Una escueta nota, escrita a máquina, se deslizó bajo mi puerta en un sobre cerrado confirmando mi cita con la más grave amenaza para la seguridad interna de India. Llevaba meses esperando saber de ellos. Tenía que estar en el mandir [templo] Ma Santeshwari en Dantewara, Chhattisgarh, en cualquiera de cuatro citas para las que […]
Una escueta nota, escrita a máquina, se deslizó bajo mi puerta en un sobre cerrado confirmando mi cita con la más grave amenaza para la seguridad interna de India. Llevaba meses esperando saber de ellos. Tenía que estar en el mandir [templo] Ma Santeshwari en Dantewara, Chhattisgarh, en cualquiera de cuatro citas para las que me daban dos días. Eso significaba tener en cuenta el mal tiempo, pinchazos, bloqueos, huelgas de transporte y la pura mala suerte. La nota decía: «La escritora debe llevar cámara, tika [adorno tradicional de las mujeres en medio de la frente que usa la mujer casada o comprometida] y un coco. Mi contacto llevaríá gorro, la revista Hindi Outlook y plátanos. Contraseña: Namashkar Guruji [es una frase que se dice cuando se va a visitar un templo, Guruji es lo que una busca dentro de sí misma]. Me pregunté si el contacto y anfitrión estarían esperando a un hombre. Y si debía ponerme un bigote. Hay muchas formas de describir Dantewara. Es un oxímoron [un absurdo]. Es una ciudad fronteriza justo en el corazón de la India. Es el epicentro de una guerra. Una ciudad donde las cosas están al revés.
En Dantewara la policía viste de paisano y los rebeldes usan uniformes. El superintendente de la cárcel está tras las rejas. Los prisioneros están libres (trescientos de ellos escaparon de la cárcel de la ciudad vieja hace dos años). Las mujeres que han sido violadas están bajo custodia policial [detenidas]. Los violadores dan discursos en el mercado.
Al otro lado del río Indravati, en la zona controlada por los maoístas, está el lugar que los policías llaman «Pakistán». Allí los pueblos están vacíos, pero el bosque está lleno de gente. Los niños que deberían estar en la escuela corren desenfrenadamente. En las encantadoras aldeas del hermoso bosque los edificios escolares de hormigón o han sido volados y convertidos en un montón de escombros, o están llenos de policías. La guerra a muerte que se desarrolla en la selva es una guerra de la que el Gobierno de la India está a la vez orgulloso y avergonzado. La Operación «Caza Verde» ha sido anunciada y también negada. Palaniappan Chidambaram, Ministro del Interior de la India (y máximo Director Ejecutivo para la Guerra) dice que no existe, que es una creación de los medios de comunicación. Y sin embargo, importantes fondos se han asignado a ésta y decenas de miles de soldados se están movilizando para ello. Aunque el teatro de operaciones está en las selvas de la India central, esta guerra tendrá graves consecuencias para todos nosotros.
Si los fantasmas son espíritus imperecederos de alguien o algo que ha dejado de existir, entonces tal vez la nueva carretera de cuatro vías que se extiende a través de la selva es lo opuesto a un fantasma. Tal vez sea el presagio de lo que está por venir.
Los antagonistas en el bosque son dispares y desiguales en casi todos los sentidos. Por un lado está una gran fuerza paramilitar armada con el dinero, poder de fuego, los medios de comunicación y la arrogancia de una superpotencia emergente. Por otro lado los aldeanos comunes armados con armas tradicionales, respaldados por una fuerza de combate de la guerrilla maoísta perfectamente organizada, enormemente motivada y con una extraordinaria y violenta historia de rebelión armada. Maoístas y paramilitares son viejos adversarios y han combatido las más viejas manifestaciones de unos y otros muchas veces antes: Telengana en los años 50, Bengala Occidental, Bihar, Srikakulam en Andhra Pradesh a fines de los años 60 y 70, y luego otra vez en Andhra Pradesh, Bihar y Maharashtra desde los años 80 hasta el presente. Cada uno está familiarizado con las tácticas del otro y ha estudiado cuidadosamente los manuales de combate del otro. Cada vez pareciese que los maoístas (o sus avatares anteriores) no sólo habían sido derrotados sino, literalmente, físicamente exterminados. Pero cada vez han vuelto a resurgir, más organizados, más decididos y más influyentes que nunca. Hoy, una vez más, la insurrección se ha extendido por los bosques ricos en minerales de Chhattisgarh, Jharkhand, Orissa y Bengala Occidental, tierra natal de millones de personas de los pueblos tribales de la India, tierra de ensueño para el mundo corporativo.
