Aung San Suu Kyi pasó quince de los últimos veintiún años en cautiverio. Es un símbolo de la resistencia contrala dictadura militar en Birmania. Una entrevista exclusiva de un enviado del semanario Der Spiegel. La ganadora del Premio Nobel de la Paz en 1991, la birmana Aung San Suu Kyi, habla sobre su arresto domiciliario, […]
Aung San Suu Kyi pasó quince de los últimos veintiún años en cautiverio. Es un símbolo de la resistencia contrala dictadura militar en Birmania. Una entrevista exclusiva de un enviado del semanario Der Spiegel. La ganadora del Premio Nobel de la Paz en 1991, la birmana Aung San Suu Kyi, habla sobre su arresto domiciliario, que duró más de siete años, la superación del temor al régimen militar y su incansable lucha por la libertad.
Usted estuvo aislada más de siete años, sin poder salir de su casa. ¿Cómo pasaba el tiempo?
Hay muchísimas cosas buenas para hacer bajo arresto domiciliario. Por un lado, es más cómodo que estar sentado en una prisión. Por el otro, hay que estar a cargo del cuidado de la casa, lo cual es agotador en esas circunstancias. Por supuesto, tenía acceso a la radio y a los libros. Sentía que era un deber mío no desperdiciar el tiempo, dejarlo sin sentido. Y como no quería perderlo, trataba de cumplir con las tareas de la mejor manera posible.
¿Qué hacía? ¿Qué tipo de libros leía?
De política, economía, novelas, poemas, historia, todos los libros que me caían en la mano.
Hace unas semanas, su abogado dijo que le llevó una copia de Harry Potter para leer.
Sí, es verdad. Es que trato de estar al tanto con mis nietos. Si alguna vez logro conocerlos, ya sabré quién es Harry Potter.
¿Tuvo alguna oportunidad de mantener contacto con gente de afuera? ¿Les pudo enviar mensajes?
No, para nada. No tenía Internet, teléfono celular ni antena satelital. Recién hace unos días usé un celular por primera vez. La mejor forma de contacto con el afuera era la radio. Me sentaba y escuchaba cinco, seis horas por día para poder seguir lo que sucedía en el mundo. También mi doctor fue autorizado a atenderme una vez por mes y, a veces, venían mis abogados. En esas charlas nos concentrábamos, fundamentalmente, en mis juicios.
¿Cómo se llevaba con sus guardias?
Me trataron muy bien. Por supuesto, tenían reglas y órdenes que no podían desobedecer, pero fueron amistosos y solidarios.
Usted consiguió la libertad el último 13 de noviembre. ¿Cómo se siente ser libre?
Me lo crea o no, siempre me sentí libre allí adentro. Estar afuera significa principalmente trabajar, hablar y rodearse de gente. Mi agenda está completa estos días, totalmente diferente a los últimos años. Por cierto, no siento ninguna diferencia, aunque estoy un poquito cansada.
En los últimos días, se encontró con amigos, políticos y diplomáticos, ofreció entrevistas y les dio una charla a sus seguidores. En todos estos eventos, el régimen siguió todos sus movimientos y monitoreó a las personas con las que usted se encontró. ¿Cómo hace para sentirse libre en semejantes condiciones?
Pienso que la libertad es un estado de conciencia. No creo que la gente de este país se sienta libre. Desde el punto de vista legal, lo que está sucediendo aquí es inaceptable. La violación sistemática de los derechos humanos lleva a que la gente se sienta cada vez menos y menos humana. Y cuando algo así sucede continuamente en el país, ya no se puede estar cómodo. Usted, por ejemplo, se irá de Birmania en pocos días. Pero, para los que nos tenemos que quedar el resto de nuestra vida aquí, la vida puede ser muy ardua.
Una vez dijo que el miedo, en sí mismo, puede ser una especie de prisión. La gente de este país vive aterrorizada por la Junta Militar desde hace años. ¿Cómo hacen para vivir bajo presión constante?
No estoy diciendo que la gente pueda escaparle al temor. Es importante, sin embargo, que no permitan que el temor controle sus vidas. Hay que mantener el control. Si además de la fuerza externa existe también otra interna como el temor, entonces uno es mucho menos libre y queda totalmente paralizado.
¿Es verdad que usted puede ser arrestada en cualquier momento? En el pasado, la Junta nunca tuvo inconvenientes para encontrar una razón.
Eso no me da miedo. Pero acepto que es una posibilidad. Como no hay leyes en Birmania, cualquier persona puede ser detenida en cualquier momento. Incluso, pueden arrestar o deportar sin siquiera dar una razón.
¿Nunca pensó que usted paga demasiado cara su lucha política? Pasó los últimos años casi aislada. Tampoco puede ver a sus hijos, que viven en el extranjero.
