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Palestina y el Sahel, el terrorismo como respuesta

Fuentes: Rebelión

Desde los ataques del pasado 7 de octubre por parte del grupo Harakat al-Muqáwama al-Islamiya, (Movimiento de Resistencia Islámica) o Hamás (Fervor), contra diferentes sectores de los territorios ocupados ilegalmente desde 1947 por el régimen sionista, la comunidad internacional aplaude y alienta a Benjamín Netanyahu, que ha empezado lo que quizás sea la última fase del proceso de ocupación: limpieza étnica e incautación de los pocos kilómetros cuadrados que todavía permanecían bajó “control” palestino, tanto en Gaza como en Cisjordania. (Ver: La operación de Hamás y un error de cálculo)

Los ataques aéreos sionistas, que ya cumplen dos semanas, se encuentran fuera de toda proporción, La población civil, absolutamente desarmada y sin vías ciertas de escape, está siendo masacrada y lejos de detenerse los bombardeos se incrementan.

Se han producido, hasta ahora, unos 6.000 muertos, lo que supera la última gran masacre sionista de 2014 en Gaza, que dejó poco más de 5.000 muertos.

Mientras esto sucede en Gaza, también el régimen sionista arrasa los pocos espacios palestinos que sobreviven en Cisjordania, donde al mismo ritmo que el ejército ocupante  asesina civiles, destruye viviendas, sembradíos y cualquier señal de presencia palestina haciendo lugar para nuevas oleadas de ocupación de esas tierras por parte de los autodenominados “colonos”, que no son otra cosa que extremistas judíos armados, entrenados y protegidos por Tel Aviv y que en lo que va del año, y antes del inicio de la operación de Hamás, habían asesinado a cerca de 300 civiles cisjordanos indefensos.

Esta misma estrategia terrorista del sionismo, que lleva años aplicándose en Cisjordania con una impunidad y obviedad que ofenden, ya se plantea para ser puesta en marcha en los territorios gazatíes apenas las operaciones militares concluyan.

Mientras esas políticas filonazis se aplican en Palestina (Ver: Israel y la semántica del exterminio), la contraofensiva de Occidente (Estados Unidos y Francia) sigue avanzado para aniquilar los gobiernos de Mali, Burkina Faso y Níger, donde sus ejércitos han derrocado a los gobiernos cómplices de las potencias occidentales que durante décadas han permitido el saqueo de sus recursos naturales, particularmente en áreas vitales como los combustibles: petróleo, gas y uranio entre otros materiales.

Desde meses antes de las acciones de Hamás, se evidenciaba un crecimiento significativo en las operaciones de los dos grupos terroristas más importantes que operan en el Sahel, y particularmente en los tres países mencionados.

El Jama’at Nusrat al Islam wal Muslimīn (Grupo de apoyo al islam y los musulmanes) o JNIM, una de las más activas filiales de al-Qaeda y el EIGS o Estado Islámico en el Gran Sahára, la franquicia del Dáesh que la presencia de ejércitos occidentales  no pudo contener, por lo que llegados al poder los militares nacionalistas en estos tres países no sólo expulsaron a las distintas operaciones militares que prácticamente ocupaban esos países (Francia Estados Unidos y Naciones Unidas), sino que también los nuevos gobiernos han procedido a expulsar a muchos altos diplomáticos franceses que dirigían esas económicas a favor de sus propios países, apalancados con las elites corruptas.

Los grupos terroristas, que operan de manera indistinta en el norte de Burkina Faso, oeste de Níger y en el norte y centro de Malí, en el caso de este último país, se han sumado a la guerra contra Bamako, desde hace poco más de un mes, varios grupos tuaregs pertenecientes a la Coordinación de Movimientos Azawad, (CMA), que tras romper con la junta militar presidida por el coronel Assimi Goita, en el poder desde mayo del 2021, hoy reclaman la independencia de su mítico territorio Azawad.

Para esto, al igual que los integristas, los tuaregs del Marco Estratégico Permanente (CSP) han concentrado sus acciones en diferentes ciudades del norte malí, tras la retirada de la Misión Multidimensional Integrada de Estabilización de las Naciones Unidas (MINUSMA) por exigencia de Bamako el pasado mes de junio y donde desde fines de agosto murieron al menos unas 400 personas, la mitad de ellas civiles.

