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Los militares de Myanmar ya no controlan con efectividad el país

Fuentes: The Diplomat
Traducido para Rebelión por Cristina Alonso

Los países vecinos siguen tratando a la administración militar como una entidad soberana viable, corriendo el riesgo de quedar al margen de los acontecimientos.

La junta militar que intentó hacerse con el control de Myanmar en febrero de 2021 ha fracasado. La libre circulación de su personal se reduce ahora a las zonas al sur y al oeste de Mandalay, en el centro del país. Incluso allí, se enfrenta a asesinatos y atentados diarios y apenas puede gobernar debido a la desobediencia civil generalizada y a la falta de confianza de la población. La junta de Naypyidaw, como se la está empezando a llamar, se atrinchera allí donde puede, dependiendo de su fuerza aérea y de sus bandas itinerantes de soldados sembrando el caos en las zonas fuera de su control.

Sin embargo, India, Tailandia, Bangladesh y Laos, países vecinos de Myanmar, parecen decididos a tratar a la junta como una entidad soberana única y a devolverle su fuerza. A través de lo que se ha dado en llamar el diálogo Vía 1.5, estos países pretenden marginar a la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN, por sus siglas en inglés), a la que las Naciones Unidas y la comunidad internacional en general han colocado en el asiento del conductor de la política internacional sobre Myanmar. La ASEAN había ido avanzando hacia una posición más moderada y crítica respecto a Myanmar, hasta que Tailandia inició una vía aparte de conversaciones destinada a socavar este enfoque. Las conversaciones de la Vía 1.5 han incluido a funcionarios de la junta militar birmana y pretenden devolver la estabilidad al país, con la esperanza de que la junta pueda forzar una transición hacia un acuerdo político de apariencia ligeramente más democrática, a pesar de la continua exclusión de sus oponentes políticos, quienes son mucho más populares.

Incluso para estados a los que les importan poco los abusos de los derechos humanos por parte de la junta o cualquier otra preocupación moral, este enfoque de «la junta primero» no tiene apenas sentido desde un punto de vista realista.

La pérdida de control efectivo de Naypyidaw

Los mapas elaborados recientemente por Free Burma Rangers (FBR), una organización humanitaria que trabaja en las zonas de resistencia, demuestran lo limitados que son los movimientos del ejército birmano desde el golpe como consecuencia del levantamiento generalizado en todo el país. Los mapas muestran cómo la mayoría de las carreteras principales fuera del centro de Myanmar ya no están bajo la autoridad central. Los militares aún pueden utilizar algunas de estas carreteras, pero solo como parte de operaciones bien organizadas y no sin un gran coste humano y económico.

Un grupo diplomático de alto nivel, denominado Consejo Asesor Especial para Myanmar, publicó el año pasado una investigación que demostraba que la junta militar solo tenía un control estable de alrededor del 20% de los municipios del país. Los demás estaban controlados o muy disputados por organizaciones de resistencia étnica (las ERO, por sus siglas en inglés) y fuerzas de defensa locales.

Desde el golpe, he pasado tiempo en algunas de las «zonas blancas» de los mapas de FBR, que señalan dónde el movimiento de la junta es «muy limitado». La situación varía mucho sobre el terreno, pero los mapas ofrecen, a simple vista, una imagen bastante exacta. Algunas de estas zonas llevan décadas bajo el control de las ERO, algunas desde la independencia del país en 1948.

Otras «zonas blancas» son territorios recién liberados, a menudo donde comunidades multiétnicas trabajan juntas para construir una administración de abajo arriba con la orientación de las ERO, las fuerzas de defensa, el Gobierno de Unidad Nacional (NUG, por sus siglas en inglés) en la oposición u otros actores. Muchas otras «zonas blancas» siguen siendo vulnerables a las incursiones de bandas itinerantes de las unidades militares de la junta de Naypyidaw, que violan, queman y descuartizan a su paso por los municipios como parte de una estrategia de «ogro» destinada a infundir miedo a todas aquellas personas que se les resistan. En la práctica, estas unidades siempre son derrotadas y los abusos no han hecho más que animar a una resistencia aún más comprometida de esas comunidades y de millones de personas en todo el país.