Es más fácil para la conciencia liberal creer que la guerra en los bosques es una guerra entre el Gobierno de la India y los maoístas, quienes consideran las elecciones una farsa, al Parlamento una pocilga y han declarado abiertamente su intención de derrocar el Estado indio. Es conveniente olvidar que los pueblos tribales en la India central tienen una historia de resistencia que antecede a Mao por siglos. (Eso es una verdad de Perogrullo, por supuesto. Si no fuera así, no existirían.) Los Ho, los Oraon, los Kols, los Santhals, los Mundas y los Gonds se han rebelado numerosas veces contra los británicos, contra los zamindars [recolectores de impuestos del imperio Mughal] y contra los prestamistas. Las rebeliones fueron aplastadas con crueldad, miles murieron, pero los pueblos nunca fueron conquistados. Incluso después de la Independencia las tribus estuvieron en el corazón del primer alzamiento que podría describirse como maoísta, en la aldea de Naxalbari en Bengala Occidental (donde se origina la palabra Naxalita, que ahora se usa indistintamente con Maoísta). Desde entonces la política naxalita ha estado estrechamente ligada a las sublevaciones tribales, lo cual dice mucho sobre las tribus y también sobre los naxalitas.
Este legado de rebelión ha dejado atrás un pueblo enfurecido que ha sido deliberadamente aislado y marginado por el gobierno de la India. La Constitución, el sustento moral de la democracia india, fue aprobada por el Parlamento en 1950. Fue un día trágico para los pueblos tribales. La Constitución ratificó la política colonial y transformó al Estado en custodio de las tierras tribales. De paso, convirtió a toda la población tribal en intrusos en su propia tierra. Se les niega sus derechos ancestrales a los productos del bosque, criminaliza toda una forma de vida. A cambio del derecho a voto, arrebató su derecho a la subsistencia y la dignidad. Siendo despojados de sus tierras y empujados en una espiral descendente a la indigencia, en un cruel acto de prestidigitación el Gobierno comenzó a utilizar su propia penuria en su contra. Cada vez que necesitaba desplazar a una gran población -por represas, proyectos de irrigación, minas- se habló de «poner a las tribus en el camino de la modernidad» o de darles «los frutos del desarrollo moderno». De las decenas de millones de personas desplazadas internamente, refugiados a causa del «progreso» de la India (más de 30 millones sólo por las grandes represas), la gran mayoría son pueblos tribales. Cuando el Gobierno comienza a hablar del bienestar de las tribus, es hora de preocuparse. La más reciente manifestación de este asunto ha venido del ministro del Interior, P. Chidambaram, quien dice que no quiere que los pueblos tribales vivan en «culturas de museo». El bienestar de los pueblos tribales no pareció ser una prioridad durante su carrera como abogado corporativo, cuando representaba los intereses de varias de las más importantes empresas mineras. Por lo tanto, podría ser interesante investigar las causas de su reciente angustia.
En los últimos cinco años los Gobiernos de Chhattisgarh, Jharkhand, Orissa y Bengala Occidental han firmado memorandos de entendimiento (MDE) con cientos de empresas corporativas por varios miles de millones de dólares, todo en secreto, para las plantas de acero, de concentrado de hierro, centrales eléctricas, refinerías de aluminio, presas y minas. A fin de que los MDE se conviertan en dinero real, las tribus deben ser desplazadas.
Por esto hay guerra.
Cuando un país que se llama a sí mismo una democracia declara abiertamente la guerra dentro de sus fronteras, ¿qué podemos esperar de esta guerra? ¿significa la resistencia una oportunidad? ¿qué opinas? ¿quiénes son los maoístas? ¿son sólo nihilistas violentos que bajo engaño presentan una ideología anticuada a los pueblos tribales, empujándolos a una insurrección sin esperanza? ¿Qué lecciones han aprendido de sus experiencias anteriores? ¿Es la lucha armada intrínsecamente antidemocrática? ¿Es acertada la teoría del sándwich, tribus «normales» atrapadas en el fuego cruzado entre el Estado y los maoístas? ¿Son «maoístas» y «tribus» dos categorías totalmente distintas tal como vienen siendo presentadas? ¿Sus intereses convergen? ¿No han aprendido nada el uno del otro? ¿Se han cambiado el uno al otro?
El día antes de irme mi madre llamó, sonaba somnolienta. «He estado pensando -dijo con el extraño instinto de una madre- que lo que este país necesita es una revolución.»
