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Washington: las redes de la mentira

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La secretaria de Estado de Estados Unidos, Condoleezza Rice, inicia a partir de hoy una gira por varios países europeos con la difícil misión de explicar a los gobiernos correspondientes la existencia de una red de cárceles secretas establecidas por la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés), en diversas naciones que […]

La secretaria de Estado de Estados Unidos, Condoleezza Rice, inicia a partir de hoy una gira por varios países europeos con la difícil misión de explicar a los gobiernos correspondientes la existencia de una red de cárceles secretas establecidas por la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés), en diversas naciones que integran la Unión Europea (UE), así como de vuelos clandestinos, sobre territorio del Viejo Continente, para transportar a presuntos terroristas secuestrados y torturados por las fuerzas armadas o los servicios de seguridad de Washington.

Esa red de secuestros, que se extiende a naciones centroasiáticas y de Medio Oriente, ha venido siendo denunciada por entidades como Amnistía Internacional, Human Rights Watch y el diario The Washington Post, ninguna de las cuales puede resultar sospechosa de alianza con los terroristas ni de complicidad con el llamado eje del mal inventado por la administración de George W. Bush en el contexto de su ofensiva mundial por el dominio del petróleo y para la supresión de gobiernos que no le sean dóciles. Adicionalmente, la estructura y las actividades referidas encajan en los «métodos no convencionales» que el entorno presidencial estadunidense propugna para «combatir al terrorismo». No hay, pues, razón para pensar que los señalamientos humanitarios y periodísticos sean una invención.

Sin embargo, no parece concebible la posibilidad de que la secretaria de Estado admita abiertamente la operación de esa red criminal que opera al servicio de su gobierno, ni que se limite a pedir perdón a los gobernantes europeos por el hecho de que, al operarla, la Casa Blanca ha violado la soberanía, el espacio aéreo y las leyes de varios estados integrantes de la UE. Es razonable suponer, en cambio, que la funcionaria se limitará a asegurar a sus interlocutores del otro lado del Atlántico que las cárceles no existen y que los vuelos nunca ocurrieron, acaso con vehemencia comparable a la que empeñaron los operadores de Bush hace casi tres años para sembrar en la opinión pública estadunidense el temor a las inexistentes armas de destrucción masiva que, según ellos, poseía el depuesto régimen de Bagdad.

Los gobiernos de Jordania o de países centroasiáticos que formaron parte de la disuelta Unión Soviética, en cuyos territorios están algunas de esas cárceles clandestinas, podrían darse por satisfechos con las mentiras tranquilizadoras que formule el Departamento de Estado en el afán de despejar lo que se perfila ya como una crisis diplomática internacional. No será el caso, sin embargo, de las autoridades nacionales pertenecientes a la UE, mucho más expuestas al escrutinio de sus respectivas sociedades y obligadas, además, por la Convención Europea de Derechos Humanos, a impedir prácticas tan atroces como las empleadas por Washington y Londres en sus incursiones colonialistas en Afganistán e Irak.

La dimensión del problema puede percibirse con claridad en el hecho de que el secretario general del Consejo de Europa, Terry Davis, anunció en días pasados una investigación de los países sospechosos de haber consentido o participado en esas atrocidades, y que el comisario de Justicia y Asuntos Nacionales de la UE, Franco Frattini, advirtió que tales naciones podrían perder su derecho a voto en el organismo paneuropeo.

El presidente polaco, Aleksander Kwas-niewski, cuyo gobierno está en la lista de los presuntos anfitriones de cárceles secretas de la CIA, asegura que «no hay esa clase de prisiones en Polonia ni hay esa clase de prisioneros en territorio polaco». Tal vez el mandatario diga la verdad, pero también es posible que mienta para encubrir a su aliado estadunidense, e inclusive es posible ­la CIA es así­ que las prisiones y los prisioneros existan, y que Kwasniewski no lo sepa.

Para finalizar, una crisis diplomática con la UE era, ciertamente, lo que menos podía desear George W. Bush en su presente circunstancia, caracterizada por el cerco político que sufre en su país y por la creciente evidencia de que no tiene forma de salir victorioso del pantano en que se ha convertido su agresión militar a Irak. Parece ser que por fin empieza a revertirse contra la mafia político-empresarial que gobierna en Washington la masiva y global violación de derechos humanos y de leyes internacionales en la que se ha embarcado.