Un comando fuertemente armado y con gran cantidad de explosivos mantenía secuestrados a 132 escolares y un número indeterminado de profesores y progenitores que celebraban la inauguración del curso. Los secuestradores exigieron la retirada del Ejército ruso del Caúcaso y amenazaron con inmolarse en caso de asalto. El presidente ruso, Putin, regresó de urgencia de sus vacaciones. El líder checheno, Masjadov, le responsabilizó del secuestro
Un comando armado y provisto de cinturones explosivos secuestró a última hora de ayer a 132 escolares y a un número indeterminado de adultos, entre profesores y progenitores, en una escuela de una ciudad de Osetia del Norte, república autónoma rusa limítrofe con Chechenia.
Ayer el comando asaltante liberó a un grupo de 29 mujeres y niños. Dos explosiones se han podieron escuchar en las proximidades de la escuela de Beslan, en Osetia del Norte, ocupada desde ayer por la mañana por un comando armado que tomó cientos de rehenes -328 según la celula de crísis- . Poco antes el comando ha liberado a un grupo de 26 mujeres y niños.
Según un fotógrafo de la AFP, se puede observar un vehículo ardiendo no muy lejos de la escuela tomada por el comando armado.
Hasta el momento no se se ha podido obtener ninguna información sobre el origen de estas explosiones por parte de las fuerzas del orden, que han prohibido el acceso en los alrededores de la escuela. Podría tratarse de granadas.
Los secuestradores, 17 hombres y mujeres enmascarados y vestidos de negro, según fuentes oficiales, llegaron a primera hora de la mañana a Beslan, una ciudad de 40.000 habitantes situada 20 kilómetros al norte de la capital de Osetia del Norte, Vladikavkaz, a bordo de un camión militar y dos vehículos.
El comando tomó al asalto la escuela número 1 de Beslan justo cuando terminaba la ceremonia de inicio del curso escolar, que se celebra en Rusia el primero de setiembre, lo que explica la presencia de progenitores entres los rehenes, cerca de 40 según varios testigos. El FSB elevaba provisionalmente a 300 la cifra de secuestrados.
Itar-Tass aseguró que en los primeros momentos de confusión unos 50 niños lograron huir del recinto escolar, de tres plantas y que acoge a alrededor de 800 alumnos. Fuentes hospitalarias cifraron en nueve los muertos durante el asalto, ocho civiles y un secuestrador.
Otros quince escolares salieron poco después, tras ser puestos en libertad. Una mujer que fue liberada por el comando alertó de que «toda la escuela está minada». En este sentido, el gabinete de crisis aseguró que los secuestradores encerraron a los secuestrados en el gimnasio y amenazaban con volarlo en caso de asalto. Además habrían amenazado con matar a cincuenta rehenes por cada hombre suyo abatido, y a veinte por cada herido.
El asesor del Kremlin para asuntos chechenos, Aslanbek Aslajanov, confirmó que los secuestradores exigieron la retirada de las tropas rusas de Chechenia y el fin de las acciones militares en la república.
Exigían además la puesta en libertad de una veintena de ingushes detenidos en las redadas tras el asalto guerrillero a la capital de Ingushetia, Nazran, el 21 de junio, asalto que se saldó con más de un centenar de soldados y policías muertos. Los servicios secretos rusos identificaron como ingushes a los secuestradores, concretamente como miembros del grupos «dzhamaat (sociedad) ingush», que el FSB vincula al líder de la resistencia islamista chechena Shamil Basayev.
Los secuestradores exigieron la presencia de los presidentes de Osetia del Norte, Alexandr Dzasojov, e Ingushetia, Murat Ziazikov, y del doctor Leonid Roshal, quien medió durante el secuestro del teatro Nord-Ost (Dubrovka), en Moscú.
Osetia del Norte, pro-rusa, se ha convertido en la base de retaguardia del Ejército ruso en Chechenia y su base de Mozdok es el centro desde el que salen sus caza-bombarderos.
Ziazikov es el «hombre de Moscú» en Ingushetia y desde que fue aupado al poder ha presionado a miles de refugiados chechenos para que regresen a sus destrozados hogares, además de llevar a cabo una política de represión contra la población, tradicionalmente cercana a sus vecinos chechenos.
Silencio de Putin
El presidente de Rusia, Vladímir Putin, regresó a Moscú desde el balneario de Sochi, donde se encontraba de vacaciones, descanso que interrumpió sólo un día con motivo de los atentados contra los dos Tupolev.
Mientras muchos analistas destacaban la discreción del inquilino del Kremlin tras una semana crítica, el ministro de Defensa señaló, tras la reunión de urgencia del Comité de Seguridad, que «afrontamos una guerra sin adversarios visibles ni línea de frente».
El gabinete de crisis señaló que, «durante nuestros contactos telefónicos los secuestradores afirman que los niños están bien y a ninguno le ha pasado nada». Añadió que el comando seguía rechazando la propuesta de hacer llegar al colegio agua, alimentos y medicinas.
Expertos aseguraban que querían evitar cualquier contacto durante la noche que pudiera ser aprovechado para un eventual asalto, o bien esperaban la llegada de Roshal.
Fotógrafos de France Press daban testimonio de la gran tensión reinante en las inmediaciones de la escuela, con cientos de parientes de los escolares, algunos de ellos armados y encolerizados, que denunciaban la pasividad policial.
Durante todo el día, hubo padres que intentaron acercarse al colegio para dialogar con los secuestradores.
42.000 niños chechenos muertos
Aslan Masjadov, el presidente rebelde de Chechenia refugiado en las montañas, señaló en referencia al secuestro que «no existe justificación para tan inhumana acción, igual que no hay justificación para el asesinato de 42.000 niños chechenos en edad escolar, perpetrado por la soldadesca rusa por orden del régimen del Kremlin y personalmente de Putin».
En un comunicado en la web Kavkaz Center, Masjadov añade que «los innumerables crímenes de lesa humanidad que Rusia comete en las tierras del Cáucaso hacen posibles golpes de respuesta desesperados e inhumanos», para añadir que el secuestro es obra de «personas desquiciadas por las desgracias y las pérdidas de familiares, por el cinismo, la mentira y la injusticia».
«La escalada de la política de terror amenaza con hacer que la situación escape de control, con consecuencias impredecibles (…) La responsabilidad moral y jurídica recaerá sobre Putin y su camarilla», concluye.