En estas semanas fueron atacadas diferentes bases militares de las FAMa (Fuerzas Armadas de Malí) al tiempo que esta misma fuerza ha recuperado posiciones ocupadas por distintos grupos terroristas.

El mismo día de la operación Inundación de al-Aqsa, por parte de Hamás contra blancos sionistas, las FAMa recuperaban la ciudad de Anéfis, prácticamente la puerta de entrada a la región de Kidal, en el norte del país.

En Ersane, una localidad a mitad de camino entre Gao y Kidal, el pasado día 10 fueron asesinados 17 civiles con cuyos cadáveres los terroristas armaron trampas explosivas, por lo que debieron ser detonados para poder enterrarlos.

Mientras, la situación en el norte de Mali se hace cada vez más crítica y no están mucho mejor los territorios aledaños de Burkina Faso y Níger.

En este último país, en la noche del 15 al 16 seis militares nigerinos pertenecientes a la  Operación Niya, de las Fuerzas de Defensa y Seguridad (FDS) y 31 muyahidines murieron en un enfrentamiento en el área de Téra en la región de Tillabery, al oeste de Níger en cercanías de la frontera con Burkina Faso, epicentro de la actividad terrorista local. A principios de este mes 30 efectivos de las FDS habían muerto en otro ataque terrorista cerca de Tabatol, en la frontera con Mali. A finales de septiembre otros 15 regulares murieron en Kandadji y a mediados de agosto fueron otros 17 soldados los que murieron cerca de la frontera con Burkina Faso, país donde los ataques se repiten de manera constante.

La unidad del terror

Una posibilidad de que la seguridad en el Sahel se vea incrementada de manera exponencial podría concretarse si finalmente el fantasma que se agita desde hace un par de años en África Occidental, se pudiera corporizar tras el llamado a la unidad bajo una misma bandera del JNIM y el ISGS, según lo está alentando una nueva khatiba llamada Wahdat al Muslimīn (Unidad de los Musulmanes).

El llamado a la unidad del Wahdat al-Muslimīn para constituir un frente común contra los enemigos del “islam”, los ejércitos nacionales, las operaciones extracontinentales y gobiernos de estas tres naciones (Níger, Burkina Faso y Malí) que acaban de consolidar una alianza militar no sólo frente al riesgo de las bandas terroristas que operan de manera constante en amplios sectores de sus geografías, sino a la amenaza de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO), que ya ha amenazado al Gobierno de Níger con una invasión armada para reinstalar en el Gobierno al presidente derrocado el pasado 26 de julio, Mohamed Bazoum.

Hasta ahora la unidad de los muyahidines que combaten a favor de al-Qaeda y el Dáesh resulta improbable, porque a lo largo de estos últimos siete años no han sido pocos los enfrentamientos entre ambos bandos, que disputan palmo a palmo entre ellos y los ejércitos nacionales, territorios e influencia en las poblaciones.

En varias oportunidades el ISGS ha invadido áreas controladas por el JNIM, no sólo cometió atrocidades contra civiles, alejados de las rivalidades de las bandas integristas, sino torturando y asesinando a milicianos que se han negado a cambiar de bando. Durante los primeros años de su presencia en África Occidental, a partir de 2015, el Dáesh, había tomado rápidamente la delantera a los muyahidines de al-Qaeda, concitando mayor atención entre los jóvenes tentados a enrolarse en una u otra fuerza, más allá de la importancia de los sueldos, por la importante presencia mediática de los seguidores del entonces Califa Ibrahim (Abu Bakr al-Baghdadi) el fundador de la organización en 2014.

Mientras, los grupos que respondían a Ayman Zawahiri, el sucesor de Osama bin Laden, recién lograron concretar una alianza, en 2017, de media docena de organizaciones que combatían aisladas, por lo que a partir del 2019 el JNIM prevaleció sobre el Dáesh.

Estos enfrentamientos entre los dos grupos han significado un desgaste sustancial de medios y combatientes, aunque ese desgaste parece no haber sido relevante a la hora de resistir a las operaciones de los ejércitos locales y extranjeros.

Wahdat al-Muslimin en apariencia funciona, más que como un grupo armado, como político y de propaganda, cuya principal ambición es la unidad de los terroristas para luchar contra los gobiernos nacionalistas, algo que sin duda bendice Francia, porque en este segmento de la guerra en el Sahel su primer objetivo es detener la ola de golpes nacionalistas en sus antiguas posesiones imperiales.

Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.