Las personas desplazadas del estado Karenni han empezado a dormir en cuevas y búnkeres subterráneos para protegerse de la intensificación de los ataques aéreos nocturnos de la junta militar birmana
Al anochecer, cinco niños de un campo de personas desplazadas internas del municipio de Demoso, en el estado Karenni (Kayah), suben una empinada colina cercana cantando una conocida canción birmana.
«Debe haber una tierra en este mundo donde no haya guerra», dice la letra, conmovedora en un estado donde más de la mitad de sus 300.000 residentes han huido de sus hogares debido a las ofensivas del ejército de Myanmar desde el golpe militar de febrero de 2021.
Tras una subida de unos 15 minutos, los niños llegan a su destino: una cueva en la ladera de la montaña. Allí duermen cada noche, separados de sus padres, que consideran que el lugar es el más seguro de la zona ante la amenaza constante de bombardeos aéreos por parte de la junta. Sus fuerzas han llevado a cabo repetidos ataques contra estos campamentos, así como contra escuelas y clínicas.
Nang Kyae, la madre de uno de los niños, dijo que para los que viven en su campamento, el temor a los ataques crece en la oscuridad, durante la cual la única iluminación proviene de linternas alimentadas por pilas.
«Podemos ver dónde vuelan los aviones durante el día», explicó. «Incluso hay personas que pueden transmitir rápidamente noticias sobre la ubicación de los aviones. Pero es por la noche, cuando nos acostamos a dormir, cuando nuestra preocupación se intensifica».
Una vez que un avión de este tipo está demasiado cerca, es difícil despertar rápidamente a los niños a tiempo para enviarlos a los búnkeres construidos para garantizar que sobreviven al ataque, comentó Nang Kyae.
«Si sólo tienes uno o dos niños, podría estar bien, pero hay personas que tienen tres o cuatro menores de menos de 10 años, y realmente no es posible».
En su lugar, las personas adultas, que llevan viviendo en el lugar alrededor de un año y medio, duermen en los refugios antiaéreos, y los niños se retiran ahora a las cuevas de la periferia.
El temor a los ataques aéreos y las medidas preventivas de las personas desplazadas internas para protegerse no son infundados ni desproporcionados. Según la Fuerza Popular Progresista Karenni, un grupo local de seguimiento, en los últimos años estos ataques han aumentado exponencialmente en la región, que incluye los estados meridionales Karenni y Shan: hubo dos ataques aéreos de la junta en 2021, 182 en 2022 y 179 entre enero y abril de este año.
En abril, dos civiles murieron y cinco resultaron heridos en esos bombardeos, informó el Grupo Karenni de Derechos Humanos. En mayo, hubo una víctima y cuatro heridos, y en junio estas cifras aumentaron a cinco víctimas mortales y dos personas heridas.
Uno de estos ataques aéreos tuvo lugar a un kilómetro y medio del campo de personas desplazadas internas de Nang Kyae, al oeste de Demoso, la noche del 27 de abril, cuando aviones de la junta lanzaron dos bombas sobre lo que se conoce como la colina de las 11 millas. A continuación, las fuerzas terrestres de la junta dispararon fuego de artillería, matando a un miembro de la resistencia de 21 años.
Dos días después, el ejército lanzó otro ataque aéreo más intenso en la misma zona, supuestamente lanzando 11 bombas en sólo dos horas, siendo algunas de hasta 226 kilos de peso, mientras los soldados en tierra disparaban armas pesadas en aproximadamente 15 ocasiones. Se dañaron tiendas, viviendas y vehículos, pero las personas residentes pudieron huir, sin que se produjeran víctimas mortales, aunque sí hubo tres heridos.
Nang Kyae se encontraba fuera del campamento en el momento del asalto. No ha olvidado el sonido de la primera explosión y el fuego de ametralladora que le siguió, y cómo condujo su motocicleta a gran velocidad de vuelta al lugar para proteger a su hija.
Recordó que tenía la sensación de estar compitiendo con el avión militar que la sobrevolaba, que también se dirigía hacia el campo.
«El avión y mi moto iban en la misma dirección», explicó Nang Kyae, y añadió que encontró a su hija a salvo en el búnker, junto a las demás personas civiles que buscaban refugio.
Naing Naing, de 40 años, que tiene cuatro hijos y también vive en el campo, dijo que su familia quedó traumatizada por el ataque del 29 de abril, y que todavía se despiertan sobresaltados por los ruidos más pequeños, como simples pasos en el suelo de su vivienda improvisada de bambú y lona.
