De las protestas por el precio del pan a la revuelta contra el presidente. Diez días de manifestaciones que podrían cambiar el rumbo de Sudán.
Las fuerzas de seguridad reprimen con gases lacrimógenos la manifestación del 25 de diciembre en Jartum
«Hurriya, hurriya!», cantan cientos de mujeres sudanesas en una manifestación. Muchas de ellas llevan la bata blanca de las estudiantes. Hurriya significa libertad en árabe, y la protesta que estas mujeres protagonizan es una más de las muchas que, desde el pasado 19 de diciembre, han tomado las calles en varias ciudades de Sudán. El país africano está siendo testigo de decenas de movilizaciones, un clima de rebelión que podría amenazar la continuidad del régimen.
Las primeras manifestaciones fueron espontáneas. Una respuesta desde el hartazgo cuando el pan triplicó su precio. Esta subida supone para muchas familias no poder alimentarse, una situación que viene a culminar una etapa de empobrecimiento marcada por la inflación -el gobierno reconoce un 70% de inflación en el último año, pero otros expertos apuntan a un porcentaje mucho mayor – la escasez de gasolina, que ha obligado durante meses a las personas a dormir en sus coches mientras hacían horas de cola ante los surtidores, y un corralito que ha dejado los bancos desprovistos de dinero, impidiendo que la gente cobrara sus salarios. Toda esta lista de agravios se ha podido escuchar en las manifestaciones, que al final se han traducido en una demanda: «el pueblo quiere acabar con el régimen».
En julio de 2018, el FMI visitó el país. Dado que Sudán figura todavía en la lista de estados que apoyan el terrorismo no puede recibir préstamos de la institución. Pero sí asesoramiento. La asistencia técnica del fondo se ha traducido en el fin de los subsidios, la incapacidad de la población de cubrir sus necesidades básicas y, como respuesta: la revuelta.
«Falta de pan, inflación, fin de los subsidios, corralito. La lista de agravios se ha podido escuchar en las manifestaciones»
Omar Al Bashir, que tomó el poder el 30 de junio de 1989 con el apoyo del ejército, se ha convertido en uno de los dictadores más longevos de la región. Al frente del Partido del Congreso Nacional, bajo su gobierno -de corte islamista-, se recrudeció la guerra contra el Sur del país. Dos décadas de conflicto que culminaron con la secesión del Sur tras un referéndum en 2011. Mientras Sudán del Sur vive en situación de guerra civil desde su creación, el Norte, desprovisto de la que se había convertido en su principal fuente de riqueza, el petróleo -el 75% de las reservas pertenecía a la parte meridional del país- se precipitó en una debacle económica.
«Hoy, nosotros el pueblo sudanés, hemos cruzado el punto de no retorno en el camino del cambio», rezaba un comunicado de la coalición de asociaciones profesionales que convocó la marcha del martes 25. «Tomaremos todas las opciones de acciones pacíficas y populares hasta que acabemos con el régimen que sigue derramando sangre. Hoy, más que nunca, tenemos confianza en nuestra capacidad colectiva de conseguirlo», anunciaban. Según reportaba Amnistía Internacional el mismo martes, las víctimas mortales de la represión ya eran 37.
Tras varios días de manifestaciones espontáneas, protagonizadas en gran medida por estudiantes -el gobierno cerró universidades y escuelas para detener las protestas- la manifestación del pasado 25 en Jartum, en la que se marchó hasta el Palacio Presidencial, fue uno de los primeros actos organizados articulando a sindicatos y partidos en la oposición. Por su parte, el lunes 24 los médicos se declararon en huelga. Ayer 27, los periodistas convocaron también un paro de tres días.
Por las redes sociales vienen circulando las imágenes de las manifestaciones, también las que prueban la represión del régimen que ha respondido a las protestas con munición real y gases lacrimógenos. Un vídeo muestra una larga hilera de cuatro por cuatro cargados de militares en una de las principales arterias de la capital. Mientras tanto, el gobierno ha limitado internet, censurado las redes sociales y expulsado a varios periodistas de medios árabes. 14 miembros de la oposición han sido detenidos.
UNA TRADICIÓN DE PROTESTA QUE VUELVE
Las primeras protestas tuvieron lugar en en la ciudad de Atbara, una población de poco más de 100.000 habitantes en el noroeste del país. Atbara, considerada como capital del ferrocarril durante la época de la colonia, tiene una importante tradición sindical y anticolonial. De allí las protestas se han ido extendiendo a diversas ciudades entre ellas la capital. Ya a finales de 2017 el descontento fruto de la inflación se tradujo en movilizaciones.
