Traducido del inglés por Sinfo Fernández
En Afganistán, hace unos días, las bombas de la OTAN acabaron con la vida de al menos 45 civiles. Si Vds. son de los que sólo tienen en cuenta las noticias que aparecen en la portada de los medios de comunicación dominantes estadounidenses, no tendrán entonces ni idea. El New York Times sacaba al día siguiente una noticia sobre Afganistán en primera página: un artículo bastante macabro sobre unos musulmanes que se habían negado a hacer el entierro religioso de unos suicidas-bomba talibanes, porque matarse de esa forma es moralmente reprobable. Sí, así es.
Pero, ¿qué ocurre con el hecho de apretar un botón desde un avión para arrojar bombas que caigan sobre los hogares de la gente? Al parecer, eso no es reprobable. El Times enterraba su informe sobre la carnicería llevada a cabo tiempo atrás en la provincia de Helmand en una página interior, al igual que hizo el Washington Post. El LA Times relegó la noticia a «Resumen del Mundo».
Si Vds. se toman tiempo para leer esos artículos que aparecen en las contraportadas, todos le dirán que la OTAN se enfrenta a un dilema: no a un dilema moral -cuando los occidentales matan afganos, la cuestión moral no suele plantearse- sino a un dilema estratégico. Por una parte, «nuestros chicos» tienen que matar talibanes. Eso es un hecho. Por otra parte, si matamos a demasiados civiles en el proceso, nos enemistaremos con la población local y la enviaremos del lado talibán. Todos los informes de los medios dominantes concuerdan en que la serie de bombardeos recientes, que han matado a un número notable de civiles, están creando ya un problema cada vez mayor a los esfuerzos de la OTAN por ganarse las mentes y los corazones.
Por eso, ¿qué puede hacer un pobre comandante de la OTAN? El General estadounidense Dan McNeill, quien tomó la pasada primavera el control de todas las fuerzas de la OTAN en Afganistán, parece tener una respuesta: Bombas a placer, y dejemos que los corazones y las almas caigan donde puedan. El repunte en las muertes de civiles causadas por las bombas de la OTAN no es una mera coincidencia. Refleja un gran cambio en la estrategia, que no ha sido precisamente muy recogido por los medios estadounidenses.
El público británico sí lo sabe. Los periodistas Jason Burke y Robert Fox piensan que es una historia que los británicos deben saber, porque puede muy bien poner en gran peligro las vidas de las tropas británicas – así como las estadounidenses- de la OTAN. Y hará que los británicos -así como los estadounidenses- tengan que dedicar más dinero de sus impuestos a pagar más bombas que maten a más civiles inocentes.
Antiguos oficiales británicos dijeron a esos periodistas que el General McNeill, que cuenta con muy pocas tropas sobre el terreno para aguantar la ofensiva talibán, planea dejar que sean los bombardeos aéreos masivos los que hagan el trabajo. «El Bombardero McNeill», le llaman amargamente los británicos, porque saben que su estrategia de mano dura será contraproducente a largo plazo. «Cada civil muerto se traduce en cinco nuevos talibanes», dijo a Jason Burke un oficial británico que había regresado recientemente del Sur de Afganistán. «Eso va a suponer perder todo el sur del país, que pasará a manos de los talibanes, alienándoles permanentemente del gobierno de Karzai y de sus partidarios internacionales», añade Robert Fox. «En ese caso, el futuro de Hamid Karzai y su némesis en Paquistaní, Pervez Musharraf, parece oscuro».
Los británicos se sienten infelices porque están también perdiendo el control del esfuerzo que supone la guerra afgana. Antes de que McNeill tomara el mando de las fuerzas de la OTAN, éstas tenían al frente a un general británico, David Richards, quien se centró más en la reconstrucción económica y en cimentar buenas relaciones con el pueblo afgano. Pero los estadounidenses y Karzai le criticaron por ser demasiado suave. Ahora han conseguido el chico duro que querían.
Los británicos lo vieron venir hace ya tiempo. Retrocediendo hasta diciembre del pasado año, Robert Fox informó que Karzai había despedido al protegido local del general Richards en Helmand, el gobernador provincial Mohammed Daud. Oficiales de la inteligencia británica y comandantes militares «se quejaron de estar recibiendo presiones de la CIA… Los estadounidenses sabían que Daud era el principal aliado británico y, en efecto, hicieron todo lo que pudieron para minarle el terreno bajo los pies y dijeron a Karzai que le despidiera», añadió Fox. «El comandante supremo estadounidense de la OTAN, el General Jim Jones, había hecho saber, según algunas fuentes, que el General Richards ‘habría sido despedido si hubiera sido un oficial estadounidense’ «.
Ya le han despedido. Por eso ahora nuestros impuestos en dólares, y los de los británicos, van a ser utilizados no para ganar corazones y mentes, sino para lanzar bombas que destruyan corazones, mentes y vidas.
