El viernes 30 el ministro de Asuntos Exteriores de Pakistán, Ishaq Dar, anunció el ascenso del encargado de negocios en Kabul al cargo de embajador, lo que regulariza las complejas relaciones que su país ha mantenido históricamente con Afganistán y particularmente desde que los talibanes tomaron el poder en agosto del 2021.
Este acuerdo será ratificado el sábado en Kabul con el ministro de exterior talibán, el malawi (experto religioso) Amir Khan Muttaqi. Según diversas fuentes, este acercamiento parece haber sido trabajado desde hace tiempo por la siempre discreta diplomacia china, que tiene considerables inversiones en Pakistán y va en camino de concretar otras en Afganistán.
La noticia no deja de ser significante si se pone en perspectiva con la actual crisis diplomática-militar que Islamabad mantiene con Nueva Delhi, que de alguna manera siempre, frente a este repetitivo contexto, ha repercutido en Kabul. Razón de la jugada de Beijing, con la que intenta proteger sus inversiones.
En China conocen muy bien que es imposible que las turbulencias entre Pakistán e India no se replique en Afganistán, ya que esta nación, más allá de la múltiple gama de problemas que la acosan desde hace más de cincuenta años, tiene intensas disputas con su vecino del sur.
Las diferencias históricas entre Kabul e Islamabad se asientan en la controvertida Línea Durand, la frontera de más de dos mil quinientos kilómetros trazada artificialmente por los británicos en 1893, y las que hasta ahora no han sido resueltas. A pesar de que el acuerdo original, entre el emir afgano Abdur Rahman Khan, recordado como el “emir de hierro”, quien además de firmar aquel bochornoso acuerdo, que entre otras cuestiones partía en dos al pueblo pashtún, fue el responsable del genocidio contra la etnia chií hazara (1888-1893), que redujo la población de la región de Hazarajat, en el centro del país, en al menos un sesenta por ciento, algo así como dos millones y medio de personas.
Costumbre que regularmente han seguido practicando los integristas afganos, tanto los talibanes en su momento como en la actualidad lo hace el Daesh Khorasan, atacando a la comunidad hazara, la que consideran impura. Existe en Afganistán un refrán que dice: “tayikos a Tayikistán, uzbekos a Uzbekistán y hazaras a goristán (cementerio)”.
El acuerdo de 1893 estipulaba que cien años después aquello se volvería a discutir, aunque para cuando llegó esa fecha el imperio británico ya no existía. Desde 1947 Pakistán era una nación consolidada. Mientras en Afganistán estallaba la guerra civil que tras la retirada soviética terminaría depositando a los talibanes en el poder. Ya no existían condiciones para ningún tipo de reinterpretación del acuerdo de 1893, lo que los sucesivos gobiernos pakistaníes han utilizado para que la Línea Durand continúe impertérrita en su trazado original.
La tensión constante entre Kabul e Islamabad posibilitó a India una manera sutil de intervención, a pesar de que en 1996 había cerrado su embajada en Kabul, cortando toda relación diplomática y comercial con los mullah, para volver a restablecerlas recién con la invasión norteamericana de 2001 y que, desde la nueva llegada de los talibanes al poder en 2021, la diplomacia india ha sido intermitente en sus vínculos con Kabul.
Esta condición quizás brinde una mejor cobertura a la RAW (Research and Analysis Wing), la inteligencia india, para que pueda operar en las sombras y conseguir agitar la Línea Durand.
Por lo que, en momentos críticos como el actual, mucho más hay que atender a los juegos de Nueva Delhi e Islamabad en los pasillos de la diplomacia afgana.
A pesar de que el viernes se ha anunciado la regularización de las relaciones entre Kabul e Islamabad, el día anterior se había producido un nuevo intercambio de disparos entre comandos talibanes y la guardia fronteriza pakistaní en Barmalcha, un distrito de la provincia de Helmand.
Sin novedad en los reclamos de Islamabad sobre el descontrol fronterizo, que permite a grupos integristas como el Tehrik-e-Taliban Pakistan o TTP (Movimiento de los Talibanes Pakistaníes) o los separatistas del Ejército de Liberación de Beluchistán (BLA por sus siglas en inglés), infiltrarse desde Afganistán para realizar operaciones contra objetivos pakistaníes y regresar sin impedimentos.