Un artículo en Internet dice que el Mossad de Israel está entrenando a 30 oficiales de alto rango de la policía india en técnicas de asesinato selectivo para «descabezar» la organización maoísta. Se habla en la prensa sobre el nuevo equipamiento que se ha comprado a Israel: telémetros de rayo láser, equipos de imagen térmica y aviones no tripulados muy populares entre el ejército de EEUU. Armas perfectas para ser usadas contra los pobres.
El camino desde Raipur a Dantewara toma unas diez horas en coche a través de zonas que se sabe están «infestadas de maoístas». Estas no son palabras descuidadas: «Infestado/infestación» implica enfermedad/plagas. La enfermedad debe ser curada, las plagas deben ser exterminadas. Los maoístas deben ser eliminados. De formas crípticas, inocuas, el lenguaje del genocidio se ha incorporado a nuestro vocabulario.
Para proteger la carretera las fuerzas de seguridad han «asegurado» una estrecha franja de bosque a ambos lados. Más adentro están los dominios de «Dada». Los Hermanos, los camaradas.
En las afueras de Raipur un enorme cartel anuncia el Hospital del Cáncer construido por Vedanta (la compañía con la que trabajó nuestro ministro del Interior). En Orissa, donde se desarrolla la minería de bauxita, Vedanta también está financiando una Universidad. Con estas formas crípticas, inocuas, las empresas mineras entran en nuestro subconsciente: Gigantes tiernos que realmente se preocupan. Se llama RSC, Responsabilidad Social Corporativa. Permite a las empresas mineras ser como el legendario actor y ex Primer Ministro NTR, quien quiso interpretar todos los papeles en la mitológica Telugu -los buenos y los malos, todos a la vez, en la misma película. La RSC enmascara la indignante economía en que se basa el sector minero en la India. Por ejemplo, según el reciente Informe Lokayukta para Karnataka, por cada tonelada de mineral de hierro extraído por una empresa privada el Gobierno recibe una regalía de 27 rupias [30 céntimos de euro] y la empresa minera obtiene 5000 rupias [unos 85 euros]. En el sector del aluminio y la bauxita las cifras son aún peores. Estamos hablando de robo flagrante por una suma de miles de millones de dólares, lo suficiente para comprar las elecciones, los gobiernos, los jueces, periódicos, canales de televisión, las ONG y los organismos de ayuda. ¿Qué importa un ocasional hospital oncológico aquí o allá?
No recuerdo haber visto el nombre de Vedanta en la larga lista de MDE firmados por el gobierno de Chhattisgarh. Pero tengo una mente suficientemente retorcida como para sospechar que si hay un hospital oncológico debe haber una enorme montaña de bauxita en alguna parte. Pasamos Kanker, famoso por su Escuela de Entrenamiento de Guerra Antiterrorista y Combate de Selva desarrollada por el brigadier B.K. Ponwar, el Rumpelstiltskin [personaje de un cuento de hadas] de esta guerra, encargado de la tarea de convertir policías corruptos y negligentes (escoria) en comandos de selva (oro). «Combatir la guerrilla como una guerrilla», el lema de la Escuela de Entrenamiento de Guerra está pintado en las rocas. A los hombres se les enseña a correr, deslizarse, saltar dentro y fuera de helicópteros en el aire, montar a caballo (por alguna razón), comer serpientes y vivir de la selva. La brigada se enorgullece de instruir perros de la calle para luchar contra los ‘terroristas’. Ochocientos policías se gradúan de la Escuela de Entrenamiento de Guerra cada seis semanas. Veinte escuelas similares se planean para toda la India. La fuerza policial gradualmente se viene convirtiendo en un ejército. (En Cachemira es a la inversa, el ejército se está convirtiendo en una inflada y administrativa fuerza de policía). Las cosas puestas de cabeza. De cualquier manera, el enemigo es el pueblo.
Es tarde. Jagdalpur está dormido, a excepción de los muchos enganchadores de Rahul Gandhi [dirigente del gubernamental Partido del Congreso] ofreciendo a la gente unirse a la Juventud del Partido. Rahul Gandhi ha estado dos veces en Bastar durante los últimos meses pero no ha dicho gran cosa sobre la guerra. Es probablemente demasiado sucia como para que el Príncipe de los Pueblos se inmiscuya en este asunto. Sus asesores de imagen deben haberle puesto los pies en el suelo. El hecho que Salwa Judum [Cazadores de la Paz] -el temido grupo parapolicial de vigilancia patrocinado por el gobierno, responsable de violaciones y asesinatos, de quemar pueblos y desplazar a cientos de miles de personas de sus hogares- sea liderado por Mahendra Karma, un diputado del Partido del Congreso, no encaja mucho en la cuidadosamente orquestada publicidad en torno a Rahul Gandhi.