Los ataques aéreos y la artillería de largo alcance son la amenaza más destructiva. Millones de personas en las zonas de resistencia viven bajo la constante vigilancia remota de aviones no tripulados, sabiendo que en cualquier momento esto podría ser seguido por una incursión devastadora de la fuerza aérea. La artillería de largo alcance es un hecho cotidiano en la mayoría de las zonas de resistencia. Durante mis viajes por numerosas zonas, el sonido de los proyectiles seguidos de informes sobre víctimas civiles han sido eventos diarios.

Como indican los mapas de FBR, la resistencia partía de un listón muy bajo, dado el poder sin parangón que el ejército de Myanmar había acumulado desde el último gran levantamiento de 1988. Pero lo fundamental es observar la trayectoria del conflicto. La resistencia está cada vez mejor organizada, cada vez más unida respecto a la cooperación entre las ERO, los partidos políticos y los grupos de activistas, y se ha mantenido constante en su decisión de llevar a cabo la revolución. Numerosos analistas han afirmado en repetidas ocasiones que la resistencia será aplastada o se hundirá en la desunión, pero las tendencias generales han ido constantemente en la dirección contraria.

En marzo, la región de Mandalay, corazón simbólico y estratégico del país, se convirtió en la zona de conflicto más activa en cuanto al número de enfrentamientos. Mientras tanto, han aumentado los ataques con misiles contra bases aéreas y fábricas de armas que antes estaban bien defendidas. El conflicto hace estragos en numerosos municipios situados a menos de 50 kilómetros de la fortaleza militar de la capital, Naypyidaw, y analistas han pronosticado que los enfrentamientos en el distrito capital y sus alrededores aumentarán considerablemente este mes.

Es improbable que la junta de Naypyidaw esté al borde del colapso inmediato, pero cada vez se parece más a un estado de facto, escondido en sus trincheras, lanzando granadas de forma salvaje a las zonas circundantes.

No obstante, mientras los generales tengan en la trinchera con ellos los elementos más conspicuos de la infraestructura estatal, tanto los países vecinos como la ONU parecen dispuestos a fingir que son la «autoridad de facto» de todo el país. Algunos incluso quieren dar pasos hacia la «normalización» de las relaciones exteriores con Myanmar con la esperanza de poder hacer una reedición de la fiebre por recursos que tuvo lugar bajo el régimen militar en la década de los noventa.

Esfuerzos inútiles para hacer pasar a la junta militar por estado birmano

Independientemente de cualquier consideración moral básica, que los países vecinos pueden ver como una distracción liberal, tratar a la junta de Naypyidaw como una autoridad fiable es, simplemente, poco práctico. La junta no es capaz de implementar sus decisiones políticas o económicas en la mayor parte del territorio del país. Esto es más evidente a lo largo de las extensas fronteras de Myanmar con India y Tailandia, donde sus puestos militares y policiales están aislados y hambrientos, y donde sus administradores fueron expulsados en su mayoría por las comunidades locales hace dos años.

A pesar de todos los problemas lógicos que plantean los intereses económicos extractivos de China en Myanmar, hay lecciones que aprender del pragmatismo orientado a resultados de Beijing y de su conciencia de lo que realmente ocurre en el país. China reconoce a medias a la junta de Naypyidaw como titular de infraestructuras centrales clave, como oficinas de visados, aeropuertos y bancos, pero protege considerablemente su compromiso a través de sus relaciones bilaterales con al menos siete poderosas organizaciones étnicas armadas y varios partidos políticos. China puede mantener sus oleoductos y gasoductos y sus puertas comerciales abiertas a pesar del colapso de la junta de Naypyidaw, no gracias a ella.

