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In memoriam de una periodista asesinada recuperamos un texto suyo publicado el diez de septiembre de 2004.

Crónica de los sucesos de Beslán por una periodista rusa a la que los servicios secretos rusos trataron de envenenar

Fuentes: The Guardian

El horror de Beslán se hizo aún más terrible por la intimidación de los serviles medios de comunicación rusos. Traducido para Rebelión por L. B.

Es la mañana del 1 de septiembre. Desde Osetia del Norte llegan informaciones difíciles de creer: se han apoderado de una escuela en Beslán. Media hora para empaquetar mis cosas mientras mi mente trabaja furiosamente decidiendo cómo llegar al Cáucaso. Y otro pensamiento: buscar al líder separatista checheno Aslan Masjadov, que salga de su clandestinidad, que se reúna con los asaltantes y les pida que liberen a los niños.

Después vino una larga tarde en el aeropuerto de Vnukovo. Enjambres de periodistas intentaban abordar un avión con destino al Sur, mientras que los vuelos estaban siendo retrasados. Evidentemente, hay gente a la que le gustaría demorar nuestra salida. Utilizo mi teléfono móvil y hablo abiertamente sobre el objeto de mi vuelo: «Buscad a Masjadov», «persuadid a Masjadov».

Hace mucho tiempo que hemos dejado de hablar abiertamente por nuestros teléfonos móviles, persuadidos de que están pinchados. Pero esto es una emergencia. Finalmente, un hombre se me presenta como ejecutivo del aeropuerto: «La voy a montar en un vuelo a Rostov». En el minibús, el conductor me dice que los servicios de seguridad rusos, el FSB [el antiguo KGB. N. del T.] , le han ordenado que me pusiera en el vuelo a Rostov. Al subir al avión mis ojos se cruzan con los de tres pasajeros sentados en un grupo: ojos maliciosos que miran al enemigo. No les presto atención. Ésa es la forma como me suele mirar la mayoría de los agentes del FSB.

El avión despega. Pido un té. Son muchas horas de carretera desde Rostov hasta Beslán y la guerra me ha enseñado que es mejor no comer. A las 21:50 bebo el té. A las 22:00 siento que tengo que llamar a la azafata porque estoy perdiendo rápidamente el conocimiento. Del resto sólo conservo algunos vagos recuerdos: la azafata solloza y grita: «Estamos aterrizando, ¡aguante!»

«Bienvenida de nuevo», dijo una mujer inclinada sobre mí en el hospital regional de Rostov. La enfermera me dice que cuando me ingresaron mi estado era «casi desesperado». A continuación susurra: «Cariño, han intentado envenenarte». Todos los análisis realizados en el aeropuerto han sido destruidos -«órdenes de arriba», dicen los doctores.

Mientras tanto, el horror en Beslán continúa. Algo extraño ocurre allí el 2 de septiembre: ningún funcionario está hablando con los familiares de los secuestrados, nadie les está informando de nada. Los familiares asedian a los periodistas. Les suplican que pidan a las autoridades que faciliten alguna información. Los familiares de los rehenes se hallan inmersos en un vacío informativo. Pero ¿por qué? A la mañana, también en el aeropuerto Vnukovo, detienen a Andrei Babitsky alegando un pretexto baladí. Como resultado de ello, otro periodista conocido por llevar hasta el final sus investigaciones y no tener pelos en la lengua en sus declaraciones a la prensa extranjera, se ve impedido de ir a Beslán.

Corre la voz de que Ruslan Aushev, el antiguo presidente de Ingushetia, rechazado por las autoridades por reclamar un acuerdo para resolver la crisis chechena, se ha personado de repente en la escuela de Beslán para negociar con los terroristas. Entró sólo porque la gente en el cuartel general de los servicios especiales al cargo de las negociaciones fue incapaz durante 36 horas de decidir quién de ellos debía ir. Los guerrilleros entregaron a Aushev tres bebés y después liberaron a otros 26 niños con sus madres. Pero los medios de comunicación trataron de ocultar el comportamiento valiente de Aushev: no hay negociaciones, nadie ha entrado a la escuela.

Para el 3 de septiembre las familias de los rehenes se encuentran sometidas a un bloqueo informativo total. Están desesperados; todos recuerdan la experiencia del asedio al teatro Duvrovka en el que 129 personas murieron cuando los servicios especiales bombearon gas en el edificio y pusieron fin al asedio. Recuerdan cómo el Gobierno mintió en aquella ocasión.

La escuela está rodeada de gente armada con rifles de caza. Son gente normal y corriente, padres y hermanos de los rehenes que han perdido toda esperanza de recibir auxilio por parte del Estado; han decidido rescatar a sus familiares por sí mismos. Éste ha sido un tema constante durante los últimos cinco años de la guerra de Chechenia: perdida toda esperanza de recibir protección del Estado, la gente solo aguarda de él ejecuciones extrajudiciales por parte de sus servicios especiales. De modo que tratan de defenderse a sí mismos y a sus seres queridos. Naturalmente, la autodefensa conduce al linchamiento. No podría ser de otro modo. Tras el asedio al teatro del 2002 los rehenes hicieron este espeluznante descubrimiento: sálvate a ti mismo, porque el Estado sólo puede ayudar a que te destruyan.