Llegué al mandir de Ma Danteshwari a tiempo para mi cita (el primer día, primera oportunidad). Tenía mi cámara, mi pequeño coco y mi tika pintada con polvo rojo en la frente. Me preguntaba si alguien me observaba riendo. A los pocos minutos una joven se me acercó, llevaba gorra y mochila. Traía las uñas pintadas con un descascarado esmalte rojo. Ni revista Hindi Outlook, ni plátanos. «¿Eres tú la que tenía que venir?», me preguntó. Ningún Namashkar Guruji. Yo no sabía qué decir. Sacó una nota empapada de su bolsillo y me la entregó, «Outlook nahi mila», decía (No se pudo encontrar Outlook).
«¿Y las plátanos?»
«Me los comí -dijo- tenía hambre».
Realmente era una amenaza para la seguridad.
Su mochila decía: ‘Charlie Brown – No tu tonto ordinario’. Dijo que su nombre era Mangtu. Pronto aprendí que Dandakaranya, el bosque en que estaba a punto de entrar, estaba lleno de gente que tenía muchos nombres e identidades fluidas. Era como un bálsamo para mí, esa idea. ¡Qué hermoso, no de estar aferrado a ti mismo para convertirse en otra persona por un momento!
Caminamos hasta la parada de autobús, a sólo unos minutos de distancia del templo. Estaba repleta. Las cosas sucedieron rápidamente. Había dos hombres en motocicleta. No hubo ninguna conversación, sólo una mirada de reconocimiento, un desplazamiento del peso corporal, el ruido de los motores. No tenía idea a dónde íbamos. Pasamos por la casa del Superintendente de Policía (SP), al cual conocí en mi última visita. Era un hombre sincero: «Vea señora, hablando con franqueza este problema no puede ser resuelto por nosotros policial ni militarmente. El problema con estas tribus es que no entienden la codicia. A menos que se vuelvan codiciosos no hay esperanza para nosotros. Le he dicho a mi jefe: retire la fuerza y en lugar coloque un televisor en cada hogar. Todo se resolvería automáticamente».
En poco tiempo íbamos camino a las afueras de la ciudad. Nadie nos seguía. Fue un viaje largo, tres horas en mi reloj. Terminó abruptamente en medio de la nada, en una carretera vacía con bosques a ambos lados. Mangtu bajó, yo también. Motos a la izquierda, cogí mi mochila y seguí a la pequeña amenaza a la seguridad interior hacia el bosque. Era un día hermoso, el suelo del bosque era una alfombra de oro. Al rato salimos a un blanco banco de arena de un ancho lecho de río. Era obviamente alimentado por los monzones, por lo que ahora era más o menos un piso de arena, en el centro iba un arroyo hasta los tobillos, fácil de vadear. Al otro lado estaba «Pakistán». Cuando empezamos a cruzar recordé lo que me había dicho el franco superintendente: «Aléjese de allí, señora, mis muchachos disparan a matar». Nos imaginé en la mira de un rifle de la policía, pequeñas siluetas sobre el paraje, fáciles de liquidar. Pero Mangtu parecía bastante indiferente y le seguí.
En la otra orilla nos esperaba Chandu, con una camisa de color verde lima que decía «Horlicks!» Una amenaza de seguridad un poco mayor, tal vez veinte años. Tenía una sonrisa encantadora, una bicicleta, un bidón con agua hervida y varios paquetes de galletas de glucosa para mí, gentileza del Partido. Recobramos el aliento y nos pusimos a caminar de nuevo. La bicicleta a fin de cuentas era inútil, la ruta casi en su totalidad no permitía usarla. Subimos colinas escarpadas y bajamos por caminos rocosos muy precarios en las laderas. Cuando no podía pedalear, Chandu levantaba la bicicleta y la ponía sobre su cabeza como si no pesara nada. Comencé a preguntarme acerca de su aire de desconcertado muchacho de pueblo. Descubrí (mucho después) que él podía manejar todo tipo de armas, «a excepción de una LMG», me informó alegremente.
Tres bellos y ebrios hombres con flores en sus turbantes caminaron con nosotros durante una media hora antes de que nuestros caminos se separaran. Al atardecer sus mochilas empezaron a cantar. Tenían gallos en ellos, los habían llevado al mercado pero no habían conseguido vender.
