La 78ava. Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas que se realiza en Nueva York, confirmó algunas hipótesis pero también generó algunas sorpresas.
El discurso inaugural del secretario general Antonio Guterres ha sido bastante laxo y tibio, para lo que se esperaba de una autoridad mundial que hace apenas dos meses lanzó una advertencia casi terminal sobre la gravedad del calentamiento global que se ha convertido en ebullición planetaria. Al parecer Guterres prefirió matizar sus palabras, rindiendo homenaje a quienes han muerto en Derna (Libia) por el caos climático, pero también hablando de los peligros para la democracia y los riesgos de las nuevas tecnologías, refiriéndose a la inteligencia artificial.
En la lista de oradores le tocó luego al presidente de Brasil, Lula da Silva, que trató de posicionar por igual ambas agendas, hablando primero del cambio climático teniendo el cuidado de mencionar a quienes sufren la tragedia en Libia y en su propio país, víctimas de temporales como nunca antes se daban. Recordó que hace 20 años, cuando habló por primera vez ante la ONU, ya se mencionó el deterioro ambiental. Y lamentó que se haya dejado avanzar tanto la destrucción de la naturaleza: «Hoy está llamando a nuestras puertas, destruye nuestros hogares, nuestras ciudades, nuestros países. Mata e impone pérdidas y sufrimiento a nuestros hermanos, especialmente a los más pobres”.
La agenda bélica la puso en mesa el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, que dedicó casi todo su tiempo a resaltar que Rusia no podrá vencer por cansancio al mundo, brutalizando a Ucrania sin consecuencias. Preguntó al auditorio de naciones, si es que se abandonaba la Carta de las Naciones Unidas para apaciguar a un agresor, cómo se podría sentir seguro algún país de que estará protegido. Se refirió a la necesidad de reformar el Consejo de Seguridad de la ONU, y también de reformar las instituciones financieras. Se dio tiempo para pedir una intervención internacional para detener la violencia en Haití. Pero no tocó la agenda ambiental, lo que deja en claro cuáles son las prioridades de la primera potencia mundial.
Luego de la intervención belicista de Biden, ha sido Gustavo Petro, presidente de Colombia, el que mejor se ha posicionado respecto a que debe priorizarse la agenda climática antes que la agenda bélica, que es como decir la agenda de la vida antes que la agenda de la muerte. En su alocución hay una frase que lo pinta en su esplendor ecologista: «La humanidad ha perdido y ha avanzado sin titubeos los tiempos de la extinción. Todas estas crisis son en realidad una: la crisis de la vida. Pareciera que la dirigencia mundial se hubiera enemistado con la vida”. Propuso conferencias de paz para resolver las situaciones de Ucrania y Palestina.
Luego se escuchó la voz del presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel, que a nombre del “G77+China”, el bloque de 134 países en que ejerce como presidente pro-témpore, pidió a la Asamblea un nuevo y más justo contrato global, lo que significa replantear los mecanismos de financiamiento de todas las instituciones de crédito para con los países del sur, así como nuevos financiamientos para las naciones que por su menor nivel de desarrollo son más vulnerables a las catástrofes climáticas y ambientales. Como no podía ser de otra forma, Díaz-Canel defendió la dignidad del pueblo cubano al pronunciar la frase: “Cuba no es el primer Estado soberano al que le han impuesto sanciones, pero es el que por más años las ha soportado”. Esto le sirvió para pedir, una vez más, el fin de las sanciones unilaterales contra Cuba, lo mismo que contra Venezuela o Nicaragua.
Pero nuevamente la atención giró hacia la agenda de la guerra, por las palabras del siguiente orador. El presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, destinó toda su intervención a argumentar que el mundo debe lograr que la invasión rusa a su país, sea “la última invasión”. Acusó al presidente ruso, Vladimir Putin, de convertir los atentados a la seguridad alimentaria del mundo en un arma, cuando impide las exportaciones de cereales desde Ucrania. Lo mismo que la posibilidad de que la Central Nuclear de Zaporiyia, bajo control de las tropas rusas, se convierta en un arma de destrucción masiva. No mencionó en absoluto que su país se convirtió en campo de pruebas de la OTAN y que la destrucción cada vez más dilatada de su patria está sirviendo sólo para reanimar el complejo militar industrial de Estados Unidos.
Pugna de agendas. Ni más ni menos, en un Foro Mundial que continúa sus sesiones, aunque pareciera que las intervenciones más potentes ya ocurrieron.
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