¿Baladronadas rusas al orear parte de su flamante maquinaria bélica en el glamoroso desfile -200 equipos, 15 mil efectivos de todas las armas- con que, el 9 de mayo, celebró los 70 años de la victoria sobre el fascismo? Resultaría ese el juicio de cuando menos un despistado a ultranza, y no de verdaderos analistas, […]
¿Baladronadas rusas al orear parte de su flamante maquinaria bélica en el glamoroso desfile -200 equipos, 15 mil efectivos de todas las armas- con que, el 9 de mayo, celebró los 70 años de la victoria sobre el fascismo? Resultaría ese el juicio de cuando menos un despistado a ultranza, y no de verdaderos analistas, atentos a artefactos tales el carro de combate blindado Kurgánets-25, el sistema de misiles antitanque Kornet-D, el impenetrable transporte Bumerang y el obús autopropulsado Koalitsiya-SV.
Novedades entre las que figuraba como joya de la corona el tanque Armata, de última generación y del cual observadores no precisamente de la Federación admiten que podría llegar a ser el más perfecto y mortífero del planeta, al punto de dejar muy detrás al ponderado Abrams estadounidense, gracias a su torre teledirigida, controlada por los tripulantes a distancia, desde una cápsula especial a prueba del más enconado fuego enemigo, y provisto de un radar capaz de detectar simultáneamente hasta 40 blancos terrestres y 25 aéreos, en un radio de cien kilómetros.
Alguien genial aseguró que en política lo real es lo que no se aprecia a simple vista -palabras más, palabras menos-. Esta lógica, de universal constatación, si bien no niega el aserto del Kremlin de que la muestra de artilugios, en honor a los caídos y a los héroes de la II Guerra Mundial, no significa amenaza alguna -a la nación euroasiática la paz le es imprescindible también para recomponer su economía y terminar de agenciarse el añorado espacio en el equilibrio del mundo-, nos lleva a suponer asimismo una nítida advertencia a un Occidente que, a todas luces, sigue apostando por la confrontación como medio de salir del atolladero de la crisis.
Y que, en ese anhelo, se desmadra. Como señala Manlio Dinucci (Red Voltaire), «en Europa, después de extenderse sobre siete países del antiguo Pacto de Varsovia, tres repúblicas exsoviéticas y dos de la exYugoslavia -destruida mediante la guerra-, la OTAN está absorbiendo Ucrania. Las fuerzas armadas del régimen de Kiev, que participan desde hace años en las operaciones de la OTAN en diversas regiones -como los Balcanes, Afganistán, Irak, el Mediterráneo y el Océano Índico-, se integran cada vez más en las acciones que emprende esa alianza militar bajo las órdenes de Estados Unidos».
Una lista de irreproducible prolijidad incluye el hecho de que en Lituania y Polonia se han desplegado cazabombarderos que «patrullan» los cielos de las repúblicas bálticas, al borde del espacio aéreo ruso. «Después de haber encabezado la ‘misión’ durante los primeros cuatro meses de 2015, Italia se mantendrá implicada allí al menos hasta agosto con cuatro cazabombarderos Eurofighter Typhoon». En Asia Central, «la OTAN está absorbiendo Georgia, que -ya integrada a sus operaciones- aspira a convertirse en miembro de la Alianza. Por otra parte, sigue profundizando la ‘cooperación’ con Kazajstán, Kirguistán, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán para contrarrestar la Unión Económica Euroasiática (que a su vez abarca Rusia, Bielorrusia, Kazajstán, Armenia y, desde mayo, Kirguistán)».
Como si no bastara, «se mantiene también profundamente implicada en Afganistán», de «gran importancia geoestratégica ante Rusia y China, y donde prosigue la guerra de la OTAN mediante el uso de fuerzas especiales, de drones y de cazabombarderos -52 incursiones aéreas sólo en el pasado mes de marzo». Si nos sumamos a un paneo por la porción occidental de Asia, columbraremos que la organización belicista no ceja en la «operación militar secreta contra Siria y prepara otras -Irán sigue estando en la mirilla-, lo cual se demuestra con el desplazamiento del LandCom, el mando que dirige todas las fuerzas terrestres de la Alianza. Y al mismo tiempo la OTAN refuerza su asociación -ya puesta a prueba durante la campaña de Libia- con cuatro monarquías del Golfo (Bahréin, los Emiratos Árabes Unidos, Kuwait y Catar), así como la cooperación con Arabia Saudita, que -como denuncia Human Rights Watch- sigue masacrando a la población yemenita desde el aire con bombas de fragmentación proporcionadas por Estados Unidos».