Chandu parece ser capaz de ver en la oscuridad. Yo tengo que usar mi linterna. Los grillos comienzan a cantar y pronto hay una orquesta, una cúpula de sonido sobre nosotros. Anhelo mirar el cielo nocturno pero no me atrevo, tengo que mantener mis ojos en el suelo. Un paso a la vez, concentrada.
Oigo los perros pero no puedo decir a qué distancia están. El terreno se aplana. Echo un furtivo vistazo al cielo, me llena de éxtasis. Espero que paremos pronto. «Pronto» dice Chandu. Resulta ser más de una hora. Veo siluetas de árboles enormes. Llegamos.
El pueblo se ve espacioso, las casas muy lejos una de la otra. La casa en que entramos es hermosa. Hay fuego, algunas personas sentadas alrededor. Hay más gente afuera, en la oscuridad. No puedo decir cuántos, apenas puedo distinguirlos bien. Un murmullo recorre alrededor. Lal Salaam Kaamraid (Saludos rojos, camarada) Lal Salaam, digo yo. Yo estoy más que cansada. La dueña de casa me llama adentro y me da pollo cocido al curry en judías verdes y un poco de arroz rojo, fabuloso. Su bebé está dormido a mi lado, sus tobilleras de plata brillan a la luz del fuego.
Después de la cena extiendo mi saco de dormir. Es un sonido extraño e intrusivo el de la gran cremallera. Alguien pone la radio. La BBC en hindi. La Iglesia de Inglaterra ha retirado sus fondos del proyecto Niyamgiri de Vedanta, citando la degradación ambiental y violaciones a los derechos de la tribu Dongria Kondh. Puedo oír cencerros, resoplidos, pies que se arrastran, y el bufido del ganado. Todo está bien con el mundo. Mis ojos se cierran. Nos levantamos a las cinco, nos movemos cerca de las seis y en un par de horas cruzamos otro río. Caminamos a través de algunos pueblos hermosos. Cada pueblo tiene una familia de árboles de tamarindo que velan por él, como un puñado de enormes dioses benevolentes. Dulce, tamarindo Bastar. A las once el sol está alto y caminar es menos agradable. Nos detenemos en un pueblo para el almuerzo.
Chandu parece conocer a la gente en la casa. Una hermosa jovencita coquetea con él. Se le ve un poco tímido, quizá porque yo estoy cerca. El almuerzo es papaya cruda con masoor dal [parecido al puré de lentejas con especias], y arroz rojo. Y polvo de ají rojo. Vamos a esperar a que el sol pierda algo de fuerza antes de empezar a caminar de nuevo. Nos echamos una siesta en la plaza. Hay una belleza relajante en este lugar. Todo está limpio, no hay desorden. Un gallo negro desfila de arriba a abajo sobre una pared de barro. Una malla de bambú refuerza las vigas del techo de paja y se dobla como un soporte de almacenamiento. Hay una escoba de paja, dos tambores, una cesta de caña tejida, un paraguas roto y toda una pila de cajas vacías de cartón corrugado aplastadas. Algo me llama la atención, necesito mis gafas. Esto es lo que está impreso en el cartón: Ideal Power 90 High Energy Emulsion Explosive (Class-2) SD CAT ZZ. Explosivo de alto poder.
Empezamos a caminar de nuevo a las dos. En el pueblo al que vamos nos encontraremos con una Didi (hermana, camarada) quien sabe cuál será el siguiente paso del viaje. Chandu no lo sabe. Hay una economía de información también, nadie debe saberlo todo. Pero cuando llegamos a la aldea Didi no está allí, no hay noticias de ella. Por primera vez veo una pequeña nube de preocupación en Chandu, una nube grande se asienta sobre mí. No sé como serán los sistemas de comunicación, pero ¿qué pasa si algo ha salido mal?
Estamos detenidos frente a un edificio escolar abandonado, a poca distancia del pueblo. ¿Por qué todas las escuelas rurales del gobierno están construidas como bastiones de hormigón, con persianas de acero en las ventanas y puertas correderas plegables de acero? ¿Por qué no como las casas del pueblo, con barro y paja? Debido a que cumplen la doble misión de cuarteles y bunkers. «En los pueblos en Abhujmad -dice Chandu- las escuelas son así…» Dibuja un plano de construcción sobre la tierra con una ramita, tres octógonos unidos entre sí como un panal. «Así que pueden disparar en todas direcciones.» Dibuja flechas para ilustrar su punto, como un gráfico explicativo, parece una rueda de carreta. No hay profesores en ninguna de las escuelas, dice Chandu, todos han huido. ¿O es que ustedes los expulsaron? No, sólo la policía persigue. Pero ¿por qué vendrían los profesores a la selva, cuando reciben sus salarios sentados en su casa? Buen punto.
