«¿Por qué tiene que mencionar el Primer Ministro Wen que el empleo se relaciona con la dignidad de la persona?» me decía un profesor de la universidad desde su sillón. «Este no es momento de hablar de dignidad. El derecho a la supervivencia es lo básico. Y la dignidad es algo que vendrá naturalmente, llegado […]
«¿Por qué tiene que mencionar el Primer Ministro Wen que el empleo se relaciona con la dignidad de la persona?» me decía un profesor de la universidad desde su sillón. «Este no es momento de hablar de dignidad. El derecho a la supervivencia es lo básico. Y la dignidad es algo que vendrá naturalmente, llegado el momento». Pero cómo puede uno hablar del derecho a la supervivencia sin dignidad, me pregunto. Ajustarse el cinturón no es nada nuevo para los chinos. Respondieron al llamado a consumir menos alimentos durante el «desastre natural» de 1958-1961. Los campesinos, en particular, se ajustaron el cinturón en aras de la industrialización socialista, para permitir la transferencia de riqueza a las ciudades a través de lo que se dio en llamar las tijeras de precios. Sin embargo, esta vez ocurre algo peculiar. Economizaron y ahorraron para prestarle dinero al país más rico del mundo, y así conseguir empleos mal pagados estimulados por los consumidores de ese país. Gracias al quiebre financiero, hay un hecho que comienza a hacerse claro en la cabeza de muchos chinos: China es el mayor acreedor de Estados Unidos, y aún así los chinos siguen siendo pobres. La exportación, la inversión y el consumo han sido proclamados como los tres caballos que arrastran al carro del crecimiento chino. Los caballos ya estaban enfermos y el carro desvencijado incluso antes de la crisis económica. A pesar que las exportaciones han hecho de la China la «fábrica del mundo», se trata de una fábrica con salarios de procesamiento magros a costa de los trabajadores y el medio ambiente. La inversión ha creado caminos, ferrocarriles y ciudades brillantes, así como una gigantesca burbuja inmobiliaria. El precio promedio de las casas en relación a los ingresos en China fue de uno a 15 en 2007. La cifra llegó a uno a 23 en Beijing (Libro de Estadísticas Anuales de China, 2008). La mayor parte de la población son observadores que no pueden compartir la prosperidad de las ciudades. La contribución del consumo al PBI nunca superó el 40%, en tanto que la de India es del 60%. Las fábricas están cerrando. Los migrantes se mueven hacia y desde los pueblos. Millones de universitarios están preocupados por los puestos de trabajo, aunque esto no es nuevo ya que las señales de problemas económicos han sido evidentes en los últimos años. Ante la crisis financiera, cuando las sombras se ciernen sobre la economía china orientada al exterior, la demanda doméstica se torna clave. Muchos se apuran a señalar con horror que la tasa de ahorro del país es de cerca del 50%, la más alta del mundo. Pero no mencionan que las cuentas de ahorro de los hogares representan apenas 30 a 40% del total, en tanto que el resto corresponde al gobierno y a las empresas de propiedad del Estado. En otras palabras, la demanda de consumo insuficiente tiene su origen en la caída persistente del porcentaje del ingreso nacional disponible en manos de los hogares (He & Cao, 2007). La riqueza se concentra en el Estado, no en la gente, y el Estado usa sus ahorros para reinvertirlos. Es así que se logra llegar a un PBI de dos dígitos. Eso muestra además que la demanda interna ha estado siempre impulsada por la inversión más que por el consumo. Es verdad que los chinos tienden a ahorrar y no a consumir, pero lo que ocurre no se puede explicar simplemente por la «virtud tradicional» del pueblo chino. En un país donde el Estado no transfiere los beneficios del crecimiento y no hay una red de seguridad social, el ajuste del cinturón parece una medida razonable a pesar de las tasas de interés «de facto» negativas.
Por eso la mayoría de los chinos ha estado simplemente sobreviviendo, como trabajadores que producen «Made in China», como observadores que ven sus hogares dando paso a calles y condominios inalcanzables, y como acreedores que están obligados a ahorrar a nombre propio y a prestar a nombre de otros. Y ahora se los convoca a ser consumidores. ¿Transformará acaso a los chinos la fórmula de 4 billones de RMB más una tasa de crecimiento del 8% más los 10 sectores industriales, de mano de obra barata a orgullosos consumidores? La composición de los 4 billones es la siguiente: 38% infraestructura, 25% reconstrucción pos-desastre, 10% construcción para la vida urbana (es decir construcción de viviendas sociales y reformas de viviendas), 9% proyectos de construcción para los asentamientos rurales (es decir, agua potable, electricidad, carreteras, etc.) 9% mejora tecnológica, 4% educación, salud y cultura y 5% protección del medio ambiente. Obviamente se sigue el viejo patrón: convertir todas las ciudades en sitios de construcción. Puede ser que la diferencia esté en que las aldeas quizás tengan la expectativa de tener sus propias obras de construcción. Aparte de los riesgos que existen de exacerbar las contradicciones estructurales de la economía, incluso si la formula funciona para estimular la economía, ¿qué utilidad tendría una tasa de crecimiento del 8% sin que se resuelva adecuadamente el desequilibrio entre la inversión y el consumo, sin que se abandone el PBI como el único gran indicador del desarrollo, y sin que la población sea considerada como seres humanos que disfrutan de salud y educación de calidad? ¿Cómo se puede esperar que la gente consuma sin sentirse segura de gastar?
