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Protestas en Estados Unidos

Lecciones que podrían extraerse de la experiencia siria

Fuentes: Al Jumhuriya English

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.

Mientras Trump amenaza con volver el ejército contra manifestantes pacíficos, la activista y escritora siria Leila Al-Shami reflexiona sobre lo que los estadounidenses podrían aprender de los más de nueve años de lucha revolucionaria en Siria.

En estos últimos días, en Minnesota y otros lugares de Estados Unidos ha estallado un levantamiento en respuesta al asesinato de George Floyd por la policía. Un sentimiento de  solidaridad con los que están en las calles me llevó a pensar en las lecciones de la revolución siria que podrían aplicarse al contexto estadounidense.

La gente se levanta cuando ya no puede respirar

En Siria, la primera protesta que tuvo lugar fue una respuesta directa a la brutalidad policial. El 17 de febrero de 2011, unas 1.500 personas se reunieron en el vecindario damasceno de Hariqa tras un incidente en el que un guardia de tráfico golpeó al hijo de un comerciante de la localidad. Sin embargo, el contexto más amplio para el levantamiento fueron las cuatro décadas de represión política e injusticia socioeconómica bajo la dictadura de Asad y el impulso creado por la ola revolucionaria transnacional que brotaba por toda la región. Las protestas crecieron exponencialmente en Siria como respuesta a nuevos actos de violencia por parte del Estado contra los manifestantes. El brutal asesinato de Hamza al-Khatib, de 13 años, que murió bajo custodia policial tras ser detenido en una protesta en Daraa, motivó que miles de personas salieran a las calles. Cuanto más despiadada era la respuesta del Estado a las protestas, más se galvanizaba el pueblo sirio. Pronto las demandas de “reforma” se convirtieron en gritos a favor de la “revolución”.

El brutal asesinato de George Floyd ha actuado también como catalizador de las protestas en Estados Unidos. Se produce, sin embargo, sobre la base de un racismo social e institucional sistémico de largo plazo, de la marginación social, política y económica de las comunidades negras y de una larga historia de brutalidad policial que ataca de forma desproporcionada a los hombres negros. La respuesta del Estado ante las actuales protestas será el factor que determine la dirección futura que tome el movimiento.

Los movimientos sociales son diversos y contienen muchas corrientes distintas

La revolución siria se caracterizó por su diversidad. Agrupaba a hombres y mujeres de todas las diferentes localidades de Siria y a grupos étnicos y religiosos que se unían en torno a objetivos de libertad, democracia y justicia social. Indudablemente, también contenía diversas corrientes políticas, pero, más allá de estos objetivos inmediatos, no se articuló ningún programa político para el futuro de Siria; se asumió que se resolvería a través de un proceso electoral. Si bien el movimiento contenía ciertamente muchos elementos contradictorios, los islamistas extremistas no tuvieron inicialmente una presencia visible, a pesar de la propaganda auspiciada en tal sentido por el Estado y sus partidarios. El islamismo extremista creció con los años en respuesta al caos violento provocado por el Estado, siguiendo la trayectoria del movimiento de protestas pacíficas hacia la lucha armada. Los sirios libres tuvieron entonces que luchar en dos frentes: contra el régimen de Asad y contra los elementos islamistas extremistas que trataban de secuestrar el movimiento.

En cambio, en Estados Unidos, los elementos de extrema derecha son visibles en las calles desde el principio, en un intento de capitalizar y secuestrar las protestas para sus propios fines. Pero su presencia no es razón para rechazar todo el movimiento. Los progresistas deben solidarizarse con los elementos progresistas y las comunidades más afectadas por la violencia estatal. A través de la solidaridad trasmitimos fortaleza a quienes son reflejo de los valores e ideales que mantenemos, y apoyo para que crezcan y desafíen eficazmente a sus oponentes.