Me informa que se trata de un «área nueva». El Partido ha entrado recientemente.
Una veintena de jóvenes llegan, niñas y niños. Son adolescentes o apenas veinteañeros. Chandu explica que se trata de la milicia a nivel de aldea, el peldaño más bajo de la jerarquía militar de los maoístas. Nunca he visto a nadie como ellos antes. Se visten con saris y lungis [el sari es un vestido tradicional en la mujer que puede ser o bien d cuerpo entero o a modo de pareo largo, el lungi es unisex, se lleva tapando el muslo], algunos en uniforme verde oliva desgastado. Los chicos llevan joyas, gorro. Cada uno de ellos tiene una escopeta casera, que se llama un bharmaar. Algunos también tienen cuchillos, hachas, un arco y flechas. Un muchacho lleva un mortero hecho de un pesado tubo GI de un metro. Está lleno de pólvora y metralla y listo para ser disparado. Hace un gran ruido pero sólo puede utilizarse una vez. Aún así, asusta a la policía, dicen, y se ríen. En sus mentes la guerra no parece ser lo principal. Tal vez porque su área se encuentra fuera del área de operaciones de Salwa Judum. Ellos acaban de terminar un día de trabajo ayudando a construir una cerca alrededor de algunas casas del pueblo para mantener las cabras fuera de los cultivos. Están llenos de alegría y curiosidad. Las chicas se ven confiadas y seguras con los chicos. Tengo un sensor para este tipo de cosas, y me siento impresionada. Su trabajo, dice Chandu, es patrullar y proteger a un grupo de cuatro o cinco pueblos y ayudar en los campos, limpiar los pozos o reparar casas, hacer lo que se necesite. Todavía no hay noticias de Didi. ¿Qué hacer? Nada. Esperar. Ayudar en algo, cortar y pelar.
Después de la cena, sin hablar mucho, todos se ponen en fila. Es evidente que nos estamos moviendo. Todo se mueve con nosotros, el arroz, verduras, ollas y sartenes. Salimos del recinto escolar y caminamos en fila hacia el bosque. En menos de media hora llegamos a un claro donde vamos a pasar la noche. No hay absolutamente ningún ruido. En cuestión de minutos todos han extendido sobre el suelo sus láminas de plástico azul, la omnipresente «jhilli» (sin la cual no habría Revolución). Chandu y Mangtu comparten una y me ofrecen la otra para mí. Me asignan el mejor lugar, en la mejor roca gris. Chandu dice que ha enviado un mensaje a Didi, si ella lo recibe estará aquí a primera hora de la mañana. Si lo recibe. Es la habitación más hermosa en la que he dormido en mucho tiempo, mi habitación privada en un hotel de mil estrellas. Estoy rodeada de esos extraños, hermosos chavales con su curioso arsenal. Con seguridad todos son maoístas. ¿Todos ellos van a morir? ¿Es para ellos la Escuela de Instrucción para la Guerra en la Selva? ¿Y los helicópteros de combate, la imagen térmica y las miras láser?
¿Por qué deben morir? ¿Para qué? ¿Para convertir todo esto en una mina? Recuerdo mi visita a las minas a cielo abierto del mineral de hierro en Keonjhar, Orissa. Allí una vez hubo bosques y niños como éstos. Ahora la tierra es como una herida en carne viva, de color rojo. Polvo rojo llena tus fosas nasales y tus pulmones. El agua es de color rojo, el aire es rojo, la gente es roja, sus pulmones y el pelo son de color rojo. Todo el día y la noche los camiones rugen a través de sus aldeas, en caravana, miles y miles de camiones, llevando mineral al puerto Paradip, desde donde se irá a China. Allí se convertirán en coches y en humo y en ciudades que surgen repentinamente durante la noche. En una «tasa de crecimiento» que deja sin aliento a los economistas. En armas para hacer la guerra.
