El 2 de febrero de 2023, el presidente de Filipinas, Ferdinand Marcos Jr., se reunió con el secretario de Defensa estadounidense, Lloyd Austin, en el palacio de Malacañang, en Manila, donde acordaron ampliar la presencia militar estadounidense en el país. En una declaración conjunta, ambos gobiernos acordaron “anunciar sus planes para acelerar la plena aplicación del Acuerdo de Cooperación Reforzada en materia de Defensa (EDCA)” y “designar cuatro nuevas Localizaciones Acordadas en zonas estratégicas del país”. El EDCA, acordado en 2014, permite a Estados Unidos utilizar terrenos en Filipinas para sus actividades militares. Se formuló casi un cuarto de siglo después de que las tropas estadounidenses desalojaran sus bases en Filipinas —incluida una enorme base en la bahía de Subic— durante el colapso de la URSS.
En aquella época, Estados Unidos operaba con el supuesto de que había triunfado y ya no necesitaba la vasta estructura de bases militares que había construido durante la Guerra Fría. A partir de la década de 1990, Estados Unidos creó un nuevo tipo de presencia global integrando a los ejércitos de los países aliados como fuerzas subordinadas al control militar estadounidense y construyendo bases más pequeñas para crear un alcance mucho mayor para su poder aéreo tecnológicamente superior. En los últimos años, EE.UU. se ha enfrentado a la realidad de que su aparente poder exclusivo está siendo desafiado económicamente por varios países, como China. Para enfrentar estos desafíos, EEUU comenzó a reconstruir la estructura de sus fuerzas militares a través de sus aliados, y con más de estas estructuras de bases, más pequeñas pero no menos letales. Es probable que tres de las cuatro nuevas bases en Filipinas se encuentren en la isla de Luzón, al norte del archipiélago, lo que situaría al ejército estadounidense a una distancia de ataque de Taiwán.
Durante los últimos quince años, Estados Unidos ha presionado a sus aliados —incluidos los de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN)— para que refuercen su poder militar, al tiempo que ha aumentado su poder y alcance tecno-militar mediante el establecimiento de bases más pequeñas en todo el mundo y la producción de nuevos aviones y barcos con mayor alcance territorial. Esta fuerza militar se ha utilizado en una serie de acciones provocadoras contra quienes percibe como amenazas a su hegemonía, con dos países clave, China y Rusia, enfrentados al afilado filo de la espada estadounidense. En los dos extremos de Eurasia, Estados Unidos comenzó a provocar a Rusia a través de Ucrania y a China a través de Taiwán. Las provocaciones sobre Ucrania han desembocado ahora en una guerra que dura ya un año, mientras que las nuevas bases estadounidenses en Filipinas forman parte de una escalada contra China, utilizando Taiwán como campo de batalla.
Para comprender la situación en Asia Oriental, el resto de este boletín incluirá el boletín n० 6 de No Cold War, Taiwán es una línea roja, que también puede descargarse en PDF.
En los últimos años, Taiwán se ha convertido en un foco de tensiones entre Estados Unidos y China. La gravedad de la situación se puso de manifiesto recientemente, el 21 de diciembre, cuando aviones militares estadounidenses y chinos se acercaron a menos de tres metros el uno del otro sobre el Mar de China Meridional.
En la raíz de este conflicto latente están las diferentes perspectivas de los países sobre la soberanía de Taiwán. La postura china, conocida como el principio de “una sola China”, es firme: aunque el continente y Taiwán tienen sistemas políticos diferentes, forman parte del mismo país, cuya soberanía reside en Pekín. Mientras tanto, la postura de Estados Unidos respecto a Taiwán es mucho menos clara. A pesar de haber adoptado formalmente la política de “una sola China”, EE. UU. mantiene amplias relaciones “no oficiales” y lazos militares con Taiwán. De hecho, en virtud de la Ley de Relaciones con Taiwán de 1979, Washington debe suministrar armas “de carácter defensivo” a la isla.
Estados Unidos justifica sus vínculos con Taiwán alegando que son necesarios para mantener la “democracia” y la “libertad” de la isla. Pero, ¿hasta qué punto son válidas estas afirmaciones?
Una posición para ejercer influencia
Para comprender la importancia geopolítica contemporánea de Taiwán, es necesario examinar la historia de la Guerra Fría. Antes de la Revolución China de 1949, China estaba inmersa en una guerra civil entre comunistas y nacionalistas o Kuomintang (KMT). Este último recibió miles de millones de dólares en apoyo militar y económico de Washington. La revolución condujo a la creación de la República Popular China (RPC) en el continente, mientras que las fuerzas derrotadas del KMT huyeron a la isla de Taiwán, que había vuelto a la soberanía china cuatro años antes, en 1945, tras cincuenta años de dominio colonial japonés. Desde Taipei, el KMT declaró que era el legítimo gobierno en el exilio de toda China bajo el nombre de República de China (ROC) —fundada originalmente en 1912—, rechazando así la legitimidad de la RPC.
