El reciente viraje del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) -la Sexta Declaración de la Selva Lacandona- es muy importante y debe ser saludado por todos los enemigos de la explotación, la opresión, las injusticias, las guerras coloniales, o sea, del capitalismo. Su abandono al rechazo a la política, su decisión de hacer política a […]
El reciente viraje del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) -la Sexta Declaración de la Selva Lacandona- es muy importante y debe ser saludado por todos los enemigos de la explotación, la opresión, las injusticias, las guerras coloniales, o sea, del capitalismo. Su abandono al rechazo a la política, su decisión de hacer política a escala nacional e internacional, la ruptura del silencio y de la inmovilidad, tendrán un efecto altamente positivo y disiparán gran cantidad de tonterías «teóricas». Igualmente importante es que el EZLN no se defina ya simplemente como «rebelde» y «antineoliberal» (ambas cosas son compatibles con el capitalismo) sino que pase a decir que forma parte de la «izquierda anticapitalista». Porque eso implica no sólo tratar de definir qué tipo de Estado transitorio y cuál sistema remplazarán a los actuales, sino que exige también hacer un balance del pasado reciente del EZLN y, sobre todo, un balance del pasado de la izquierda mundial que se declaraba anticapitalista, y requiere un análisis sobre cuáles son las fuerzas que podrían contribuir a construir un socialismo democrático, antiestatal, autogestionario.
Pero la evolución del EZLN impone aclarar algunas cosas. Por ejemplo, aunque me repita, hay que insistir en que un frente se hace con quienes en medidas distintas no son iguales a quien intenta promoverlo y se hace admitiendo diversos matices en la propia organización porque, en caso contrario, no sería más que una expansión de la propia capilla incorporándole nuevos fieles. ¿Por qué no reconocer y nombrar entonces a quienes, coincidiendo con el EZLN organizaron el Diálogo Nacional y el Frente Obrero, Campesino y etcétera, compuesto por 200 organizaciones, frente que, además de organizar el primer paro nacional y varias movilizaciones, tiene un programa mínimo no negociable -el de Querétaro-, que en lo esencial coincide con el del EZLN? En toda organización de masas -aunque no tenga registro como partido- hay gente que pertenece a algún partido con registro y hay incluso charros o candidatos a serlo. ¿Significa eso que hay que cerrar toda posibilidad de frente, por ejemplo, con el Sindicato Mexicano de Electricistas, aunque éste y el EZLN luchen conjuntamente contra la privatización de las empresas que son vitales para el desarrollo nacional? ¿Y quienes apoyan al PRD llevan acaso, como las vacas, la marca a fuego de sus dirigentes o son capaces de oponerse a ellos y de tener ideas y voluntad propias? ¿Acaso la construcción de un frente no tiene como una de sus principales tareas trabajar en común con los que no son «fieles» del EZLN y realizar una acción didáctica y organizativa que le permita a éste romper su aislamiento y su provincialismo ganando nuevos aliados en todo el territorio nacional? ¿Por qué decirle falsario y atacar como enemigo a un científico respetable como Víctor Toledo que, aunque se equivoque al redactar su texto, busca promover en el EZLN y en la izquierda la tan necesaria política ecologista? ¿Cómo hacer un frente también con los intelectuales progresistas si no se les responde «estamos de acuerdo con su preocupación, que compartimos desde hace rato, y los invitamos a trabajar juntos» y, en vez de eso, se les insulta? Un frente requiere conciencia de que todos debemos aprender del aliado, exige respeto por éste, eliminación de la arrogancia de los sabihondos, voluntad de trabajar sobre los puntos comunes para aclarar después las divergencias, conciencia de que nadie tiene la Verdad (con V mayúscula) y de que los movimientos sociales, como los ríos, también arrastran lodo y basuras, pero son la vida misma.
Una asamblea constituyente, por otra parte, nace sólo de dos modos: o gracias a un proceso seminsurreccional que atemoriza a las clases dominantes y las obliga a concederla, o gracias a un alud de votos que renueve las cámaras con representantes populares y permita renovar la Constitución. Si se rechaza la vía insurreccional «boliviana» y, a la vez, la electoral «uruguaya», ¿quién convocará la asamblea constituyente? ¿Se cree en serio en esa salida? Otra cosa: nadie trepida de amor por los partidos y por las urnas, pero tampoco nadie está dispuesto a abandonarles a las clases dominantes los derechos ciudadanos y la posibilidad de utilizar los medios electorales para dar golpes al enemigo, tal como lo mostró la manifestación del 24 de abril en el Zócalo. Las elecciones son secundarias frente a la autorganización de los trabajadores, pero ellas están aquí y el otro proceso es más largo. El problema central no consiste, pues, en participar o no en las elecciones, sino en utilizarlas para llegar a todos, para organizar la independencia política de los oprimidos, para aclararles qué sucede. A quien cree en salvadores hay que decirle «si no tienes organización, ¿quién hará que tu candidato cumpla sus promesas?», y a quien no cree en estas elecciones hay que explicarle «incluso si hubiera en México un millón de revolucionarios, necesitarían poder conquistar por lo menos a otros 50 millones de subalternos para poder triunfar». Además, el mundo no se divide sólo en explotados y explotadores. Hitler y Schroeder tienen en común ser servidores del capital alemán, pero no son iguales. Como no lo son el PAN, el PRI, el PRD, ni Madrazo y López Obrador. Este es un hombre del sistema, pero no un fascista ni un Salinas, y los poderosos lo toleran y lo utilizarán si no tienen más remedio, pero no confían en él y por eso quisieron desaforarlo, porque no habla de vender las empresas estatales y apoya los acuerdos de San Andrés. Las grietas «arriba» son importantes para los de «abajo». Hay que estudiar la historia de las revoluciones porque, aunque Zibecchi y Holloway crean que han sido negativas, siguen en el orden del día, aunque a mediano plazo.