El Estado calumniará y tildará de extremista el movimiento, mientras ataca a los progresistas y permite que crezca el extremismo real

En Siria, los manifestantes pacíficos fueron difamados como “extremistas islamistas”. Esta calumnia contra el movimiento se utilizó como justificación para la escalada de violencia y actos de represión del Estado, y tuvo como objetivo justificar, frente a audiencias tanto internas como externas, las duras medidas contra la oposición. Al mismo tiempo que el Estado comenzaba a acorralar a miles de manifestantes pacíficos por la democracia utilizando el temor ante una muerte probable por torturas, se dedicaba a liberar a los islamistas extremistas que estaban en la cárcel. Algunos de los liberados de la custodia del Estado en 2011 y 2012 formaron las brigadas islamistas de línea más dura, como Zahran Alloush, el exjefe de Yaysh al-Islam; Hassan Abboud, el exjefe de Ahrar al-Sham; y numerosas figuras que se convirtieron en parte del liderazgo de Yabhat al-Nusra vinculado a al-Qaida, así como el Dáesh. Asad también alentó los actos de violencia por parte de los shabbiha (milicias de matones alineadas con el régimen sectario) con el fin de impulsar una respuesta violenta por parte de la oposición y alentar una espiral de violencia en la que el Estado, al estar mejor armado, siempre tendría la ventaja.

En el contexto estadounidense, han aparecido numerosos videos de policías lanzando gases lacrimógenos contra manifestantes pacíficos y arrestándolos, mientras fascistas armados deambulan por las calles sin que nadie les moleste y provocan actos de violencia. Donald Trump ya ha declarado al movimiento antifascista (ANTIFA) como la principal amenaza, acusándolo de responsabilidad por todos los actos de violencia y saqueo, y anunciando su intención de incluirlo en el listado de las organizaciones terroristas. Los partidarios de Trump y los grupos de extrema derecha están utilizando tácticas diseñadas para instigar respuestas violentas.

Los demócratas siempre serán la principal amenaza de los regímenes autoritarios, ya que encarnan la alternativa. Enmarcar a la oposición como “terroristas” le permite al Estado justificar una represión extrema contra la oposición, caracterizando sus acciones como una respuesta de seguridad (una “Guerra contra el Terror”) diseñada para restablecer la estabilidad. Además, permite que el Estado deshumanice a sus oponentes, alentando los apoyos para liquidarlos. Asad calificó a los manifestantes sirios de “gérmenes”; Trump considera que los estadounidenses que protestan son “matones”. La amenaza de la violencia se utilizará para tratar de disuadir al pueblo de que proteste. Tanto Asad como Trump amenazaron con utilizar al ejército para aplastar el movimiento. (Y Asad cumplió su amenaza).

Quienes se oponen al movimiento acusarán a los manifestantes de ser agitadores externos o mercenarios al servicio de potencias extranjeras

A los revolucionarios sirios se les ha negado cualquier capacidad o voluntad para alentar un levantamiento contra un régimen represivo. Desde el principio, la respuesta pública del régimen a las protestas estuvo enmarcada en teorías de la conspiración. Los medios estatales hablaban de “infiltrados” y “pandas armadas” instigadoras del caos, y de “poderes extranjeros” y “terroristas salafistas” que incitaban a la violencia. En el primer discurso televisado de Asad ante la Asamblea Popular en respuesta a las protestas de marzo de 2011, advirtió que los “enemigos de Siria trabajan todos los días de manera organizada, sistemática y científica para socavar la estabilidad de Siria”. El Estado sirio se representaba como una víctima, a pesar de tener el monopolio absoluto de la violencia. Con los años, tanto el régimen como sus partidarios se han adherido firmemente a esta narrativa. Los revolucionarios sirios han sido calumniados como agentes de Estados Unidos, Israel y los Estados del Golfo, a pesar de la idiotez absoluta de la afirmación de que la CIA pudiera movilizar de alguna manera a cientos de miles de personas desde Qamishli a Daraa, o de que los sirios se iban a sentir satisfechos de que a sus niños les torturaran hasta la muerte hasta que un inteligente hombre blanco les dijera que hicieran algo al respecto.

En Estados Unidos, el gobernador de Minnesota, Tim Walz, ha afirmado que la mayoría de quienes saquean y destruyen propiedades proceden del exterior de las ciudades y que están empeñados en “atacar a la sociedad civil” e “infundir el miedo”. También se han hecho insinuaciones de que el movimiento de protesta está apoyado o de hecho instigado por Rusia. En la CNN, la exasesora de seguridad nacional Susan Rice dijo: “No me sorprendería saber que han fomentado que algunos de estos extremistas en ambos lados que utilizan las redes sociales… No me sorprendería saber que lo están financiando de alguna forma”.