«Podemos enfrentarnos a peligros naturales: siempre puedo salir y encontrar comida para mis hijos, como plantas comestibles. Pero cuando las bombas llueven sobre nosotros, estamos indefensos, incapaces de movernos», afirmó Naing Naing.
El asedio a la colina de las 11 millas no terminó en abril. Los días 2 y 3 de mayo, el ejército de Myanmar disparó artillería pesada cerca del campo de personas desplazadas internas mientras aviones de reconocimiento sobrevolaban el lugar hasta cuatro veces al día.
Fue entonces cuando las personas adultas de la zona buscaron e identificaron un lugar más seguro, la cueva, para que durmieran los niños, al considerar que los búnkeres eran insuficientes para proteger a las personas más vulnerables del campo frente a los potentes explosivos.
Otras zonas fueron blanco de ataques durante este periodo brutal, y el municipio de Pekhon, en la frontera entre los estados Shan y Karenni, sufrió múltiples atentados contra infraestructura y personal sanitarios. Según fuerzas de la resistencia, el 7 de abril dos miembros del personal médico murieron en un ataque aéreo en la parte oriental del municipio, y tres semanas después, el 25 de abril, una madre primeriza y su asistente médico resultaron gravemente heridas cuando otro ataque aéreo alcanzó el hospital de Saung Hpway. Un mes después, el 27 de mayo, otro ataque aéreo de la junta mató a cuatro médicos Karenni en Demoso.
Una mujer de 21 años llamada Pwint, que vive en un campo de personas desplazadas internas cerca del hospital de Saung Hpway, dijo que ella y su marido Tun consideraron la posibilidad de huir tras el ataque aéreo, pero que optaron por quedarse, siendo una de las únicas familias que lo hicieron.
Tun dijo a Myanmar Now que no tenían vehículo para escapar, señalando una motocicleta con una rueda pinchada. Describió cómo un avión de combate sobrevoló el hospital, lanzó su bomba y se marchó; otro avión de combate apuntó y disparó a un coche que huía.
Pwint estaba embarazada en el momento del asalto. Tras el bombardeo del hospital, optó por dar a luz en su casa en lugar de en un centro médico, en caso de que fuera blanco de otro ataque aéreo.
«Si tenemos que morir, moriremos aquí», dijo su marido.
El capitán Zay Thu Aung, piloto de Mi-35 que en su día pilotó los mismos cazas que ahora atacan territorio Karenni, desertó de las fuerzas aéreas tras el golpe de estado. Condenó los asaltos recientes, especulando que tanto las misiones de reconocimiento como los ataques aéreos propiamente dichos han sido un intento de intimidar a la población civil, a la que los militares consideran como el «enemigo» debido al apoyo generalizado al movimiento de resistencia.
«Cuando se despliega un ataque aéreo, se crea confusión entre el enemigo, con el objetivo de destruir todo aquello con lo que está relacionado», explicó. «La intención detrás de la aproximación de aviones militares es infundir miedo en la gente y evocar una respuesta emocional».
Zay Thu Aung animó a las personas atrapadas en la zona de guerra activa a construir refugios subterráneos para aumentar en lo posible sus posibilidades de supervivencia en caso de ataques aéreos.
Un fotoperiodista local que visitó el municipio de Demoso en junio afirmó que dormir en este tipo de búnkeres se ha convertido en algo habitual, y señaló que pasó unas 25 noches en un refugio de fabricación local durante su estancia de un mes en la región.
Explicó que había dos estructuras de este tipo en la zona y calculó que podían alojar cómodamente hasta 10 personas, pero que se llenaban «siempre que rondaban aviones», sobre todo por la noche. Dijo que aprendió a distinguir el sonido de los aviones de pasajeros o de transporte de los reactores de las fuerzas aéreas.
«Todo el mundo se asustaba cuando oía un caza volando cerca. Todos venían a reunirse a la entrada del búnker y se preparaban para entrar si pasaba algo».
Aunque estos refugios siguen siendo una necesidad para la población civil en el frente, el ex capitán de las fuerzas aéreas subraya que, para que el país experimente una verdadera seguridad, será necesario desmantelar la dictadura militar.
«Si podemos soportar este periodo de tiempo, en el futuro todos nosotros, tanto personas jóvenes como mayores, podremos vivir en paz».
Fuente original en inglés: https://myanmar-now.org/en/news/karenni-idps-search-for-new-ways-to-survive-myanmar-junta-airstrikes/