El profesor David Steinberg, experto destacado en Myanmar, falleció el 5 de diciembre. En su memoria, The Irrawaddy destaca su artículo de 2022 sobre la personalización del poder en la cultura política de Myanmar, donde las instituciones jurídicas y administrativas se explotan para imponer la autoridad personal en lugar de defender el Estado de derecho.
Algunos observadores, entre los que se encuentra el autor de este artículo, consideran desde hace tiempo al general Ne Win como la fuerza personal más destructiva de la historia moderna de Myanmar. En sus diversos papeles fundamentales pero perjudiciales como ministro, viceprimer ministro, primer ministro, presidente de partido político y comandante del Tatmadaw (las fuerzas armadas de Myanmar), dirigió el Estado de forma mercurial y esencialmente caprichosa, siempre a la baja y a su discreción. Una vez que obtuvo el poder, desarrolló un séquito y un conjunto de relaciones clásicas entre mecenas y clientes que magnificaron su autoridad, su prepotencia y la arbitrariedad de su gobierno. Nunca fue cuestionado seriamente hasta que finalmente dimitió en 1988 como presidente del partido que creó en 1962.
Sin embargo, me he visto obligado a reconsiderar esta evaluación con el ascenso del general Min Aung Hlaing, pues ha empezado a demostrar los mismos rasgos del general Ne Win. Es cierto que Ne Win tenía una ventaja única: casi desde la independencia había podido controlar a la cúpula del Tatmadaw, que dependía totalmente de sus caprichos para los ascensos y el acceso al poder. Min Aung Hlaing no está en esa situación, pero ha utilizado su poder para promover un golpe de estado innecesario para el papel efectivo del Tatmadaw, que ya tenía, pero esencial para el futuro personal de Min Aung Hlaing. Ha restablecido las restricciones a la sociedad que se habían levantado gradualmente en la década anterior y que habían dado esperanzas a la población. Las fuerzas destructivas desatadas por el golpe por parte del Tatmadaw, la mayoría étnica civil bamah y los pueblos minoritarios no han tenido precedentes en la historia de Myanmar. Trágicamente, me viene a la mente la analogía de la guerra de Vietnam de destruir el país para salvarlo después.
Pero quizás nuestra concentración natural en las personalidades de los líderes individuales oscurece un aspecto más fundamental del concepto de poder en la cultura política de Myanmar. Aunque no es exclusivo de ninguna sociedad, muchas culturas tradicionales, y todas las culturas en cierta medida, consideran el poder como un rasgo y una característica personal. Es evidente, desde la Birmania precolonial y desde la independencia, que el poder en Birmania/Myanmar se ha ejercido como una prerrogativa personal de los dirigentes, ya fueran militares o civiles. Los caprichos de los reyes o primeros ministros se convierten en política, y la política prevalece sobre la ley y las costumbres. A medida que predomina el poder personal, las instituciones se debilitan, y es evidente que desde la independencia la única institución que se ha fortalecido ha sido el Tatmadaw. La ley se ha convertido en un medio de administración política, no en un método para fomentar o hacer cumplir conceptos abstractos de adecuación cultural. Estas debilitadas instituciones jurídicas y administrativas permiten, e incluso refuerzan, la personalización del poder. Hasta hace poco, la religión y los líderes religiosos, como los altos cargos de la sangha, podían mitigar las acciones aborrecibles de un laicado desenfrenado. Eso ha desaparecido, y el budismo ha sido cooptado en la vorágine política y utilizado manifiestamente con fines de poder político.
Ninguna de estas tendencias, por supuesto, es absoluta. La demanda popular generalizada y sin precedentes de participación en el gobierno, evidenciada por la oposición al golpe del 1 de febrero de 2021, muestra que se está produciendo una erosión de esta personalización del poder, pero que probablemente será lenta, dolorosa y episódica. Todavía no hay indicios de liderazgo actual o potencial de ningún grupo preparado para ceder autoridad efectiva a la ciudadanía. La representación popular no es garantía de democracia, como demuestran varios ejemplos actuales en todo el mundo. Daw Aung San Suu Kyi afirmó que estaba por encima del presidente: la ley se ha vuelto irrelevante para la administración del poder personal. U Nu, primer ministro a finales de la década de 1950 y principios de la de 1960, utilizó su autoridad para perseguir su propia agenda.
