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Erdogan y Putin: Fin del romance

Fuentes: Middle East Eye

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

Hay dos ámbitos tradicionales de peligro para la política exterior rusa.

El primero hace su aparición cuando Rusia es demasiado débil y Occidente considera irrelevantes sus intereses nacionales. Esto ha venido siendo así durante las dos primeras décadas de vida de la Federación Rusa. Comenzó con la guerra de Kosovo, la expansión oriental de la OTAN, la decisión de Estados Unidos de retirarse del Tratado de Misiles Anti-Balísticos en 2001 y su determinación de derrocar a Muammar Gaddafi de Libia.

Los sucesivos presidentes de Estados Unidos, Bill Clinton, George Bush y Barack Obama, expresaron su interés por Rusia, pero la descartaron al considerarla una nación pobre que luchaba por aceptar la pérdida de un imperio. “Escuchamos lo que decís, pero, en cualquier caso, vamos a hacer lo que queramos”, decía el mantra colectivo desde la Casa Blanca.

El excepcionalismo occidental terminó con las intervenciones rusas en Ucrania en 2014, Crimea y Siria.

El segundo ámbito de peligro aparece cuando Moscú sobreestima su capacidad de implantar su voluntad en naciones extranjeras. También cuando muestra la arrogancia de la que en realidad ha sido víctima. Esto ha comenzado a suceder ahora en Siria.

Pero el péndulo no permanece mucho tiempo en ninguno de los dos ámbitos.

Logros brillantes”

Los analistas rusos de política exterior que disfrutan de la protección y acceso al Kremlin terminaron la última década con una nota excelente.

Un buen ejemplo fue el análisis de Sergei Karaganov en Rossiyskaya Gazetta. Karaganov enumeró los siguientes “logros brillantes” de la última década: detener la expansión de las alianzas occidentales; liquidar en Siria una serie de revoluciones de color impuestas que destruyeron regiones enteras (en referencia a la Primavera Árabe); conseguir posiciones comerciales ventajosas en Oriente Medio; cultivar a China como aliada; cambiar, a su favor, los equilibrios de poder con Europa.

Incluso hombres de la política exterior rusa menos agresivos, como Dmitri Trenin, director del Centro Carnegie en Moscú, tuit recientemente: “Ni Turquía ni Rusia están ansiosos por pelear la una con la otra en/sobre Siria. La retórica oficial de Moscú tiene que ver más con la prevención de conflictos. Sin embargo el ejército ruso probablemente esté de acuerdo en que a las fuerzas turcas se les ha enviado una señal poderosa respecto a que habían llegado demasiado lejos”.

La “señal poderosa” a la que Trenin se refería fue el ataque contra un convoy militar turco en Idlib que mató al menos a 34 soldados e hirió a muchos más.

El ataque al convoy, del que los comandantes del ejército ruso culparon a Turquía, tanto por sus continuos ataques de artillería como por no decirles de antemano a dónde iban las tropas turcas, fue una clara mala interpretación tanto de la mentalidad del presidente turco Recep Tayyip Erdogan como de su precaria situación política en casa.

Una relación floreciente

Abordaré primero esta cuestión. Desde el principio, el romance de Erdogan con Vladimir Putin, que comenzó cuando Moscú le envió las cartas de amor que no recibía de Washington después del fallido golpe de Estado en julio de 2016, tuvo límites estrictos.

Erdogan caminaría con Moscú –en la apertura de la Corriente Turca, un gaseoducto que transporta gas natural desde Rusia al sur de Europa sin pasar por Ucrania; en la compra de misiles de defensa aérea S-400 rusos a costa de perder a los sigilosos cazas estadounidenses- siempre y cuando esos movimientos apalancaran a Turquía frente a Washington o le permitieran hacer más en Siria de lo que era posible cuando todavía seguía a pie juntillas la línea occidental.

En Siria, la floreciente relación de Turquía con Rusia implicó compensaciones incómodas, en las que cada parte abandonaba a un aliado. En el caso de Rusia, los kurdos del Partido de la Unión Democrática Kurda (PYD), y en el caso de Ankara, los sirios del este de Alepo.

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Pero el fruto de esa relación iba a tener siempre fecha de caducidad por una razón demográfica muy simple. Con cada victoria obtenida por el régimen sirio, el número de refugiados sirios en Idlib aumentaba. Actualmente, cuatro millones de personas están atrapadas en un área del tamaño de Somerset [4.171 kms2] y 900.000 de ellas han huido a la frontera turca. Este es el mayor desplazamiento de refugiados en un único movimiento en toda la guerra. Y ha pasado en gran medida desapercibido en Europa, hasta ahora.

Erdogan arrinconado

Con 3,6 millones de refugiados sirios registrados en Turquía y una resurgente oposición kemalista, que se ha hecho con el control de las dos principales ciudades de Estambul y Ankara en las últimas elecciones y expresa abiertamente hostilidad hacia los refugiados, junto con la división de su propia base conservadora del partido islamista, Erdogan se sintió arrinconado.

No podía permitir que Bashar al-Asad y Putin llevaran otra ola masiva de sirios hacia sus fronteras. Erdogan tuvo que actuar. Lo que Asad estaba haciendo con los refugiados se estaba convirtiendo rápidamente en una amenaza política existencial para Erdogan como presidente.

En segundo lugar, es preciso considerar la mentalidad de Erdogan. Erdogan piensa mucho en su lugar en la historia de Turquía, del mismo modo que Putin piensa en el suyo en la historia cristiana ortodoxa rusa. O como también es el caso, en esa cuestión, del primer ministro israelí Benjamin Netanyahu en la historia judía.