En EEUU, los medios dominantes coinciden en que todo es culpa de esos diabólicos talibanes, que atacan a las fuerzas de la OTAN y después corren a refugiarse en el interior de los pueblos. Los talibanes quieren actualmente que mueran más civiles, se nos dice, porque eso ayuda a que los locales se vuelvan en contra de la OTAN y de su gobierno-títere en Kabul. Puede que sea verdad. Hay muchas cosas sobre los talibanes que son inaceptables. Sería trágico que volvieran a hacerse con el poder.
Pero «el Bombardero McNeill» sería el primero en decirles que, cuando estás metido en una guerra, utilizas las tácticas que te resultan más útiles. Los talibanes son guerrilleros. Desde luego, viven y se esconden entre la gente. ¿Qué esperaban entonces, que lucharan sólo en campo abierto, lejos de los pueblos, donde los bombarderos de la OTAN pudieran alcanzarles sin esfuerzo?
Si queremos que los talibanes no lleguen al poder, la estrategia «suave» del General Richards es la única que puede funcionar. Richards y sus partidarios dicen que su estrategia iba bien, que los talibanes apenas habían conseguido avances el pasado año. Quizá los estadounidenses, que son los que mandan y ordenan, tienen miedo de aparecer (o de sentirse) demasiado «suaves». Quizá son impacientes.
O quizá, también, sucede algo más. Esta semana, Robert Fox informó que, además del incremento de los bombardeos, «parece ser que hay también una campaña, dirigida por EEUU, para fumigar indiscriminadamente de forma aérea los campos de amapola, tras un informe de Naciones Unidas del pasado año en el que aparecía que la cosecha de amapola era un 60% más alta que la del año anterior…» Pero volviendo a diciembre, cuando fue despedido Mohammed Daud, Fox escribió: «El gobernador Daud fue nombrado para sustituir a un hombre al que los británicos acusaban de estar implicado en el tráfico del opio… El Sr. Daud, que había sobrevivido a varios intentos de asesinato por parte de los talibanes, era considerado como un actor clave en la campaña que mantenían los británicos contra la droga en Helmand». ¿Era realmente «indiscriminado» el fumigado de los campos de amapola? El tristemente célebre documento de la CIA sobre las regiones donde se cultiva la amapola nos daría qué pensar.
Helmand es la provincia de Afganistán más rica en cultivos del opio. El opio está en el corazón de su economía y de su enmarañada política. Para tener sólo una idea de cuán complicada es, examinen este análisis de «Zmarial», un vecino de Helmand, no necesariamente un observador muy objetivo, pero alguien de allí que conoce cuantos intereses diferentes hay en juego, a favor de, junto a y en contra de.
Aunque Daud era, supuestamente, un actor clave de la campaña británica contra las drogas, este escritor señala que «la producción de amapola alcanzó un nivel record en 2006 cuando Daud era gobernador de la provincia y disfrutaba del total apoyo de los británicos». Y lo que es más grave, cita una fuente que declara que «se han intercambiado 260 millones de dólares en sobornos entre locales y funcionarios del gobierno. Esta es la cifra que se maneja, pero la suma real no está clara. El estudio muestra que el 58% de la gente que está en contra del gobierno es a causa de la corrupción doméstica». Todo ese dinero va fundamentalmente a encubrir y proteger el comercio del opio. ¿Podemos realmente creer que la CIA, tan dispuesta a tomar el control de los británicos en Helmand no está implicada?
Es poco probable que incluso el mejor periodista pueda conseguir un cuadro completo de lo que pasa en Helmand, y mucho menos en todo Afganistán. Es demasiado complejo. Pero los bombarderos de la OTAN, a miles de pies sobre el nivel del suelo, no saben absolutamente nada sobre la realidad de pueblos y ciudades -y vidas humanas- que están destruyendo. Sólo están siguiendo el simplista guión del «Bombardero McNeill» de «chicos buenos» contra «chicos malos» que los británicos encuentran tan típicamente estadounidense, y por buenas razones. Es la única historia que se nos cuenta en nuestros medios de comunicación dominantes.
Si tuviéramos alguna vez periodistas que contaran los hechos de una forma más realista, veríamos que es la misma vieja historia de siempre: cuanto más partido tomemos en una guerra civil, más daño haremos, especialmente cuando confiamos en los bombardeos aéreos masivos como arma fundamental. Una intervención de mano dura de los EEUU durante la década de 1980 ayudó a crear los talibanes. En la actualidad, otra intervención de mano dura puede que ayude a que vuelvan al poder y a matar a innumerables civiles en el camino. Todo eso (y quizás el opio también) pagado con nuestros impuestos en dólares.
Y mientras los afganos entierran a sus muertos, toda la historia se sepulta en las contraportadas de nuestros periódicos, como si no importara nada toda esa gente a la que nuestros impuestos mata. Mientras denunciamos la inmoralidad de los talibanes, contemplémonos por un momento en el espejo.
Ira Chernus es profesor de Estudios Religiosos en la Universidad de Colorado en Boulder y es autor de: «Monsters to Destroy: The Neoconservative Wa ron Terror and Sin. Email: [email protected]
Enlace con texto original en inglés:
http://www.globalresearch.ca/index.php?context=va&aid=6865