Pero dado que esos ámbitos le quedan demasiado entallados, el bloque busca «aire» asimismo allá por el Extremo Oriente, donde ha concluido con Japón un acuerdo estratégico que «amplía y profundiza la larga asociación», al que se adiciona uno con Australia. Ambos se dirigen contra… China y Rusia. «Apuntando hacia esos mismos blancos, los principales países de la OTAN […] participan cada dos años, en el Océano Pacífico, [en] lo que el mando de la flota de Estados Unidos define como la maniobra naval más grande del mundo. En África, después de haber destruido el Estado libio, […] está tratando de reforzar su presencia militar en los países miembros de la Unión Africana, a la que también proporciona ‘planificación y transporte aeronaval’ en el marco estratégico del AfriCom. En Latinoamérica […] sostiene un ‘Acuerdo de Seguridad’ con Colombia, país ya comprometido en varios programas militares de la Alianza -como la formación de fuerzas especiales- y que puede convertirse rápidamente en un nuevo socio».
A no dudarlo, la política continúa en calidad de expresión concentrada de la economía -aunque no solo ello, se sabe-. Lo reiteramos porque los ramalazos del crack detonado en 2008 y la emergencia de China y los Brics, entre otros factores inocultables, espeluznan a ciertas élites de poder de tal manera, que podrían estar sopesando la posibilidad de una tercera conflagración generalizada. Aunque quizás esté transcurriendo ya, como a sorbos, como serial por entregas, en uno y otro punto de la Tierra. Se trataría de garantizar a toda costa, y al parecer a todo costo, futuro, beneficios y la propia supervivencia de las corporaciones internacionales y los intereses bancarios.
¿En qué se basa, junto con otros entendidos, Salvador González Briceño (ALAI) al aludir a la intrínseca necesidad gringa de guerra? Esta podría proporcionar una crisis y el subsiguiente pretexto para continuar con la emisión de deuda soberana y la expansión del dólar; permitiría a Washington culpar a Rusia y China por la caída del llamado billete verde entre sus congéneres de la reserva mundial; justificaría transferir a las naciones enemigas el sambenito de haber destruido la economía de Occidente, exonerándolo de las imputaciones de crear dinero de la nada.
Mas las razones no acabarían en las expuestas: Norteamérica, sueñan algunos, recuperaría el control de la Unión Europea y de todos los estados del Viejo Continente a nivel individual, así como de la OTAN. Actualmente, Alemania, Francia, señala nuestra fuente, vacilan a la hora de ofrecer un apoyo unísono para las políticas norteamericanas y los planes con respecto a Ucrania. De paso, se sofocaría a los movimientos secesionistas y se frustrarían las amenazas de Grecia e Italia de salirse de la UE y del euro. Las «capillitas» aludidas dispondrían de la excusa perfecta para establecer un dominio total sobre las noticias y los medios de comunicación.
Finalmente, para unos cuantos una embestida contra Rusia e Irán finiquitaría la competencia representada por el suministro de gas y petróleo de sus oleoductos, garantizando el control de la producción del Oriente Medio y la prolongación del sistema del petrodólar. Como en las dos megamatanzas anteriores, esperan que una tercera propicie a la Casa Blanca terminar con todos los adversarios internos, a excepción de aquellos candidatos de oposición vigilados estrechamente y aprobados por los dos partidos mayoritarios. Una exitosa arremetida contra los aliados de China retrasaría el desafío imparable a la gobernanza global que representa el «dragón». González Briceño nos recuerda que «durante una situación de crisis en tiempos de guerra, los políticos siempre pueden atacar las libertades civiles, la libertad de prensa y confiscar la riqueza hasta límites imposibles en tiempos de paz.»
Sin embargo, aquí a lo sumo podemos bosquejar posibles escenarios. Se sabe que un factor emergente alcanza a trocar súbitamente cualquier panorama, y el establishment podría verse obligado a aceptar las últimas lucubraciones de ese viejo zorro de la geopolítica nombrado Zbigniew Brzezinski, el cual, acota en la digital Rebelión Rodolfo Bueno Ortiz, anda proclamando que los actuales EE.UU. se asemejan a la URSS de los ochenta (referencia harto cuestionable), a causa de: «1) la bancarrota financiera provocada por sus aventuras militares; 2) la imposibilidad de reformar su sistema político; 3) la caída de su nivel de vida; 4) la llegada al poder de una clase adinerada que solo piensa en enriquecerse y a la que le es indiferente el destino del resto del país; 5) el intentar disimular los problemas internos, buscando enemigos externos; y 6) una política internacional que los aísla del mundo».
Tomando esos enunciados como premisas para la exigencia de frenar la hostilidad, el gurú de la reacción planetaria sostiene que Occidente debe integrar a Rusia a su sistema como aliada estratégica. Porque estima que, de mantenerse el estado de cosas descrito, «no solo los EE.UU. en los próximos 10 años perderán su liderazgo, sino que es muy probable que tengan una catástrofe social, que repita en ellos la tragedia soviética».
Entretanto, los rusos toman nota, cerrando filas con China, y rindiendo tributo a sus héroes con desfiles donde pasean espectaculares artilugios defensivos, tales el tanque Armata, sin ninguna intención de amenazar, pero reafirmando como al desgaire que en política lo real es lo invisible, o lo no tan visible, y que quizás por ello de vez en cuando la exhibición de unos músculos tensos representa el mejor conjuro frente a la destrucción. Sí, ¿quién se atreve contra un bogatyr, un paladín, un gigante?
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