No. Lo que yo viví no se compara con lo que sufren los prisioneros políticos en la cárcel.
Actualmente, hay 2.100 prisioneros políticos en Birmania que están detenidos en pésimas condiciones…
…y quisiera encarecidamente que la atención del mundo se concentrara en su calvario. Debemos hacer todo para asegurarnos su liberación.
Desde que la liberaron, muchas personas en Birmania renovaron sus esperanzas. ¿Vive usted esto como una carga?
Lo veo como un incentivo para trabajar más y más fuerte. Pero también es necesario decirles claramente a las personas que tienen que hacer algo por sí mismas. La gente no debería esperar que yo haga todo.
Si favoreciera en algo a sus objetivos, ¿estaría dispuesta a hablar con los líderes de la Junta?
Por supuesto. Hay muchísimas cosas para hablar con ellos. Necesitamos un cambio en este país. La economía de Birmania está en ruinas. La tensión racial está creciendo y hay muchísimos prisioneros políticos. Hay refugiados que abandonan el país y un gran negocio en torno a la trata de personas. En fin, hay varias cosas para remediar, y tenemos que enfrentar esta situación de forma pacífica.
Pero, ¿qué medios tiene la oposición para llevar adelante semejante cambio?
Me cuesta decirlo con precisión. Sólo estoy segura de una cosa: no se lo puede alcanzar de un día para otro.
El 7 de noviembre se llevaron a cabo las elecciones parlamentarias en Birmania, en las que la Junta asegura haber ganado holgadamente. Difícilmente alguien pueda creer que las elecciones hayan sido libres y justas. La oposición se dividió entre los que creían que era necesario participar en ellas y los que pugnaban por boicotearlas directamente.
Hemos boicoteado las elecciones y defendemos nuestra posición.
Muchos miembros de la oposición -incluyendo ex miembros de su Liga Nacional por la Democracia- han creado un nuevo partido con el que participaron en las elecciones. Por su parte, la Liga Nacional está proscrita. La argumentación oficial de tal decisión fue que no quisieron participar de las elecciones. Este hecho, ¿debilitó el movimiento?
Hubo personas que creyeron en estas elecciones, pero la Junta terminó perdiéndolas. Nosotros, por otro lado, nunca creímos en las elecciones ni tampoco creemos ahora. Esto no significa, por supuesto, que no podamos trabajar junto con otros grupos e individuos para avanzar en el proceso democrático.
¿Qué propone hacer con respecto a países influyentes como China e India, que son relativamente cercanos al régimen y hacen negocios con él? Ninguno criticó las elecciones.
Es importante que mantengamos buenas relaciones con los países vecinos. Pero sería mucho mejor que la India y China nos apoyaran a nosotros, en lugar de hacerlo a este gobierno. Podemos mejorar en este aspecto.
Hace años que en Occidente hay intensos debates sobre si las sanciones contra el régimen militar son constructivas o no.
Esa cuestión merece ser constantemente reexaminada. Lo estamos haciendo en este momento, pero no tengo una opinión final.
En el pasado, usted les pedía a los turistas occidentales que no viajaran a Birmania porque eso no lograría nada, excepto respaldar al régimen. ¿Aún piensa lo mismo?
Me dijeron que la Unión Europea debatió este tema. Se refirieron especialmente a los grupos de turistas que consiguen facilidades del gobierno, que promociona viajes que, sin embargo, benefician a empresas privadas. No tuve oportunidad de hablar con la Unión Europea acerca del tema, pero es fundamental que el mundo vea lo que está sucediendo en este país.
¿Va a seguir con su lucha política?
Por supuesto. Nos fijamos metas políticas y nuestra intención es alcanzarlas todas.
Un símbolo de la resistencia
El sábado 13 de noviembre, sólo seis días después de las polémicas elecciones parlamentarias de Birmania, la Junta Militar de ese país liberó de arresto domiciliario a Aung San Suu Kyi, quien pasó en cautiverio quince de los últimos 21 años. En la sede de su partido, la Liga Nacional por la Democracia, relucen los cuadros del Che Guevara y de su padre, Aung San, el ideólogo de la liberación birmana ante la ocupación británica. Suu Kyi, de 65 años, se crió en la India, estudió filosofía, economía y política en Oxford y se casó con un británico, en 1972. En 1980, volvió a Birmania, participó en las protestas contra el gobierno militar y se convirtió en un símbolo de la resistencia. Los militares nunca reconocieron la victoria de su partido en las elecciones de 1990. Su marido murió en 1999, en Londres. Sus dos hijos viven en el exterior y hace quince años que no los ve.
Fuente: http://www.revistadebate.com.ar/2010/12/03/3409.php