En tiempos de levantamiento, las teorías de la conspiración prosperarán. Su objetivo es distraer del hecho de que hay personas reales involucradas en quejas reales, y su objetivo es apoyar al Estado desacreditando a la oposición. En algún momento, las conspiraciones tomarán inevitablemente un giro antisemita y llevarán de vuelta a George Soros y “los judíos”. Personas consideradas formalmente aliadas pueden estar difundiendo teorías de la conspiración. La mejor forma de protegerse contra esto es escuchar las voces de aquellos directamente involucrados en el movimiento sobre el terreno y verificar constantemente la precisión de las fuentes.

La legitimidad de un gobierno reside en el pueblo

Los de fuera del país han dicho repetidamente a los sirios que deben abandonar su lucha y aceptar que les torturen, gaseen, bombardeen y maten de hambre porque Asad es el gobernante “legítimo” de Siria. Se dice esto a pesar del hecho de que Asad nunca ganó una elección libre y justa, sino que heredó la dictadura de su padre. De hecho, celebrar elecciones fue y sigue siendo la demanda fundamental de la oposición al régimen. Al parecer, los sirios no están preparados para la democracia y, si Asad cayera, quien ocupara su lugar sería peor que el actual régimen genocida. Sin embargo, en las zonas liberadas del régimen, los sirios libres celebraron las primeras elecciones democráticas en cuatro décadas, establecieron consejos locales para autogobernarse en sus comunidades y lucharon duro para defender su autonomía, a pesar de los repetidos ataques contra estas estructuras civiles tanto por parte del régimen como de los islamistas autoritarios.

Estados Unidos, en cambio, es una democracia, y Trump es un presidente electo. Sin embargo, teniendo en cuenta las quejas de gran parte de la población, esa no es una razón para oponerse a las protestas actuales. Las personas siempre tienen el derecho de desafiar y cambiar a sus líderes, electos o no.

Si los Estados extranjeros apoyan o condenan un movimiento (o al Estado), lo harán  únicamente en base a sus propios intereses

Muchos Estados apoyaron retóricamente el movimiento de protesta en Siria, pero pocos prestaron un apoyo práctico. Los propios Estados Unidos, por ejemplo, emitieron muchas declaraciones pidiendo a Asad que se fuera, pero impidieron que la oposición armada recibiera el armamento pesado que necesitaba para defender a las comunidades de los ataques aéreos, la principal causa de la destrucción de Siria, del número masivo de muertos y de las oleadas de desplazamiento, lo que podría haber cambiado el equilibrio de poder sobre el terreno. El apoyo de Estados Unidos se debió al deseo de obligar a Asad a acudir a la mesa de negociaciones y no de derrocar al régimen. Cuando Washington finalmente intervino militarmente en Siria, fue solo en el contexto de la “Guerra contra el Terror” contra el Dáesh. En cambio, potencias extranjeras como Rusia e Irán dieron un importante apoyo militar y diplomático al régimen. Es probable que el interés de Rusia estuviera principalmente determinado por el deseo de contrarrestar los intereses de Estados Unidos en la región (en lugar de por algún tipo de amor hacia el régimen sirio), así como para probar nuevas armas en el pueblo sirio. Irán siempre ha visto al régimen sirio como un aliado que proporciona un vínculo entre Teherán y el cliente de Irán, Hizbolá, en el Líbano.

En cuanto a Estados Unidos, personalidades de la Unión Europea han declarado que están “conmocionadas y horrorizadas” por el asesinato de George Floyd, y han reiterado su apoyo a la protesta pacífica en un lenguaje muy similar al utilizado en respuesta a las protestas de Siria hace unos ocho años. China, furiosa por el apoyo de Washington al movimiento prodemocrático en Hong Kong y las críticas por su manejo del coronavirus, ha sido más franca, respaldando retóricamente el movimiento de protesta, diciendo que pone de manifiesto la “enfermedad crónica” del racismo en aquel país, olvidando que el Estado chino está actualmente reteniendo a más de un millón de musulmanes uigures en campos de concentración.