Poco después, el ejército estadounidense creó el Comando de Defensa de Taiwán en 1955, desplegó armas nucleares en la isla y la ocupó con miles de soldados estadounidenses hasta 1979. Lejos de proteger la “democracia” o la “libertad” en Taiwán, Estados Unidos apoyó al KMT en el establecimiento de una dictadura, que incluyó un periodo consecutivo de 38 años de ley marcial, de 1949 a 1987. Durante esta época, conocida como el “Terror Blanco”, las autoridades taiwanesas estiman que entre 140.000 y 200.000 personas fueron encarceladas o torturadas, y entre 3.000 y 4.000 fueron ejecutadas por el KMT. Washington aceptó esta brutal represión porque Taiwán representaba una posición útil —situada a sólo 160 kilómetros de la costa sureste de China continental— para presionar y aislar a Beijing de la comunidad internacional.
Entre 1949 y 1971, Estados Unidos consiguió excluir a la República Popular China de las Naciones Unidas argumentando que la administración de la República de China en Taiwán era el único gobierno legítimo de toda China. Es importante señalar que, durante esta época, ni Taipei ni Washington sostenían que la isla estuviera separada de China, una narrativa que hoy en día se utiliza para alegar la “independencia” de Taiwán. Sin embargo, estos esfuerzos fueron finalmente derrotados en 1971, cuando la Asamblea General de la ONU votó a favor de expulsar a la ROC y reconocer a la RPC como único representante legítimo de China. A finales de esa década, en 1979, Estados Unidos normalizó finalmente sus relaciones con la RPC, adoptó la política de “una sola China” y puso fin a sus relaciones diplomáticas formales con la ROC en Taiwán.
Para la paz en Taiwán, debe terminar la interferencia estadounidense
En la actualidad, la comunidad internacional ha adoptado de forma abrumadora la política de una sola China, y solo 13 de los 193 Estados miembros de la ONU reconocen a la ROC en Taiwán. Sin embargo, debido a las continuas provocaciones de Estados Unidos en alianza con las fuerzas separatistas de Taiwán, la isla sigue siendo fuente de tensiones y conflictos internacionales.
Estados Unidos mantiene estrechos vínculos militares con Taiwán a través de la venta de armas, entrenamiento militar, asesores y personal en la isla, además de navegar repetidamente con buques de guerra por el estrecho de Taiwán, que separa la isla del continente. En 2022, Washington prometió 10.000 millones de dólares en ayuda militar a Taiwán. Mientras tanto, delegaciones del Congreso estadounidense viajan periódicamente a Taipei, legitimando nociones de separatismo, como la polémica visita de la ex presidenta de la Cámara de Representantes estadounidense, Nancy Pelosi, en agosto de 2022.
¿Aceptaría Estados Unidos o cualquier otro país occidental una situación en la que China proporcionara ayuda militar, estacionara tropas y ofreciera apoyo diplomático a fuerzas separatistas en parte de su territorio internacionalmente reconocido? La respuesta, por supuesto, es no.
En noviembre, en la cumbre del G20 celebrada en Indonesia, el presidente chino Xi Jinping y el presidente estadounidense Joe Biden mantuvieron su primera reunión en persona desde que Biden fue elegido presidente. En la reunión, Xi reiteró enérgicamente la postura de China sobre Taiwán, diciendo a Biden que: “la cuestión de Taiwán está en el centro mismo de los intereses fundamentales de China, es la piedra angular de los cimientos políticos de las relaciones chino-estadounidenses y es la primera línea roja que no debe cruzarse”. Aunque Biden respondió afirmando que Estados Unidos se adhiere a la política de “una sola China” y que “no busca el conflicto”, solo unos meses antes afirmó en una entrevista televisada que las tropas estadounidenses intervendrían militarmente para “defender a Taiwán”, si fuera necesario.
El historial de Estados Unidos deja claro que Washington pretende provocar a China y hacer caso omiso de su “línea roja”. En Europa del Este, un planteamiento igualmente imprudente, a saber, la continua expansión de la OTAN hacia la frontera rusa, condujo al estallido de la guerra en Ucrania. Como han declarado las fuerzas progresistas de Taiwán, “para mantener la paz en el estrecho de Taiwán y evitar el azote de la guerra, es necesario poner fin a la interferencia estadounidense”.
El 31 de enero, el Papa Francisco ofició una misa en la República Democrática del Congo (RDC) con la asistencia de un millón de personas, donde declaró que “la explotación política dio paso a un ‘colonialismo económico’ igualmente esclavizante”. África, dijo el Papa, “no es una mina que hay que explotar ni un terreno que hay que saquear. ¡Manos fuera de África!”. Esa misma semana, Estados Unidos y Filipinas, haciendo caso omiso de la declaración del Papa, acordaron construir nuevas bases militares, completando así el cerco de bases aliadas de EE. UU. en torno a China e intensificando la agresión estadounidense contra el país.
El grito del Papa bien podría ser “¡Manos fuera del mundo!”. Esto significa, por supuesto, no a una nueva Guerra Fría, ni a más provocaciones.
Fuente: https://thetricontinental.org/es/newsletterissue/taiwan/