Aquella que aún sobrevive materialmente de los viejos sindicatos, alimentando en su interior el peor de los economicismos, la ausencia de la más mínima democracia y las corruptelas dirigenciales, con tal que estos le sirvan de sustento para sus proyectos refor mistas y electoreros. O aquella otra «izquierda», que se mantiene en sus posiciones de clase media por medio de las ONGs, instrumentos del imperialismo para destruir aún más lo que queda de las organizaciones populares, y que enarbolan en la práctica la tercera vía mientras se encubren con la «participación ciudadana», «la democracia radical», el «pensamiento crítico», la «autonomía», la «diversidad» y otros términos ideológicos utilizados por la pequeña burguesía reaccionaria.
La nueva estrategia revolucionaria abre otros derroteros, luego de reconocer plenamente las actuales condiciones. Por ejemplo, si un programa nacionalista puede impulsar un proceso revolucionario. Si la alianza de clases con la pequeña burguesía es posible y adecuada, si al fin y al cabo, en esta etapa histórica, reorganizar y fortalecer al proletariado como sujeto revolucionario puede coincidir con un programa nacionalista y con la alianza con la pequeña burguesía, ¿cuáles son los demás elementos estratégicos y tácticos que debemos combinar para derrotar al enemigo en las condiciones presentes? Sólo estas simples interrogantes pueden mostrar hasta qué punto un debate de esta naturaleza, enmarcado en la afirmación del socialismo y la necesidad de la revolución, no sólo no es derrotista. Nos da la posibilidad de ser optimistas, de asegurarnos que una nueva sociedad será creada. Nos da la seguridad de haber procesado seriamente los problemas y estudiado responsablemente la real idad, para no fallar esta vez. Y nos hace afirmarnos en nuestra convicción de clase. Y en nuestra lucha inmediata.
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La unidad de la vieja izquierda es la suma de sus ambiciones de grupo. El pueblo es indiferente a su retórica antineoliberal cada vez más atenuada, su «progresismo» social demócrata, su nacionalismo trasnochado, su cansina cantaleta por una Asamblea Constituyente, con la cual esperan tener más oportunidades de entrar al congreso a llenarse los bolsillos con el dinero estatal. La unidad histórica fundamental es la del pueblo. En su nueva y fecunda reorganización no solo no es útil esa izquierda decadente y oportunista. Es negativa su presencia reformista y electorera. Es condenable su utilización burocrática de las organizaciones del pueblo. Esa izquierda que le heredó al pueblo el fujimorismo, el asistencialismo, la corrupción de los gobiernos locales y el oportunismo electorero, no debe permanecer enquistada en sus organizaciones, parasitando de ellas con sus mafias sindicales y oenegeras. El pueblo debe remover esas costras que impiden la articulación de su poder. Y luego e levar su conciencia hacia la revolución.
La dirección política conciente del movimiento popular no puede surgir de un pasado de oprobio y de traición. Quienes inmersos en el pueblo pretenden fortalecer su organización, elevar su conciencia, dirigir sus luchas y llevarlo a la victoria, deben comprender que a partir de ahora se abren dos caminos. El de la transacción corrupta con el capitalismo y el del rearme estratégico revolucionario. Un camino afirma el sistema y el otro lo subvierte. El camino del reformismo oportunista de la vieja izquierda no puede sino llevar a las masas a una nueva derrota, a la abdicación completa y definitiva de la construcción de una nueva sociedad, a la consolidación del poder de la burguesía y del imperialismo. El camino de la nueva estrategia revolucionaria enfrentará a ese poder con el poder del pueblo que levanta la bandera del socialismo. Que avanza indefectiblemente hacia la conquista de su libertad.
En los inicios del año 2005, año electoral, la vieja izquierda hizo lo que se esperaba. Alistó sus proclamas de unidad y buscó sus alianzas. Si logra consolidar sus frentes electoreros podremos apreciar con mayor detenimiento su descomposición y degradación. Pero también hasta que punto su alejamiento del pueblo los convierte en una arma de confusión en manos de la derecha, que necesita una izquierda sólo de nombre que no proponga más que un populismo anacrónico y por lo tanto reafirme como serias las posiciones de continuismo neoliberal. Y es que esta izquierda no tiene más opción que hablar de «democracia participativa», de «nueva constitución» o de «nueva República», ante su abandono del programa socialista. De esta forma la derrota se queda con ellos. Mas no con los revolucionarios que con el pueblo caminarán juntos hacia el futuro.