Benedicto XVI no es el primer Sumo Pontífice en la historia del cristianismo que renuncia a seguir ejerciendo su poder tripartito en la tierra. No obstante, su dimisión ha generado muchas preguntas entre el rebaño de mortales creyentes, agnósticos y ateos acerca de los verdaderos motivos de su renuncia al cargo de máximo representante de […]
Benedicto XVI no es el primer Sumo Pontífice en la historia del cristianismo que renuncia a seguir ejerciendo su poder tripartito en la tierra. No obstante, su dimisión ha generado muchas preguntas entre el rebaño de mortales creyentes, agnósticos y ateos acerca de los verdaderos motivos de su renuncia al cargo de máximo representante de Cristo en la tierra, de su negativa a continuar gobernando el estado independiente del Vaticano y desempeñando el papel de padre espiritual de todos los siervos de la Iglesia Católica Apostólica y Romana.
En su decisión no hay un ápice de voluntarismo. Todo lo contrario, ha sido un proceso racional previamente profundizado y bien meditado. Prueba de ello son los argumentos expuestos públicamente por el mismo Santo Padre al anunciar su abdicación. El Papa Benedicto XVI está consciente que «…en el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de san Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado…».
En efecto, el mundo globalizado está cambiando vertiginosamente y el peso del lastre histórico que arrastra la Iglesia Católica Apostólica y Romana afecta su capacidad de accionar y reaccionar adecuadamente a las exigencias de la sociedad moderna. No son pocos los feligreses que han perdido la confianza en la curia frente a los innumerables delitos comprobados de pedofilia y pederastia cometidos por prelados de bajo, medio y alto nivel de la iglesia católica. Decía su santidad Benedicto XVI en la homilía celebrada en la Plaza de San Pedro, el domingo 24 de abril de 2005 que «….apacentar quiere decir amar, y….amar significa dar el verdadero bien a las ovejas, el alimento de la verdad de Dios, de la palabra de Dios; el alimento de su presencia, que él nos da en el Santísimo Sacramento….». Pero estos malos pastores en lugar de «amar a los hombres» en el sentido eclesiástico del verbo, utilizaron el poder de la sotana y la mitra para abusar sexualmente de niños y de adolescentes.
Las violentadas ovejas en consecuencia, abandonan en manada el redil del Señor. Esta actitud tiene repercusiones no sólo ecuménicas sino también económicas en países como en Alemania, donde el diezmo está regulado por las leyes y equivale al ocho por ciento en los estados federados de Baviera y Baden-Wurtemberg, y el nueve por ciento del salario bruto del contribuyente en el resto del país.
Son muchos los temas sociales como el papel de la mujer en el sacerdocio, el celibato, la eutanasia, el aborto, la educación sexual, la anticoncepción, la prevención de enfermedades sexuales y la injusticia socio-económica de los países pobres, es decir aspectos de la vida moderna, sobre los cuales la Iglesia no tiene una respuesta adecuada y coherente con los tiempos modernos.
Las luchas de poder en el Vaticano son un secreto a viva voz y son tan o más viejos que los pergaminos que narran la historia de confabulaciones y crímenes de la casa Borja en la Santa Sede. El estado independiente enclavado en el corazón la ciudad de Roma es el teatro de operaciones por excelencia de políticos ávidos de poder camuflados con mitra y con bordón.
Para gobernar «la barca de san Pedro», es decir el estado del Vaticano, se requiere efectivamente del vigor del cuerpo y del espíritu, pero no solamente eso, sino que para conducir el gigantesco trasatlántico en que se ha transformado con el devenir de los años la barcaza del apóstol pescador de Genesaret, se necesita tener vocación de poder.
El alemán Joseph Alois Ratzinger es un hombre de libros, un intelectual, un erudito que ha dedicado toda su vida a investigar y a estudiar la dicotomía de la fe y la razón. Es un sabio pensador cristiano que ha preferido vivir en clausura los últimos años de su vida, alejado del mundanal ruido del rebaño cristiano, sumergido en sus libros, confiando en que los políticos de púrpuras sotanas del Vaticano resolverán los problemas existenciales de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana en el siglo XXI.
Si la abdicación a la Santa Silla ha tenido como causa real y verdadera la avanzada edad , el desgaste corporal y espiritual de Benedicto XVI en los últimos meses, es de esperar que los príncipes de la iglesia nombren a un cardenal relativamente joven, con vocación de evangelista y que además sea un buen timonel. De lo contrario, la nave cristiana continuará haciendo aguas hasta lentamente encallar. Que dicho sea de paso es la gran preocupación del teólogo Joseph Alois Ratzinger.
¿Existe ese cardenal?
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