Todo el mundo está durmiendo a excepción de los centinelas que toman turnos de una hora y media. Finalmente puedo ver las estrellas. Cuando yo era niña y crecía a las orillas del río Meenachal, solía pensar que el sonido de los grillos -que siempre aparecía en el crepúsculo- era el sonido de las estrellas calentando sus motores, listas para brillar. Estoy sorprendida de lo mucho que me gusta estar aquí. No hay ningún otro lugar del mundo en donde preferiría estar. ¿Quién debiera ser yo esta noche? ¿Camarada Rahel bajo las estrellas? Tal vez Didi venga mañana. Llegan a primera hora de la tarde. Puedo verlos desde la distancia, unos quince de ellos, todos de uniforme verde olivo corriendo hacia nosotros. Incluso desde la distancia, por la forma en que corren, puedo decir que son los pesos pesados. El Ejército Guerrillero de Liberación Popular (EGLP). Para ellos son los equipos de imagen térmica y las miras láser. Para ellos es la Escuela de Instrucción de Guerra.
Llevan armas de verdad, INSAS, SLR, dos tienen AK-47. El líder de escuadrón es el camarada Madhav que ha estado con el Partido desde que tenía nueve años. Él es de Warangal, Andhra Pradesh. Está molesto y muy avergonzado: Hubo una seria falla de comunicación, dice una y otra vez, que nunca suele ocurrir. Se suponía que usted debía haber llegado al campamento principal en la primera noche; alguien perdió el mando en el relevo en la selva; la bajada desde la motocicleta debía ser en un lugar completamente diferente. «Le hemos hecho esperar, le hicimos caminar mucho. Corrimos todo el camino cuando recibimos el mensaje de que usted estaba aquí». Le dije que estaba bien, que yo había venido preparada para esperar y caminar y escuchar. Él quiere que nos vayamos de inmediato, porque la gente en el campamento estaba esperando preocupada.
Son algunas horas a pie hasta el campamento, se hace de noche cuando llegamos. Hay varias líneas de centinelas y círculos concéntricos de patrullaje. Debe haber un centenar de compañeros alineados en dos filas. Todo el mundo tiene un arma. Y una sonrisa. Comienzan a cantar: Lal lal salam, lal lal salaam, aane vaaley saathiyon ko lal lal Salaam. (saludos rojos a los camaradas que han llegado). Fue cantada con dulzura, como si fuera una canción popular acerca de un río o de una flor de los bosques. Con la canción iba el saludo, el apretón de manos y el puño cerrado. Todo el mundo saluda a todo el mundo, murmurando Lalslaam, mlalslaa mlalslaam…
Aparte de una gran jhilli azul extendida sobre el suelo, de unos quince metros cuadrados, no hay más señales de un «campamento». Pero aquí hay un techo de jhilli también, es mi habitación para la noche. O estaba siendo recompensada por mis días de marcha o era mimada por adelantado por lo que me esperaba. O las dos cosas. De cualquier forma, fue la última vez en todo el viaje que iba a tener un techo sobre mi cabeza. Durante la cena me reúno con la camarada Narmada, a cargo de la Krantikari Adivasi Mahila Sangathan, KAMS [Organización Revolucionaria de Mujeres Adivasi], quien tiene precio puesto a su cabeza, el camarada Saroja del EGLP que es tan alto como su SLR, la camarada Maase (que significa Muchacha Negra en Gondi) quien también tiene precio puesto a su cabeza, camarada Roopi, el asistente técnico, el camarada Raju quién está a cargo de la División con la que estuve caminando, y el camarada Venu (o Murali o Sonu o Sushil, como usted desee llamarlo), claramente el más experimentado de todos ellos. Tal vez del Comité Central, tal vez incluso del Buró Político. No me lo dijo, no se lo pregunté. Entre nosotros hablamos Gondi, Halbi, Telugu, Punjabi y Malayalam. Sólo Maase habla inglés. (¡Así que todos se comunican en hindi!). La camarada Maase es alta y tranquila y le cuesta enormemente entrar en conversación. Pero por la manera que ella me aborda puedo decir que es muy lectora. Y que echa de menos tener libros en la selva. Ella me va a contar su historia sólo mucho después, cuando ya confíe en mí su dolor.
Llegan malas noticias a la manera de la selva. Un corredor con ‘galletas’, notas manuscritas sobre hojas de papel, dobladas y grapadas en cuadrados pequeños. Hay una bolsa llena de ellas, como chips. Hay noticias de todas partes: La policía ha matado a cinco personas en la aldea de Ongnaar, cuatro de la milicia y un aldeano ordinario: Santhu Pottai (25 años), Phoolo Vadde (22), Kande Potai (22), Ramoli Vadde (20), Dalsai Koram (22). Podrían haber sido los jóvenes de mi dormitorio estrellado de la noche anterior.