Asistimos a un momento singular en los asuntos de Myanmar, pero no hay hoja de ruta a la vista. Y ningún elemento desea un simple retorno a la constitución y las condiciones de las elecciones anteriores a noviembre de 2020 impuestas por los militares. El Tatmadaw está llevando a cabo acciones destructivas para el Estado y para su propia reputación histórica. La continuidad de su unidad es objeto de especulación. El Gobierno de Unidad Nacional (NUG, por sus siglas en inglés) no es ni nacional ni unificado, y prevalece solamente en determinadas zonas. Los diversos liderazgos de las minorías étnicas, ninguno de los cuales tiene una autoridad democrática ilustrada, calculan aperturas que mejorarían sus funciones individuales, su estatus y su autonomía.
Ocurra lo que ocurra, ya sean unas elecciones en agosto de 2023, autorizadas e influenciadas por los militares, dividiendo el poder político y manteniendo su prominencia; algún compromiso (poco probable) con las fragmentadas fuerzas civiles de la oposición; relaciones de statu quo con algunas minorías étnicas, pero no con todas; o la continuación del caos con una autoridad central limitada, el resultado será un Estado debilitado, de legitimidad y eficacia cuestionables, incapaz de satisfacer las necesidades básicas de su ciudadanía y de colmar las aspiraciones que ahora demanda una población más joven, más liberalizada y con mayor conocimiento internacional. Los grupos políticos o armados, diversos y opuestos, parecen atrapados en redes de auto-engaño o propaganda, impidiendo una consideración adecuada de las alternativas políticas.
Cualquiera que sea la importancia de las influencias económicas exteriores para el necesario crecimiento de la sociedad, los Estados periféricos u otros tendrán poca influencia directa. Desde luego, no podrán controlar la distribución interna del poder.
Es posible que aumente la frustración extranjera por la mala gestión interna, pero su influencia será probablemente ineficaz, así como la influencia de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y la Asociación de Estados del Sudeste Asiático (ASEAN, por sus siglas en inglés), que ha quedado marginada. La preocupación nacionalista por las intervenciones extranjeras ha sido un tema importante desde la época colonial: la xenofobia está muy extendida. El armamento extranjero abierto de cualquiera de la multitud de fuerzas dispares podría provocar una inestabilidad regional aún mayor y una liberalización política cuestionable. Las actividades encubiertas saldrían rápidamente a la luz. Cualquier intervención extranjera de este tipo crearía chivos expiatorios ajenos a la responsabilidad. Sin embargo, la ayuda humanitaria es necesaria, pero los medios para prestarla son difíciles y complejos.
Por eso, quienes nos preocupamos por el bienestar futuro de los diversos pueblos de Myanmar sentimos con gran frustración que el Estado tiene por delante un camino destructivo, serpenteante y turbio. Por desgracia, debemos esperar a una nueva generación de aspirantes al poder, personas que sueñen con el progreso y que tengan en cuenta a la ciudadanía en su conjunto, y no simplemente los intereses parroquiales de sus líderes.
El profesor Steinberg, Catedrático Emérito de Estudios Asiáticos en la Universidad de Georgetown, fue observador de Myanmar durante mucho tiempo, investigando las raíces históricas y culturales de las actuales crisis políticas, además de experto en la península coreana, el sudeste asiático y la política estadounidense en Asia. De 1958 a 1962, fue representante en el país de la Oficina de Myanmar de la Fundación Asia, y también trabajó durante casi dos décadas para el gobierno estadounidense como experto en Asia. Criticó las sanciones económicas y los desaires diplomáticos de Estados Unidos contra Myanmar como estrategias contraproducentes que hacen el juego a los rivales de Washington, incluida China. Es autor de 15 libros, la mayoría sobre Myanmar, y colaboró regularmente con The Irrawaddy hasta principios de este año. Sus artículos a menudo han subrayado la necesidad de reformar el ejército del país, cuya injerencia política ha causado a la ciudadanía de Myanmar décadas de sufrimiento.
Steinberg falleció en Maryland a los 96 años de edad.
Fuente original en inglés: https://www.irrawaddy.com/from-the-archive/on-leadership-and-power-in-myanmar-2.html