En momentos de crisis es comprensible mantener la tasa de inversión alta para amortiguar el impacto y estabilizar la sociedad. ¿Pero qué se hace después de dos años cuando se hayan gastado los 4 billones? Alentar la demanda interna no es una consigna nueva. Ya había sido presentada en la Directriz Quinquenal décimo primera en 2005. Pero siempre ha sido la demanda de la inversión y no la demanda de los hogares la que ha crecido. Si acaso esta crisis ofrece alguna oportunidad, es que el desarrollo con altos índices de crecimiento y de inversión y altos costos no puede y no debe continuar. A largo plazo se debe apostar a devolver la riqueza a la gente, y así resultaría posible que el consumo de los hogares sea estimulado.
China es un país donde la mitad de la población rural no puede acceder a servicios médicos y casi el 70% de las personas no tienen ningún sistema de jubilación. Es la tercera economía del mundo, pero el gasto en educación no alcanza todavía el 4% del PBI -el nivel promedio de los países en desarrollo. El gasto público en salud es de alrededor del 4% del PBI y no hay atención universal de la salud. El sistema de seguridad social (es decir, jubilaciones, seguro de desempleo, seguro de accidentes de trabajo, etc.) es casi inexistente. China ha asombrado al mundo con su eficiencia, pero es justicia lo que el país debe buscar. Si China tiene la confianza de decirle a su gente que el país pudo salir rápido de las sombras de la crisis, debe tener también la confianza de redistribuir la riqueza, aumentar el gasto público en salud y educación, desarrollar sistemas de seguridad social y facultar y empoderar a su pueblo para que sean ciudadanos activos y no trabajadores, observadores, consumidores o acreedores pasivos.
Cuando hablaba con el profesor que distinguía entre el derecho de supervivencia y la dignidad, tres personas me vinieron a la memoria. Las conocí en la zona rural de Sicuani, en la región sur occidental de China. La primera, un hombre que era trabajador migrante de las ciudades. Volvió a su casa para ayudar a sus padres con una iniciativa de granja orgánica iniciada hace tres años con la esperanza de cambiar por una vida «saludable, verde y armoniosa». No sabe cuánto tiempo más podrán seguir allí, ya que hay rumores de que su pueblo se transformará en una zona de «desarrollo», que nadie sabe exactamente en qué consistirá. El segundo, un trabajador de una fábrica de cemento, que hace turnos diferentes cada día, y en los intervalos ayuda a su esposa con un puesto de alimentos en el centro. Su fábrica no sólo es contaminante sino que se ha adueñado de las tierras de sus compañeros campesinos para ampliarse, lo cual ha despertado protestas entre los habitantes de la aldea. «Yo no participé en ninguna protesta», me comentó sonriendo. El tercero, lo conocí en una obra de construcción. Cuando le pregunté qué estaba hacienda me contestó: «haciendo crecer la demanda interna». Gana 40 RMB (unos US$ 6) por día. Más tarde supe que la obra en cuestión había sido planificada en 2007, antes del paquete de estímulo, pero en estos días toda la construcción es vista como «estímulo a la demanda», a pesar de que este ha sido el principal sector de inversión durante años. Reconocer el derecho a «sobrevivir» no debe ser el pretexto para exprimir hasta la última gota de sudor a los trabajadores chinos. Somos seres humanos. Si me dieran el privilegio de agregar notas al pie a la respuesta del Primer Ministro Wen, diría que el empleo se relaciona con la dignidad del ser humano, la dignidad que faculta a la gente a elegir el auto empleo y consumir los productos de sus propias tierras, la dignidad de rehusarse a trabajar como mano de obra barata en una fábrica que contamina el aire que respiramos, y la dignidad de saber para qué trabajamos. Esto depende de qué tipo de economía estimula China y a qué clase de desarrollo se encamina el país.
Notas
1. El Primer Ministro Wen dio una entrevista por la Internet en el portal del gobierno chino el 28 de febrero de 2009. En su respuesta a una de las preguntas sobre el desempleo exacerbado por la crisis financiera declaró: «El empleo está asociado no solamente al sustento sino también a la dignidad».
2. Basado en un artículo de Liu Yuhui publicado en el People’s Daily de fecha 22 de noviembre de 2006. Yuhui es investigador de la Academia de Ciencias Sociales de China (CASS por sus siglas en inglés). Xinhua He y Yongfu Cao del Instituto de Política y Economía Mundial de la CASS comparten la misma observación y publicaron su trabajo «Understanding High Saving Rate in China» en la edición de febrero de 2007 de China and World Economy, una publicación de la CASS.
3. Conocido antes como el Plan Quinquenal. El gobierno chino quiere alejarse del modelo de economía planificada caracterizado en ese instrumento. Por este motivo, el Plan se transformó en «Directrices» a partir de 2006.
4. Según la Encuesta Demográfica Nacional de 2005, el 32,5% de la población china está amparada por la red de seguridad social por edad avanzada, que corresponden a 39,1% de la población urbana y 11,3% de la población rural.
Tu Wenwen es investigadora de Focus on the Global South. Ha estado realizando investigación de campo en China los dos últimos meses.