La ofensiva armada de Rusia en Ucrania ha iniciado una aceleración vertiginosa del declive imperial de los Estados Unidos y su red de aliados europeos y del Pacífico. Vista desde el mundo mayoritario, la ofensiva de Rusia ha puesto al descubierto el cinismo insultante de las élites occidentales en prácticamente todas las áreas importantes de las relaciones internacionales, económicas, diplomáticas, militares y culturales. En particular, la respuesta de los medios de información, académicos y ONG de América del Norte y Europa ha revelado sus extremos prejuicios neocoloniales al tratar de justificar el apoyo de larga data de Occidente a la agresión violenta y abiertamente fascista de Ucrania contra Donetsk y Lugansk y la población mayoritariamente rusa de esos Estados.
Prácticamente todos los comentaristas occidentales descartan con demasiada ligereza los argumentos muy justificables de la Federación Rusa que explican su intervención militar en Ucrania en términos de autodefensa en virtud del Artículo 51 de la Carta de la ONU. Los propagandistas y apologistas norteamericanos y europeos ignoran que la ofensiva militar rusa satisface fácilmente los principios básicos de autodefensa del derecho internacional de necesidad, proporcionalidad y ausencia de cualquier alternativa. Los apologistas occidentales ignoran la asesina agresión de ocho años de Ucrania que ataca a poblaciones que reclama como propias, pero que han elegido la independencia. Esa agresión está muy comprendida en la definición de la Resolución 3314 de la ONU de 1974.
Sus reports omiten también de manera habitual el fuerte bombardeo iniciado a finales de febrero de este año, que en efecto anunció la primera etapa del ataque ucraniano planeado en Donbass. Del mismo modo, dado el objetivo a corto plazo del Presidente Zelensky de recuperar Crimea, declarado en 2021, y su objetivo a mediano plazo explícitamente declarado de obtener armas nucleares, las autoridades de la Federación de Rusia pueden justificar plenamente su operación militar sobre la base del principio tradicional de autopreservación. También podrían hacerlo, como ha señalado Dan Kovalik, con el pretexto egoísta de Occidente de la Responsabilidad de Proteger.
Durante ocho años, los presidentes Zelensky y, antes que él, Poroshenko, atacaron descaradamente y mataron a su propia gente en Donbass. Sus patrocinadores entre las y los líderes de América del Norte y la Unión Europea no solo les permitieron hacerlo, sino que les proporcionaron abundantes armas y entrenamiento sofisticado para que Ucrania pudiera atacar Donbass de manera más efectiva. En general, la operación militar de Rusia en Ucrania pone de relieve la mala fe en general de los Estados Unidos y sus aliados de la Unión Europea.
La respuesta histérica de Occidente a la operación militar de Rusia en Ucrania pone en peligro la viabilidad de las instituciones internacionales actuales. Las ilegales medidas coercitivas comerciales occidentales hacen que las normas de la Organización Mundial del Comercio sean completamente irrelevantes. El robo flagrante de las reservas del Banco Central ruso anula la fiabilidad del sistema financiero occidental. Los boicots deportivos y culturales de deportistas y artistas rusos de todo tipo traicionan los valores fundamentales del intercambio deportivo y cultural internacional.
En términos de derechos humanos, como señaló la representante de Asuntos exteriores de Rusia, María Zajarova, el 6 de abril de este año, «La no participación de Rusia en el Consejo de Derechos Humanos, sin duda, simplemente socavará su universalidad y eficacia». De hecho, su observación evidentemente se aplica a toda la estructura de la ONU y recuerda la insistencia del ex presidente de la Asamblea General de la ONU, Fr. Miguel d’Escoto sobre la necesidad de reinventar la ONU por completo. El mundo mayoritario en general puede ver muy bien que las ineficaces medidas coercitivas ilegales occidentales contra Rusia señalan el comienzo del fin del poder y la influencia occidentales en los asuntos internacionales.
Como otros han señalado, la disminución del apoyo internacional al ataque occidental contra Rusia se puede medir a partir de la caída significativa de los países que aprobaron movimientos impulsados por Occidente contra Rusia en la ONU entre el 2 de marzo (141 votos) y el 7 de abril (93 votos). En sí mismo, esto sugiere que a Estados Unidos y sus aliados les resulta cada vez más difícil, en el contexto global actual, sostener la ridícula ilusión de superioridad moral occidental. Incluso antes de la descarada hipocresía occidental sobre Ucrania, la traición de Europa de Julian Assange a las autoridades estadounidenses demostró categóricamente la perfidia moral e intelectual de las élites políticas, judiciales y mediáticas occidentales.