Por supuesto, los Estados no son nuestros aliados. Afortunadamente, los estadounidenses no se encuentran en una situación en la que su Estado esté utilizando armas diseñadas para conflictos interestatales contra las comunidades que protestan que las haga más dependientes de la asistencia externa para protegerse de la aniquilación. A fin de cuentas, a pesar de sus declaraciones, los Estados trabajarán juntos para apoyar la estabilidad estatal y aplastar cualquier demanda popular que se considere demasiado radical o que amenace el orden existente de una forma que no puedan controlar. Lo importante es que las personas se unan, hombro con hombro, de forma solidaria, contra los regímenes autoritarios, la brutalidad policial, el racismo, el patriarcado y la injusticia socioeconómica. En este sentido, el movimiento de protesta en Estados Unidos ha atraído hasta ahora la solidaridad de los pueblos y las comunidades de todo el mundo. Los sirios libres no fueron tan afortunados. A través de la solidaridad de persona a persona podemos intercambiar puntos de vista, tácticas y experiencias de lucha. Al haber vivido nueve años (de momento) de lucha revolucionaria, los sirios tienen mucho que ofrecer a los estadounidenses a este respecto. Juntos somos más fuertes.

Un Estado autoritario atacará a los medios

Bajo la dictadura de Asad, Siria no ha tenido nunca medios libres. Durante la revolución, los periodistas se convirtieron en objetivos clave de arresto y asesinato debido a su testimonio e informes sobre la brutalidad estatal. Innumerables periodistas sirios han perdido la vida tratando de denunciar los crímenes del régimen al mundo. Han sido blanco no solo del Estado sino también de otros grupos autoritarios que han reprimido las voces independientes y de la sociedad civil. Los corresponsales de guerra extranjeros también fueron asesinados deliberadamente por el régimen, como la periodista estadounidense Marie Colvin, asesinada mientras cubría el asedio de Homs en 2012. Mientras tanto, el régimen y sus partidarios intentan controlar la narrativa a través de medios estatales y de sus simpatizantes.

En Estados Unidos ha habido múltiples ejemplos de policías que atacan deliberadamente a periodistas durante las protestas por George Floyd. Estos ataques han incluido en ocasiones un elemento racial claro, como el arresto de un reportero negro de la CNN mientras sus colegas blancos permanecían a salvo. Según un informe de investigadores independientes en código abierto de Bellingcat: “Se ha disparado contra los periodistas con balas de goma, se les ha atacado con granadas de aturdimiento y gases lacrimógenos, se les ha agredido físicamente, se les ha rociado con pimienta y arrestado…”.

Es importante brindar el mayor apoyo posible a los medios independientes y especialmente a los periodistas de la ciudadanía que están sobre el terreno y pueden ofrecer un análisis mejor informado de la situación a medida que se desarrolla, proporcionando un contexto vital y enlaces con los más afectados por los acontecimientos.

Todo el mundo opina, incluidas las personas que no saben absolutamente nada

Cuando estalla un levantamiento, todos se convierten de inmediato en “expertos” sobre el país. Y, con esto, voy a poner fin a este artículo. Porque aunque tengo la suerte de hablar inglés y tener algún contacto con personas que participan sobre el terreno en las actuales protestas que me permite un acceso limitado a la información sobre lo que está sucediendo, no soy una experta. Solo he pasado un total de seis semanas en EE. UU. Y nunca he estado involucrada en la organización política allí, ni he pasado años investigando y estudiando el país, su política, economía y cultura, lo que podría permitirme dar una opinión informada. Ahora es realmente la única vez en que deberíamos centrarnos en las voces estadounidenses y escuchar y aprender de las personas directamente afectadas.

Leila Al-Shami es una escritora siria, activista por los derechos humanos y coautora, junto a Robin Yassin-Kassab, de Burning Country: Syrians in Revolution and War (Pluto Press, 2016). Tweeter: @LeilaShami

Fuente:

https://www.aljumhuriya.net/en/content/us-protests-lessons-syria

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