Entonces llegan buenas noticias. Un pequeño contingente de personas con una joven regordeta. Ella está fatigada, pero tiene un aspecto completamente nuevo. Todo el mundo los admira y comenta sobre su aspecto, ella parece tímida y complacida. Es una médica que ha venido a vivir y trabajar con los camaradas en el bosque. La última vez que un médico visitó Dandakaranya fue hace muchos años.
En la radio hay noticias sobre la reunión del Ministro del Interior con los Ministros de los estados afectados por «el extremismo de izquierda» para discutir sobre la guerra. Los Ministros de Jharkhand y Bihar han sido recatados y no han asistido. Todo el mundo sentado alrededor de la radio se ríe. En época de elecciones, dicen, durante la campaña e incluso tras uno o dos meses después que el gobierno se forme, todos los políticos dicen cosas como «los Naxalitas son nuestros hijos». Usted puede configurar su reloj al horario de cuándo cambian de opinión y les crecen los colmillos.
Me presentaron a la camarada Kamla. Me indican que en ningún caso puedo ir más lejos que cinco pies de distancia de mi jhilli sin despertarla. Esto porque todo el mundo se desorienta en la oscuridad y podía terminar completamente perdida (no pienso despertarla, yo duermo como un tronco). Por la mañana Kamla me regala un paquete de polietileno de color amarillo con una esquina cortada. Una vez fue un envase para contener Aceite de Soja Refinado Abis Gold, ahora era mi tazón de té. Nada se desperdicia en el camino de la Revolución.
(Aún hoy pienso en la camarada Kamla todo el tiempo, todos los días. Ella tiene 17 años. Lleva una pistola casera en la cadera. Y cielos, ¡qué sonrisa! Pero si la policía se cruza con ella, la van a matar. Tal vez la violen primero. No harán preguntas, porque ella es una Amenaza a la Seguridad Interior.)
Después del desayuno el camarada Venu (Sushil, Sonu, Murali) me está esperando, sentado con las piernas cruzadas sobre su jhilli, observando a todo el mundo como un delicado maestro de escuela. Voy a tener una lección de historia o, más exactamente, una conferencia sobre la historia de los últimos treinta años en la selva de Dandakaranya, que ha terminado en la guerra que los envuelve actualmente. Por supuesto, es la versión de los partisanos. Pero ¿qué historia no es versión de alguien? En cualquier caso, la historia secreta debe hacerse pública si es que va a ser impugnada, contrastada, en vez de limitarse al engaño, que es lo que está sucediendo ahora.
El camarada Venu tiene un estilo calmado, tranquilizante, y una suave voz que en los días subsiguientes conservará aún en un contexto que a mí me enervaría por completo. Esta mañana habla durante varias horas, casi continuamente. Es como un administrador de una tienda pequeña que tiene un montón gigante de teclas con las que abre un enredo de armarios llenos de historias, canciones y reflexiones.
El camarada Venu estaba en uno de los siete escuadrones armados que cruzaron el Godavari desde Andhra Pradesh y entraron en el Bosque Dandakaranya (DK, en la jerga del Partido) en junio de 1980, hace treinta años. Él es uno de los primeros cuarenta y nueve. Pertenecían al Grupo Guerra Popular (GGP), una facción del Partido Comunista de India (Marxista-Leninista) PCI (ML), los naxalitas originales. En abril de ese año GGP se presentó oficialmente como un Partido separado e independiente, bajo la dirección de Kondapalli Seetharamiah. GGP decidió construir un ejército permanente, para lo cual necesitan una base. DK iba a ser esa base, y los primeros destacamentos fueron enviados para reconocer la zona y comenzar el proceso de construcción de zonas guerrillas. El debate acerca de si los partidos comunistas deben tener un ejército permanente y tener o no un «Ejército Popular» es una contradicción intrínseca, es antigua. La decisión del GGP de construir un ejército resultaba de su experiencia en Andhra Pradesh, donde su campaña «tierra para quien la trabaja» dio paso a un enfrentamiento directo con los terratenientes, y resultó en un tipo de represión policial que el Partido consideró imposible resistir sin una fuerza de combate entrenada para este efecto. [En el año 2004 GGP se fusionó con las otras facciones del PCI (ML), Partido Unidad (PU) y el Centro Comunista Maoísta (MCC) -que funcionaban en su mayor parte fuera de Bihar y Jharkhand- para llegar a ser lo que ahora es el Partido Comunista de la India (Maoísta)].
Traducido para el CEPRID (www.nodo50.org/ceprid) por María Valdés con la colaboración del Periódico Nueva Democracia.