En el 2011, con la primavera árabe, empezó un ciclo de protestas en el país que culminaría con las revueltas de otoño de 2013 contra la subida de la gasolina. Aquellas movilizaciones acabaron con más de 200 muertos. Las medidas de austeridad aprobadas por Al Bashir en aquellos dos años, alimentaron intermitentemente movilizaciones. Por otro lado, la Corte Penal Internacional emitió en 2009 y 2010 dos órdenes de arresto contra el presidente sudanés, acusándole de genocidio, crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad, principalmente por su rol en Darfur.
«Esta es una segunda ola, más intensa, de lo que pasó en septiembre de 2013. El gobierno consiguió sobrevivir entonces. Pero esta vez, los manifestantes parecen más determinados, y han superado la masacre que sufrieron la última vez», comentaba el analista sudanés Mohamed Osman a la cadena Al Jazeera el pasado lunes. Unos de los signos más claros de la actual vulnerabilidad del régimen, según este experto, ha consistido en la participación de algunos militares en las manifestaciones.
Hasta ahora, el principal apoyo Al Bashir ha sido el ejército. Su gobierno destina un 75% del presupuesto nacional a defensa. Si el conflicto con el Sur fue la excusa para perpetuar un régimen militar, mientras se contaba con los ingresos del petróleo se pudo crear cierta ficción de prosperidad. De aquellos años de crecimiento poco ha quedado en términos de infraestructuras o industria estatal, el dinero del petróleo vino a enriquecer a las élites políticas. Junto a la denuncia por la situación económica, en la calle se señala la corrupción del sistema.
«En 1964 y 1985 movilizaciones civiles como las de estos últimos diez días clausuraron las dictaduras de Abboud y Numeiry»
Los manifestantes ven incluso a los partidos históricos de la oposición: la Umma y el Partido Unionista como parte del sistema corrupto que ha llevado a la población a la pobreza. Es a los partidos de izquierda y liberales a quienes apuntan los portavoces del gobierno de estar detrás de las protestas. Los manifestantes apelan a una ruptura y recuerdan que no es la primera vez que la gente, en la calle, impone un giro democrático.
En 1964 un ciclo de protestas acabó con la dictadura de Ibrahim Abboud, quien dio un golpe de estado en 1958, a solo dos años de la independencia. En el 85, el régimen de Yaafar al-Numeiry terminó cuando miles de personas tomaron las calles exigiendo democracia. Ambos hechos históricos emergen en los discursos de los activistas en territorio sudanés pero también en la diáspora. A lo largo de la semana, las concentraciones en solidaridad con las protestas en Sudán se extendieron por varias ciudades de Estados Unidos y Europa.
EEUU, YEMEN Y LA RESACA DE OTRAS PRIMAVERAS
Mientras el 2018 concluye con este panorama de protesta a nivel interno, a nivel internacional Al Bashir se encuentra en un momento de calma. Tras años de castigo económico, Estados Unidos levantó las sanciones al estado africano en octubre de 2017, al entender que el gobierno ha hecho avances contra el terrorismo. Este blanqueamiento coincide con la participación de Sudán en la guerra de Yemen, integrando la alianza con Arabia Saudí, Estados Unidos y los Emiratos Árabes contra los Houthi. Allá donde la superpotencia y los ricas monarquías petroleras ponen el dinero y las armas, Sudán ha puesto tropas. Muchos de los soldados provienen de las milicias janjaweed, famosas por su crueldad en Darfur.
Pero esta vez el frente interno podría ser suficiente para desestabilizar al mandatario. Según señalan sus opositores, el hecho de que Al Bashir no estuviera presente en el palacio gubernamental en ocasión de la marcha del pasado martes 25 es un prueba de su debilidad. Un día antes tachaba de «traidores y mercenarios» a quienes estaban detrás de «estos sabotajes» y prometía nuevas reformas económicas. Sus palabras fueron claramente insuficientes para contener las manifestaciones.
Ante los precedentes de las primaveras árabes la gente se pregunta qué podría venir después de Al Bashir. De momento, esta incertidumbre no impide que sigan las protestas. Mañana, 29 de diciembre a las 11 de la mañana, la comunidad sudanesa en Madrid ha convocado una concentración frente a la embajada de Sudán para denunciar la violación de los derechos humanos en el país y exigir que se respeten las manifestaciones pacíficas.
Fuente: https://www.elsaltodiario.com/africa/el-pueblo-sudanes-quiere-acabar-con-30-anos-de-regimen–