Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo
Miembros de la comunidad musulmana cham entran en la sala del Tribunal del Jemer Rojo en Camboya; agosto de 2016 (Pring Saram/Reuters)
Phnom Penh, Camboya. Vang Tam, de 65 años, no tiene ninguna duda de lo que haría si se encontrara con el jemer rojo responsable de la muerte de sus padres y sus cuatro hermanos en la década de los setenta.
«Aunque muriera por ello, le arrancaría la cabeza. Haría cualquier cosa», grita mientras da una calada a su cigarrillo en el interior de su hogar flotante ubicado en el río camboyano Tonle Sap. «Nuestros antepasados fueron ejecutados cerca de las montañas; yo fui el único que salvé la vida».
Tam es un pescador de etnia vietnamita nacido en Camboya. Como otros cientos de miles, huyó a Vietnam cuando los maoístas liderados por Pol Pot se hicieron con el control de Camboya, pero gran parte de su familia se quedó atrás.
Al regresar a su hogar en 1980, cuando los vietnamitas derrotaron a los jemeres rojos, descubrió que alrededor de 40 de sus parientes habían fallecido. Los que no fueron ejecutados murieron de hambre.
Este mismo viernes, la Sala Especial de los Tribunales de Camboya (ECCC), más conocida como el Tribunal de los Jemeres Rojos, dictará su veredicto sobre si el «Hermano Número Dos» del régimen, Nuon Chea, de 92 años, y su jefe de gobierno, Khieu Samphan, de 87, cometieron genocidio contra la etnia vietnamita y los musulmanes cham, otra minoría.
Khieu Samphan, antiguo jefe de gobierno de los jemeres rojos en la pantalla, en la sala de prensa del Tribunal del Jemer Rojo (Pring Saram/Reuters)
Los jueces dictaminarán también si ambos son culpables de crímenes contra la humanidad relacionados con las cárceles, los lugares de trabajo, los matrimonios forzosos y la violencia sexual. El tribunal sentenció a ambos a cadena perpetua en 2014 por crímenes contra la humanidad por su papel en la evacuación forzosa de las ciudades poco después de que los jemeres rojos tomaran el poder.
Rendición de cuentas
La decisión de esta semana llega en un momento en que el tribunal se enfrenta a críticas generalizadas por la demora en dictar sentencia, la interferencia del gobierno y la supuesta corrupción.
Mientras algunos creen que el tribunal proporcionará la justicia largo tiempo esperada por las víctimas, otros consideran que el proceso ha sido una pérdida de tiempo y de dinero, al haber condenado solo a tres personas en doce años.
La opinión se dividía dentro de los supervivientes cham y de la etnia vietnamita entrevistados por Al Jazeera. Muchos de ellos no sabían nada del tribunal.
Sa Rom Ly, de 62 años, un cham que se las arregló para sobrevivir a las purgas masivas de Kampong Cham pretendiendo pertenecer a la etnia jemer, afirmó estar seguro de que los jemeres rojos intentaron eliminar por completo a su pueblo, algo que los fiscales han intentado demostrar.
«Los jemeres rojos querían deshacerse de los cham debido a nuestra religión», declaró, para luego añadir que él apoyaba al tribunal. «Nos alegramos de que el ECCC haya celebrado un juicio contra los jefes del Jemer Rojo, porque ayuda a que rindan cuentas sobre sus acciones».
«Merecen ser castigados porque fueron ellos quienes ordenaron a los jefes regionales que ejecutaran a la gente, y estos siguieron sus órdenes. En caso contrario, ellos mismos habrían sido ejecutados».
En una conversación tras el rezo en la mezquita del distrito Russei Keo de Phnom Penh, Kop Math, de 64 años, relata escenas de una brutalidad similar contra los cham en Battambang, tras haber sido evacuados forzosamente de la capital.
«Mi padre se escabulló para rezar, pero le vieron y se lo llevaron para matarlo», cuanta Math, que perdió a 16 de sus 20 familiares cercanos. Este hombre, que visitó el tribunal dos veces mientras se celebraba el juicio por genocidio, dice que creía que la corte haría justicia para las víctimas, pero echaba de menos que algunos de los responsables ausentes del banquillo.
«Creo que deberían someter a la justicia a los comandantes regionales… pero no a los niveles inferiores en el mando. Si pedimos que les juzguen también a ellos, eso podría provocar una confrontación», afirma.
Kop Math, al exterior de una mezquita en Phnom Penh (George Wright/Al Jazeera)
Buscando justicia
En una avenida serpenteante que corre paralela al río Mekong, El Los, de 72 años, explica cómo perdió a sus padres y a todos sus hermanos. Le dijeron que les habían embarcado en un bote y ejecutado en Kampong Cham. El no sabía nada del tribunal, pero pensaba que todos los jemeres rojos, de los jefes a los de abajo, deberían pagar por sus crímenes.
«Queremos que se haga justicia, pero ¿dónde están todos ellos? Estamos sufriendo pero, ¿qué podemos hacer?, afirma. «Los niveles inferiores señalaban a las víctimas y decían estar cumpliendo órdenes, pero todos ellos deberían rendir cuentas».
El primer ministro Hun Sen, un antiguo comandante de los jemeres rojos que ayudó a derribar a Pol Pot tras desertar a Vietnam, ha expresado abiertamente su oposición a nuevos juicios, sobre la base de que podrían sumir a Camboya en otra guerra civil.
El tribunal está compuesto por miembros nacionales e internacionales y las decisiones deben tomarse por consenso. Los jueces y fiscales locales han sido acusados de estar bajo la influencia del gobierno, especialmente en las investigaciones en curso sobre los mandos intermedios de los antiguos jemeres rojos.
El hecho de que sean tan escasos los miembros del régimen sometidos a juicio resulta frustrante para muchos de los supervivientes cham, tal y como explicaba Farina So, director principal adjunto del Centro de Documentación de Camboya y autor de «El hiyab de Camboya».
Este investigador cree que a pesar que el tribunal (especialmente en el caso de genocidio) era importante para muchos cham, la creación de foros públicos que favorezcan el diálogo entre víctimas, criminales y sus descendientes es de vital importancia para ayudar a la reconciliación de las comunidades.
«También es efectivo porque es necesario sacar este tema fuera de los tribunales y situarlo en las comunidades, para que puedan debatirlo abiertamente, sin miedo», declara Farina.
«Solo una farsa»
De vuelta al río Tonle Sap, casi ninguna de las 15 personas de etnia vietnamita entrevistadas conocían la existencia del tribunal. «Nadie habla de ello. No tengo ni idea de qué es ese tribunal», dice Chroeng Yan, cuyo padre fue apaleado hasta la muerte por un soldado de los jemeres rojos.
Vang Tan, uno de los pocos que conocía la existencia del tribunal, es muy duro en su análisis: «No es más que una farsa, no tiene sentido». Su amigo Veeng Than Yoeng, de 65 años, sentado a su lado, le interrumpe: «Unos 40 familiares míos fueron asesinados… no creo que podamos obtener justicia», afirma. «Queremos que muchos más sean juzgados».
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