Es lo mismo que ahora ocurre en Beslán. Las mentiras oficiales continúan. Los medios de comunicación difunden las versiones oficiales. Lo llaman «adoptar una posición amigable con el Estado», significando con ello una postura de aprobación de las acciones de Vladimir Putin. Los medios de comunicación no tienen ninguna palabra crítica con respecto a Putin. Lo mismo se aplica a los amigos personales del presidente, que casualmente son los directores del FSB, el ministro de defensa y el ministro del interior. Durante los tres días de horror en Beslán, los «medios de comunicación amigos del Estado» jamás osaron expresar en voz alta que probablemente los servicios especiales estaban cometiendo un error. Jamás se atrevieron a sugerir a la Duma y al Consejo Federal -al Parlamento- que harían bien en convocar una reunión de urgencia para debatir la crisis de Beslán. La noticia de portada en los medios es el vuelo nocturno emprendido por Putin a Beslán. Se nos muestra a Putin expresando su agradecimiento a los servicios especiales; vemos al presidente Dzasokhov, pero no se dice ni una palabra de Aushev. Éste no es más que un ex presidente caído en desgracia, simplemente porque instó a las autoridades a no prolongar la crisis chechena, a no llevar las cosas hasta un punto de tragedia que acabara por desbordar al Estado. Putin no menciona el heroísmo de Aushev, así que los medios de comunicación lo silencian.

El sábado, 4 de septiembre, es el día siguiente al del terrible desenlace de la crisis de los rehenes de Beslán. La cifra de bajas es aterradora, el país permanece en estado de shock. Y quedan aún decenas de personas desaparecidas cuya existencia niegan las autoridades. Todo esto fue el asunto de una brillante y, según los estándares vigentes, extremadamente audaz edición sabatina del diario Izvestia, encabezada con el siguiente titular: «Silencio al máximo nivel». La reacción oficial fue fulminante. Raf Shakirov, editor jefe, fue despedido. Izvestia pertenece al barón del níquel Vladimir Potanin, quien se pasó todo el verano temblando en sus botas por miedo a compartir el destino de Mikhail Khodorkovsky, el hombre más rico de Rusia, arrestado bajo cargos de fraude. Sin duda trataba de ganarse el favor de Putin. El resultado es que Shakirov, un talentoso director de periódico y, en términos generales, un hombre afecto al stablishment, ha quedado fuera de juego, convertido en disidente de última hora, simplemente por desviarse una micra de la línea oficial.

Podría usted pensar que los periodistas organizaron una acción de protesta en apoyo de Shakirov. Por supuesto que no. La Unión Rusa de periodistas y el Sindicato de los Medios de Comunicación han permanecido mudos. Sólo el periodista que sabe mantenerse fiel al stablishment es tratado como «uno de los nuestros». Si ésta es la actitud de los periodistas con respecto a la causa que servimos, estamos ante el fin del principio básico según el cual trabajamos para que la gente sepa lo que está pasando y tome las decisiones correctas.

Los sucesos de Beslán han demostrado que las consecuencias de un vacío informativo son desastrosas. La gente rechaza al Estado que lo ha dejado en la estacada y trata de actuar por su cuenta, rescatar a sus seres queridos sin ayuda de nadie y aplicar a los culpables su propia justicia. Más tarde, Putin declaró que la tragedia de Beslán no tenía nada que ver con la crisis chechena, de modo que los medios de comunicación dejaron de cubrir ese tema. De este modo, Beslán es ya como el 11-S: puro Al-Quaeda. Ya no se menciona la guerra de Chechenia, cuyo quinto aniversario se cumple este mes. Todo eso es absurdo, pero ¿acaso no ocurría lo mismo en tiempos de la Unión Soviética, cuando todo el mundo sabía que las autoridades mentían descaradamente pero pretendían que el emperador estaba vestido?

Nos estamos volviendo a precipitar en el abismo soviético, en un vacío informativo que significa nuestra muerte por ignorancia. Sólo nos queda Internet, donde la información todavía fluye libremente. En cuanto al resto, si quiere usted seguir trabajando como periodista, deberá trabajar servilmente para Putin. De lo contrario, le aguarda la muerte, la bala, el veneno, o un proceso judicial -cualquier cosa que nuestros servicios especiales, los perros cancerberos de Putin, estimen oportuno.

Anna Politkovskaya es periodista del diario Novaya Gaztea. Ha obtenido numerosos galardones por su cobertura periodística del conflicto ruso-checheno, sobre el cual ha publicado varias obras. Formó parte del equipo que negoció con los guerrilleros que tomaron el teatro Duvrovka en octubre del 2002.