Acciones semejantes se han dado con mucha mayor frecuencia desde la toma del poder por parte de los talibanes en agosto de 2021 tras la huida de los Estados Unidos. Por lo que ha concluido la inteligencia pakistaní, Kabul, por lo menos, deja hacer a sus hermanos del sur. Esta especulación permite también sospechar que ambos grupos, el TTP y el BLA, estarían recibiendo financiación y apoyo táctico de la inteligencia india. A consecuencia del constante tránsito de terroristas por los pasos sin control de la Línea Durand, se han producido ya choques entre ambos ejércitos, bombardeos por parte de la fuerza aérea pakistaní contra posiciones del PPT en Afganistán, lo que ha producido decenas de muertos.
Breve viaje al interior de los talibanes
Pakistán, para conseguir recomponer sus relaciones con los talibanes y de alguna manera dificultar los vínculos entre Kabul y Nueva Delhi, tendrá que interrumpir sus políticas de persecución a los cientos de miles de refugiados afganos, que rige desde 2023, que aún quedan en su territorio a los que literalmente están cazando para deportarlos a su país sin darles ninguna chace a defenderse, en muchos casos sin siquiera recoger sus pertenecías antes de la expulsión. (Ver: Pakistán: expulsión, persecución y robo).
Otra de las medidas que el Gobierno del primer ministro Shehbaz Sharif deberá eliminar es la exigencia de visas y pasaportes a los nacionales afganos que quieran ingresar a Pakistán, lo que ha irritado a los mullahs.
Estos requisitos, que antes no existían, han imposibilitado la libre circulación y el comercio a través de los pasos fronterizos controlados por autoridades de los dos países. De eliminarse esa nueva disposición, creada con el fin de controlar algo mejor la entrada de terroristas. Lo que hacen por los miles de pasos que la permeabilidad de la frontera permite, sin ninguna dificultad, lo que permanentes ataques del TTP, demuestran cabalmente.
Permitir el libre tránsito, según algunos analistas locales, además de bajar tensiones va a posibilitar que el comercio transfronterizo pueda ser una alternativa a la falta de trabajo, razón por la cual muchos jóvenes ingresan a los grupos terroristas y los no tan jóvenes son pagados para trabajar como correos y transportar armas y otros elementos de un lado al otro sin generar sospechas.
Esta oportunidad para Islamabad corre el riesgo de llegar tarde, ya que las cada vez más profundas diferencias hacia el interior de los talibanes podrían significar un mayor agravamiento entre Kabul, donde reside el poder político, y Khandahar, donde se ha establecido el líder supremo del Estado Islámico de Afganistán, nombre oficial del país desde su retorno al poder de los talibanes, el Amir al-Mu’minin (Príncipe de los Creyentes), el mullah Hibatullah Akhundzada y su Majlis al-Shūrā o gabinete de asesores.
No es casual que Akhundzada haya elegido Khandahar como residencia, dada la connotación simbólica que tiene la ciudad donde el mullah Omar fundó la organización en 1992 y que fue sede del primer emirato talibán.
Actualmente parece haber más distancia entre Kabul y Khandahar, que los quinientos kilómetros que las separan. Para el poder político liderado por el mullah Mohammad Hassan Akhund, que acompañan en el ministerio del interior Sirajuddin Haqqani, una figuran histórica dentro del movimiento, que ha mantenido desde hace mucho tiempo atrás una tensa relación con el mullah Akhundzada, la que se ha ido profundizando desde agosto del 2021.
Haqqani estuvo varios meses fuera de la visión pública, lo que ha abierto muchas especulaciones acerca de la razón de ese “exilio”, fundamentalmente acerca de su pérdida de influencia.
En este tiempo de ausencia Akhundzada ha ganado mayor terreno para consolidar su poder, quitando de sus lugares a algunas figuras claves de la Administración, entre ellas varios jefes policiales cercanos políticamente al ministro Haqqani, para colocar en esos lugares a figuras llegadas de su mano.
Esto refleja la intención del ala conservadora (Khandahar) de corregir y contener las derivas “liberales” de los de Kabul.
Las diferencias que inmediatamente parecerían remitir en las intenciones de Kabul de aliviar las rígidas leyes de la sharia (código islámico) que exige y sostiene desde Khandahar, agilizando incluso las relaciones con otras naciones, bloqueando cierta modernización y quitando el apoyo a los muyahidines pakistaníes, que ideológicamente responden a los principios del mullah Akhundzada, quien parecería no estar en desacuerdo con la guerra santa del Tehrik-i-Taliban Pakistan en su país.
Mientras que en varias provincias afganas efectivos talibanes combaten a la presencia del Daesh Khorasan, que ha comenzado a extenderse a territorio paquistaní y podría traer mayor conflictividad a las complejas relaciones entre Afganistán, Pakistán e India, siempre muy atenta a llevar agua para su molino.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asía Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC
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