Ninguno de estos hombres considera que su liderazgo sea temporal o que esté totalmente sujeto a la voluntad popular en unas elecciones libres. Cada uno de ellos se considera a sí mismo como un hombre elegido por el destino, ungido por Dios para cumplir no solo sus propias aspiraciones, sino las de su nación.

Los avances militares turcos del fin de semana sorprendieron a los rusos. Sus comentaristas se volvieron visiblemente más vacilantes en las entrevistas con los medios árabes.

Los golpes que los drones turcos y su artillería estaban dando al ejército de Asad lograron tres objetivos: destruyeron una fábrica de productos químicos que fabricaba cloro, dos aeropuertos, incluido Nairab, al oeste de Alepo, y una impresionante cantidad de tanques, vehículos blindados y armas.

La eficacia en combate de las fuerzas turcas en Idlib, en especial el desempeño de sus drones, justificó ampliamente el análisis del director del Mossad, Yossi Cohen, de quien informé el año pasado cuando asistió a una reunión secreta en Riad. Cohen dijo en la reunión que si bien podría contenerse militarmente a Irán, Turquía tenía una capacidad mucho mayor: “El poder iraní es frágil. La verdadera amenaza proviene de Turquía”, dijo, según testigos.

¿Fin del romance?

El resultado fue el final del romance entre Erdogan y Putin. Su llamada telefónica de este fin de semana consistió en una pelea a gritos. Erdogan le dijo a Putin que saliera del camino de sus fuerzas, y Putin le dijo a Erdogan que se fuera de Idlib. Esta era la primera vez que cualquiera de los dos hombres utilizaba este tipo de lenguaje en privado, lenguaje que generalmente reservaban para los jefes de Estado occidentales.

Los medios de comunicación turcos perdieron el respeto a toda velocidad por las autoridades rusas, pasando también a la otra vida la influencia rusa sobre los altos funcionarios turcos. Durante gran parte de los últimos años, Rusia se ganó la reputación de cumplir sus promesas. Todo eso ha volado.

En Ankara se ha establecido un nuevo realismo sobre la disposición de Rusia a cumplir las promesas que le hizo a Turquía en Sochi, y esto significa que Erdogan va a salir trasquilado cuando vaya a Moscú.

Es imposible predecir lo que Putin o Erdogan van a poder conseguir. Oficialmente, la línea de Moscú tiene que ver con la prevención de conflictos, aunque, por supuesto, hace exactamente lo contrario en Idlib.

Pero el nuevo elemento en estos cálculos son dos potencias regionales en lados opuestos del conflicto dispuestas y capaces de usar la fuerza. Rusia ya no es el único ejército extranjero en el norte de Siria dispuesto a luchar, y aquí sigo descartando la presencia de tropas estadounidenses en el noreste de Siria.

Esto no ha hecho más que empezar

Las líneas del frente de Siria siguen siendo muy volátiles. Y este conflicto está lejos de terminar, sin que importe cuántas veces Putin haya declarado “misión cumplida”. Tanto Rusia como Turquía pueden dañarse mutuamente, aunque sin golpearse de forma directa.

Para Erdogan, las apuestas han vuelto a aumentar y, con ello, su retórica. El domingo declaró: “Turquía está librando una lucha histórica y decisiva por su presente y su futuro. Continuamos trabajando incansablemente día y noche para lograr una victoria que salvaguarde los intereses de nuestro país y nuestra nación que produzca resultados significativos similares a los que presenciamos hace cien años”.

“Somos conscientes de que si evadimos la lucha en esta zona geográfica que ha sido objeto de ocupación y opresión a lo largo de la historia, y si no nos comprometemos con nuestra unidad y solidaridad, tendremos que pagar un precio mucho mayor”.

Esto no es sino una alusión a la victoria conseguida por Ataturk al impedir los desembarcos aliados en Galípoli hace un siglo, cuando Turquía estuvo a punto de ser desmembrada por las potencias aliadas en caso de que hubieran ganado. Su derrota allanó el camino para el surgimiento de Ataturk y el resurgimiento del nacionalismo turco.

El nuevo orden

Erdogan está pensando ahora lo mismo sobre su campaña en Siria, donde se enfrenta a varios ejércitos extranjeros.

Si gana esta ronda, habrá conseguido para Turquía un peso mayor no solo en la mesa con Rusia, sino también en la región. El papel reforzado de Turquía en Siria también afectaría el equilibrio de poderes en el mundo árabe suní que se enfrenta a la sobreexpansión iraní en tierras árabes.

Por esa razón Israel identificó a Turquía, un antiguo aliado militar a quien vendió drones, como una amenaza militar más grande que Irán ahora que Turquía fabrica sus propios drones, y porque las redes sociales en Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos se regodearon con la cantidad de bajas turcas en Idlib.

Erdogan está haciendo apuestas altas. Putin debe estar también calculando los costes de su “éxito” en Siria, que van creciendo año tras año en una tierra en la que la reconstrucción está aún a décadas de distancia.

La fuerza militar rusa en Siria solo funcionó cuando no había una fuerza militar real de oposición que pudiera derribar sus aviones. Ahora la hay. Son muchas las cosas que dependen de esta disputa.

Bienvenidos al nuevo orden mundial “multilateral” posoccidental, que es tan inestable como el orden dominado por Occidente al que ha reemplazado.

David Hearst es redactor jefe del Middle East Eye. Con anterioridad trabajó en The Guardian y The Scotsman.

Fuente: https://www.middleeasteye.net/opinion/end-affair-between-erdogan-and-putin

Esta traducción puede reproducirse libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y a Rebelión.org como fuente de la misma.