Los países mayoritarios del mundo, encabezados por Rusia, China y, en cierta medida, la India, ya no se sienten obligados a ignorar cortésmente el sadismo y la hipocresía de los gobiernos de América del Norte y Europa. Los líderes occidentales parecen desconocer que al insistir en que otros países están de su lado contra Rusia e, implícitamente, China, están agotando progresivamente su ya frágil influencia y poder en los asuntos mundiales. A su vez, esta intimidación política y diplomática «con nosotros o contra nosotros» socava radicalmente la credibilidad de la información comunicada por los medios de reportaje occidentales.
Los informes falsos y perversos sobre los acontecimientos en Ucrania por parte de ONGs occidentales, académicos y medios de información convencionales y alternativos aumentan la percepción del mundo mayoritario de la acumulada falsedad y falta de confiabilidad de esas fuentes. Los medios de comunicación occidentales no han podido ocultar el salvajismo y la brutalidad de las fuerzas armadas ucranianas, de las fuerzas de seguridad del país y de las bandas fascistas toleradas por el gobierno. Una vez que las autoridades rusas comiencen los juicios por crímenes de guerra de los responsables de las atrocidades ucranianas, el doble rasero hipócrita y la complicidad abierta de los gobiernos occidentales, los medios de comunicación y las ONG de derechos humanos en esos crímenes se destacarán aún más crudamente que antes.
El colapso de la credibilidad de los informes occidentales ya es compartido por las instituciones internacionales, especialmente las Naciones Unidas, por ejemplo, como se puso de manifiesto después de la cumbre sobre el cambio climático de Glasgow del año pasado. El marco institucional dominado por Occidente no es capaz de defender la paz y la equidad internacionales ni de promover la prosperidad y el desarrollo mundiales. En ese contexto ya de por sí desalentador, las élites corporativas y políticas occidentales parecen decididas a promover la divisón del mundo a pesar de que están promoviendo el aislamiento de sus propios países.
Por otro lado, el profundo fracaso moral, económico y político de Occidente reivindica cada vez más a los gobiernos y pueblos que han desafiado y resistido resueltamente la agresión, subversión e intervención de Estados Unidos y sus aliados, desde Bolivia, Cuba, Nicaragua y Venezuela hasta la República Centroafricana, Eritrea y Malí, Irán, Palestina, Siria y Yemen, Corea del Norte, Tailandia e incluso pequeñas naciones insulares del Pacífico como las Islas Salomón.
Todos estos gobiernos y pueblos han sufrido diversos ataques de la caja de herramientas de intervención de Occidente, ya sea agresión financiera, comercial y diplomática, interminable satanización en los medios de comunicación internacionales, intervención encubierta en la política interna o hasta sabotaje, subversión armada e intentos de asesinato. La derrota estratégica en desarrollo de Occidente por parte de la Federación Rusa y sus aliados es una debacle prácticamente completa para la Unión Europea y la OTAN, que desde sus inicios han sido prácticamente inseparables, sirviendo a las élites occidentales después de la Segunda Guerra Mundial como baluarte contra el comunismo y para sostener el statu quo neocolonial.
El apoyo de la UE y la OTAN al régimen en Ucrania dominado por simpatizantes de los nazis se deriva naturalmente de la unión fascista del poder corporativo y político en América del Norte y Europa, cada vez más acentuada y evidente desde las transferencias masivas de riqueza hacia arriba a las élites corporativas occidentales de 2008-2009 y 2020-2021. Es tan absurdamente falso históricamente pintar el proyecto europeo como un proyecto democrático de paz como lo son las afirmaciones similares de que Estados Unidos promueve la libertad y la democracia. Al igual que las de los Estados Unidos, las instituciones dominadas por las corporaciones de la UE son profundamente antidemocráticas y los países miembros de la OTAN de la UE siempre han estado dispuestos a aceptar en su territorio poderosas unidades de las fuerzas armadas de los Estados Unidos, incluidas armas nucleares.
En los últimos veinte años, la OTAN y la UE han incorporado a numerosos países de Europa oriental para aumentar su área de control y amenazar a Rusia. Ahora parece probable que la OTAN incluya a Suecia y Finlandia. Si bien la agresión de Ucrania es la razón inmediata, en última instancia, la amenaza de la OTAN para la existencia de Rusia es la razón por la que Rusia ha actuado en defensa propia en Ucrania después de agotar todas las vías de negociación.
Rusia nunca se rendirá ante Occidente. Tiene una poderosa alianza económica y militar con China, también amenazada por Estados Unidos y sus aliados. Su bloque económico euroasiático se extiende desde el Pacífico hasta Europa. Los comentaristas norteamericanos y europeos a menudo comparan sus propios países con Atenas enfrentándose a Esparta en la Guerra del Peloponeso. De hecho, dada la arrogancia y desmedida soberbia occidentales, la leyenda de los Siete contra Tebas y su derrota ignominiosa es mucho más apropiada.