Algunos países vecinos afirman que los militares mantienen unido al país, temiendo un escenario imaginario de «balcanización» en el que Myanmar se hunda en una forma aún más profunda de caos. Aparte de la rara insinuación de que Yugoslavia habría estado mejor como un solo país para toda la eternidad, toda esta narrativa se basa en falsedades. En la práctica, el movimiento de resistencia está mucho más unido a través de líneas étnicas de lo que podría estarlo cualquier cosa vinculada a la junta extremista mayoritaria. Las ERO, en el corazón del movimiento, han declarado enfáticamente que su prioridad número uno es mantener unido al país y que los militares son la fuente de toda división.

El NUG fue nombrado por un Consejo Consultivo de Unidad Nacional, representado por más de una docena de partidos políticos importantes, organizaciones de resistencia étnica, liderazgos huelguistas y otros. Mantiene conversaciones periódicas con un amplio abanico de las ERO, incluidas algunas próximas a China, y sus fuerzas de defensa cooperan con sus alas armadas a través de tres comandos de zona. A pesar de las inevitables y muy discutidas tensiones internas y de los continuos retos de este proyecto político, la unidad no ha hecho más que aumentar mes a mes, y los niveles de cooperación sobre el terreno entre fuerzas dispares de distintas comunidades nacionales son asombrosos. La Carta Federal para la Democracia que acordaron en abril de 2021 y modificaron en enero de 2022 es la base de una nueva unión basada en la igualdad étnica y el gobierno democrático. Su hoja de ruta política está muy por delante de todo lo propuesto por la junta, cuyo único objetivo discernible es cambiar el título de su dictador de comandante en jefe a presidente.

La única manera realista de que los países asiáticos sigan apoyando la supervivencia de la junta es que crean que pueden beneficiarse de un caos y una inestabilidad sin fin en Myanmar. Esto les proporciona una fuente inagotable de mano de obra barata y garantiza que su vecino siga siendo un estado tapón que nunca podría suponer una amenaza estratégica. Pero también conlleva enormes riesgos económicos y sociales y es sencillamente insostenible.

Más que maquinaciones maquiavélicas, lo más probable es que estos países tengan un conocimiento muy limitado de la situación sobre el terreno y sigan ciegamente atados a un ejército en decadencia que, suponen, repetirá de algún modo los acontecimientos de la década de los noventa y establecerá un firme control sobre el país. Puede que quieran firmar nuevos acuerdos de infraestructuras con la junta de Naypyidaw, pero ésta carece de la capacidad para proporcionar un mínimo de seguridad a tales proyectos, por no hablar de la burocracia para gestionar su ejecución o del capital para ayudar a financiarlos.

La hora de la claridad

A menos que estos estados presenten una estrategia más realista y racional, el resultado más probable del diálogo de la Vía 1.5 y de sus continuos compromisos con los generales es que estos estados se vuelvan cada vez más irrelevantes y distantes de lo que realmente se está implementando sobre el terreno. Los países, las empresas y las agencias internacionales que encuentren la manera de trabajar con los actores de la resistencia serán los únicos que realmente puedan tener un impacto, para bien o para mal.

Esto también significa que los países de todo el mundo que actualmente se aferran al liderazgo de la ASEAN en Myanmar necesitan desesperadamente un nuevo enfoque o ellos también se volverán cada vez más irrelevantes, mientras que China, ávida de recursos, sigue siendo el único país con objetivos bien definidos y una estrategia para ponerlos en práctica. Es hora de que las democracias extranjeras adopten un enfoque más directo, quizá a través de una agrupación además de la ASEAN que incluya a Japón, India, Bangladesh y países occidentales. Uno de sus primeros objetivos concretos debería ser ayudar a la resistencia a apartar definitivamente a los militares de la política, reforzando al mismo tiempo las instituciones democráticas estatales y sindicales.

El hecho de que ninguna democracia extranjera sea capaz siquiera de articular explícitamente soluciones tan lógicas a esta crisis, enteramente provocada por personas, es un claro indicio de por qué se ha conseguido tan poco.

Fuente: https://thediplomat.com/2023/05/myanmars-military-is-no-longer-in-effective-control-of-the-country/